Categoría: 2020-I

Artículos de opinión producidos por el autor

Brozo: del ser tenebroso a hacer el oso (y hacerse odioso)

La verdad es que no quise resignarme a dejar que terminara el 2020 sin pergeñar, a manera de comentario digno del año que se acaba, algunos pensamientos que, siendo optimistas, podríamos considerar que pueden ser de utilidad para el año que en unas cuantas horas arrancará. Y creo que, para empezar a darles forma, lo más apropiado sería empezar con una historieta que dé la pauta para evaluar mejor el contenido del artículo y de lo que quiero decir. Antes de ello, sin embargo, permítase hacer el inevitable recordatorio de una verdad que estoy seguro que es compartida por la inmensa mayoría de las personas, si bien podríamos diferir respecto a lo que sería su potencial aplicación. Lo que tengo en mente es la convicción de que pocas cosas hay tan ridículas y en ocasiones, dependiendo de la temática, tan despreciables como los auto-posicionamientos en lugares y en roles que a uno simplemente no le corresponden. Supongo, por ejemplo, que estaremos de acuerdo en que un opulento rabo verde, esto es, un anciano decrépito pero con mucho dinero que cree que Madre Naturaleza lo autoriza todavía a comportarse como lo hace cualquier hombre joven en plenitud de fuerzas y que siente que tiene la estamina de un hombre de, digamos, 24 años, es simplemente ridículo. Se trata de un individuo que no logró hacer compatibles las fases de su evolución natural con los criterios sociales de conducta digna y entonces, escudándose en su dinero, pretende ostentarse como algo que definitivamente no es. Ejemplos así abundan y son de lo más variado. Podríamos imaginar a una mujer que se siente mucho más hermosa de lo que es y que por ello se conduce como si fuera una aspirante a Miss Universo. Todo mundo pensaría que está alterada mentalmente y que en todo caso habría que ayudarla. Este fenómeno de auto-ubicación errada es de lo más común y pueden padecerlo futbolistas, toreros, escritores, políticos, empresarios, alumnos, vecinos y así indefinidamente. Siempre es lógicamente posible auto-situarse mal en el entorno y como consecuencia de ello hacer el ridículo.

Permítaseme ilustrar lo recién expuesto por medio de una historieta inventada para estos efectos. Supongamos que un ilustre Don Nadie, un desharrapado se pasea en Londres y llega a Buckingham Palace y que, por azares de la vida, no hay guardias ni nadie que vigile en la entrada. El sujeto en cuestión, un auténtico descarado, entra al palacio, recorre diversas salas y de pronto se percata de que se está ofreciendo un banquete. Dado que no hay nadie que lo detenga, el sujeto en cuestión entra en el gran comedor del palacio y, detectando un lugar vacío, va y se sienta. La gente a su alrededor está vestida con gran elegancia, se dan de inmediato a conocer por su prosapia y su prosodia pero el individuo en cuestión, que a las claras pertenece a otro universo humano, conchudamente allí se queda. Nadie lo hostiga y hasta se vuelve tema de conversación. Estoy seguro de que todos aquellos que observaran el espectáculo lo encontrarían divertido quizá en un primer momento, pero de pésimo gusto e insoportable al poco rato. En todo caso, teniendo esta imagen en mente, pasemos ahora a hechos reales y no meramente ficticios y a lo que es propiamente hablando nuestro objeto de reflexión en esta ocasión.

Abordemos entonces nuestro tema que es el de alguien que, en mi modesta opinión, encarna a la perfección el defecto ejemplificado en la historieta del harapiento y que no es más que el de alguien que, por las razones que sean, se coloca en un lugar que no es el que le corresponde. Me refiero, naturalmente, al archi-ultra conocido cómico, de carpa primero y de televisión después, Víctor Trujillo, identificado sobre todo gracias al más famoso de sus personajes, a saber, Brozo, el dizque “payaso tenebroso”. Pero aquí de inmediato podrían surgir dudas: ¿qué tiene de inapropiado ser un payaso, un carpero, un cómico? Absolutamente nada. Esa profesión es tan digna y tan respetable como cualquier otra. Lo que en cambio sí es risible, rayando en lo penoso, lo que está por completo fuera de lugar es que un sujeto que se dedica al juego lingüístico del albur, que (por las razones que sean) interiorizó con éxito el ingenio popular del mexicano (sobre todo, mas no únicamente, del de la Ciudad de México), un tipo que cuando estaba bien ubicado y haciendo su trabajo ciertamente era eficaz pues nos hacía reír (ni mucho menos en todos los casos, porque no todos sus personajes estaban bien logrados, pero sí hay que reconocer que muchos de ellos eran graciosos) se va convirtiendo poco a poco, a través de charlas de bohemios y de como de trasnochados, en un analista político, en alguien que nos hace el favor de abrirnos los ojos ante los desastres de la política nacional, en un crítico inmisericorde, por no decir desalmado, del presidente y de quien se le ponga enfrente. En el caso del Sr. Trujillo ya se rebasaron límites que nunca debió haberse permitido que se rebasaran, pero lo cierto es que la popularidad de Brozo llegó a ser tan grande, y el Sr. Trujillo tan hábil, que se llegó al grado de generar una situación única en el país, consistente en que Brozo se puede dar el lujo de decir cuanta idiotez le venga a la cabeza pero que sea prácticamente intocable y que cualquier crítica que se le haga automáticamente es vista como un sacrilegio. Eso no se puede permitir no sólo en nombre del buen gusto, sino en nombre de la verdad y la dignidad. Esto último, sin embargo, exige algunas aclaraciones.

Confieso que fui fan de Víctor Trujillo durante muchos años. Tengo una idea más o menos vaga de su evolución profesional desde que se dio a conocer por la televisión. De su actividad como cómico de vaudeville no tengo nada que decir, salvo que muy probablemente haya sido de lo mejor en el género. Lo empecé a seguir desde Tienda y Trastienda (en donde jugaba un papel de segundón, hay que decirlo, pues la voz cantante la llevaba Ausencio Cruz) y La Caravana, desde su primera etapa. También lo escuché en el radio. Era muy bueno! Lo disfruté mucho también en los programas de las Copas del Mundo con José Ramón Fernández, programas en los que llegaba a ser realmente desopilante y, a no dudarlo, el mejor da la farándula televisiva de esos periodos. Algunos de sus programas son realmente memorables, como aquel (creo recordar que era el Charro Amarillo) en el que se queja con Bianchi por la derrota de México frente a los Estados Unidos o el de un tal Villegas que compara la ciudad de México con París. Francamente, muy divertido! Como muchos otros seguidores, fui a verlo al teatro de los Insurgentes, en donde él y su compañero A. Cruz montaron una obra dizque de crítica política que resultó vacua y tremendamente decepcionante. Pero, viendo retrospectivamente el asunto, ahora nos damos cuenta de que ya estaban ahí sembradas las semillas de su evolución. Su salida del canal 13 aceleró la transición y entró en otro canal de televisión pero en un proceso de transformación que lo llevó de cómico a observador y crítico de la política nacional. De ahí pasó, ya en Televisa, a su celebérrimo programa “El Mañanero” que fue el programa en donde finalmente cuajó ese personaje híbrido que es hoy, esto es, el de un payaso que pretende ocuparse de temas serios e importantes, trivializando de paso todos los temas que tocaba. Hay que entender la síntesis que se operó: Víctor Trujillo siguió siendo Brozo a medias para ser dizque analista político a medias, con lo cual lo único que logró fue finalmente no ser nada, porque de analista serio no tiene nada y de facto perdió toda su comicidad. Esta mezcolanza de personajes, sin embargo, tuvo un precio. No se le iba a pagar lo que en la prensa de aquellos momentos se publicó respecto a sus ingresos en Televisa por una participación inocua en un programa que de entrada tenía un rating muy bueno. Al entrar en Televisa o, mejor dicho, al aceptar entrar en el juego político de Televisa, Víctor Trujillo vendió su alma y con ello a sus personajes y en particular a Brozo. Trujillo dejó de ser un representante de la comicidad (básicamente lingüística) del “peladito” mexicano, del mexicano de las colonias populares, de los que tenían o se caracterizaban por un cierto cantadito, una cierta entonación, etc., para convertirse en el clown de gente de otras clases sociales y, sobre todo, para ponerse a su servicio. Voy a dar un ejemplo de esto último.

Como todos sabemos, fue durante el mandato del abominable Vicente Fox que se fraguó una conjura en contra de un operador político muy efectivo del PRD y del que querían a toda costa zafarse los grupúsculos más reaccionarios del país, a saber, René Bejarano. Como a un animal que se quiere cazar, se le puso un cebo que para un político operante es muy difícil de resistir por razones de practicalidad política. Este cebo fue dinero en efectivo que se le entregó pero que también se filmó. De quienes se sabe que estuvieron detrás de dicha intriga político-delincuencial fueron, aparte del protagonista principal, el empresario argentino Carlos Ahumada (y muy probablemente, su por aquel entonces amante, Rosario Robles) Carlos Salinas de Gortari y Diego Fernández de Ceballos, dos joyas invaluables de la vida política mexicana de la época de la gran corrupción. Pero a quien le correspondió el privilegio de linchar mediáticamente a Bejarano fue a Trujillo/Brozo. Sería realmente de idiotas pensar que el tipo que pasó de un estudio de la televisora a otro para, arropado en un disfraz de indignación moral, denunciar públicamente a un enemigo político no sabía lo que estaba haciendo. O sea, toda proporción guardada, Brozo/Trujillo se benefició como artista a sueldo por su magistral participación como delator como se beneficiaron políticamente los enemigos de Bejarano (Fox incluido) al sacarlo del escenario. Para entonces ya se había producido la transmutación del cómico genuino al cómico mamarracho al servicio de determinados intereses políticos. Todos sabemos que no hay corte que se respete que no tenga un bufón y México y Brozo no son la excepción.

¿Por qué pudo Víctor Trujillo seguir gozando, aunque en casi estrepitosa caída, del favor del público? No es muy difícil explicarlo. Aprovechando el morbo de la gente, recurriendo a mecanismos que no son muy usuales en la televisión mexicana, como el de aparecer con mujeres casi desnudas (como la así llamada “Reata”), sirviéndose de un vocabulario soez no excesivamente vulgar y que siempre despierta simpatía porque es como coloquial, haciendo gala de dotes histriónicas bastante exageradas, sirviéndose cada vez menos y con cada vez menos gracia del maravilloso juego mexicano del albur (en esto Trujillo se vio cada vez más repetitivo y sin chiste. Sin duda un duelo entre él y Chaf o entre él y el Dr. Kelly habría sido un buen test para evaluar sus capacidades de alburero), él pudo mantenerse todavía algún tiempo en el gusto del público, pero dado que la espontaneidad ya lo había abandonado y que a partir de cierto momento él simplemente era un catalizador, alguien que permitía que otros transmitieran sus mensajes políticos, la gente le dio la espalda y se tuvo que terminar con el programa.

Llegamos así a la fase final en la evolución del personaje Trujillo/Brozo. Como dije, éste optó por dejar de ser un cómico genuino para presentarse como un comentarista o analista político espurio. En otras palabras: él pensó que esa mutación era viable, así nada más. Aquí necesito servirme de una noción que se usaba en la época de la guerra fría y que luego dejó de ser empleada a pesar de que sigue siendo sumamente útil.  Me refiero a la expresión ‘Tercer Mundo’ y sus derivados, como ‘tercermundista’. Lo que quiero decir entonces es que el fenómeno Brozo es típico del universo cultural del Tercer Mundo, es decir, un universo en donde todo pasa, en donde cualquier comentario es viable, en donde no se requiere argumentar, haber leído, estar informado, justificar lo que se afirma, etc. Aquí cualquiera (hasta Brozo) se siente intelectual, se siente politólogo, se siente secretario de Estado cuando lo único que es es ser un alburero venido a menos, un tipo que por estar en la farándula politiquera tiene datos que no pasan de ser chismes del vecindario político y que cree que tiene autoridad para pronunciarse sobre temas que en realidad ni siquiera entiende. La verdadera transformación de Trujillo/Brozo fue de payaso en farsante, pero lo peor del caso es que fue en farsante que terminó por creerse su propia farsa, cuando en el fondo él no es otra cosa que un pobre portavoz de lo que le indican sus nuevos amos. Hablemos con toda claridad: Trujillo/Brozo se vendió y al hacerlo traicionó al pueblo, que es a quien le debe todo su ingenio y simpatía. Qué pena!

Fundándose en una supuesta gran amistad con el gran provocador Carlos Loret de Mola (“Hermano! Qué gusto!”, en el más puro estilo de borrachos de cuarta), Trujillo/Brozo ha venido funcionando como el acerbo y atinado crítico de múltiples decisiones y en general de la política desarrollada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, pero en realidad lo que él hace es transmitir en el lenguaje vernácula lo que los adversarios “teóricos” y “serios” (es decir, de clase) del régimen dicen con prosopopeya y pedantería insufribles. Esa es su función: intentar ridiculizar a nivel masivo-popular las decisiones nacionalistas y profundamente sanas del Lic. López Obrador, sin duda el mejor presidente que ha habido en este país desde la Revolución. En última instancia Trujillo/Brozo está en su derecho, pero lo que no puede suceder es que se pretenda convertir a este saltimbanqui del espectáculo en un personaje intocable, en un semi-dios, porque sencillamente no lo es. Ahora resulta que cuando una persona seria, una auténtica politóloga y analista política, Estefanía Veloz, lo pone en su lugar, ello es un escándalo, un crimen imperdonable, como si cuestionar las majaderías, el nivel y la validez de los comentarios (porque es todo lo que sabe hacer) del mentado Brozo fuera un crimen de lesa humanidad, un inadmisible atentado contra la libertad de expresión! Yo leí con cuidado lo que la politóloga mencionada afirmó y no veo en ello absolutamente nada que sea no sólo falso, sino siquiera objetable. Es una calumnia (una más) de quienes mueven los hilos de la marioneta Brozo sostener que el canal once sirve para atacar a quienes se oponen a la actual presidencia y sandeces por el estilo. En nombre de la libertad de expresión que tanto reivindican se debe admitir que también los críticos del payaso ocioso tienen derecho a expresarse. ¿O acaso lo ven tan endeble que un simple comentario, casi improvisado, podría resultarle letal o fatal al famoso ex-carpero? También los adversarios de los adversarios tienen derecho a expresar sus puntos de vista. ¿O ellos (nosotros) no?

Hay algo que, muy a mi pesar, sí creo que tendría el Sr. Trujillo que llevar al plano de la conciencia. Aquí me permitiré apelar a la historia. Quizá él sepa (y si no que se entere) que gente como Mozart, Haydn y Hegel, gente destacadísima que trabajaba para monarcas y nobles, vivían en las celdas de los castillos y comían con la servidumbre, porque en última instancia a ella pertenecían, es decir, no eran otra cosa que asalariados. Que no crea el payaso Brozo que porque un día lo sientan a una mesa en donde le dan a tomar una copa de Petrus y a degustar alguna exquisitez exótica que él forma parte de esa clase social. No, señor! Lamento tener que decírselo: usted está al servicio de otros, de quienes le pagan y si algún día lo invitan a departir es para que los entretenga y se sienta agradecido. Ahora bien, si esos momentáneos placeres y situaciones de éxtasis valen la traición de valores fundamentales, de principios intocables, de vinculaciones que parecían inquebrantables o no, es algo que usted en última instancia habrá de sopesar. Aunque nosotros ya sabemos cuál es la respuesta.

Hablé al inicio de estas líneas de la potencial utilidad de artículos como este. ¿En qué podría consistir dicha utilidad? Si, cosa que no creo, el interfecto llegara leer estas líneas, quizá éstas lo ayudarían a meditar un poquito en forma impersonal, a mirarse en el espejo de su adormilada conciencia moral, a no seguir por un camino que no era el suyo. Si eso pasara Brozo recuperaría sus verdaderas huestes, vería que éstas no desertaron y que, así es el pueblo, lo volverían a aceptar con júbilo y sin rencores. Pero se necesita una re-transformación y renacer no es fácil. Lo más fácil que hay es la compra-venta de almas. De ahí que, bien miradas las cosas, no le quede a Trujillo/Brozo más que un dilema: reivindicarse en serio o callar para siempre. Abur!

Capitalismo, Coronavirus y Vida Humana

I) La explicación de un fenómeno social

Una peculiaridad de los problemas sociales e históricos es que en relación con ellos tenemos que reconocer un marcado contraste entre explicación y predicción. En las así llamadas ‘ciencias duras’ (física, química, biología), una genuina explicación permite hacer predicciones. Si podemos explicar por qué al soltar un objeto éste no sube sino que se mueve en dirección del centro de la Tierra, entonces podemos predecir que el próximo objeto que soltemos irá a dar al suelo y no se desplazará hacia las nubes. Casi podríamos decir que en las ciencias duras la diferencia entre explicación y predicción no es otra cosa que un cambio en los tiempos de los verbos. Ese, sin embargo, no parece ser el caso en las ciencias sociales. En éstas las predicciones son poco exitosas y a menudo parecen más adivinanzas que predicciones, por lo que nos dejan invariablemente con la sensación de que si una predicción fue acertada habrá sido casi por casualidad. Por qué es ello así no es tan fácil de explicar, pero sí podemos decir unas cuantas palabras al respecto. La diferencia tiene que ver con diferencias en las clases de los fenómenos involucrados. Explicar un fenómeno social no es hacerlo caer bajo leyes generales puesto que no hay tales leyes, sino que es más bien colocarlo en un contexto de hechos de modo que éste permita entender por qué se dio. O sea, la explicación viene en pasado y es única, puesto que el evento por explicar es irrepetible. Los eventos históricos son únicos: sólo una vez conquistó Cortés México, sólo una vez Napoleón perdió la batalla de Waterloo y así sucesivamente. En las ciencias sociales no se lidia con lo que se llaman ‘especies naturales’ (agua, plata, hidrógeno, cromosomas, etc.) y por eso las generalizaciones no son particularmente útiles. El objetivo de las ciencias duras, en cambio, sí es ofrecer explicaciones causales para lo cual se requieren leyes, enunciados legaliformes, aunque esto hay que matizarlo dado que en biología se requieren también explicaciones teleológicas, esto es, explicaciones en las que los objetivos de los seres vivos entran en la explicación. Obviamente, estrellas y sustancias químicas como el helio o el oxígeno no tienen objetivos, es decir, no tiene el menor sentido adscribirles metas o intenciones a objetos como esos, pero eso es precisamente lo que se tiene que hacer cuando nos las vemos con acciones o actividades humanas. Decimos cosas como “Juárez ordenó que Maximiliano fuera fusilado porque quería mostrarle al mundo que México era un país independiente y que toda invasión sería combatida hasta las últimas consecuencias”. Aquí lo que se quiere dar a entender es que la acción de un individuo tenía una motivación concreta y es por eso que su acción tenía un sentido. El problema es que la gente tiende a pensar que el que se emplee la expresión ‘porque’ (“Juárez hizo eso porque…”) se debe a que de una u otra manera está involucrada la noción científica de causa y por lo tanto, explícita o implícitamente, la de regularidad natural, esto es, la de ley. No me propongo discutir a fondo el tema, puesto que no es ni el lugar ni el momento para hacerlo, por lo que me limitaré a recordarle a quien así pensara que la noción de causa y la de sentido se contraponen, se excluyen mutuamente. Precisamente, poder actuar movido por motivaciones propias es ser libre, en tanto que ser movido por causas es no ser libre y lo que sostengo es que para la comprensión de los fenómenos sociales la idea de sentido es fundamental, porque con la idea de sentido viene la idea de comprensión. Si yo entiendo el sentido de una acción, yo la comprendo y, evidentemente, esa idea de comprensión es irrelevante en las ciencias duras. La de explicación causal basta, pero si eliminamos la noción de sentido eliminamos con ella la idea de libertad humana y si hacemos eso la historia, la psicología, la política, la creación artística, etc., quedan ipso facto canceladas y la acción humana se vuelve ininteligible. Naturalmente, no es esa una posición que yo estaría dispuesto a defender. Por consiguiente y para decirlo de la manera más general posible, el problema teórico para quienes se interesan en los procesos sociales radica en primer término en la construcción del marco dentro del cual posteriormente se inscribirá el fenómeno que se aspira a explicar, porque es sólo inserto en el contexto apropiado que el suceso en cuestión adquiere sentido y que se vuelve entonces comprensible. La construcción del contexto sería, pues, la primera parte de la tarea. Pero sin duda querrá preguntársenos: ¿qué es eso del contexto?¿De qué marco se está hablando? A esto intentaré responder rápidamente en lo que sigue.

II) Datos empíricos y marco teórico

Cuando hablo de un contexto apropiado para ubicar el fenómeno o el suceso humano que nos interesa explicar me refiero a un conjunto de datos y verdades empíricas gracias a los cuales el evento en cuestión resulta inteligible, comprensible. Por ejemplo, si queremos explicarnos la batalla de Waterloo tenemos que “ubicarla”. ¿Cuál es su contexto? Éste queda conformado por datos como los siguientes: Napoleón dio ciertas órdenes que nunca se cumplieron, la caballería prusiana llegó inopinadamente cuando Wellington estaba siendo derrotado, la batalla entre ingleses y franceses había sido particularmente cruenta, la batalla era no sólo inevitable sino crucial, ya que Napoleón se había escapado de la isla de Elba y con su victoria hubiera mantenido a Europa en guerra durante mucho más tiempo del indispensable, etc., etc. Se nos aclara entonces el porqué de la enjundia, la determinación, etc., de los participantes en la batalla y cómo el extraordinario general Bonaparte a partir de cierto momento tuvo que darse por vencido. Entendemos entonces la importancia de la batalla, su desarrollo, las consecuencias para Francia y todo lo que se derivó de ella. En otras palabras, dados todos esos datos la importancia crucial de la batalla súbitamente adquiere sentido. Napoleón no se enfrentó a Wellington porque deseaba dirigir una batalla más, como si estuviera jugando con soldaditos. Mucho dependía de esa batalla en particular. A su vez, todas las acciones de todos los involucrados tenían sentidos precisos y sólo cuando conocemos esos sentidos es que el evento que nos ocupaba resulta explicable, es decir, comprensible.

