I) Si hay algo que no me gusta es hablar de mí mismo. Sin embargo, la máxima de mi actitud tiene en ocasiones que violentarse, porque de no hacerlo algunas cosas que pudiera yo afirmar podrían no ser comprendidas o debidamente apreciadas. Tengo, pues, que confesar que lo que mis más remotos recuerdos me dicen es que nací y viví siempre en un medio esencialmente ateo. Yo nací en un medio permeado por la figura del Lic. Narciso Bassols, un destacado mexicano que en tanto que Secretario de Educación, a principios de los años 30, había protagonizado un serio enfrentamiento con la retrógrada y reaccionaria institución de la Iglesia Católica mexicana. La causa eficiente del conflicto lo fue la enseñanza de la biología en la Escuela Primaria, con todo lo que ello entraña y en particular el estudio de temas relacionados con la sexualidad (anatomía, reproducción, etc.). La confrontación entre el