Lo que deseo sostener en este artículo es que la pandemia del coronavirus requiere también, para ser comprendida, de un conjunto de datos y de verdades que en general están a la vista pero que en la medida en que nos parecen “naturales” simplemente no se les toma en cuenta. Al ignorarlos, inevitablemente se genera un vacío teórico que permite la producción incesante de pseudo-explicaciones, como la de pretender dar cuenta de la pandemia en términos exclusivamente biológicos (y por si fuera poco, extremadamente ingenuos). Lo que a nosotros en primer lugar nos corresponde hacer, por lo tanto, es seleccionar nuestros hechos fundamentales, esto es, los constitutivos del contexto apropiado, lo cual nos permitirá encontrar el sentido del fenómeno humano que nos incumbe. En el caso del coronavirus: ¿cuáles podrían ser esos hechos?

Salta a la vista, supongo, que los hechos que para nosotros en este caso son relevantes no tienen absolutamente nada ver con descubrimientos de la NASA ni con los últimos experimentos realizados por los más prestigiados infectólogos del momento ni nada por el estilo. En todo caso, tienen que ver más bien con lo que la astrofísica o la biología presuponen, es decir, con todo aquello que se requiere para que podamos hablar en esas áreas de conocimiento y de progreso. Pero ¿qué se presupone tanto en esas como en prácticamente cualquier otra disciplina científica y en general en cualquier otra actividad humana (económica, artística, militar, etc.)? Obviamente, sus instrumentos de trabajo. Un astrónomo no puede trabajar sin telescopios, un infectólogo no puede trabajar fuera de un laboratorio en donde hay tubos de ensayo, microscopios y demás. El trabajo en ciencia requiere de una determinada infraestructura. Permítaseme ahora precisar un poquito más la idea involucrada: aludo simplemente a los artefactos propios o típicos de la cuarta revolución industrial. Ésta resulta en realidad de la fusión de diversas ciencias con la teoría y la tecnología de la computación. Es una realidad que estamos viviendo lo que podríamos llamar la ‘digitalización de la vida’ en todas sus dimensiones y aspectos, la computarización de los procesos humanos, integrando en una nueva super-disciplina las ramas más avanzadas, formalizadas y matematizadas de la ciencias.

Y es en este punto que aparece un primer resultado fundamental, aunque de hecho sus implicaciones y ramificaciones fueran prima facie incalculables, a saber, que era sencillamente imposible que esta “cuarta revolución” se circunscribiera al ámbito del conocimiento “puro”, que se mantuviera como un avance meramente teórico, inclusive si se sabía que los avances teóricos en principio siempre pueden tener aplicaciones prácticas, es decir, generar progreso tecnológico. El problema es que esta perspectiva de idolatría por la teoría y de desdén por sus aplicaciones prácticas, una perspectiva que es muy fácil de adoptar, está completamente equivocada y es profundamente equívoca y engañosa. Muy probablemente, en lo que a nadie o a muy poca gente interesó mientras se alcanzaban nuevos descubrimientos y se implementaban nuevas tecnologías fueron precisamente las potenciales consecuencias prácticas del avance científico, del progreso puramente teórico. Las consecuencias de la cuarta revolución fueron de muy diversa índole, pero para nosotros son particularmente importantes dichas consecuencias en el área de la producción de bienes, del trabajo en el sentido más amplio de la expresión, esto es, en relación sobre todo con los procesos de producción, reparto, comercialización, etc., de bienes, de mercancías de toda índole. Se entiende, quiero pensar, que ello equivale a hablar de la vida humana en su conjunto, puesto que afectar directa y profundamente el ámbito del trabajo es afectar la producción material de la existencia, gracias a la cual fluye y se sostiene la vida social en general.

No deja de ser curioso que las consecuencias prácticas del formidable avance tecnológico de la cuarta revolución industrial hayan pasado tan desapercibidas, dado que en la historia de la humanidad encontramos situaciones similares a la actual y cuyas terribles consecuencias son harto conocidos. Consideremos momentáneamente la máquina de vapor, echada a andar de manera sistemática desde la segunda mitad del siglo XVIII. ¿Qué efectos tuvo sobre la población de aquellos tiempos, en particular sobre el sector obrero? Recordemos que la máquina de vapor hizo su aparición en el mundo laboral primero en Inglaterra, muy poco tiempo después en Francia, luego en lo que posteriormente sería Alemania, en los Estados Unidos, etc. Respecto a las condiciones laborales, científicas y sociales para que pudiera darse el fenómeno de industrialización, opino que difícilmente encontraremos un texto más instructivo e ilustrativo que los dos últimos capítulos de Das Kapital, esto es, “La Ley General de la Acumulación Capitalista” y, sobre todo, el capítulo siguiente (XXIV), esto es, “La Llamada Acumulación Originaria”. Este último capítulo, como lo sabe cualquier persona de la orientación política o ideológica que sea, es simplemente un texto magistral en el que Marx describe (y denuncia) con horrorosa exactitud la superación del antiguo régimen y la formación de las nuevas clases sociales en la Inglaterra de aquellos tiempos (básicamente, burguesía y proletariado). Ahora bien, Marx tuvo el genio para entender y la capacidad para explicar las implicaciones de la brutal industrialización apoyada en descubrimientos científicos y que inexorablemente se imponía, que todos presenciaban y padecían, pero de la que en realidad nadie sabía dar cuenta. Partiendo de datos duros, esto es, de lo dado en la experiencia de la vida cotidiana a lo largo y ancho del siglo XIX (desempleo, miseria, jerarquización social, explotación brutal, enajenación, despilfarro, etc., etc.), Marx pudo explicar el avance social e histórico que representaba la construcción de la sociedad burguesa e hizo ver con aterradora precisión que lo que había sucedido era una reorganización social completa de Inglaterra, una reestructuración derivada de la incontenible expansión capitalista. Como era de esperarse, la transformación que llevó a Europa Occidental del feudalismo al capitalismo no habría podido efectuarse sin profundas y dolorosas convulsiones sociales. Podríamos inclusive reconocer que para su resolución última, esto es, para que dicha transformación se consumara y permitiera acceder a una situación de vida estable, llevadera, con sentido, etc., para las grandes masas, para porciones importantes de la población, hasta guerras tuvieron que haber, guerras siempre presentadas como conflictos de otra naturaleza, a saber, de carácter ideológico, político, geo-estratégico, nacionalista, comercial, etc. El efecto de todo esto, sin embargo, era ocultar sistemáticamente el verdadero origen de los conflictos, que era en última instancia de naturaleza económica. Yo creo que a estas alturas ya podemos afirmar con confianza que la fuerza mayor detrás de la evolución de los países europeos a partir por lo menos de la segunda mitad del siglo XVIII, es decir, lo que impuso a sangre y fuego las reglas del cambio social fueron “simplemente” los requerimientos del sistema capitalista en lo que era su imparable expansión. En todo ese largo y penoso proceso de desmantelamiento y de reconstrucción social, la máquina de vapor fue uno de los instrumentos de los que se sirvieron los policy makers de la época para racionalizar, justificar, alentar, profundizar, etc., la reconfiguración de la sociedad. Un aspecto preocupante del asunto es que, visto desde nuestras coordenadas espacio-temporales, habría que admitir que muy probablemente no había muchas opciones y que el desarrollo de las fuerzas productivas, lo cual en última instancia quería decir el desarrollo del sistema capitalista, del sistema de producción de mercancías, y con él la transformación de la sociedad, era sencillamente inevitable. No olvidemos, dicho sea de paso, que las fronteras políticas no son fronteras sistémicas, por lo que algo parecido a lo que pasó en la paradigmática Inglaterra sucedió en los países que venían a la zaga.

III) La situación actual

Mi punto de partida es la convicción de que lo que se está viviendo hoy a nivel mundial es, mutatis mutandis, un fenómeno similar o equivalente al sufrido sobre todo en los países más avanzados de Europa Occidental por lo menos a lo largo del siglo XIX.  Pienso que si tomamos como modelo lo que sucedió hace unos 200 años y que tiene como símbolo representativo a la máquina de vapor, automáticamente echamos luz sobre la situación actual. ¿Cuál es esta?¿De qué hablamos?

A nadie sorprenderé, supongo, si afirmo que lo que tengo en mente es la situación de pandemia que sufre la humanidad, así como las innumerables consecuencias que ésta tiene para los habitantes del planeta. Ahora pienso que hasta hay un sentido de acuerdo con el cual podría afirmarse sin caer en absurdos que dicho mal era “previsible” o por lo menos que no debería habernos resultado tan sorpresivo. Independientemente de ello, lo que podemos afirmar con relativa seguridad es que el problema sigue siendo básicamente incomprendido. A la gente en general, y a los científicos en particular, les gusta divagar sobre temas periféricos o secundarios, como el origen del virus, las potenciales vacunas, la guerra comercial que éstas acarrean, etc. Los biólogos en particular dan la impresión de pensar que son ellos quienes tienen la clave para explicar el fenómeno social que en todo el mundo se padece. Esto me parece a mí de una ingenuidad teórica mayúscula, por no decir ‘grotesca’. El colosal problema social causado por el coronavirus no tiene nada que ver con la estructura interna del virus, con su gestación, con cómo se expandió, etc. En todo caso, no son esas la clase de cuestiones que para nosotros son esenciales.

El coronavirus, provenga de donde provenga y sea el resultado de mutaciones y transmisiones naturales o de manipulaciones en laboratorios militares que gozan de todos los niveles de seguridad que se requieren para efectuar experimentos relacionados con virus y guerras bacteriológicas, no es más que un elemento en un cuadro mucho más complejo que el de una epidemia generalizada. La pandemia del coronavirus no es de la misma estirpe que la peste bubónica y la prueba de ello es que juegan cada una de esas dos plagas roles sociales completamente diferentes. Lo que nosotros tenemos que preguntar, la inquietud que es menester despejar es: ¿cuál es, en qué consiste el problema para cuya solución el coronavirus es un instrumento más? La dificultad consiste, naturalmente, en que el problema que aspiramos a identificar y diagnosticar es en realidad una especie de problema-esquema, en el sentido de que comprehende o subsume cientos o miles o millones de sub-problemas que lo ejemplifican. ¿Cuál es, pues, ese super-problema que tuvo como consecuencia la realidad del coronavirus? Pienso que lo que ahora se vive no es más que la consecuencia lógica del crecimiento, la expansión, el desarrollo de las fuerzas productivas en choque con una superestructura rígida que tiene que adaptarse a una nueva situación generada sobre todo por el incontenible avance tecnológico. Así como la máquina de vapor transformó la sociedad inglesa mandando a la calle a centenas de obreros que trabajaban jalando animales o empujando cosas, así la computación insertada ya en todos los sectores de la vida cotidiana, es decir, la computación ya profundamente socializada y arraigada en nuestras vidas, tuvo como uno de sus efectos hacer del trabajo humano, del trabajo cotidiano de cientos de millones de personas algo pura y llanamente redundante, superfluo, innecesario. Es, pues, el desarrollo de las fuerzas productivas, que incluyen desde luego a la computación, lo que impulsa fundamentales cambios en la estructura social. El problema radica en que las modificaciones estructurales no se pueden llevar a cabo a base de peticiones, votaciones, cooperación voluntaria, etc. Cambios de magnitudes planetarias tienen que ser impuestos. Y es justamente en esta peculiar coyuntura que el coronavirus hace su aparición.

En este como en muchos otros casos, es importante la auto-crítica, por lo que deberíamos aceptar que parte de nuestros problemas de comprensión se deben a que somos o lisiados intelectuales o miopes políticos que no vemos más allá de un palmo de narices. Pero seamos generosos con nosotros mismos: después de todo, los Marx no abundan y no hemos encontrado todavía a nadie que venga a explicarnos con lujo de detalles cuáles son los requerimientos, las exigencias, las imposiciones sociales, laborales y políticas de lo que obviamente no es más que la nueva fase de expansión del sistema capitalista. Mientras no entendamos que este es el fenómeno realmente decisivo, el coronavirus seguirá existiendo perdido en una neblina de misterio e incomprensión.

Podemos aprovechar el punto para de inmediato confirmar cuán ingenuos somos normalmente. Por ejemplo, nos regocijamos porque hay teléfonos celulares con dos cámaras, computadores cada vez más veloces y con cada vez más memoria, posibilidades de comunicación por internet ni siquiera soñadas hace 25 años, procesamientos de alimentos, autos, etc., en fábricas completamente automatizadas, control humano cada vez más efectivo por medio de radares, cámaras, modos de identificación de personas realmente fantásticos (iris, códigos genéticos, etc.), operaciones de pacientes realizadas a través de monitores sin necesidad de enfermeras, anestesiólogos, etc., etc. Todo eso es muy bonito, pero de lo que no nos percatamos es de todo lo que ese “progreso” acarrea, implica, genera en otros ámbitos de la vida. Debería entenderse que el cambio en la infraestructura del sistema fuerza a cambios en la super-estructura y a decir verdad en todos los sectores de la vida. Estos cambios no son ni casuales ni opcionales. Por ello en verdad sería bueno que se le informara por fin a la gente en todo el mundo que la nueva “normalidad” en la se nos instaló es definitiva, porque para echarla atrás habría que renunciar a la tecnologización y a lo que llamé la digitalización de la vida. No hay forma de detener el proceso de reconfiguración social y de la vida humana en general fundado en la ciencia y en la tecnología de punta.

Daré un ejemplo obvio que después se podrá fácilmente generalizar a múltiples otros casos. Consideremos una “oficina inteligente”. Normalmente es un área cerrada y dividida en función de la organización de la empresa en sectores por medio de mamparas, muros de tabla roca, etc., que la hacen ver como un pequeño laberinto. Supongamos que en esa oficina trabajan tres directores de área. Todos tienen sus respectivas computadoras, teléfonos, etc. Ahora bien, en la medida en que son jefes requieren de ayudantes, que son en general secretarias, a las cuales también se les proporcionan escritorios, computadoras, teléfonos, etc. Todo eso representa sueldos, prestaciones, gastos (luz, renta, elevadores, estacionamientos, etc.). Pero resulta que, como por casualidad, el coronavirus “forzó” a las empresas a enviar a sus empleados a sus casas para que desde allí hagan su trabajo y muy rápidamente se pudo constatar que eso era perfectamente factible. La computación socializada garantiza que ello sea así y además con más efectividad. Por ejemplo, ya no hay necesidad de checar entradas y salidas. La computadora lo hace automáticamente. La tecnología de la que se dispone hace ver que las empresas innecesariamente despilfarran dinero no sólo porque lo que era el trabajo de muchas personas ahora estrictamente hablando lo puede realizar una sola, sino porque queda claro que no hay necesidad de incurrir en toda esa inmensa cantidad de gastos que podríamos llamar ‘ante-pandémicos’: oficinas, choferes, líneas de teléfono, escritorios, lámparas, etc. De pronto entendemos que todo es simplemente redundante. Cuántas empresas haya en el mundo no sé, pero lo que sí sé es que todas ellas en este momento están ahorrando cientos de miles de millones de euros o de pesos o de dólares o de yuans o de la divisa que sea. La invención de las cripto monedas, por ejemplo, tampoco es casual ni es un juego ni nada que se le parezca. Es como la invención de las tarjetas de crédito. Poco a poco se irá instaurando y terminará por sustituir (quizá nunca totalmente, pero sí de manera significativa) el dinero contante y sonante, como se decía en el medioevo.

Para nosotros el problema es muy simple: el desarrollo del sistema capitalista no se va a detener. No hay nadie ni nada que pueda realizar semejante hazaña (un meteorito de un kilómetro de ancho quizá, que caiga en medio del Atlántico). Ahora bien, es evidente que este proceso de interacción entre progreso material y vida humana, oculto tras la pandemia y todo lo que ésta acarrea, tiene y va a tener para la humanidad en su conjunto consecuencias inmensas, incalculables, terroríficas algunas, positivas otras. Es auto-evidente que las transformaciones en la infraestructura económica tenían que surtir efectos de magnitudes incalculables en la vida humana o, alternativamente, en las vidas de los seres humanos. Después de todo, el conocimiento científico no es tan “puro”. Sobre esto quisiera decir unas cuantas palabras.

IV) El status del coronavirus

Si el panorama que hemos delineado no es totalmente absurdo, el status político del coronavirus automáticamente se vuelve visible o, mejor aun, comprensible. Obviamente, el bicho mismo es un asunto de una gran complejidad biológica, pero ello no altera en nada su status de instrumento al servicio de los intereses supremos del mundo, que de uno u otro modo en última instancia son de carácter económico. Todos sabemos (o si se prefiere, “imaginamos”) que hay grandes científicos (infectólogos, computólogos, etc.) involucrados en el caso, pero estoy seguro de que todos coincidiremos en que a esas personas se les paga, es decir, son empleados de alguien, trabajan para alguien, usando ‘alguien’ inevitablemente de una manera vaga y para aludir no a una persona, sino a grupos de interés relevantes. La hipótesis que quiero entonces someter a consideración del lector es la siguiente: ante la ya urgente necesidad de remodelar el sistema capitalista, esto es, nuestro sistema de vida, muy probablemente los amos del mundo (esos “alguien” a quienes aludí más arriba) repasaron todos los posibles escenarios antes de tomar decisiones. Esto, evidentemente, es un trabajo en el que concurren los especialistas de todas las ramas del saber y del tener (banqueros, militares, grandes industriales, políticos, científicos, etc.). Yo me imagino que se habrán revisado todas las opciones en principio accesibles, pero una tras otra se fueron poco a poco descartando hasta que se llegó a la de la pandemia. Por ejemplo, podemos imaginar que se examinó a fondo la posibilidad de una tercera guerra mundial pero, por razones no ya de estrategia militar sino de sentido común, se habrá llegado a la conclusión de que esa opción ya no era viable. Rusia no es Alemania. No tiene el menor sentido tratar de pasar a la siguiente fase en el desarrollo del capitalismo si lo que se va a hacer es destruir el capitalismo, porque a eso equivaldría en la actualidad una guerra atómica. Dado que en un caso así no habría vencedores, esa opción tenía que ser abandonada. Pero eso no significa que entonces no hubiera nada que hacer. El sistema tenía que reestructurarse, re-iniciarse, reconfigurarse. De manera que, muy probablemente entonces, el coronavirus fue el instrumento elegido para forzar al mundo a adoptar la nueva modalidad de vida en el nuevo capitalismo, el capitalismo cibernético, corporativista y globalista, el cual obviamente presupone todas sus formas previas.

Si el punto de vista que estamos proponiendo fuera acertado, las acusaciones entre países resultarían hasta risibles. La pandemia del coronavirus no es un asunto de un solo país. Muy probablemente – y esto obviamente no es más que una hipótesis más para la cual lo único que reclamo es que es congruente con mi relato puesto que, como cualquiera con una dosis mínima de células grises entiende, no tengo el menor dato al respecto – la actual pandemia fue el resultado de una operación conjunta de algunos países, entre los cuales están involucrados desde luego los Estados Unidos y China, y probablemente otros países como Israel, Corea, quizá Gran Bretaña, Francia, etc., pero no muchos más. Divagar sobre eso sería, sin embargo, una ociosa especulación y no es por lo tanto un tema sobre el que quiera, pueda o deba pronunciarme.

Me interesa más afinar mi cuadro general. Si no estoy equivocado, el coronavirus tiene por lo menos dos facetas: por una parte, es un elemento dañino, letal, peligroso para la salud de las personas. Esa es la faceta biológica o médica del “constructo”. Por otra parte, sin embargo, es un instrumento social y político de graves y profundas implicaciones; tiene obvios efectos en los ámbitos laboral, económico, militar, policiaco, social, artístico, escolares, etc. En todos esos casos, es decir, en el todo de la vida humana, los efectos del coronavirus son como los nuevos canales de vida por los que de aquí en adelante habrá de fluir la existencia humana. Naturalmente, las consecuencias del virus en la sociedad humana son el precio que hay que pagar para mantener el “progreso” económico, científico y tecnológico.

En resumen: lo que estamos viviendo es un ajuste total a los implacables requerimientos económicos del sistema capitalista. A través del miedo causado por un factor de laboratorio se logró obligar a la población mundial (independientemente de sus mentalidades o idiosincrasias) a aprender a vivir de otro modo y a aceptar con relativa docilidad la nueva forma de vivir. Podrá haber pueblos muy bullangueros, alegres, desafiantes, etc., pero podemos tener la certeza de que todos, sin excepción, van, como se dice, a entrar en cintura. Lo único que por el momento puedo decir es que desearía estar equivocado.

V) Las nuevas formas de vida

Algunas personas saben que el filósofo más grande de todos los tiempos, Ludwig Wittgenstein, el anti-filósofo por excelencia, acuñó la expresión ‘forma de vida’ para dar cuenta del sentido de lo que decimos cuando hablamos, pues a lo que apunta la expresión es a las actividades humanas y de acuerdo con Wittgenstein el sentido de lo que decimos brota de o surge en conexión con lo que hacemos. Esto lo aclaro por respeto a Wittgenstein, porque no quisiera, primero, mal emplear una expresión técnica y útil en un contexto muy preciso como lo es la discusión filosófica seria en un contexto que es más bien de reflexiones generales sobre la situación por la que estamos atravesando hoy en día; y, segundo, por nada del mundo quisiera dar la impresión de que estoy de una u otra manera tratando de aprovechar el pensamiento de Wittgenstein en este otro contexto y en relación con un tema que no tiene nada que ver con su actividad filosófica. Nada de eso. Voy a emplear la expresión ‘formas de vida’ de manera no técnica, como una expresión más del lenguaje coloquial, para indicar cosas tan variadas como costumbres, modas, actividades realizadas de manera regular, actividades deportivas, escolares, científicas, burocráticas, etc. Lo que quiero afirmar es entonces lo siguiente: por medio de una pandemia, esto es, de una epidemia de más de tres países y que de hecho ya es mundial, se está rediseñando la vida de la casi totalidad de la población del planeta. Todas las actividades de la gente en México y en Francia, en Madrid y en Tokio, en Nueva York y en Roma, sus hábitos, horarios, relaciones con otras personas, con el medio ambiente, etc., todo, sus dietas, sus entretenimientos, comidas, todo está siendo drásticamente modificado. ¿Podría ser un cambio tan brutal en nuestras formas de vida como ese algo casual, algo causado por un virus que estaba en la naturaleza? Suena cómico! ¿Podría ser la situación por la que todos estamos atravesando el resultado de una decisión de algún monarca invisible? Claro que no! Lo que está sucediendo no es un asunto de decisiones personales, de caprichos individuales. Todo responde al hecho de que el sistema capitalista estaba empezando a asfixiarse y si se hubiera asfixiado las consecuencias habrían sido quizá hasta peores. Es evidente, por otra parte, que de motu proprio la gente no habría aceptado modificar sus vidas como han sido forzadas a hacerlo (y estamos lejos todavía de que la humanidad en su conjunto acepte alterar su vida en una dirección que le es incómoda de entrada pero sobre todo desconocida). Si se le hubiera explicado a la gente por todos los medios, en todos los rincones de la Tierra que había que cambiar la estructura de nuestra organización productiva, laboral, académica, etc., nadie habría hecho caso. La inferencia es obvia: cambios de estas magnitudes tienen que ser inducidos, porque no pueden ser más que forzosos.

Debería quedar claro, en mi opinión, que no fue porque los auténticos dueños del planeta hubieran pensado (como muchos profundos analistas pretendieron hacernos creer cuando el problema estalló) que el sistema era esencialmente injusto, que había que redistribuir la riqueza, etc., etc., que pasa lo que está sucediendo ahora. Ciertamente no fueron los 350 millones de animales que mueren diariamente para satisfacer “necesidades” humanas lo que llevó a la nueva nobleza a aplicarle a la humanidad la enfermedad económica que es la pandemia de covid-19. No fue por razones humanitarias, religiosas, morales, etc., que se está operando el cambio adaptativo a nuestro modo de producir la vida material. Nada de eso. Fue porque el sistema iba a dejar de operar y había que salvarlo que se recurrió al expediente del coronavirus. Es (válgaseme la expresión) demasiado contradictorio seguir haciendo funcionar una oficina con 100 personas cuando con sólo 2 se puede hacerlo. Razones económicas para el cambio que estamos experimentando ciertamente las hay. El problema es que eso no es todo, que no se agota con ello la temática ni la problemática.

Hay algo que probablemente sí habrá cruzado en algún momento por la mente de quienes decidieron implementar el cambio, esto es, de los jerarcas del mundo, pero es de suponerse que tampoco les habrá quitado mayormente el sueño y es: ¿cuál va a ser el impacto de este gigantesco cambio en las vidas de las personas, niños, mujeres, hombres o ancianos? ¿Cómo va a vivir la gente de aquí en adelante en estas nuevas condiciones?¿Cómo se puede rehacer la vida después de un cambio tan brutal, después de haber aprendido a vivir de otra manera? Echémosle un simple vistazo a la situación desde el punto de vista no de los grandiosos y megalómanos arquitectos de la sociedad humana, sino del de las personas normales, comunes y corrientes. ¿Qué podría decirse al respecto?

Como todo proceso de re-adaptación, aprender a vivir de un modo radicalmente diferente de como lo habíamos venido haciendo es forzosamente un proceso doloroso, pesado, difícil y muy probablemente las generaciones de la época del coronavirus habrán sido en este sentido sacrificadas. Pero lo que queremos determinar es: ¿qué efectos concretos tiene en la persona, en el individuo, en el ser humano de carne y hueso, esta imposición? Yo creo que, para evitar el anecdotismo, lo que hay que hacer es intentar responder a esta pregunta expresándonos de la manera más general posible.

El primer cambio doloroso es evidentemente el vinculado con la salud. A diferencia de como se vivía hasta hace un año, vivimos ahora permanentemente en un peligro mortal. Es ya un grave problema en sí mismo que uno pueda en cualquier momento contagiarse y, por las razones que sean, esto es, por el coronavirus, por las complicaciones que genera, por las enfermedades que se contraen en los hospitales, por descuido o negligencia, por debilidad, etc., morir. La enfermedad covid-19 es una espada de Damocles permanentemente colgando sobre nuestras cabezas. Pero hay más y quizá peor: se va a tener que vivir con el terror no sólo de que uno pueda morir sino de que, independientemente de su edad o su sexo, las personas que uno más quiere también mueran. Padres, hijos, abuelos, nietos, amigos, cónyuges, vecinos, etc., cualquiera puede en todo momento sucumbir, porque todos estamos expuestos 24 horas al día. Es claro, pues, que la vida ya no será igual. En relación con esto, quiero enfatizar lo siguiente: desde nuestro punto de vista, el coronavirus en sí mismo es secundario. Una vez que se tenga la vacuna el problema quedará si no resuelto si neutralizado, pero de inmediato saldrá otro virus, uno nuevo, proveniente, digamos, de las truchas de algún río africano, y así indefinidamente. Aquí lo que importa es el control efectivo de la población mundial. Si efectivamente eso es así, con ello se muestra que la actual pandemia es todo menos “natural”, pero no intentaré ahondar en el tema.

Las nuevas formas de vida impuestas por los amos del mundo, que son los grandes defensores del sistema y, claro está, sus grandes beneficiados, hieren letalmente los procesos de socialización que considerábamos normales, empezando por las escuelas y terminando por los bares, los antros y demás. Para evitar ambigüedades o titubeos: hasta la prostitución y la delincuencia tienen que adaptarse a las nuevas circunstancias. También el robo y el asalto serán cada vez más de carácter cibernético. Ahora bien, es obvio que si bien esta “des-socialización” o, quizá mejor, esta “neo-socialización” o “socialización virtual” o “computacional” o “cibernética” tiene consecuencias graves para todo mundo, también lo es que las tiene sobre todo para las personas que están entre la adolescencia y la madurez avanzada, digamos para las personas cuyas edades oscilan entre los 13 o 14 años y los 70 o 72 años, más o menos. Para personas que se mueven en ese abanico temporal va a ser muy difícil adaptarse, porque ‘adaptarse’ en este caso significa algo como aprender a encontrar nuevos objetivos en la vida, nuevos modos de realización, nuevas modalidades de relacionarse con sus congéneres, de divertirse, de pasear y así indefinidamente. En otras palabras, el ciudadano actual tiene que aprender a dotar a su vida de un nuevo sentido y eso es todo lo que se quiera menos fácil.

Los cambios provocados por la pandemia del coronavirus son en verdad inmensos: ¿cómo buscará un joven una pareja y cómo se podrá mantener una relación de afecto con alguien a quien se puede contagiar en cualquier momento, o a la inversa, con alguien a cuya casa no se puede ir, a cuyos padres no puede uno ni saludar? ¿Se van a tener hijos en estas circunstancias?¿Quiere alguien traer niños a vivir en una especie de prisión eterna? Si una joven se compra ropa y se viste bien porque quiere gustar (algo perfectamente legítimo, por lo menos hasta ahora): ¿de qué le va a servir ahora su ropa y su peinado? Ahora lo que se requiere es un buen uniforme casero, lo menos parecido que se pueda a un uniforme de cárcel federal para evitar asociaciones gratuitas, porque ¿para qué comprar ropa? Lo que hay que tener es una buen cubre bocas y una elegante máscara! En verdad: ¿seguirán teniendo sentido los grandes almacenes? En lo más mínimo: ya toda transacción se puede hacer por internet y cada vez más habrá alguna compañía que lleve los productos que uno requiere hasta su domicilio y asunto arreglado. O sea, el comercio tradicional en gran escala está condenado. Habrá que inventar nuevos juegos o nuevas formas de disfrutar el box, el futbol, el baseball, etc., porque los estadios se parecen cada vez más al Coliseo romano: son reliquias de una época pretérita. ¿Tiene sentido viajar? Pero ¿para qué va uno a gastar en aviones si la ciudad que uno quiere visitar está clausurada? Es la vida humana como un todo, no aspectos a dimensiones o facetas de ella, lo que fue arteramente afectado. En esas condiciones: ¿puede sorprendernos el aumento de la violencia, el incremento en suicidios, la pandemia de las depresiones y de diversos estados sicóticos? Lo más torpe en lo que se me ocurre que podría pensarse es que la culpa de todo recae en lo que para algunos parece ser el sector social odiado por excelencia, i.e., los hombres, a los que hábilmente se les ha convertido en el receptáculo perfecto de toda culpa y toda maldad. Como bien lo enseñó Platón, la fuente del mal es siempre la ignorancia.

A mí me parece que es intuitivamente claro que este paisaje semi-tenebroso que estoy pintando no es el de una situación que podría durar eternamente. La raza humana no lo soportaría ni, por otra parte, es algo que alguien quiera. Poco a poco, a lo largo del siglo se irán haciendo los ajustes que la nueva forma de vivir habrá exigido que se hagan y entonces se entrará en una nueva etapa de estabilidad en la que se podrá volver a ser libre, a intentar ser feliz, etc., es decir, una etapa en la que la vida humana volverá a tener un sentido más o menos definido y más o menos parecido al que alguna vez tuvo.

Intelectuales Tropicales y Golpes de Estado

Me parece que antes de iniciar nuestro breve análisis de la situación que nos interesa examinar deberíamos hacer un recordatorio elemental pero, como intentaré hacer ver, indispensable. Así, debe quedarnos claro a todos que después de decenios de entrenamiento, hay ya hasta manuales de cómo derrocar un gobierno legítimo. Con esto en mente, iniciemos nuestra labor de análisis.

Como más de una persona recordará, durante mucho tiempo en México había dos figuras políticas que era pura y llanamente imposible criticar: el presidente de la República y el papa. Si algo de esto lograba hacerse, se corrían graves peligros. Dado que, por un sinfín de razones en las que no entraré aquí y ahora, puede afirmarse que la civilización cristiana está prácticamente desahuciada, el papa dejó de ser una figura fundamental en la vida política nacional y con ello se amplió el horizonte de la crítica política. Es cierto que todavía llegan millones el 12 de diciembre a la Basílica de Guadalupe y vemos con consternación las manifestaciones de idolatría, fanatismo, credulidad, fe, etc., de innumerables personas que de rodillas, arrastrándose, en sillas de ruedas le piden a la Virgen que los ayude en su miseria, con sus deudas, sus limitaciones, sus penas y demás. Pero esta no es más que una faceta de la vida religiosa que es de las últimas en extinguirse. No ahondaré, sin embargo, en el tema porque mi objeto de reflexión es otro. Lo único que quería señalar es que habiendo perdido vigencia en el mundo la religión católica, la prohibición política de no criticar al papa se fue diluyendo y en la actualidad hasta chistes se hacen de Su Santidad. Y lo que sostengo es que algo similar sucedió con la figura presidencial, un fenómeno que en México sin duda alguna se intensificó debido a la mediocridad qua estadistas de quienes estuvieron al frente del país.

Un exhorto: no confundamos, por favor, poder nacional transitorio con grandeza o trascendencia histórica. Los presidentes de México hasta hace poco eran prácticamente dictadores y así se conducían, pero como eran mediocres culturalmente, abiertamente inmorales (¿a quién pueden engañar un Felipe Calderón o un Peña Nieto?), ostensiblemente anti-mexicanos (“vende-patrias” descarados), vulgares arribistas (Fox. ¿Será el único?), algunos de ellos acompañados de “primeras damas” para las cuales podríamos acuñar más apropiados epítetos, hicieron que la figura presidencial fuera perdiendo lustre y se convirtiera finalmente en un artefacto político al servicio de intereses particulares. Así, el proceso que podríamos denominar de “desmitologización del presidente” llegó al grado de que en la actualidad cualquier mequetrefe con una dosis mínima de insolencia se atreve a increparlo, a “criticarlo” y hasta a insultarlo y ello no sólo en un plano político, sino hasta personal. Todos en más de una ocasión hemos sido testigos de actitudes bochornosas y conductas francamente odiosas como lanzar improperios en contra del hijo y de la esposa del presidente, de burlas que rebasan con mucho el límite de lo decente, que van más allá del mal gusto y, probablemente, hasta de lo legal. Que las cosas han evolucionado en el sentido indicado es algo que cualquiera puede de alguna manera “corroborar”. Haga el lector el siguiente experimento: imagínese a sí mismo a finales de los años 90 del siglo pasado hablando en público o escribiendo algo para algún periódico acerca de las orejas o de la calva de Carlos Salinas de Gortari. Con toda franqueza: ¿cree el lector que alguien se habría atrevido a semejante desacato y que si, per impossibile, lo hubiera hecho, no le habría pasado nada? Los ejemplos podrían proliferar, pero el punto es claro: la figura presidencial se ha desmoronado y al presidente Andrés Manuel López Obrador le tocó lo que bien podría ser la fase final del presidencialismo mexicano.

Ahora bien, es un hecho irrecusable que las relaciones entre el gobierno del actual presidente de México, por un lado, y los medios de comunicación, por el otro, están viciadas y de hecho podrían quedar recogidas mediante una muy simple directiva: al presidente (con todo lo que eso acarrea, esto es, su política) se le critica si hace algo y se le critica también si no lo hace o inclusive si hace lo contrario. Ese es el principio rector de la prensa y la televisión mexicanas en relación con el presidente Andrés Manuel López Obrador. Ese es el hecho. Cabe preguntar: ¿por qué es ello así?

A mi modo de ver, el estado de cosas prevaleciente es sintomático y ciertamente digno de vivisecar. Notemos, primero, que quienes día tras día se dedican a criticar o a burlarse del presidente constituyen obviamente la infantería del partido de la oposición. Son los soldados rasos, los peones del juego político, aquellos con quienes “empieza” la partida, el verdadero enfrentamiento político que ha de seguir. Me refiero, claro está, a los “intelectuales” (me estremezco al usar esa palabra, sobre todo cuando veo la lista de quienes firmaron el documento por la “libertad de expresión”. Hay desde directores de institutos de la UNAM hasta panfletarios y agitadores profesionales, pasando por toda clase de parásitos y de deudores del fisco que hasta vergüenza daría mencionarlos!), es decir, a los encargados de iniciar lo que en principio debería transmutarse en un ataque frontal, directo, mortal y definitivo en contra del actual gobierno. Recordemos nuestro axioma inicial: hay manuales acerca de cómo derrocar un gobierno y la labor inicial se le confía a los periodistas, a los analistas, a los comentaristas, etc., cuya función es embrutecer con pseudo-análisis a la población, desinformando a la gente, repitiéndole ad nauseam mentiras y aplicando multitud de tácticas similares (como erigirse en juez y parte de cada situación de la que se ocupan). Y esto es lo que cotidianamente se hace sólo que hay un problema: los encargados de iniciar el barullo politiquero son tan ineptos que no sólo no logran paralizar la mente de la gente, sino que generan más bien los estados de ánimo contrarios a los que pretenden promover! Lo cierto es que mientras más elevan sus infantiles, pueriles, aburridas, repetitivas e injustificadas críticas al presidente más lo acercan a la gente y más refuerzan el apoyo que ésta le brinda. Sería un acto de honestidad intelectual inaudito el que reconocieran que un alto porcentaje de sus “críticas” no son sólo injustificadas, sino que son declaradamente estúpidas. ¿Qué se puede lograr con soldados tan ineptos como estos? Algo me hace pensar que los magnates que les pagan deben estar muy descontentos con su desempeño.

Afirmé que el conflicto entre el presidente y los mass-media es sintomático, pero sintomático ¿de qué? Naturalmente, de una confrontación que es de mucha mayor envergadura. En realidad, el conflicto no es con los “periodiqueros”. Quienes cuentan son sus ventrílocuos. Pero ¿quiénes son estos? Dejemos que los intelectuales que protestan nos lo digan ellos mismos. Hasta donde es factible ver, los payasos de la “inteligencia” mexicana recibieron la orden de agitar y a lo más que llegaron fue a la peregrina idea de protestar por el peligro en que se encuentra en México la libertad de expresión. Seamos francos: originales no son. ¿Quién que no esté ebrio, embrutecido por drogas o que no sea un delincuente mental podría darle crédito a semejante queja, cuando es palpable que en México hoy por hoy se escribe y se dice absolutamente lo que se quiera? Esa acusación, por lo tanto, es pura y llanamente ridícula. Naturalmente, frente a lo ridículo la reacción popular es la de alzarse de hombros, no hacer caso y seguir adelante. Por lo tanto, la primera fase del ataque al gobierno nacional es fallida y nuestra conclusión preliminar es simple: los intelectuales tropicales no saben hacer su trabajo de desmantelamiento ideológico. Entre otras razones, estos ineptos en grado superlativo no parecen entender que son abiertamente contradictorios: ellos quieren que el pueblo apoye medidas anti-populares. Eso es absurdo. El que nuestros “intelectuales” no defiendan causas populares es algo que la gente, aunque sea intuitiva u oscuramente, percibe, entiende, capta y resiente. Por lo tanto, toda su diarrea lingüística es inevitablemente contraproducente para los intereses de sus propios amos. La explicación es simple y es que no saben hacer el trabajo por el que les pagan que, yo añadiría, no es poco!

En todo caso, la consecuencia práctica inmediata de la torpeza de los “intelectuales” que protestan ante la supuesta falta de libertad de expresión en nuestro país (ojalá que de entre esos afanosos libertarios no surja uno que pretenda que yo sí me calle, aunque ello no debería sorprendernos porque su incoherencia es hiperbólica) es que en esas condiciones simplemente no puede arrancar la segunda fase del ataque al gobierno, que es la de la lucha política y económica abierta en su contra y aunque sea en detrimento de los intereses de la población en su conjunto. A los enemigos del pueblo no les importa si hay escasez de comida y si la gente tiene hambre, si como ratas viviendo amontonadas las personas se lastiman unas a otras, si se les quitan los medicamentos a los enfermos, niños u otros, como ha pasado en el sector salud en donde miembros del personal de hospitales y clínicas esconden, escamotean, negocian, etc., las medicinas adquiridas por el gobierno y así indefinidamente. En la lucha en la que están en juego los intereses concretos de grupos de privilegiados ya no hay límites. Esa fase todavía no empieza, porque la primera ha sido fallida. La simple presentación diaria del presidente en la pantalla proporcionando información de primera mano, genuina, verídica, confirmable ha bastado para neutralizar la ponzoñosa verborrea anti-gubernamental. Aquí casi podríamos adaptar el lema de D’Artagnan y sus amigos: todos contra uno y uno contra todos. ‘Todos’ quiere decir aquí, evidentemente, los afectados por la política rectificadora de la 4 T, la bien llamada ‘Cuarta Transformación’, y ‘uno’ querría decir ‘el presidente’, pero con el pueblo apoyándolo.

La ineptitud de los hipócritas dizque paladines de la libertad de expresión, en el peculiar sentido en que ellos emplean la frase, puede llegar a materializarse en algo a la vez patético y risible, como sucede con uno de los videos de propaganda anti-gubernamental en el que un elocuentísimo “orador” (me ahorro el nombre, entre otras razones porque no le voy a hacer publicidad alguna. Todo mundo además sabe de quién hablo) exhibe una de las verdaderas motivaciones de esta ansiosa demanda de libertad de expresión: él deja perfectamente (por no decir ‘descaradamente’) en claro que todo en última instancia se retrotrae al tema de la consulta iniciada por el presidente para determinar si es constitucionalmente válido someter a juicio a los expresidentes o no. En otras palabras, el verdadero problema no es el de la libertad de expresión. Eso es lo que los soldados ideológicos presentan como motivación para la insurrección, pero obviamente es una mentira. El verdadero problema es un conflicto de poder, de dinero y de tráfico de influencias que opone a quienes dirigen en la actualidad las instituciones nacionales y a quienes durante cinco sexenios no hicieron otra cosa que sacarles jugo, beneficiarse personalmente de ellas, aprovecharlas de la manera más descarada posible para encumbrar a parientes, amigos y socios, todo ello claro está a costa de las arcas de la nación y del bienestar popular. Nosotros, sin embargo, no vamos a caer en la simplona treta de discutir sobre la libertad de expresión en México, porque ese no es un problema real. Lo que nosotros y todos los ciudadanos tenemos que plantearnos es la pregunta: ¿son enjuiciables los antiguos mandatarios o no?

A reserva de elaborar, en este y en otros escritos, la contestación a dicha pregunta, la primera respuesta que automáticamente se nos viene a las mientes es: ¿y por qué no habrían de serlo?¿Se trata acaso de seres divinos que nosotros, pobres humanos, no podemos cuestionar, frente a los cuales lo único que podemos hacer es postrarnos, rogarles, pedirles perdón? Hasta donde se me alcanza, estamos hablando de seres humanos comunes y corrientes, individuos que lo único que los distingue es el haber ocupado durante seis años el puesto político más importante del país (y haberse hecho muy, muy ricos). La pregunta que nos hacemos es: ¿se puede, se tiene el derecho de deliberar públicamente y con la documentación y los testigos apropiados sobre el desempeño de esos individuos o no? Desde mi humilde punto de vista, el único desideratum a tomar en cuenta es si dañaron a la nación, si traicionaron al pueblo, si abusaron del poder del que gozaron o no. Esa es la pregunta y la respuesta es tan obvia que quizá lo mejor sea ilustrarla simplemente. Cualquier persona normal razonaría de este modo: si juzgan o destituyen o meten a la cárcel a un mandatario, como fue ni más ni menos que el caso de Richard Nixon en los USA, el de Fernando Collor de Mello y Lula da Silva en Brasil y otros que podríamos citar: ¿por qué no podrían en México ser juzgados políticamente los pasajeros amos del país?¿Es acaso absurdo pedir que rindan cuentas? ¿Quién los exoneró de dicha obligación? ¿El pueblo de México, al que tanto humillaron, ofendieron y degradaron desde todos puntos de vista? Seamos claros y directos: la solicitud del presidente de que se determine si constitucionalmente los ex-funcionarios públicos mayores, como dije seres humanos como nosotros, que ocuparon durante un periodo larguísimo un puesto privilegiado pero que lo aprovecharon en última instancia ante todo para hacer el mal, son susceptibles de ser juzgados es la expresión política del sentimiento nacional. Es evidente que si fuera un mero capricho presidencial sería insensato siquiera proponer algo así. El presidente no tendría la fuerza política para ello. Pero lo que les debe quedar bien claro a estos lacayunos “intelectuales” al servicio de los ex–presidentes es que lo que está detrás de la iniciativa presidencial es una demanda nacional, es lo que los mexicanos queremos. Lo que el presidente perfectamente captó fueron las significativas miradas de las víctimas de los pseudo-virreyes, de los que se creyeron miembros de una nueva nobleza, de los que nos trataron como si fuéramos sus siervos. Señores intelectuales, sabios del Trópico de Cáncer: ¿quieren saber qué queremos los mexicanos? Que juzguen a los delincuentes! ¿Les quedó claro?

Sabemos, pues, en qué consiste el actual conflicto y quienes toman parte en él. Contemplando el campo de batalla, nos damos cuenta de que, desde diversos puntos de vista, la confrontación es muy dispareja. El enemigo tiene la prensa (yo no la llamaría amablemente ‘de derecha’ ni ‘fifí’ ni nada por el estilo, sino más bien ‘abiertamente reaccionaria, vendida y anti-mexicana’), la televisión (Televisa a todo volumen) y a su servicio una cierta casta (no llegan a constituir una clase, ni por el número ni por la heterogeneidad) conformada por “intelectuales” acomodaticios, resentidos por haber perdido regalías de toda índole, gente abiertamente al servicio de servidores públicos, de super-ricos o de potencias extranjeras operando en México. Lo que sin dudad tienen en común es que todos reverencian el dinero. Por su parte, el presidente tiene consigo dos “comodines” políticos: desde luego, las instituciones nacionales y, no menos importante, un incuestionable y decidido apoyo popular. Pero viéndolo bien, tiene también algo más, a saber, lo animan causas justas. Ahora bien, es menester señalar que el gobierno también tiene debilidades, algunas de ellas graves. A mi modo de ver, las debilidades mayúsculas del presidente son, primero, que no tiene portavoces, que carece de un departamento de propagandistas dedicados a defender, justificar y ensalzar su política, sus decisiones, su lenguaje, etc., así precisamente como lo hacen sus enemigos; segundo, que en su afán por ser coherente el presidente de despoja a sí mismo de armas para el combate cotidiano. O sea, él mismo se debilita; él mismo le abre las puertas a los traidores, saqueadores, tramposos de toda clase. Parecería que al presidente se le olvida, desgraciadamente, que la lucha política pasa por fases diversas y que una cosa es la lucha por el poder y otra la lucha desde el poder. Cambiar de tácticas no es ser incoherente; es simplemente adaptarse a las nuevas circunstancias. Aquí no se está lidiando con párvulos y se tira a matar.

Ser dirigente de un gobierno popular inevitablemente implica que se lastimen intereses creados, ilegítimos, espurios, indecentes y eso, obviamente, tiene que suscitar enemistad, animadversión, odio y deseos de acabar con él (políticamente al menos). En México, sin embargo, la lucha es dispareja porque el presidente juega con reglas y se atiene a ellas, en tanto que sus adversarios no. Calumnias como las que aparecen en el “Reforma” deberían ser penadas. La disparidad en cuestión, por otra parte, tampoco es casual. Después de todo puede tratar de defenderse con la ley cuando de lo que se es culpable es de delitos de lesa nacionalidad. Ciertamente, el presidente podría ser mucho más drástico de lo que es en el marco de la ley, pero no lo está siendo. Cualquier reporterillo o reporterilla de tercera le falta al respeto durante sus exposiciones matutinas. Todo eso desespera a sus seguidores y simpatizantes. A mi modo de ver, permean el pensamiento del presidente algunas confusiones conceptuales más bien graves (como por ejemplo confundir libertad con anarquismo, permitir actos unilaterales de violencia como muestra de democratismo, etc.), pero no entraré en ellos aquí y ahora. Me interesa hacer un esfuerzo y adelantarnos a lo que sugieren los manuales para derrocar gobiernos legítimos.

Estoy seguro de que a más de una persona le parecerá que lo que estamos viendo es una película que hemos visto ya en numerosas ocasiones. Las ambiciones, los temores, los odios de los afectados en la lucha actual son hombres ricos y poderosos, individuos que pueden recoger el guante y enfrentarse al gobierno. De lo que quizá no estén muy conscientes es de que con esa postura lo que logran es llevar a los dirigentes (y como consecuencia de ello, a los países) a posiciones para las que posteriormente no hay marcha atrás. Son seres así, totalmente renuentes al cambio y a la renovación, los que obligan a que los gobiernos sean derrocados o se radicalicen para seguir existiendo. Parecería entonces como si los dirigentes de gobiernos populares tuvieran que elegir entre ejemplificar a Nicolás Maduro (radicalización de un movimiento) o a Salvador Allende (auto-inmolación en aras de un ideal político). En otras palabras, ante la presión de los oligarcas, los caciques, los patriarcas, los grandes rateros y demás o se acentúan los procesos de lucha contra la corrupción, contra la delincuencia, etc., o los dirigentes optan por dejarse asesinar y le ceden el lugar a los Pinochets de siempre. Huelga decir que los ineptos intelectuales tropicales no tienen nada que temer ante un golpe de estado, signifique eso lo que signifique para la Patria. Ellos saben cómo entenderse con el poder militar, cómo adular a los nuevos jerarcas y sobre todo, cómo beneficiarse del fin de la lucha contra la corrupción y la miseria, que a final de cuentas para ellos no pasa de ser un tema de seminario, en el mejor de los casos.

El presidente ciertamente tiene consigo dos “comodines”: las instituciones nacionales y un incuestionable apoyo popular. Afortunadamente, así como están las cosas intentar un putsch, un atentado, un golpe de estado es todavía prematuro y simplemente equivaldría a incendiar el país de arriba abajo. Eso sólo le convendría a los que están en la mira de la justicia. Para fortuna de nosotros, los mexicanos, los encargados de preparar el terreno de la ingobernabilidad profunda son unos magníficos ineptos, por lo que podemos afirmar que la primera fase del manual ni siquiera se ha iniciado.

Andrés Manuel López Obrador: ¿drama o tragedia?

Todo mundo sabía que, a partir del momento en el que el Lic. Andrés Manuel López Obrador ganara las elecciones presidenciales, el país automáticamente se encaminaría por la ruta de la confrontación política y social. Era impensable que, por injustificados que fueran sus privilegios, los favorecidos del antiguo sistema y a quienes se les iba a poner en orden se quedaran pasivamente contemplando su defenestración. La confrontación en cuestión, cuya temperatura sube día con día, era de entrada muy desigual, muy dispareja. Por un lado estaban el presidente, las masas de votantes que lo llevaron al poder y los aparatos de Estado, i.e., el gobierno nacional, ocupado éste por primera vez desde hace muchos lustros por un genuino representante de las clases trabajadoras, populares, menos favorecidas, despreciadas. En otras palabras, por el pueblo de México en su inmensa mayoría. Por el otro lado estaban las vampirescas élites nacionales, las mafias constituidas por gente de camisas de seda y relojes de 100,000 pesos pero carentes por completo de escrúpulos, nunca movidos únicamente por algo que no fueran intereses personales y que habían logrado, a través de un fétido e inducido proceso de putrefacción social, apoderarse de los organismos de gobierno y ponerlos a funcionar para su beneficio. Naturalmente, este opulento grupo social que vive de la sucia mezcolanza de poder político con poder financiero en gran escala nunca viene solo. El grupo en cuestión actúa libremente pero de manera oculta y silenciosa, porque para la defensa de sus ambiciones y la representación pública de sus intereses tiene a su disposición, es decir, a sueldo, a toda una caterva de dizque intelectuales tercermundistas, de calumniadores profesionales que se presentan a sí mismos como “periodistas”, como “comunicadores” o como “especialistas” pero que en realidad no son otra cosa que agitadores profesionales, mentirosos descarados y agentes incrustados en los sistemas de propagación ideológica y control mental, es decir, en los periódicos, en la televisión y en el radio. No incluyo las redes sociales puesto que, afortunadamente, éstas no les pertenecen porque, como a todos nos queda claro, si fueran de ellos harían de dichas redes exactamente el mismo uso que hacen de los medios de comunicación de los cuales sí son propietarios. Así, pues, en la confrontación que arrancó desde el momento en que el Lic. López Obrador tomó posesión y que al día de hoy no ha menguado ni tiene visos de hacerlo, muy rápidamente las partes del conflicto quedaron nítidamente delineadas ante la opinión pública. El poder quedó del lado del presidente, un poder fuertemente respaldado por un apoyo popular masivo e incondicional; del otro lado quedaron, aparte de los grupúsculos de privilegiados susceptibles de ejercer fuertes presiones económicas y políticas, todos los mecanismos de desinformación y desorientación sistemáticas a los que se puede recurrir y que desde entonces simplemente no dejan de funcionar. Todo mundo sabe que la lucha tramposa, mal intencionada, mendaz, tendenciosa de los enemigos del presidente y, por transitividad, del gobierno y del pueblo de México, se implementa y actualiza 24 horas al día. El presidente ha respondido a todas estas agresiones, que van desde estupideces mayúsculas y difamaciones indignantes hasta acciones que rayan ya en la ilegalidad, con medidas de gobierno sensatas, con políticas que sólo quienes no sienten nada por México podrían cuestionar, con una conducta personal intachable y con sus conferencias matutinas, imprescindibles para mantener un mínimo de equilibrio respecto a la información. Así, pues, a primera vista al menos el escenario político nacional se ubica sobre un trasfondo de conflicto y confrontación cotidianos que hace pensar que de lo que somos testigos es de un drama político de resultado incierto.

Ahora bien, con el anuncio, hecho por el mismo presidente de México, de una genuina conspiración en su contra, ya a estas alturas imposible de ocultar y en verdad cada vez más descarada, y dados ciertos excesos de bondad, de liberalidad y quizá hasta de inocencia o de miopía política en los que una y otra vez los dirigentes de la Cuarta Transformación incurren, provocados por ciertas confusiones conceptuales tan burdas como graves pero cuyos efectos de inmediato se hacen sentir, la percepción del conflicto social que vive hoy nuestro país forzosamente cambia y nos lleva de visualizarlo como drama a verlo como una potencial tragedia. Hagámonos entonces abiertamente la pregunta: ¿es lo que vive México un drama político o más bien lo que se está gestando es una tragedia política? Intentemos responder a este interrogante.

Empecemos con una aclaración semántica. Es innegable que en nuestro país se tiende a usar de manera inexacta o semi-correcta la palabra ‘tragedia’ y sus derivados, como ‘trágico’. Se habla de una tragedia cuando se produce un desastre natural y que muchas personas mueren o cuando fallecen muchas personas en un accidente aéreo o cosas por el estilo. Pero en sentido estricto una tragedia es otra cosa. La palabra, como todo mundo sabe, es de origen griego y en la antigua Grecia servía para designar cierta clase de representaciones histriónicas cuya característica esencial o definitoria era que el héroe de la pieza de teatro que fuera, por una concatenación de sucesos y acciones, se veía llevado al desenlace fatal que él a toda costa y conscientemente había tratado de evitar pero que, por coincidencias, felonías, intrigas, errores, caprichos de los dioses, casualidades, etc., él mismo generaba y ante los cuales finalmente sucumbía. Demos un ejemplo simple: a Edipo se le dice que matará a su padre y se casará con su madre. La perspectiva de semejante situación genera en la gente normal un sentimiento de horror y de repulsión tanto ahora como en aquellos tiempos, en Grecia como en China. Para evitar semejante destino, Edipo abandona su tierra natal pero por sus propias acciones y un sinnúmero de vicisitudes, él mismo sin saberlo se coloca en la posición de matar al rey (que es su padre, lo cual naturalmente él ignora) y casarse con la reina (que es su madre). Él no quería que eso pasara pero, por así decirlo, su destino ya estaba escrito y no había forma de que lo eludiera. Hiciera lo que hiciera, él estaba condenado a algo y en eso precisamente consiste la tragedia: él mismo construyó la vía que lo llevó a tan horrendo resultado.

Con base en lo expuesto, podemos replantear nuestra pregunta, la cual tendrá para nosotros ahora sí un sentido un poco más definido: cuando hablamos de la Cuarta Transformación y del futuro del actor político del cual ella depende, esto es, del Lic. Andrés Manuel López Obrador: ¿aludimos a un drama o hablamos más bien de una potencial tragedia?

Consideremos la primera opción. Si la lucha política que casi paraliza al país es un drama, entonces la moneda está en el aire y el resultado es aquí y ahora impredecible. Puede ganar el proyecto del Lic. López Obrador como puede vencer la poderosa clique anti-mexicana. En ese caso, todo dependerá de la habilidad de quienes toman parte activa en la confrontación. Al respecto yo pienso que en, en circunstancias normales, la batalla la tiene ganada el presidente de México. ¿Por qué? Las razones son múltiples y de muy variada índole, tanto positivas como negativas. Mencionemos velozmente un par de ellas.

En primer lugar, las causas por las que el actual gobierno (dirigido por un auténtico luchador social como lo es el presidente) lucha son intrínsecamente mejores, más nobles que las de los adversarios. Es risible pensar que es mejor luchar por mezquinos intereses personales o de grupo que por intereses colectivos y nacionales. Y, como era de esperarse, las diferencias entre objetivos tienen su reflejo en las diferencias entre los individuos que toman parte en la contienda. A mí al menos me parece obvio que no pueden tener el mismo status moral quien a toda costa y por todos los medios pelea por mantener sus privilegios sin que le importe en lo más mínimo su costo social que quien lucha por salvaguardar los intereses básicos los demás. Nadie nos podrá convencer de que es mejor rescatar unos cuantos emporios que garantizarle un mínimo de comida, educación y salud a la inmensa mayoría de la población. Prima facie, nadie intentaría convencernos de que el eje fundamental de la política del actual gobierno, a saber, la lucha en contra del virus social y mental de la corrupción, sea algo que deberíamos combatir. Sinceramente, no creo que haya una persona en su sano juicio que seriamente intentara defender el excepcionalismo fiscal consistente en exentar de impuestos a grandes corporaciones, a los compadres y amigos con los que se quiere quedar bien y en última instancia a quien uno quiera, porque para eso se detenta el poder. Recuérdese además que cuando hablamos de exención de impuestos no estamos aludiendo a los impuestos que Hacienda extrae de profesionistas, de pequeños empleadores, de burócratas que están en nóminas y que son fácilmente detectables, etc. No! Estamos hablando de opulentas empresas a las que se les condonaban miles de millones de pesos por ser eso precisamente, esto es, empresas opulentas. Y en este contexto ‘opulentas’ quiere decir justamente que podían sin problemas pagar los impuestos que le deben al erario público. Que estamos hablando de fraudes descarados lo pone de relieve el hecho de que ni una sola de las entidades físicas o morales que se beneficiaron de la política de discrecionalidad fiscal practicada por los presidentes que antecedieron al Lic. López Obrador defiende públicamente su injustificado privilegio. Privilegios así, declaradamente injustos, simplemente no son defendibles y no hay nada más que discutir. Con toda franqueza y en toda candidez: aparte de algún retorcido mental: ¿quién puede ir en contra de la política de recuperación de adeudos? Con ejemplos de esta clase podríamos llenar páginas, por lo que me limito a enunciar mi premisa y conclusión: las causas de la Cuarta Transformación son superiores moral, legal y socialmente a las de sus adversarios.

En segundo lugar, es evidente que el tiempo corre en contra de los enemigos de la Cuarta Transformación y ello por una razón muy simple que hasta ellos entienden: la labor emprendida por el presidente tarde o temprano tendrá que empezar a rendir frutos de manera palpable, visible, tangible, imposible de negar. Una vez que empiece a darse la recolección de los resultados deseados éstos bastarán para cerrarle el pico a las aves de mal agüero que hoy retan al presidente. Para bien o para mal, lo cierto es que las transformaciones sociales llevan tiempo y el esfuerzo hasta hoy realizado por el presidente de México inevitablemente es de efectos retardados, porque no puede ser de otra manera. Pero ‘retardados’ no significa que no llegarán nunca, sino simplemente que no son inmediatos. En todo caso, una vez que el tren del sureste entre en funciones, que el nuevo aeropuerto de Santa Lucía se active, que el ciudadano medio se percate de los beneficios que acarrea la inmensa inversión en infraestructura que está haciendo el gobierno de México, cuando se aprecie lo que fue la reconstrucción y la puesta en funciones de decenas de hospitales abandonados y así sucesivamente, entonces la gente sentirá la necesidad de agradecerle al presidente todo el bien realizado, así como ahora le agradece la ayuda pecuniaria que ha desparramado (y con la que otros se habrían llenado los bolsillos). Se le habrá quitado entonces a la pandilla de propagandistas parásitos sus principales elementos de crítica del actual gobierno y habrán perdido para siempre la posibilidad de debilitar el apoyo popular al presidente. Por ello, mientras el pueblo de México siga sintiendo que tiene un gobernante que piensa en él y que se ocupa de él, que a través de becas, apoyos, programas sociales, etc., le ayuda a llevar comida a su casa diariamente, el actual gobierno tiene la partida ganada.

En resumen: podemos afirmar que si las cosas se dan como fueron previstas, cuando venga el momento de tomar decisiones, la balanza muy claramente se estará inclinando en favor del Lic. López Obrador. Estaríamos entonces hablando de un drama con un final feliz y de un nuevo comienzo en la historia de México. A mi modo de ver hay que ser muy miope políticamente para no entender que una vez que las importantes reformas efectuadas en todos los dominios de la vida social cuajen, éstas serán simplemente irreversibles o si son reversibles (lógicamente, todo puede pasar) lo serían a un costo tan alto que no es seguro que haya alguien que lo quiera pagar.

En México, lo sabemos, no hay oposición política no sólo de altura sino que simplemente no la hay, dado que los partidos promotores de la gran corrupción, PRI y PAN (muchos estarían tentados de añadir al PRD, pero no voy a entrar en controversia por esto. Con los dos primeros me doy a entender) fueron barridos en las elecciones y expulsados definitivamente de la mente y del corazón de la gente. A estas alturas: ¿quién se acuerda y a quién le importa el PRI? Ahora bien, eso no significa que los enemigos de México no hayan desatado una guerra contra el país no ya en las Cámaras, puesto que allí no cuentan, sino en los espacios públicos. La guerra contra el actual gobierno se da en dos grandes frentes. Está por una parte el frente silencioso pero efectivo de la economía real (falta de inversiones, boicot permanente de los planes de gobierno, remesas de divisas hacia el extranjero, etc.) y el frente estridente de los monigotes de ventrílocuo de siempre, dizque expertos parlanchines, mentirosos, tergiversadores y que, como plaga bíblica, acaparan casi en su totalidad periódicos y programas de radio y televisión. Todos los días se dicen cosas realmente tan ridículas como execrables sobre el presidente, sus colaboradores y su política. Desde Cero Gómez Leyva hasta Leo Zuckermann, pasando por los abominables Ricardos Alemanes y Lorets de Mola, todas las marionetas ideológicas al servicio de las élites enardecidas están metidas en una impresionante campaña en contra tanto de la Cuarta Transformación como de la persona misma del Lic. López Obrador. No debería sorprendernos, dicho sea de paso, que la lucha contra los intereses nacionales revista a menudo la forma de ataques en contra el ser humano mismo que es el presidente. Pero ¿quiénes son los soldados ideológicos de los regímenes anteriores? Son muchos y es por lo tanto imposible no digamos ya debatir con todos, sino simplemente enumerarlos. Confieso que no me rebajaría al grado de tomar en serio y discutir afirmaciones hechas por un engendro como Ricardo Alemán pero, para ilustrar rápidamente la calaña de los “críticos” de la presidencia, consideremos momentáneamente a Leo Zuckermann, por el cual (y esto debe quedar bien claro) Televisa es política y socialmente responsable. Presentado como un “especialista”, como un sabelotodo que lo mismo habla de finanzas que de cine (y cuya cultura cinéfila prefiero no traer a colación), este sujeto no tiene otro objetivo que desvirtuar, desprestigiar, difamar todo lo que emane del actual gobierno. Esa es su función. No hay programa (que yo, como muchas personas, dejé de ver hace ya mucho tiempo) en el que no intente abierta o solapadamente, dependiendo del tema, debilitar el pacto federal, la unión nacional, los esfuerzos gubernamentales para enfrentar la actual crisis, presentando siempre temas y problemas de manera insidiosa, tratando de convencer al tele-espectador de que el presidente es el responsable hasta de la pandemia que afecta a todo el planeta. En pocas palabras, Zuckermann es defensor de las causas más anti-populares y más anti-mexicanas y llega en sus desplantes y exabruptos hasta donde sus invitados se lo permiten. Pero tan pronto uno de estos difiere mínimamente, de inmediato se revela su verdadera estatura intelectual y entonces hace el ridículo mostrando sin dar lugar a ambigüedades que no tiene realmente nada que decir. Cometió, por ejemplo, el error táctico garrafal (en el que, supongo, nunca más volverá a caer) de invitar al ex-presidente de Ecuador, al gran Rafael Correa, pensando en que le iba a dar una cátedra de economía y de política pero de quien recibió una vapuleada formidable y por si fuera poco con la mano en la cintura. Quien vio el programa sabe que no hubo una sola cuestión en relación con la cual Correa no lo exhibiera como lo que es: un ignorante y un ideólogo barato que no resiste un examen serio. Esa sesión fue francamente desopilante! En todo caso, estos son los enemigos de AMLO y así son los enemigos del pueblo de México. Son estos grupos de poder e influencia quienes permanentemente riegan “fake news” concernientes a los programas de gobierno y la figura del presidente. A decir verdad, no sabemos qué son más, si las mentiras que destilan o las verdades que sistemáticamente ocultan.

Ante esta situación, a sabiendas de que el ataque permanente al presidente no va a cesar, si se va a seguir haciendo todo lo que se pueda por todos los medios asequibles para bloquearlo, para detener las reformas, para ridiculizarlo, para regresar al estado de impunidad y de injusticia social crónica e imperdonable que los opositores de la Cuarta Transformación tanto añoran, entonces la pregunta que hay que plantearse es: ¿cómo debe reaccionar el Lic. López Obrador en tanto que líder del gobierno y dirigente nacional? Yo pienso que hay una serie de puntos que es muy importante consignar y quisiera aquí enumerar de manera cruda algunos pensamientos que me parecen importantes tomando en cuenta el contexto real actual. De antemano prevengo que ni mucho menos pretendo ofrecer una lista exhaustiva ni un análisis completo ni nada que se les parezca. Además, estoy seguro de que no digo nada que el presidente no sepa ya, pero aquí de lo que se trata es, primero, de expresar lo que uno piensa y, segundo, de tratar de llamar la atención sobre diversos aspectos de la sorda lucha que se desarrolla en México porque ello podría ser de alguna utilidad para quienes quisieran que la Cuarta Transformación triunfe, es decir, que se imponga en este sexenio y se refuerce desarrolle en los que siguen. Con esto en mente, creo que podemos afirmar lo siguiente:

A) El presidente debe saber que su actitud pacífica y conciliatoria (porque lo es! Si no fuera así las cárceles ya estarían repletas de bandidos de cuello blanco, de promotores de golpes de Estado, etc.) no es correspondida. Él extiende la mano y lo que recibe es una bofetada. El presidente debería saber que en principio sí corre el riesgo de que lo derroquen, pero tiene que estar muy consciente de que si lo llegaran a derrocar no lo tratarían como él trató a sus adversarios. Que no se nos olvide que el odio político de los reaccionarios y facinerosos políticos de siempre en general se traduce en venganza personal y que son implacables como lo son todos aquellos que nunca respetaron la ley. La pregunta que nos hacemos es: ¿por qué tanto escrúpulo y tanta decencia por quienes no tienen barreras morales y que tienen en la conciencia crímenes de toda índole? Si estamos en un escenario de lucha política: ¿por qué no hacer abiertamente uso de las armas políticas de las que uno legalmente dispone? Muchos quisiéramos ver a un presidente un poquito menos condescendiente con los enemigos del país.

B) Mientras el presidente goce del apoyo popular masivo sus enemigos no se atreverán a llevar a cabo ningún atentado personal o estatal, porque no van a correr el riesgo de incendiar el país. El costo sería simplemente demasiado elevado. Pero debe quedar claro que no es por frenos morales, por escrúpulos legales, por sentimientos religiosos que se detienen, sino por temores de represalia popular, temores en este caso bien fundados. Pero entonces es obvio que el presidente no puede darse el lujo de decepcionar a la población porque ésta, junto con el estado de derecho, son su base, su plataforma, su apoyo. Ahora bien ¿cómo podría decepcionarse a la gente? La gente está muy agradecida con el presidente por la inmensa ayuda que ha recibido de él, y eso basta para contener a la ininteligible verborrea de los aburridos y repetitivos “analistas”, pero hay muchos hechos del mosaico social que le resultan a la gente incomprensibles y enervantes. Por ejemplo, el trato casi dulce a los delincuentes, a los vándalos, a toda clase de provocadores. Ahí tenemos un ejemplo de grave error conceptual. La aplicación de la ley no es nunca violación de derechos humanos. Está bien respetar los derechos de las delincuentes, esto es, los que la ley les conceda una vez consignados, pero es un error dejar que la gente se lleve la impresión de que de lo que se trata es de protegerlos, de cuidarlos, de mimarlos! Esta falsa impresión tiene que suprimirse. Nadie apoya los excesos policíacos, pero es absurda la política de no permitir que los policías se defiendan y de que se les reduzca a ser meros observadores pasivos de destrucción citadina, de propiedad ajena, de monumentos públicos, etc. La imagen del gobierno decae, se deteriora en la mente popular cuando los abusos de los cuales la gente es víctima diariamente no son enfáticamente perseguidos y presentados como lo que son. Y aquí hay un peligro, porque la gente es manipulable y la verdad es que se está innecesariamente afectando una faceta sensible en la vida del ciudadano.

C) Es importante presentar ya resultados exitosos concretos. Hay muchos acusaciones, muchos procesos, etc., pero muy pocos resultados. La extradición de Emilio Lozoya Austin no se ha concretado, de la investigación sobre Ayotzinapa todavía no hay nada, se permite que los ex-presidentes se conviertan de nuevo en agentes políticos activos (lo cual es muy peligroso), etc. Los casos de Rosario Robles y del abogado Collado no son suficientes. Como ya dije, sin duda los esfuerzos, las inversiones, etc., del actual gobierno empezarán a dar resultados, pero la población tiene hambre y sed de justicia y también necesita ser saciada. No creo que sea necesario decir mucho más que eso.

D) El presidente debe protegerse. Su política en relación con el coronavirus es defendible, inclusive si los argumentos que la sustentan no se dan, pero él por ningún motivo debería exponerse más allá de lo estrictamente necesario y el presidente se expone más de lo conveniente. Aquí lo único que yo me atrevería a hacer sería el recordatorio de que si al Lic. López Obrador le pasa algo, el país se hunde. Él debe desde luego cuidarse por él mismo, como es lo normal, pero él debe cuidarse más todavía porque millones de personas dependen de que él esté bien. Y eso es algo que tiene que tener el presidente permanentemente en la conciencia.

Regresemos a nuestra pregunta: la lucha política actual ¿es un drama, un estira y afloja cuyo resultado es imprevisible, o se trata de un conflicto que tiene de entrada un perdedor fatalmente designado?¿Está acaso el Lic. López Obrador tomando decisiones y conduciéndose de manera que él mismo está labrando su ruta hacia el fracaso y la derrota? Si el presidente se equivoca, si comete errores de debilidad, va a tener que pagar las consecuencias. Y entonces se habrá consumado la tragedia de Andrés Manuel López Obrador. Lo que ni él ni nadie deberíamos perder de vista es que si la tragedia del presidente se consumara junto con ella se habría producido una tragedia más en la serie de tragedias que conforman la historia de México.

El Cuento de Nunca Acabar

Sin duda muchos refranes no son otra cosa que sabiduría popular encapsulada. A veces esta sabiduría proviene de fáciles generalizaciones y en ocasiones de intuiciones afortunadas del sentido común. Así, por ejemplo, es de sentido común pensar que el mundo y la vida están marcados por contrastes: allí donde hay blanco hay también negro, donde hay pobres hay ricos, donde hay débiles hay fuertes y así sucesivamente. Algo así ha de estar en la raíz del famoso refrán No hay mal que por bien no venga. Éste es un dicho de cariz optimista y a mí me parece que la situación por la que atravesamos nos hace aceptarlo con entusiasmo y hasta con fervor. Dado que no podemos modificar la terrible situación prevaleciente, el refrán en cuestión opera como un paliativo, como un analgésico mental y de alguna manera nos fuerza a hacer de necesidad, virtud. Tenemos, desde luego, que tener los pies en la tierra y no pensar que las cosas van a cambiar para bien en los próximos meses, no digamos ya en las próximas semanas, y deberíamos hacer un esfuerzo para formarnos una idea clara de la situación en la que estamos inmersos y así poder disponer de una perspectiva realista de lo que nos espera. Dicho de otro modo, lo que con más fuerza deberíamos tratar de evitar en este caso son las ilusiones fáciles, porque es altamente probable que el desengaño venga rápidamente y que sea devastador. Pero precisamente por eso también es normal que hagamos un esfuerzo por percibir algo alentador en estas tinieblas en las que estamos envueltos. Por otra parte, llamaré la atención sobre el detalle de que el refrán aludido tiene alcances relativamente limitados y esto es algo que se puede probar. Supóngase que consideramos que la actual pandemia es un super mal. No se sigue de ello entonces que No hay super mal que por super bien no venga. Esto ya no es el refrán ni, por paradójico que suene, está implicado por él. Y la prueba de ello la tenemos ante los ojos: podemos apuntar o reportar alguna utilidad o bondad de esta infección mundial, pero difícilmente alguien podría destacar un aspecto extraordinariamente positivo de la misma. No hay tal cosa o por lo menos por el momento no la vemos y, por consiguiente, el refrán que podría pensarse que está lógicamente implicado por el primero no queda establecido. Tendremos, por lo tanto, que conformarnos con enunciar algunas facetas medianamente positivas de la actual situación, sin olvidar (para que no haya mal entendidos) que éstas se inscriben en un marco mucho más amplio y profundo de desgracia humana.

Nuestra pregunta inicial es entonces: ¿realmente tiene algo de bueno esta epidemia mundial? Yo creo que sí, pero antes de enumerar sus bondades más prominentes no estará de más hacer un veloz recordatorio de los terribles y tangibles efectos de la pandemia. Podemos enumerar por lo menos las siguientes consecuencias desastrosas:

1) La muerte de centenas de miles de personas. Y las que faltan…!

2) El contagio de millones de personas, lo cual automáticamente convierte a un alto porcentaje de ellas en víctimas potencialmente mortales del virus.

3) El colapso económico de los países. Es bien sabido que un rasgo distintivo de este virus es que es altamente contagioso, mucho más que el del N1H1 aunque quizá menos letal. Para mitigar su efecto fue indispensable clausurar las ciudades, es decir, cerrar los comercios, reducir el transporte público al mínimo, prohibir las aglomeraciones y por lo tanto cerrar bares, restaurantes, cines, teatros, estadios, centros comerciales, enviar a sus casas a todas las personas que trabajan en oficinas de la clase que sea: entidades gubernamentales, bancos, empresas particulares y comercios en general; se acabó el turismo, tanto nacional como internacional, se cerraron escuelas, universidades, clubes y demás. Todo eso representa un corte brutal en la cadena productiva y dentro de poco tiempo en la cadena de reparto de bienes de consumo, los fundamentales incluidos (alimentos, medicinas, etc.).

4) Aunque esto varía de país en país, es innegables que asistimos a un control cada vez más completo y más férreo de los ciudadanos por parte del Estado. En multitud de países, y no en México gracias a la visión política nacionalista y humanista del Lic. Andrés Manuel López Obrador (algo que quizá muchos mexicanos ni entienden ni aprecian), la policía tiene derecho de detener a la gente en la calle o en su casa, de exigirles documentos, permisos, aclaraciones, etc., y están autorizados a emplear la fuerza si lo consideran apropiado. En otros países, como los Estados Unidos, desde la época de Obama ya se intervenían los teléfonos, los correos electrónicos, las redes sociales, etc. En otras palabras, estamos empezando a vivir en una situación que desde nuestra plataforma actual es de clara violación cotidiana de derechos humanos. Dicho de otro modo, los ciudadanos hemos perdido derechos. Y esto apenas empieza.

5) Es perfectamente comprensible y por lo tanto previsible que habrá cortes profundos en los procesos productivos y comerciales, en particular de alimentos, todo lo cual tendrá como consecuencia ineludible una baja notoria en el nivel de vida y hasta hambrunas y otros fenómenos económicos y sociales, como desalojos, embargos, etc. No deberían descartarse situaciones de anarquía en las cuales el reino de derecho simplemente sucumbe.

6) Pérdidas de empleo, que ya en este momento se cuentan por millones (14 nada más en los Estados Unidos). Es muy poco probable que todos los empleos se recuperen cuando medio regresemos a la “normalidad”. Para entonces ya habrá quedado claro que el trabajo que hacen 10 personas lo pueden hacer 5, que no se necesita estar pagando oficinas, choferes, agua, luz, elevadores, estacionamientos y demás y que la gente puede trabajar desde su casa. Es, pues, inevitable una fuerte contracción laboral, lo cual a su vez acarreará innumerables problemas sociales. Piénsese en México, en donde desde antes de la crisis ya la mitad de la población en edad de trabajar estaba en el sector informal. En nuestro país éste crecerá espantosamente (y no faltará alguno que otro especialista en taradeces que pomposamente pretenda inculpar al presidente por las desastrosas consecuencias de una pandemia).

7) Yo creo que podemos hablar de violaciones financieras, si nos referimos a lo que sucederá con los países vis à vis los organismos financieros internacionales, la banca mundial, los gobiernos con dinero. Países como México necesitarán urgentemente miles de millones de pesos para tratar de reactivar sus lastimadas economías, fondos que generosamente serán proporcionados por las instituciones ad hoc, las cuales obviamente aprovecharán la oportunidad para imponer inmisericordemente sus planes hambreadores de austeridad y de lumperización de la población mundial. No hablemos ya de los chantajes de las trasnacionales, en particular mas no únicamente, de las farmacéuticas, y las compras forzadas de vacunas (muchas de ellas muy probablemente inefectivas o inclusive contraproducentes, pero no por ello no obligatorias).

Podríamos extender la lista de males que o ya nos aquejan o nos irán afectando poco a poco, a medida que la pandemia se apodere del mundo, pero estoy seguro de que con los males enumerados basta para tener la certeza de que nos habrá tocado vivir en una época tétrica para la humanidad en su conjunto. Pero por otra parte no nos engañemos: mientras el 99% de la población mundial sufrirá de uno u otro modo, y lo más probablemente es que mucho, por la peste de la que se nos hizo víctimas, el 1% de la población mundial se frota las manos por los mega-negocios que de hecho ya están empezando a hacer en detrimento, claro está, de la casi totalidad de los seres humanos. Sobre esto regresaré velozmente al final del artículo, pero ahora quisiera tratar de compensar el estado anímico desastroso en el que se puede caer cuando se piensa en los males que padecemos llamando la atención sobre algunos aspectos de la vida actual que sería importante apreciar y hasta disfrutar o aprender a hacerlo. Quiero hacer ver que el refrán mencionado al inicio tiene sentido y aplicación hasta en las peores circunstancias.

1) Sin duda alguna, una aportación positiva a la vida humana por parte del virus es que la gente tuvo que modificar sus costumbres de higiene. Después de todo, no es lo mismo lavarse las manos al menos 12 o 15 veces al día y dejar los zapatos a la entrada de la casa que comer sin lavarse después de haber manoseado dinero, haber ido al baño, haberse rascado, peinado, etc., etc., y entrar a la casa metiendo en ella todo lo que pudo impregnarse en sus suelas. Supongamos que mucha gente sólo se lava las manos 6 veces al día. Magnífico! Ya con eso de todos modos salimos ganando! Sin duda este paso forzado hacia la limpieza es algo que no podemos más que aplaudir. Ahora, si pasada la tormenta la gente da muestras de no haber asimilado las reglas de higiene que se le impusieron y regresa a sus antiguos hábitos, ello constituirá una gran decepción, pero ni así se no nos hará añorar la época en la que la gente era limpia cuando el coronavirus estaba entre nosotros.

2) Como todos sabemos, existen en nuestro medio, en nuestro país y en muchos otros lo que podríamos denominar los ‘parlanchines de la democracia’. Me refiero a todos aquellos que hicieron del tema de la democracia su modus vivendi, los que se desgañitan y se rasgan las vestiduras ensalzando a la democracia y vituperando y maldiciendo a todo aquel que se atreviera a cuestionarla. Parte de lo grotesco de estos actores ideológicos es que por ‘democracia’ no entienden otra cosa que juego electoral. Su logorrea es chistosa en la medida en que todo se reduce a un mero ejercicio verbal, consistente en indignarse o exaltarse haciendo alusión a una situación particular. Ahí empieza y termina la defensa de la democracia por los parlanchines y los demagogos. No obstante, quiero aprovechar la oportunidad para señalar la lección en democracia impartida por el coronavirus, el cual ha dado una muestra fehaciente, palpable, casi podríamos decir “respirable” de lo que es un auténtico proceso democrático. Básicamente, aquí no hay escapatoria: grandes y chicos, gordos y flacos, morenas y rubias, simpáticos y antipáticos, gente productiva o inútiles, patriotas o vende-patrias, amigos o traidores, Don Juanes o cornudos y así ad infinitum, todos somos susceptibles de atrapar el virus y de pasar a mejor vida en cualquier momento. Algunos se salvan por su condición saludable y otros no pasan la prueba y fenecen. Lo democrático consiste en que el virus no hace distinciones de clase, sexo, edad, etc., y trata a todos por igual. Nadie podrá negar que desde el punto de vista de la democracia es muy superior el virus a los aburridos propagandistas de siempre. Es cierto que ese 1 % de la población a la que aludí un poco más arriba sí está protegido frente al virus y allí éste falla. Para que el actual virus afecte a uno de los super ricos tiene que pasar multitud de filtros y tratar de dañar organismos que seguramente están ya más que preparados para la batalla. Ahora bien, si seguimos con el paralelismo podemos extraer una moraleja política importante, a saber, que inclusive en las condiciones más apropiadas para ella, la democracia tiene límites. Eso es, sin duda alguna, una lección “virulenta” digna de ser tomada en cuenta.

3) Una tercera causa de regocijo que le debemos al virus es que los absurdos niveles de consumo quedaron prácticamente suprimidos, restringiendo los gastos de millones de personas a lo que es estrictamente indispensable, lo que realmente se necesita para vivir. Esto ha generado una cultura de ahorro que abiertamente choca con la de despilfarro y desperdicio en la que desde hace ya mucho tiempo se vivía. Yo creo que, de buena o de mala gana, la gente está en posición de constatar cuán absurdamente dispendiosa era inclusive en épocas que no eran de Jauja para un alto porcentaje de la población. Yo pienso que si esta crisis le abre los ojos a la gente y la hace reflexionar sobre lo superfluo que son realmente innumerables prácticas de consumo le estará haciendo un bien y de paso le estará indicando que lo realmente valioso en esta vida es lo contrario de ser una “compradora compulsiva” o un consumidor insaciable. Si algo en ese sentido se aprende, se lo deberemos al coronavirus.

4) Es perceptible el resurgimiento o (dado que estábamos tan mal) el florecimiento, la re-invención de sentimientos y actitudes de solidaridad social, la promoción de conductas menos agresivas de unos hacia otros. Esto, desde luego, hay que matizarlo. Nunca faltan salvajes que atentan en contra de enfermeras, doctores, asistentes, ayudantes, etc., y que ciertamente desconfirman lo que afirmo. Afortunadamente, sin embargo, son los menos y la inmensa mayoría de la gente los repudia. Es cierto también que nunca falta la maleducada o el barbaján que no respeta reglas y que despliega conductas anti-sociales en el supermercado, en la farmacia, con sus vecinos, etc., es decir, en donde pueda. Pero, de nuevo, no son las excepciones lo que nos interesa ni lo que nos llama la atención. Es la conducta masiva, poblacional, colectiva lo que nos importa y es ahí donde percibimos cambios positivos. Y aquí no podemos más que hipotetizar, pero nuestro razonamiento está respaldado por los hechos. Lo que podemos decir es: si no hubiera sido por el coronavirus seguiríamos viviendo en la selva de asfalto. Lo menos que podemos decir entonces es: gracias coronavirus!

5) Aunque ciertamente no tan contundente como otras situaciones, el haber forzado a la población mundial a refugiarse en sus casas (que tour de force realmente! Qué manifestación de poder tan impresionante!) obligó a la gente a aprender a convivir con su propia familia de una manera hasta ahora en gran medida insólita, inusitada. Una cosa es exaltar la familia verbalmente (el tema de la familia es como el tema de la democracia: propiedad de los demagogos, pero nada más) y otra es convivir cotidianamente con sus miembros. De hecho, para un alto porcentaje de personas iniciar un modo de vida por las imposición de restricciones por culpa del virus ha sido adentrarse por una ruta prácticamente desconocida. No es lo mismo salir todos los días a primera hora, regresar por la noche y medio convivir con su familia los fines de semana que estar las 24 horas del día con ellos. Puede uno entonces percatarse de que antes de la pandemia había deberes que simplemente no se cumplían. Pero ver al hijo aburrido o triste obliga (en condiciones normales) a querer entretenerlo, a enseñarle algo y por lo tanto a pasar tiempo con él, a responder a sus inquietudes, etc. Esa oportunidad se la dio el virus a cientos de millones de personas. Desde luego que, por razones comprensibles de suyo, también se incrementa la violencia intra-familiar, pero eso lo único que significa es que las bondades del virus no son totales.

6) Se ha producido un ahorro inmenso en horas/trabajo/hombre. Yo conozco personas que para llegar a su trabajo tienen que salir a las 6 de la mañana de su casa y están de regreso en ella a las 8 de la noche. Si no me equivoco, son 8 horas de trabajo y 6 horas de trayecto. Eso es infernal y no hay persona que después de meses de dicho tratamiento no esté agotada, de mal humor, incapaz de hacer multitud de cosas porque en lo único que piensa es en recuperarse para el reinicio de la semana de trabajo. Al forzar a las empresas a enviar a sus empleados a sus respectivas casas la gente está viviendo de una manera un poco más natural y disfrutándolo como nunca. Y si quisiéramos agradecerle esta “reforma laboral”: ¿a quién tendríamos que dirigirnos? A ese virus que nos amenaza a todos de muerte. Así son las paradojas de la vida.

7) Sin duda alguna, la maldición del coronavirus está forzando a la gente a actualizarse y a los países a modernizarse. Si ya existían prácticas comerciales, monetarias, etc., que se realizaban por medio de computadoras y teléfonos celulares, esas prácticas ahora se generalizaron al máximo. Esto es una preparación para lo que viene, como el dinero virtual, la robotización de la vida, los chips insertados en el cuerpo con toda la historia clínica del paciente, etc. En otras palabras, el virus obligó a la sociedad a ir al ritmo que la tecnología marca. Así es el progreso social y aunque éste no dependía estrictamente hablando del coronavirus, sin duda éste le dio un formidable impulso.

8) Por último, quisiera señalar que una de las grandes consecuencias maravillosas que ha tenido el temible virus es la felicidad de los animales del mundo ante el retroceso de su peor depredador. Yo creo que podemos afirmar que por lo menos los miembros del reino animal están de fiesta, están felices. Ellos han recuperado (mínimamente, pero lo han hecho) sus espacios. La verdad es que es un gozo ver a los tiburones pasearse por las costas, a los jabalíes corriendo por los parques, a los monos tomando las ciudades, a los ciervos caminando por las avenidas, a las aves revoloteando como cuando uno era joven y así indefinidamente. Nadie nos puede venir a decir que esos espectáculos no son como un sueño, un sueño que contrasta, primero, con la antigua realidad de los animales y, segundo, con la pesadilla que estamos viviendo. Qué daríamos por que los humanos aprendieran las lecciones de vida que el virus está impartiendo!

Ahora bien, una cosa son las, por así llamarlas, ‘bondades’ del virus y otra el status moral de quienes lo soltaron. A estas alturas ya quedan pocas dudas respecto al origen de laboratorio del Sars-2-covid al igual que en relación con las motivaciones políticas, económicas y sociales que subyacen a su aparición y expansión por la faz de la Tierra. Confieso que pocas opiniones tan torpes he escuchado en mi vida como la de que uno de los potenciales resultados de esta pandemia sería una modificación drástica del sistema capitalista en aras de una más justa distribución de la riqueza! Me parece esta una convicción que sólo la podría tener un retrasado mental. Pero no voy a entrar en ese debate aquí. Me interesa pensar un momento sobre algo que nos quitaron y sobre lo que, en un futuro no muy lejano, podría sobrevenir. Yo creo que, dicho de la manera más general posible, lo que nos robaron los super-criminales que a través de la manipulación del virus jugaron a ser dioses, a ser los amos del mundo, a esclavizar a la humanidad para seguir manteniendo sus superlativos privilegios fue el sentido de nuestras vidas. En la medida en que no nos hemos extinguido, un nuevo sentido tendrá que aparecer, pero para millones de personas eso es como volver a nacer, sólo que no para renacer como niños sino para renacer cuando ya se está en el umbral de la muerte. La gente mayor (y hablo de la gente que tiene de 60 años en adelante) tiene ahora que aprender nuevas reglas de convivencia, nuevas reglas sociales (desde como saludarse, como estornudar, cómo salir a la calle, como pagar lo que adquiera, etc.) sólo que en la última etapa de su vida. Ya no tiene eso mucho sentido. Si ya no se pueden ver abuelos y nietos, si ya las parejas no pueden hacer el amor normalmente, si hay que cambiar las dietas y de buenas a primeras hacer todos los días ejercicios respiratorios preparándonos para lo peor, etc., la vida adquiere otro sentido, uno nuevo y hasta cierto punto incomprensible. Para la gente que está en la última etapa de su vida un cambio así es particularmente difícil de asimilar. Nosotros vivimos en estado de guerra, en guerra con un enemigo invisible y que puede dejar caer sobre nuestras cabezas su temible espada en todo momento, cuando menos nos lo imaginemos. Es difícil no sentir terror y no sólo por el auto-aniquilamiento, sino por los seres queridos que súbitamente puede uno dejar en este mundo, o a la inversa. Nosotros no hacemos futurismo, pero hay algo que me parece no tanto una predicción como la extracción de una consecuencia que está ya a la vista. Es evidente que en un futuro no muy lejano se producirá en el planeta una polarización todavía más brutal que la que existe. La primera fase de la confrontación entre los super-ricos, por un lado, y la humanidad, por el otro, la tienen ganada los primeros, los actuales dueños del mundo. Sin duda van a dominar por los próximos 40 o 50 años. Pero su imperio tarde o temprano llevará a la confrontación última con la población mundial, que para entonces los habrá identificado. Y entonces nuestros descendientes tendrán su propia Bastilla y con la misma implacable lógica con que la actual nobleza se apropió del planeta y esclavizó a su población habrá ella de pasar por el cadalso y la guillotina, abriendo con ello las puertas para la reconstitución del mundo y dando inicio a la nueva etapa de la historia humana.

La Crisis del Coronavirus: un ensayo de explicación

Es evidente, supongo, que una pandemia de las magnitudes de la que está viviendo la humanidad en la actualidad no sólo representa una oportunidad para reflexionar sobre ella y sobre múltiples temas con ella vinculados, sino más bien una obligación de tratar de contribuir a la comprensión no sólo de lo que es, de lo cual se ocupan los científicos de las áreas relevantes, sino de lo que significa o representa, que es tarea que corresponde más bien a filósofos y humanistas en general. Es indispensable, sin embargo, antes de entrar en materia, hacer algunas precisiones de carácter conceptual y metodológico para acotar lo más exactamente que se pueda el ámbito de la discusión. Para empezar, quizá deba hacer el recordatorio de que la reflexión filosófica no es investigación factual. Es obvio que los hechos relevantes constituyen la plataforma sobre la cual se desarrolla la labor filosófica de esclarecimiento, pero debería quedar claro que no forma parte del trabajo filosófico ofrecer explicaciones de orden causal. Para eso están los científicos sociales, los biólogos, etc. El filósofo no puede ni siquiera tratar de emularlos por la sencilla razón de que no hay tal cosa como hechos filosóficos. Nuestra función, por lo tanto, tiene que ser distinta. Ahora bien, esto que acabo de decir no implica que en filosofía tengamos que desdeñar o ignorar los hechos. Sostener algo así sería absurdo y no es, por consiguiente, nuestro punto de vista.

Yo creo optimistamente que es factible conformarse una concepción de lo que está pasando que nos dé la racionalidad del fenómeno, que nos haga entender su naturaleza última y que nos permita establecer conexiones entre los incontables datos de los que ya disponemos de manera que podamos hacerlos inteligibles, por más que dicho acercamiento tenga efectos psicológicos deprimentes. Es obvio que, por larga que sea, una secuencia de datos extraídos de la experiencia (e.g., murieron tantas personas en Venecia, los servicios de tantos o cuantos hospitales en Madrid se colapsaron, las primeras diez víctimas sucumbieron en Wuhan en tales y cuales fechas tenían tales y cuales edades, entramos en la tercera fase de la pandemia, etc.) no equivale a ninguna explicación. Dicho de otro modo, el enfoque periodístico por sí solo no sirve para explicar absolutamente nada. Los mismos hechos pueden quedar acomodados en muy diferentes teorías, por lo que si lo que buscamos es comprensión no es cantidad de datos lo que debería importarnos. Por otra parte y por sorprendente que resulte, tampoco podemos confiar, si lo que buscamos es genuina comprensión, en las declaraciones de los políticos y ello por lo menos por dos razones:

a) porque todos mienten y hasta me atrevería a decir que, en situaciones tan graves como por la que estamos pasando, tienen que mentir, y
b) porque los políticos, por avezados, inteligentes, experimentados que sean, son gente práctica, gente que toma decisiones día a día pero que, por ello mismo, en general carecen (salvo en casos excepcionales y yo daré un ejemplo de ello más abajo) de una visión suficientemente global e histórica como para poder dar cuenta de un fenómeno tan trascendental como la actual pandemia y explicarlo de manera clara y convincente.

En concordancia con lo expuesto, presentaré mi plan de trabajo. Me propongo, en primer lugar, analizar sin detenerme mayormente en ello, el concepto de crisis para dejar en claro qué clase de explicación podríamos generar desde una perspectiva filosófica. Para ello, será inevitable discutir una falacia muy extendida pero que, como nadie la cuestiona, permite bloquear de manera sistemática múltiples esfuerzos de explicación. Tengo en mente una muy socorrida forma de argumentar que permite descalificar de entrada cualquier intento de explicación que no sea trivial o simplista. Se trata de un muy útil pero inválido procedimiento al que sistemáticamente se apela cuando lo que se desea es rechazar lo que alguien sostiene y al mismo tiempo estigmatizarlo. Me refiero naturalmente a la atribución de estar proponiendo una “teoría conspirativa”. Deseo sostener que hay “teorías conspirativas” cuya fuerza explicativa es muy superior a cualquier explicación rival, conspirativa u otra, y que para cierta clase de fenómenos son las únicas teorías realmente explicativas. Una vez discutido este asunto presentaré en forma muy breve lo que me parece que son las dos grandes propuestas acerca de la gestación de la actual pandemia y ofreceré algunas razones por las cuales me inclino por una de ellas y desestimo la otra. Por último, y esta es la parte que yo consideraría más importante del trabajo, me propongo tratar de mostrar la congruencia entre la epidemia del coronavirus y el funcionamiento del sistema capitalista en su fase más avanzada, esto es, la etapa de auge del todopoderoso capital financiero (léase, básicamente, la banca mundial, en el sentido más amplio de la expresión), corporativista y globalista. Terminaré con algunas reflexiones generales.

II) El concepto de crisis

La palabra ‘crisis’ es una palabra del lenguaje común, no un tecnicismo de alguna ciencia en particular. En el lenguaje natural la palabra parecería tener varias acepciones, lo cual permite que al emplearla los usuarios enfaticen en ocasiones algunas facetas de su significado y en ocasiones otras. Así, por ejemplo, al hablar de “crisis” se puede aludir un conflicto pero también se puede matizar dicho significado y hablar entonces de un conflicto que es ineludible o muy difícil de resolver; en ocasiones el conflicto opone a entes distintos (países, sistemas, empresas, etc.), pero se aplica también de manera individual, en psicología por ejemplo. Así se usa el término, verbigracia, cuando las contradicciones, las obsesiones, etc., de una persona la llevan a intentar suicidarse, a tomar decisiones absurdas y cosas por el estilo. Para explicar el fatal desenlace se dicen entonces cosas como que “la persona en cuestión pasó por una crisis tremenda”. Se habla de crisis también cuando lo que tenemos en mente son carencias. Hablamos entonces, por ejemplo, de crisis de alimentos, de agua, etc. Podríamos seguir dando ejemplo, pero yo creo que podemos generalizar sobre la base de unos cuantos ejemplos, los cuales son meramente ilustrativos, para afirmar que la palabra ‘crisis’ es aplicable en prácticamente cualquier contexto de la vida humana, tanto en un plano individual como en uno colectivo. Ahora bien, lo que los ejemplos sin duda alguna sí ponen de relieve es que, dado que el uso de la palabra ‘crisis’ es tan variado, el concepto de crisis es un concepto de semejanzas de familia. Dicho de otro modo y en forma escueta: no hay tal cosa como la “esencia de la crisis”. Hay crisis mayúsculas, crisis pasajeras, secundarias, decisivas, económicas, de salud, políticas, psicológicas, etc. Ahora bien, es imposible encontrar un elemento en común a todo lo que llamamos ‘crisis’. Es así como funciona el lenguaje.

Dada esto que es nuestra plataforma semántica fundamental, se sigue que si se pretende usar el concepto de crisis en alguna disciplina concreta, entonces se le tiene que definir en conexión con las nociones relevantes de la disciplina de que se trate. Así, una crisis bancaria se explicará en términos de nociones como “devaluación”, “endeudamiento”, “déficit presupuestario”, “deuda externa”, “desempleo”, etc.; si se habla de “crisis médica” se hablará de infecciones, desnutrición, falta de medicamentos, contagios masivos, predisposiciones genéticas y así sucesivamente. Si hablamos de una “crisis económica” entonces aludiremos a situaciones en las que prevalecen el desempleo, la falta de inversión, conflictos entre objetivos macro-económicos y los de la micro-economía, baja en el consumo interno de un país, devaluaciones, inflación, volatilidad de los capitales extranjeros, monopolismo exacerbado y supresión de la competencia, etc. Si ahora se nos pregunta qué tienen en común una crisis médica con una financiera o con una política, pues lo único que podemos decir es que para ciertas situaciones en todos esos ámbitos de la vida social la palabra más útil para referirse a ellas es la palabra ‘crisis’. No habría nada más que buscar, porque de hecho no tienen nada en común.

Lo anterior es importante porque nos permite empezar a echar luz sobre la actual crisis mundial. ¿De qué clase de crisis se trata? Yo pienso que la respuesta es simple: la crisis actual es una multi-crisis o, si se prefiere, una policrisis, en el sentido de que se trata de un fenómeno social en el que la vida humana es amenazada al mismo tiempo desde muy variados puntos de vista. Por lo pronto, es obvio que la crisis del coronavirus es en primer lugar una crisis médica, por cuanto concierne a la salud y en verdad a la supervivencia de millones de personas; es también, una crisis económica, en un sentido amplio de la expresión, es decir que atañe tanto a los sectores productivos como a los consumidores finales, a los inversionistas como a los tenderos, pequeños comercios, gente que vive al día como los plomeros, taxistas, empleadas domésticas, profesionistas de toda clase (abogados, dentistas, etc.) y así indefinidamente. Por otra parte, y esto es quizá ya menos visible, esta crisis es también una crisis geo-estratégica, es decir, tiene que ver con la creación de cierta clase de armamento, con servicios de inteligencia y contra-inteligencia, con guerra diplomática, con la seguridad nacional de los países y las rivalidades entre ellos, etc. Cuál sea el panorama de la crisis y cómo se visualice su superación en cada contexto es algo que le corresponde a los especialistas de cada ramo describir y determinar, pero a lo que nosotros aspiramos es a tener una visión de conjunto, la cual no es obtenible a partir exclusivamente de los datos provenientes de alguna de las disciplinas involucradas. Entendemos entonces qué se puede y no se puede esperar de un tratamiento estrictamente filosófico del desastre que actualmente azota al mundo. Es evidente que si el filósofo tratara de ofrecer explicaciones que caen bajo alguno de los rubros reconocidos como bien establecidos y operantes, lo único que el filósofo podría hacer sería (en el mejor de los casos) repetir lo que los especialistas en sus respectivos dominios digan y, eventualmente, tratar de sintetizar y armonizar resultados. Como no es eso lo que queremos, no puede ser ese nuestro objetivo.

Hay, sin embargo, una perspectiva de la pandemia del Covid-19 que aunque fundada en hechos es independiente de las que emanan de la ciencia, que es legítima y que podría ser calificada como ‘filosófica’. Lo que quiero decir es que es perfectamente legítimo preguntarse acerca del rol que esta infección mundial juega en el desarrollo del capitalismo contemporáneo, es decir, acerca de cómo incide en él y cómo lo afecta. El rol en cuestión tiene que ser tan complejo como lo es el fenómeno mismo. Ya vimos que aunque ciertamente le corresponde a los economistas, a los politólogos, a los biólogos, etc., explicar la pandemia desde sus respectivas perspectivas, a ninguno de dichos especialistas les correspondería elaborar una visión global o última del fenómeno en toda su complejidad. El economista se ocupa de los procesos económicos relacionados con la pandemia, el biólogo de su faceta biológica y así sucesivamente, pero no hay ningún científico particular que pueda siquiera intentar sintetizar los resultados alcanzados en las diversas disciplinas en una única explicación y en una única teoría general del fenómeno. Es, pues, al filósofo a quien corresponde tratar de articular lo que debería una interpretación plausible del fenómeno mundial creado por la enfermedad del Covid-19, una tarea para la cual éste tendría que aplicar sus técnicas conceptuales y argumentativas para elaborar el cuadro general que se requiere.  O sea, necesitamos una explicación filosófica de carácter totalizante, que resulte tanto explicativa como convincente, porque es sobre la base de una lectura así que se pueden articular políticas concretas eficaces para enfrentar el mal que afecta en nuestros días a la humanidad en su conjunto.

Como en tantas otras ocasiones, la labor filosófica seria pasa por distintas fases y cumple con diferentes objetivos. Desde luego que se nos tiene que explicar positivamente el fenómeno mundial, pero no es menos cierto que necesitamos también tener claridad respecto a lo que es tener una explicación genuina y no una mera pseudo-explicación. Este punto es crucial, porque de lo que logremos establecer en relación con lo que puede y no puede pasar por explicación aceptable dependerá el que avancemos en nuestra comprensión del fenómeno o que nos estanquemos en el pantano infinito de los datos recopilados por los periodistas y que, parecería, no tienen otro objetivo que mantener al ciudadano común en la desinformación y, por lo tanto, en la indefensión. Nuestro objetivo, por lo tanto, es hacer un esfuerzo de imaginación fundado en datos objetivamente establecidos para dar cuenta de lo que está sucediendo, insertando el fenómeno de la pandemia en un marco explicativo amplio.

Yo pienso que, si lo que queremos es comprender qué papel desempeña el flagelo de la pandemia del coronavirus, es absolutamente imposible no recurrir a una u otra modalidad de lo que quienes no quieren que lo comprendamos desdeñosamente describen como “teoría conspirativa”. Por eso lo primero que haré será tratar de hacer ver que esa forma de explicación es, en determinados contextos, inobjetable. Es de eso de lo que me ocuparé en la siguiente sección.

III) La falacia concerniente a las “teorías conspirativas”

Uno de los métodos más socorridos para acallar a la oposición y a los críticos del sistema por parte tanto de periodistas como de intelectuales de diversa estirpe y nivel consiste en utilizar la etiqueta ‘teoría conspirativa’ para descalificar de antemano todo lo que alguien sostenga en relación con una situación o con un suceso que exigen que se hagan inferencias no demostrativas ya que en esos casos es simplemente imposible no hacer suposiciones de diversa índole, no postular objetivos ocultos pero que cuando son postulados echan luz sobre el fenómeno que se examina, no proponer hipótesis que a todas luces son sensatas pero que no fueron deducidas formalmente de premisas previamente aceptadas. Yo creo que ya es hora de exhibir la falacia que subyace a este recurso en la arena del debate político, porque de lo contrario vamos siempre a tener las manos amarradas y no podremos apuntar en ningún caso a culpables ocultos, a causas vergonzosas, a motivaciones secretas, etc., y ello sólo porque es factualmente imposible tener documentos probatorios, porque no se pueden ofrecer deducciones válidas porque no se pudieron encontrar pruebas de ninguna clase y así indefinidamente. Es claro que, sobre todo en el contexto de la historia y de la política, no todo razonamiento sensato puede ser de carácter deductivo. Quizá valga la pena decir unas cuantas palabras acerca de la fuente de este sofisma que es la etiquetación de ‘teoría conspirativa’, a la que se recurre para cualquier neutralizar toda teoría que combine dos rasgos: que no sea de carácter demostrativo (algo más bien difícil en las ciencias sociales) y por ningún motivo queramos que se popularice, independientemente de cuán plausible o convincente sea.

No podría afirmar tajantemente si fue él quien acuño y puso en circulación la noción de “teoría conspirativa”, pero incuestionablemente uno de los pioneros en usarla fue Karl Popper. Confieso que no conozco a nadie que haya usado esa expresión antes que él, pero en todo caso respecto a los objetivos que él tenía en mente cuando se sirvió de la noción en cuestión creo que no podemos tener la menor duda. Fue en su tristemente famosa obra, La Sociedad Abierta y sus Enemigos, publicada en 1946, en donde Popper usa la expresión ‘teoría conspirativa’ para denostar el estudio científico que K. Marx había realizado del sistema de producción de mercancías, esto es, el sistema capitalista. Tenemos que admitir que en escritos que no forman parte de su teoría de economía política, Marx habla de una sociedad en la que las contradicciones del sistema capitalista habrían quedado superadas. Se refiere a ella como la ‘sociedad comunista’. Sin duda, la sociedad en la que Marx piensa resulta de una amalgama de economía y de ensueño político, pero ni mucho menos está Marx comprometido teóricamente con predicciones concernientes al futuro de la sociedad capitalista. Marx era una persona sensata y por lo tanto sabía perfectamente bien que si no podemos ni siquiera predecir lo que va a suceder dentro de 5 minutos menos aun lo que podría pasar, digamos, un siglo después. Marx, por lo tanto, no estaba haciendo premoniciones de ninguna clase. Su punto de vista era que, sobre la base del estudio de los mecanismos de producción y reparto de mercancías y de los efectos de estos mecanismos, fundados todos ellos en la propiedad de los medios de producción, podríamos visualizar cómo sería una sociedad en la que los conflictos de clase que inevitablemente se generan en el seno de la sociedad capitalista hubieran quedado superados. Eso es toda la fantasía que podríamos achacarle a Marx. Popper, sin embargo, en su afán de sobresalir refutando a un pensador de magnitudes mayúsculas (lo intentó infructuosamente también con Platón y con L. Wittgenstein), le atribuye a Marx la absurda idea de que lo que en realidad él estaba haciendo era tratar de adivinar lo que tendría que ser la siguiente etapa en la evolución de la sociedad a nivel mundial. El problema, según Popper, es que sólo se podía acceder a tan fantástico resultado teórico postulando una especie de conspiración. Dice Popper:

A fin de aclarar este punto, pasaremos a describir una teoría ampliamente difundida, pero que presupone lo que es, a nuestro juicio, el opuesto mismo del verdadero objetivo de las ciencias sociales; nos referimos a lo que hemos dado en llamar “teoría conspirativa de la sociedad”. Sostiene ésta que los fenómenos sociales se explican cuando se descubre a los hombres o entidades colectivas que se hallan interesados en el acaecimiento de dichos fenómenos (a veces se trata de un interés oculto que primero debe ser revelado) y que han trabajado y conspirado para producirlos.[i]

Salta a la vista que en su formulación original la presentación popperiana de la noción de teoría conspirativa es excesivamente burda. Quizá por ello el mismo Popper intenta de inmediato pulirla mínimamente, aunque en realidad lo único que logra es hacer incoherente su propio punto de vista. En efecto, un poco después dice:

Que existen conspiraciones no puede dudarse. Pero el hecho sorprendente que, pese a su realidad, quita fuerza a la teoría conspirativa es que son muy pocas las que se ven finalmente coronadas con el éxito. Los conspiradores raramente llegan a consumar su conspiración.[ii]

Se plantean entonces dos preguntas: primero: ¿hay o no hay conspiraciones? y, segundo: ¿son exitosas o no? La respuesta de Popper es que sí hay conspiraciones y que algunas de ellas, pero no todas, tienen éxito. Lo primero que a nosotros se nos ocurre preguntar es: ¿es lo que Popper afirma una demostración de que el recurso a teorías conspirativas está priori cancelado? Si no estoy en un error más bien craso, a mí me parece que lo que Popper está haciendo es reconocer que en ocasiones al menos teorías conspirativas funcionan. Lo que pasa es que él no proporciona ningún criterio de demarcación entre teorías conspirativas y su posición entonces no pasa de ser una afirmación al aire. Él, sin embargo, sigue adelante y trata de explicar por qué las conspiraciones en general fallan. Dice:

¿Por qué? ¿Por qué los hechos reales difieren tanto de las aspiraciones (sic)? Simplemente, porque esto es lo normal en las cuestiones sociales., haya o no conspiración. La vida social no es sólo una prueba de resistencia entre grupos opuestos, sino también acción dentro de un marco más o menos flexible o frágil de instituciones y tradiciones y determina – aparte de toda acción opuesta consciente – una cantidad de reacciones imprevistas dentro de este marco, algunas de las cuales son, incluso, imprevisibles.[iii]

Para terminar su más bien confusa presentación, Popper nos dice lo siguiente:

Tratar de analizar estas reacciones y de preverlas en la medida de lo posible es, a mi juicio, la principal tarea de las ciencias sociales. Su labor debe consistir en analizar las repercusiones sociales involuntarias de las acciones humanas deliberadas, esas repercusiones cuyo significado, como ya dijimos, ni la teoría conspirativa ni el psicologismo pueden ayudarnos a ver. Una acción que se desarrolla exactamente de acuerdo con su intención no crea problema alguno a la ciencia social. [iv]

En suma, el argumento de Popper se reduce a lo siguiente: la “teoría conspirativa de la sociedad” es inaceptable, porque aunque hay conspiraciones éstas rara vez triunfan y ello es así porque en el marco de la vida social se dan reacciones inesperadas (y algunas de ellas imprevisibles) que, de alguna manera, neutralizan sus efectos. Las ciencias sociales deben estudiar las reacciones espontáneas e imprevistas generadas por las acciones conscientemente orientadas, las cuales serían transparentes.

Según mi leal saber y entender, el punto de vista de Popper es pura y llanamente incoherente. Por una parte, él acepta que hay conspiraciones pero, por la otra, rechaza en general las teorías conspirativas, pero ¿cómo se pueden conciliar ambas tesis? Si hay conspiraciones, entonces una teoría de la conspiración ciertamente podría ser acertada. Así, la única forma de rechazar in toto las teorías conspirativas sería sosteniendo que no hay conspiraciones en los absoluto. Esto último, sin embargo, es absurdo. Por lo tanto, Popper no ofrece ningún argumento que eche por tierra a priori toda propuesta explicativa que recurra a la noción de conspiración.

Por otra parte, a mí me parece que Popper presenta mal, es decir, en forma equívoca su posición y me parece que lo que nos ayudaría a entender mejor la problemática sería la noción de contextualización. Es relativamente claro que el objetivo de Popper, en un volumen dedicado en gran parte a la crítica del marxismo, es adscribirle a Marx una idea conspirativa de la historia mostrando así, sobre la base de su previo rechazo de dicha forma de entender los fenómenos sociales, que su tratamiento general era en realidad una mezcolanza de falacias, errores empíricos y teorías equivocadas. Dejando de lado el ataque concreto al marxismo, que no tenemos por qué o para qué considerar en este ensayo, lo que en mi opinión hay que tener presente es que con quien Popper pretende polemizar es con Marx por lo que tenemos que inferir que lo que él rechaza son las teorías conspirativas de la historia. En otras palabras, la clase de teorías conspirativas que Popper estaría rechazando sería la de teorías por medio de las cuales se pretende explicar el devenir de la sociedad capitalista, el decurso de la historia,, i.e., las grandes transformaciones sociales, como el paso del feudalismo al capitalismo o la supuestamente inevitable transición del capitalismo al socialismo. Son los cataclismos sociales de magnitudes seculares, movimientos sociales por así decirlo totalmente impersonales, como (para establecer un parangón) lo son las grandes migraciones de ñus y cebras en el Serengueti, los que no se prestan a ser explicados en términos de teorías conspirativas. En el caso de las migraciones animales, se desplazan un millón de ñús y de cebras, pero nadie los dirige. Algo así pasaría en ocasiones también con los seres humanos y lo que Popper estaría diciendo entonces es que para sucesos de esas magnitudes las teorías conspirativas son inservibles.

Si es esto último lo que Popper quería sostener, creo que no habría nada que objetar, pero lo importante es entonces notar que ese punto de vista no es incompatible con el recurso a “teorías conspirativas” cuando de lo que se habla es de eventos concretos, de menor magnitud, en los que participan grupos humanos reducidos más o menos identificables y en relación con los cuales los que se sabe qué está en juego. Es sólo en relación con las grandes hipótesis históricas, con las hipótesis de más alto nivel en historia o en sociología o en politología que las “teorías conspirativas” no funcionarían y serían totalmente irrelevantes. Pero entonces por ello mismo teorías conspirativas de menor nivel son perfectamente viables y su legitimidad o justificación dependerá de cuán bien articuladas estén. Para situaciones más o menos nítidamente delineables, cuyos actores son suficientemente bien identificables, cuyos objetivos son claramente enunciables, etc., entonces a una “teoría conspirativa” sólo se le puede echar por tierra teóricamente no mediante argumentos a priori, sino cuando efectivamente se le refuta y esto se logra cuando se hace ver que la teoría carece de fundamentos, cuando las motivaciones que postula no son suficientemente fuertes como para explicar la acción relevante, cuando la teoría contiene más huecos explicativos que los hechos que supuestamente explica, cuando es lógicamente incoherente, cuando las explicaciones que suministra son irrelevantes o no alcanzan ni mínimamente a justificar las conclusiones, etc. En todo caso, la moraleja de nuestra breve discusión es importante y quisiera enunciarla con el mayor énfasis posible: no se puede determinar a priori que no hay teorías conspirativas que sean genuinamente explicativas. Tras un examen minucioso, se puede descartar tal o cual teoría conspirativa, pero no es válido rechazar una potencial explicación de un fenómeno social determinado sólo porque se le puede etiquetar como “teoría explicativa”.

Lo que tenemos ahora que preguntarnos es: ¿por qué en el contexto de historia, de la politología y de las ciencias sociales en general es a veces imprescindible apelar a alguna “teoría conspirativa” para dar cuenta de algún fenómeno social importante? La razón es evidente: porque en general se carece de los datos que se requieren para construir una explicación enteramente empírica, es decir, sin presuposiciones discutibles, y entonces se requieren especulaciones racionales para colmar las lagunas explicativas generadas por la carencia de datos relevantes. Esas especulaciones racionales revisten a menudo la forma de “teorías explicativas”. El asunto es fácilmente de ilustrar, puesto que los ejemplos sobran. Recordemos el caso de un grupo de cuatro ciudadanos chinos que con un ciudadano israelí formaron una sociedad que estaba en la vía de la fabricación de nuevos chips y nuevos productos de software muy avanzados. Los cinco miembros de dicha sociedad firmaron un contrato en el que se estipulaba que si alguno de los miembros fundadores faltaba, las acciones se repartirían entre los restantes. Se hablaba en la prensa de una compañía de un monto de negocios de 150,000 millones de dólares. Por alguna extraña razón todavía desconocida, lo cierto es que los cuatro accionistas chinos coincidieron en un mismo avión, el cual habría de llevarlos de algún lugar en Asia a Beijing. Inesperadamente, sin embargo, el avión simplemente se esfumó. Se sabe que cayó en el Océano Índico, pero sus restos nunca se encontraron. Parece ser que años después se encontró parte del fuselaje en aguas australianas, pero en todo caso ello no sirvió para dilucidar absolutamente nada acerca del misterioso vuelo. Intentemos ahora analizar el caso.

Nuestro punto de partida es que, aunque no la tengamos, no es posible que no haya una explicación racional del caso y que si no la hay o es sumamente incompleta ello se debe a que faltan datos. En segundo lugar y en concordancia con nuestra hipótesis, asumamos que en efecto el “accidente” fue el resultado de una conspiración y que, por lo tanto, hay al menos algunas personas (porque difícilmente habría podido una persona sola materializar un plan de esas magnitudes sin ayuda de nadie más) que positivamente sí saben qué fue lo que pasó, puesto que habrían sido ellos quienes habrían planeado cómo lograr que coincidieran todos los accionistas menos en un vuelo, cómo hacer estallar el avión, etc. Hasta aquí vamos bien, porque aunque sin duda alguna el evento, que costó cientos de vidas, es importante, ciertamente no pertenece a la clase de eventos para los cuales cualquier teoría conspirativa dejaría de valer. Pero entonces ¿cómo se procede en casos como este en el que no tenemos datos suficientes y a lo único a lo que podemos recurrir para explicarnos el suceso es a una “teoría conspirativa”? No hay argumentos a priori para rechazarla. Por lo tanto, eso que despectivamente se presenta como “teoría conspirativa” en un caso en el que faltan datos equivale en realidad a un intento de explicación racional del mismo. En verdad, en lugar de “teorías conspirativas” deberíamos hablar de “hipótesis conspirativa”, pero hipótesis así son mucho más convincentes y aceptables que “no hipótesis” en lo absoluto. En determinadas circunstancias, una hipótesis conspirativa puede hacer mucho más comprensible el caso de lo que lo haría la explicación cruda y simplista del evento o la falta total de explicación. En nuestro ejemplo, la explicación rival a cualquier hipótesis conspirativista consistiría en decir que el avión se cayó por algún accidente o porque un rayo lo destruyó. Obviamente, la teoría conspirativista es superior, inclusive si no es confirmable. Ahora bien, para alguien que aceptara una “explicación” simplista y cruda, cualquier teoría “conspirativa”, que sería una teoría rival, resultaría no falsa ni absurda, sino simplemente redundante, es decir, aunque sea redundante de todos modos no pierde su carácter factual. Simplemente, no es verificable, pero una cosa es verificar y otra echar luz. Las teorías conspirativas pueden no ser verificables, pero a menudo ciertamente echan luz sobre los fenómenos estudiados.

Queda claro entonces que una “teoría conspirativa” es un intento por dar cuenta de un fenómeno social o histórico, relativamente bien acotado pero para el cual no se dispone de ninguna explicación alternativa. Las teorías conspirativas, dadas su estructura y la clase de premisas a las que tiene que recurrir, son teorías con mayor o menor grado de probabilidad. En principio, cualquier teoría conspirativa podría eventualmente confirmarse, pero en realidad ello se lograría cuando se obtuvieran los datos requeridos para ofrecer una explicación ahora sí enteramente empírica. Desafortunadamente, esto significa que es poco probable que múltiples teorías que pasan por “conspirativas” se puedan confirmar, puesto que justamente los factores causales de la situación que se investiga son de entrada desconocidos y se pretende mantenerlos ocultos. Esto es comprensible, porque en casos así: ¿qué es lo que se desconoce? Los objetivos de los conspiradores, los planes concretos que tienen, los mecanismos de los que echan mano para alcanzar los fines fijados, etc. Una teoría conspirativa responde, por lo tanto, a un hueco explicativo y es un intento de explicación racional, inclusive si es básicamente especulativa, ahí precisamente en donde no hay ninguna explicación alternativa. Infiero que múltiples teorías conspirativas en relación con un sinfín de sucesos históricos importantes son no sólo legítimas, sino las mejores que hay.

Una vez reivindicadas las teorías conspirativas por lo menos para cierta clase de sucesos podemos replantear nuestro tema de una manera que ya resultará inteligible. La pregunta crucial ahora es: ¿se requiere para explicar la realidad de la pandemia del coronavirus de una teoría conspirativa o hay explicaciones estrictamente empíricas alternativas? De eso nos ocuparemos en la siguiente sección.

IV) Los Estados Unidos versus la República Popular China

Básicamente, ‘coronavirus’ designa una familia de virus que generan al menos tres clases de enfermedades. La enfermedad que azota al planeta en la actualidad es la enfermedad etiquetada como ‘Covid-19’ y se caracteriza por generar sobre todo graves problemas respiratorios. Ahora bien, es un hecho fehaciente que al día de hoy no tenemos una explicación satisfactoria de la gestación, el origen y la expansión de este virus. Por lo pronto, hay dos propuestas de explicación, mutuamente excluyentes. Las presentaré, respectivamente, como la ‘explicación oficial norteamericana’ y la ‘explicación conspirativa china’.

A) La explicación oficial norteamericana. Aunque el gobierno norteamericano ha sido muy parco en sus aclaraciones, poco a poco ha venido delineando una línea de explicación que apunta a China no sólo como el país de origen de la infección de Covid-19, sino en la que también se acusa al gobierno de la República Popular China como el agente que deliberadamente dejó escapar el virus, desde luego soltándolo primero en su propio país para luego literalmente exportarlo a través de los vuelos internacionales que tardaron mucho en detener. De acuerdo con los norteamericanos, desde tiempo atrás los chinos habían venido experimentando con este coronavirus en murciélagos. Primero se sugirió que la gente habría comprado en mercados para su consumo personal murciélagos contaminados, pero luego esa versión fue sustituida por la teoría de que el virus se les habría escapado del laboratorio y es cuando la epidemia se habría iniciado. Este contagio ya no habría sido meramente accidental, sino deliberado. Los norteamericanos alegan que el gobierno chino ya sabía desde finales de diciembre que el virus ya estaba circulando y que una de sus características era precisamente que, aparte de letal, es tremendamente contagioso, a pesar de lo cual no hicieron nada ni previnieron al mundo al respecto. La mala fe del gobierno chino se habría manifestado en que si bien prácticamente cerró y cercó la ciudad de Wuhan, de todos modos siguió permitiendo los vuelos internacionales, con lo cual deliberadamente alentó la expansión del virus sobre todo en Europa, mas no únicamente. No estará de más notar, dicho sea de paso, que la acusación americana sobre el carácter mal intencionado de las decisiones del gobierno chino se funda claramente en una teoría conspirativa, puesto que faltan pruebas y sólo se pueden hacer especulaciones, por lo que si se rechaza como ridícula toda teoría conspirativa en la que el complotista sea el gobierno americano habría que rechazar sobre esas mismas bases la teoría oficial que el gobierno americano defiende. La teoría oficial conspirativa americana pasa porque quien la promueve es el gobierno norteamericano y es difundida por la prensa mundial. Por otra parte, es obvio, supongo, que todo acto de gobierno o privado fundado en la explicación oficial tiene el mismo grado de validez que la explicación misma, por lo que si ahora grupos de abogados pretenden demandar al gobierno chino por la “acción deliberada” que según el gobierno norteamericano habría realizado, su demanda no tiene mayor validez jurídica que la que teóricamente tiene la explicación en la que se sustenta y ésta se funda, parcialmente al menos, en una teoría conspirativa puesto que es una explicación que le atribuye al gobierno chino una intención maliciosa, oculta, del conocimiento de un grupúsculo de personas y sin pruebas empíricas demostrativas. En todo caso, ese es el núcleo de la explicación norteamericana, una “explicación” evidentemente secundada por lo menos por los gobiernos inglés y francés.

B) La explicación conspirativa china. De acuerdo con los portavoces del gobierno chino, el coronavirus efectivamente hizo su aparición en primer lugar en la ciudad de Wuhan, pero ellos niegan rotundamente que el origen del virus sea chino. Lo que ellos sostienen es que el virus fue llevado a China por militares norteamericanos cuando en octubre de 2019 se celebraron en la ciudad de Wuhan los juegos olímpicos militares, juegos en los que, irónicamente, lo que los chinos promovían era justamente la paz y la cooperación entre las naciones. Es cierto que hay un laboratorio en las afueras de la ciudad, el Instituto de Virología, en el cual se hacen toda clase de experimentos. En relación con esto vale la pena señalar que se produce una situación un tanto curiosa, por no decir contradictoria o auto-acusatoria por parte del gobierno de los Estados Unidos, porque éste acusa a China de hacer toda clase de experimentos sumamente peligrosos justamente para demostrarle al mundo que sus investigadores están al mismo nivel que los de los Estados Unidos y que pueden competir con ellos al tú por tú! Lo grotesco de esta acusación es que parecería ser una auto-denuncia de que los norteamericanos han trabajado con dicho virus. Por otra parte, es importante llamar la atención sobre el hecho de que en la televisión israelí (canal 12) se dio a conocer la noticia de que desde noviembre de 2019 los Estados Unidos habrían alertado a los miembros de la OTAN y al gobierno israelí de la aparición de un nuevo virus, cuyos efectos eran todavía desconocidos. O sea, los Estados Unidos sabían del problema desde antes de que éste estallara. Si en China de la epidemia se supo hasta enero y los Estados Unidos ya sabían de dicho virus desde el año pasado, la explicación china cobra fuerza. Si el gobierno chino estuviera diciendo la verdad, quedaría claro entonces que lo que pasó en China fue simplemente un acto de guerra bacteriológica sin declaración de guerra.

Tenemos, pues, dos cuadros distintos del panorama actual, ambos apoyados por grupos de científicos, militares, diplomáticos, etc., que por lo menos al lego y a quien no participa directamente en la controversia lo dejan en la incertidumbre y en el titubeo. El ciudadano común simplemente no tiene elementos para decidir por cuál teoría inclinarse. ¿Significa eso entonces que no podremos saber que teoría es la más plausible puesto que en ambos casos faltan premisas para que los razonamientos pudieran ser conclusivos? Yo pienso que no, pero pienso también que hay una explicación de más alto nivel, superior, que hace a ambas teorías redundantes o por lo menos las desprovee de la importancia que se les quiere adjudicar. Esto se aclarará más abajo, pero por el momento consideremos este choque de teorías como si fueran el último nivel explicativo del fenómeno.

Como es bien sabido, los datos que se obtienen en las diversas (así llamadas) “ciencias duras” adquieren su status de datos científicos en la medida en que son parte de teorías científicas concretas. En cambio, en las ciencias sociales, en donde la teorización toma cuerpo de modo distinto, las teorías son a menudo remplazadas por lo que podríamos llamar ‘descripciones contextuales’. Para decirlo de manera burda pero ilustrativa: un dato de astrofísica es a la teoría de la relatividad lo que un dato histórico es al trasfondo o contexto en el que resulta ubicable y que, por lo tanto, hay que proporcionar. Es precisamente la contextualización lo que le confiere a un hecho, enteramente neutral en sí mismo, su significancia histórica o política. La contextualización es crucial en historia y en política porque en esas áreas no se teoriza como en astrofísica o en bioquímica. Apliquemos esta estrategia a nuestro caso. ¿Cómo o sobre qué bases podríamos optar entre la explicación norteamericana y la china de la pandemia del Covid-19? La respuesta ya la dimos: por medio de la contextualización del “dato”, esto es, proporcionando el trasfondo político, comercial, social, etc., en el que se inserta el hecho de que una y la misma enfermedad está afectando a prácticamente todos los países del mundo. Dicha contextualización es lo único que puede orientar respecto a lo que podría ser la respuesta correcta. Pero ¿es factible dicha contextualización? Pienso que sí, si bien ello es un asunto de grados. Intentemos entonces contextualizar, aunque sea a grandes rasgos, nuestro hecho por explicar, esto es, la pandemia que nos agobia.

Yo creo que el primer “dato” importante para entender lo que está pasando lo constituye la agresión norteamericana en contra de China. En diciembre de 2018, la CEO de la mega-empresa china de telecomunicaciones, Huawei, fue detenida y encarcelada en Canadá con miras a ser extraditada a los Estados Unidos, cosa que aún no sucede. Desde mediados de 2019, el gobierno de D. Trump entró en una abierta guerra comercial con la República Popular China. Los norteamericanos, rompiendo con todas las reglas de juego comercial libre, le impusieron arbitraria y súbitamente  billones de dólares en impuestos a multitud de productos provenientes de China a fin de medio balancear su déficit comercial, llegando hasta los 200 billones de dólares, esto es, 200 mil millones de dólares en impuestos! Podemos estar seguros de que si los Estados Unidos hubieran hecho eso con cualquier otro país simplemente lo habrían destruido, pero en este caso algo falló. Para empezar, los chinos le impusieron a los productos norteamericanos la misma cantidad de impuestos. Quedó claro entonces que, comercialmente, los Estados Unidos perdieron la pelea con China. Sencillamente no tienen forma de ponerlos de rodillas ni de detener su formidable crecimiento (China había venido creciendo a un ritmo de casi 7 % anual, algo que los norteamericanos ni en sueños podrían alcanzar). ¿Qué es, pues, lo que está pasando? Se da una confrontación comercial entre un gigante comercial emergente y un gigante comercial decadente y empieza a ser paulatina pero inexorablemente desplazado. El problema es, claro está, que la potencia destronada comercial y económicamente sigue siendo la potencia número uno militarmente. Parecería entonces que el razonamiento subyacente es el siguiente: si no se puede detener a China por las buenas, esto es, haciendo toda clase de trampas financieras y de chicanerías comerciales, quedan las opciones de inteligencia militar. Desde este punto de vista, lo que se estaría haciendo ver es que, salvo por el recurso último al armamento atómico, que en realidad ya no es un recurso viable salvo para un gobierno suicida, los Estados Unidos están dispuestos a recurrir a absolutamente cualquier mecanismo bélico, cualquier modalidad de guerra para alcanzar sus metas. Independientemente de su carácter moral, habría que reconocer que si es así realmente como se habría razonado en el seno del gobierno norteamericano, el plan delineado no habría sido del todo bien pensado. Sus arquitectos habrían fijado toda una variedad de objetivos, todos ellos secretos si bien algunos de ellos rastreables, pero lo cierto es que el plan falló. Si de lo que se trataba era de detener a toda costa el crecimiento económico y la expansión comercial de China (la Ruta de la Seda, la quinta generación en telecomunicaciones, etc.), dicho objetivo no se alcanzó. En dos semanas los chinos controlaron la epidemia en Wuhan, a la que cerraron a piedra y lodo y detuvieron la expansión de la enfermedad. En segundo lugar, se le causaría un grave daño a la población la cual, se suponía, se levantaría en contra del régimen dictatorial impuesto por el partido comunista chino. Eso tampoco sucedió. (Lo mismo se pensó en relación con Irán y de igual modo la política norteamericana volvió a fallar). Los estrategas norteamericanos pensaban que una vez alcanzados los objetivos estratégicos los Estados Unidos podrían una vez más volver a imponer sus políticas imperialistas e intimidatorias en todo el planeta, lo cual en la confrontación entre las superpotencias es obviamente el objetivo último o supremo. Evidentemente, habría un precio que pagar, que sería el número de muertos que inevitablemente acarrearía la expansión del virus en los Estados Unidos mismos. En relación con esto, no podemos pronunciarnos sobre si el plan fue rebasado o no, porque en los Estados Unidos todavía no se ha logrado detener el contagio masivo y que mueran centenas de personas diariamente. Así, pues, podría afirmarse que en general el plan habría fallado y, tristemente, quizá lo único para lo cual todavía da cabida es precisamente el número de muertos. Es de suponerse que el cálculo que los policy makers norteamericanos hicieron (es evidente que todo lo que está pasando no es producto de la voluntad de una persona) en relación con el número de fallecidos es mucho mayor que el de los fallecimientos hasta ahora acaecidos. Aquí lo que no deja de sorprendernos es lo siguiente: si la explicación china es acertada, entonces quienes en el nivel más alto tomaron las fatales decisiones sabían que su propio pueblo padecería enormemente y, no obstante, siguieron adelante con el plan. En relación con esto quizá valga la pena traer a la memoria el hecho de que, a la pregunta planteada por la televisión iraní a un politólogo estadounidense de si el gobierno norteamericano habría estado dispuesto a atentar en contra de su propia población, éste sin mayores titubeos respondió haciendo primero el recordatorio de que eso ya había pasado, como sucedió con la destrucción de las Torres Gemelas, en donde murieron más de tres mil personas y, en segundo lugar, que es evidente que en el gobierno norteamericano hay gente lo suficientemente inmoral como para afectar a su propia población con tal de alcanzar sus objetivos políticos, militares y comerciales.

Nuestro interrogante era: ¿es factible contextualizar el dato que constituye la pandemia del Covid-19 de modo que la hipótesis de que China deliberadamente infectó primero a su propia población y posteriormente a la población mundial en su conjunto resulte convincente? Confieso que no tengo datos ni razones para pensar que pudiera darse una respuesta positiva a esta pregunta. Está desde luego la hipótesis, que no hemos considerado, de que se haya tratado de un accidente y que por un “error humano” el virus se haya esparcido primero en Wuhan y luego en los demás países. Yo considero que esa hipótesis es simplemente increíble y por lo tanto teóricamente gratuita e inaceptable. Los laboratorios de esa índole, ultra-secretos, dirigidos por militares y demás son herméticos, tienen decenas de filtros para entrar y salir, es decir, están perfectamente preparados y acondicionados para llevar acabo sus labores. Esa hipótesis me parece, por lo tanto, totalmente implausible.

Así, pues, si tuviéramos que elegir entre la hipótesis norteamericana y la china nuestra conclusión tendría que ser entonces que la actual pandemia del Covid-19 muy probablemente habría sido el resultado de una acción de inteligencia militar por parte del gobierno de los Estados Unidos (y, probablemente, con la participación de algún otro gobierno “amigo”) en contra de la República Popular China. El hecho de que ahora se esté revirtiendo a explicaciones que hacen de la transmisión animal la fuente de la tragedia refuerza la idea de que la posibilidad de acusar al gobierno chino ya quedó descartada y habrá que hacer todo lo que se pueda para desviar la atención de la potencial responsabilidad del actual gobierno norteamericano hacia otros temas. Si efectivamente lo que está pasando es el resultado de una confrontación entre los Estados Unidos y China, lo menos que podemos decir es que los Estados Unidos ya perdieron dicha confrontación.

Yo pienso, sin embargo, que la descripción de la actual pandemia en términos de una confrontación entre dos grandes potencias es errónea y que el problema se puede concebir de otra manera, de una manera que me parece a mí que es mucho más explicativa y por ende más útil. De esa explicación alternativa pasaremos ahora a ocuparnos.

V) La significación de la pandemia del Covid-19

Algo que nos deja de maravillarnos es la cantidad de ideas ridículas a las que da lugar un problema mundial tan serio como la actual pandemia y sin duda una de las mayores barrabasadas que oímos a diestra y siniestra es que esta pandemia significa el fin del capitalismo, que éste inevitablemente tiene que reformarse, que llegó el momento de modificar la injusta estructura económica del mundo y que precisamente la pandemia es el inicio de esta remodelación de la vida social del planeta. Yo pienso que posiciones optimistas como esa son no sólo ingenuas, sino que están mal concebidas y lo están por no haber tomado en cuenta suficientes elementos. Intentemos nosotros, con base en lo que hemos señalado y en los datos que podamos ir recabando, un cuadro diferente.

Lo primero que tenemos que hacer es ubicarnos teóricamente en el nivel apropiado. Vamos a abandonar por el momento el plano de la guerra diplomática, la geo-estrategia militar, los servicios de inteligencia, la guerra entre super-potencias, etc. No es desde la perspectiva de la confrontación entre países que ahora intentaremos extraer el verdadero significado, el significado real de la actual crisis. Para adoptar la perspectiva correcta ahora nos ubicaremos en un plano más general y más abstracto que es el de la evolución social mundial. Desde este nuevo punto de vista, la lucha entre los Estados Unidos y la República Popular China pasa a un segundo lugar e inclusive podría resultar ser, como intentaré hacer ver, un falso conflicto. Siendo esto así, la primera pregunta que tenemos que plantearnos es: ¿cómo acercarnos al tema?

A mí me parece que lo primero que se tendría que investigar es a quién beneficia la pandemia, porque es evidente que si bien la inmensa mayoría de las personas, los locales comerciales, las pequeñas empresas e inclusive empresas gigantes como las petroleras, los gobiernos, todos ellos y más sufren y se ven profundamente afectados por ella, habría de todos modos instituciones, organizaciones, corporaciones e individuos que están obteniendo inmensas ganancias gracias a la crisis. Antes de decir algo al respecto, sin embargo, es indispensable pasar en revista algunos hechos.

El primer y principal mega-efecto de la actual pandemia es obviamente la recesión mundial en la que apenas estamos entrando. Lo que se está arruinando es, con las excepciones obvias que no necesitamos considerar, la organización económica mundial considerada globalmente. A tres meses de que la enfermedad se haya extendido por todo el planeta, millones de personas ya no tienen trabajo, el sector de servicios (tiendas, cines, restaurantes, comercios de todo tipo, etc.) está en la ruina; el dinero casi está dejando de circular. Obviamente, el dinero que necesita la gente para adquirir bienes de consumo no son los trillones de dólares puestos en circulación por la Reserva Federal para solventar deudas de grandes empresas (compañías de aviación, por ejemplo). Algo de esa fortuna irá a parar a los bolsillos de los ciudadanos (norteamericanos, en este caso), pero en general ese dinero no es dinero circulante, dinero normal para que entre en el mercado y sea usado por todos. Es dinero, por así llamarlo, ‘teórico’, dinero por medio del cual se hacen transacciones en computadoras y se rescatan así empresas en quiebra, se cubren sus deudas, etc., y posteriormente regresa a los bancos. Pero que quede claro: el dinero que, por ejemplo, en los Estados Unidos “se inyecta” en la economía nacional no se invierte en la construcción de hospitales, de asilos, de escuelas y demás. La impresión de esos billetes está pensada para ayudar sólo a los agentes esenciales, es decir, a los pilares del sistema capitalista (en un sentido no personal, desde luego). Así, pues, ¿quién se beneficia de la actual crisis? La respuesta es simple: la banca mundial y las grandes trasnacionales y en particular por el momento las del sector farmacéutico. ¿A quiénes va a afectar más directamente y para mal esta pandemia? Desde luego a los ciudadanos, a los individuos, a las personas, pero también a los gobiernos de los Estados nacionales, porque ellos van a tener que recurrir a instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, etc., y, desde luego, a los grandes bancos del mundo (JP Morgan, Golden Sachs y demás). Las deudas externas van a crecer enormemente y, claro está, si un país se endeuda quienes pagan en los hechos dicha deuda son sus respectivas poblaciones. Así, pues, los campos de los grandes beneficiados y de los muy afectados negativamente por la actual crisis están relativamente bien delimitados y son claramente discernibles.

Pero cabe preguntar: ¿por qué se habría pensado que era indispensable recurrir a un mecanismo tan diabólico y tan nefasto en sus implicaciones (muertes, parálisis económica, baja sensible en los niveles de vida, etc.) como lo es la pandemia del Covid-19? Porque, y esta la hipótesis que yo quisiera someter a consideración, el sistema capitalista tal como lo hemos venido viviendo está ya agotado y es ya insostenible, pero no en el sentido en el que podría uno espontáneamente pensarlo. ¿En qué sentido entonces es el sistema capitalista ya insostenible? En el sentido de que, aunque hay billones de personas en la inopia, viviendo en la insalubridad, en la inseguridad, en la miseria, etc., también es cierto que hay billones de personas que viven relativamente bien, que tienen acceso a la educación, a servicios de salud, que viajan, que tienen un buen nivel de consumo, que viven de sus jubilaciones, etc., y que quieren cada vez más, es decir, que quieren progresar. Todo eso está muy bien, sólo que hay un problema: el tamaño del planeta no se puede modificar y para mantener el bienestar más o menos aceptable de esos billones de personas que conforman el espectro social que lleva desde las clases trabajadoras más humildes hasta las primeras capas de la gente que goza ya de un nivel de vida respetable, el mundo tendría que transformarse drásticamente y tendría que operarse una re-distribución mucho más justa de la riqueza mundial. Las clases medias, numerosas y muy diversificadas, exigen cada vez mejores salarios, más vacaciones, más acceso a buenos servicios de salud y en general más bienestar material, pero eso sólo se puede obtener en el marco del capitalismo existente no si se explota más a las clases trabajadoras, porque ni eso sería ya suficiente, sino si se le quita riqueza a los super-ricos, si se les expropian sus bienes, si se les cancelan sus obscenos privilegios. Y eso, obviamente, es algo que los dueños del dinero y por lo tanto quienes se apropiaron del sistema, quienes manejan sus mecanismos y conocen sus secretos, no van a permitir.

Empezamos entonces a entender que a través del coronavirus lo que se pretende es re-estructurar, re-modelar la sociedad capitalista, pero no en aras de la justicia sino para garantizarle a los super-ricos, esto es, a los amos económicos del mundo, sus privilegios. La pandemia del Covid-19 resulta ser entonces uno de los instrumentos por medio de los cuales la capa social que está en la cúspide está llevando a cabo sus planes de defensa de sus privilegios en el marco del sistema capitalista, porque nadie está interesado en que éste se modifique. Así, pues, la re-estructuración que se planea tiene como objetivo salvaguardar los inmensos, casi inimaginables privilegios de menos del uno por ciento (cuando mucho) de la población mundial. Por consiguiente, podemos afirmar que si el coronavirus transmisor del Covid-19 (coronavirus–Sars-Cov-2) es efectivamente un instrumento del cambio social lo es de lo que yo propongo llamar la ‘contra-revolución hiper-burguesa’. Por consiguiente, el objetivo central para que el sistema capitalista en su fase actual, esto es, en la que lo que prevalece no es ya el capital industrial sino el financiero, es bajar el nivel de vida de las “clases medias”, esto es, el grueso de la población mundial. De lo que se trata es, por así decirlo, de proletarizarlas. Hay que homogeneizar a la población en una sola clase inmensa que sería la clase trabajadora del futuro, esto es, la clase que garantizaría el bienestar eterno de los super-ricos. ¿Quiénes son los super-ricos? Los dueños de los canales por los que fluye todo el dinero del mundo y los entes trasnacionales (empresas, corporaciones, compañías) en cuyas manos está la producción y la distribución de la riqueza material del planeta. Lo que se echó a andar es, pues, el proceso de esclavización de la humanidad en beneficio de quienes se apoderaron de prácticamente todo lo que hay en la Tierra.

En resumen: el coronavirus está diseñado para que se efectúe una transformación económica radical a nivel mundial. El objetivo es asalariar a la mayor cantidad de personas que se pueda. Esta transformación está pensada para beneficiar ante todo al sector que maneja el dinero, la bolsa de valores, la deuda externa de los países, etc., esto es, la banca mundial, y las grandes trasnacionales, en particular mas no únicamente las de la industria farmacéutica, los grandes laboratorios de los cuales dependerán las vacunas y los tratamientos de las enfermedades. El mismo Bill Gates ya habló de una vacuna para la población mundial, esto es, siete mil millones de vacunas! Sin duda algunos rayan en una megalomanía delirante mas, desafortunadamente, no irreal. Eso es enriquecerse hasta niveles inconcebibles para el ciudadano común. Son gente así quienes idearon la estrategia del coronavirus y lo hicieron por motivaciones egoístas y con objetivos en mente perfectamente delineados.

Ahora bien, es claro que la transformación estructural no puede efectuarse sin una transformación política, pero de esto no se ha hablado mayormente. Es cierto que todavía el tema no ha sido abiertamente discutido, pero ya hubo alguien quien se pronunció al respecto y que sabe muy bien de lo que habla, puesto que él sí está en el núcleo del poder mundial. Este individuo, a manera quizá de advertencia respecto a lo que se viene, ya afirmó públicamente que el coronavirus no puede ser controlado por ningún gobierno en particular. Pero entonces ¿qué o quién lo puede controlar? En opinión de Henry Kissinger, que es de quien hablamos, eso es algo que sólo lo puede lograr un gobierno mundial. Esta sugerencia de Kissinger ciertamente amerita unas cuantas palabras dado que él más que cualquier otra persona es el portavoz de los núcleos humanos que controlan la vida económica del planeta. ¿Qué podemos decir al respecto?

VI) El gobierno mundial

La idea de un gobierno mundial no es nueva, pero en general cuando se aludía a un gobierno así se pensaba ante todo en una especie de idea regulativa y de ideal político, más que en un proyecto efectivamente realizable. Por consiguiente, pretender describir aquí y ahora cómo concretamente estaría estructurado y funcionaría un gobierno mundial sería una labor un tanto fantasiosa, puesto que lo único que podríamos hacer sería especular, dado que no contamos con antecedentes históricos que nos ilustren y nos permitan extraer lecciones de casos pasados. Pero si bien no podemos decir mucho acerca de cómo sería un gobierno así, sí podemos visualizar cómo se llegaría a él. Es evidente hasta para un niño que ningún país de motu proprio estaría dispuesto a suprimir su independencia para someterse a los mandatos de un gobierno supranacional, pero el punto es que la “propuesta” de un gobierno mundial no se plantearía como una opción. ¿Cómo entonces se llegaría a él? Es en relación con este punto que la pandemia del Covid-19 adquiere una importancia explicativa mayúscula. Pienso que algo de lo mucho que puede decirse es lo siguiente:

a) el flagelo que es la pandemia que hoy se expande por el mundo no es un fenómeno natural sino provocado, el resultado de una conspiración fraguada al más alto nivel económico, político y social, seguramente preparada durante años y con objetivos precisos por alcanzar. Todo lo que pasa día con día confirma que hay un plan que se está exitosamente materializando.

b) La pandemia apenas está empezando. Es evidente que el problema no se va a detener en los próximos meses. El objetivo debe ser que se contagien cientos de millones de personas para que todo el proyecto tenga sentido. Lo más que los gobiernos nacionales podrían hacer sería entonces luchar para que las tazas de mortandad no los rebasen y tratar de enseñarles a sus respectivas poblaciones a aprender a vivir de un nuevo modo para reducir al máximo el peligro del contagio y por ende de muerte (vivir con cubre bocas, lavándose las manos cada hora, quitándose los zapatos al entrar a las casa y desinfectarlos, no saludar a nadie de beso, etc.). Pero hay una verdad terrible en todo esto: el virus va a seguir entre nosotros por la sencilla razón de que para eso está pensado.

c) La solución para la pandemia, ya sea bajo la forma de vacunas ya sea bajo la forma de tratamientos, estará en manos de las grandes corporaciones farmacéuticas. Eso quiere decir que, nos guste o no, todos los países van a depender permanentemente de ellas. Y eso es muy fácil de hacer ver: una vez que esta pandemia haya quedado superada, vendrá la siguiente y nos volveremos a encontrar en la misma situación que en la que estamos hoy sólo que con otro virus.

d) Dado el carácter altamente contagioso del coronavirus, inevitablemente los gobiernos tendrán que tomar medidas draconianas para evitar defunciones masivas hasta donde sea posible, pero ello acarreará un terrible desgaste económico en todos los países, sus poblaciones se agotarán, el endeudamiento externo de los gobiernos se volverá galopante, etc. Estarán sentadas las bases entonces para que se inicie el chantaje político en gran escala. No se necesitarán soldados, invasiones, bombardeos, etc. Esos eran mecanismos propios de la etapa previa del desarrollo del capitalismo, pero eso quedó atrás. Ahora se pueden eliminar millones de personas de otra manera y cuando un gobierno vea que se le mueren millones de personas accederá a todo lo que se le exija.

e) Ya con los gobiernos domados y bajo control, se podrá reorganizar la vida social pero habiéndoles previamente robado ya su autonomía. Entrarán en juego entonces nuevs organizaciones internacionales, parecidas a la ONU, a la UNESCO, a la OMS, a la OIT, etc., sólo que esta vez con el poder para imponer las políticas que los directivos de esos organismos consideren que hay que imponer y no habrá mucho que discutir. Dónde estén ubicadas las sedes de estos nuevos ministerios es algo que no tiene mayor importancia.

f) Así como se pasó de los reinos e imperios medievales a la formación de Estados nacionales, ahora se pasará a la organización política mundial acorde a la etapa actual del desarrollo del capitalismo. Dicho de otro modo, se vislumbra ya el fin de los Estados nacionales.

g) El objetivo último de todo esto que parece más que otra cosa el resultado de una conspiración diabólica es, naturalmente, el sostenimiento del sistema capitalista en lo que muy probablemente ahora sí sea su última etapa, una etapa sin embargo cuyo fin no es perceptible en este momento y de hecho es imposible siquiera imaginar. De lo que se trata es de beneficiar al máximo a las grandes corporaciones, reducir costos, dejar de pagar jubilaciones (una temática candente), etc.

Ahora sí me parece que podemos decir que tenemos un cuadro general, una interpretación del rol del coronavirus. Ahora sí tiene sentido lo que nos está sucediendo. Teniendo presente lo que hemos dicho, podemos pasar ahora a extraer algunas conclusiones generales.

VII) Conclusiones

Soy de la opinión de que no habría nada más ingenuo y desorientado que pensar que la actual crisis por la que está empezando a pasar la humanidad no es más que un desafortunado evento del cual pronto saldremos más o menos indemnes y del cual también en última instancia los responsables son los murciélagos. Ver e interpretar lo que está pasando de esa manera me parece el summum de la incomprensión y de la superficialidad. Como ya vimos, la actual pandemia es desde luego un fenómeno biológico, pero también militar, económico, social, cultural, etc., pero es ante todo un instrumento político. Esta pandemia, con todo lo que ella acarrea, es tanto un símbolo como un instrumento ad hoc empleado en una complejísima estrategia global que tiene motivaciones concretas y metas claramente detectables. Si hubiera sido por razones naturales que el Covid-19 hubiera hecho su aparición sobre la faz de la Tierra, como la peste bubónica lo hizo a través de las ratas, de todos modos causaría enormes problemas de toda índole, pero con el tiempo los países podrían salir del atolladero, por dificultoso que fuera ello. Pero vista la enfermedad como un elemento de una estrategia política global motivada por poderosos requerimientos económicos, laborales, políticos, etc., la pandemia se vuelve entonces algo mucho más peligroso y dañino. Quizá sea cierto que llegó el momento en el que las contradicciones del sistema capitalista fuerzan a un cambio que tiene que articularse de alguna manera, pero el problema es que la necesidad de este cambio está siendo aprovechada exclusivamente para beneficio de quienes hoy son los amos financieros del mundo y fueron sus policy makers quienes diseñaron dicho cambio y lo están implementando. Eso es precisamente lo que se hizo. Visto de esta manera, no somos los ciudadanos del mundo otra cosa que peones en un tablero mundial en el que, por lo menos por el momento, sólo juegan los dueños del mundo. Es, pues, crucial llevar al plano de la conciencia universal el siguiente pensamiento: la pandemia del Covid-19 significa una declaración de guerra en contra la humanidad en su conjunto, una humanidad ciertamente desprevenida, no consciente del peligro que la acecha pero que, si logra despertarse y reaccionar a tiempo, tiene toda la fuerza para neutralizar la terrible amenaza que sobre ella se cierne y darse a sí misma la oportunidad de hacer del mundo un lugar en donde pueda pasar su tiempo de existencia viviendo serenamente y en paz.

[i] K. Popper, La Sociedad Abierta y sus Enemigos (Buenos Aires: Editorial Paidós, 1967), vol. II, p. 114.

[ii] K. Popper, ibid., p. 115.

[iii] K. Popper, ibid., pp. 115-16.

[iv] K. Popper, ibid., p. 116.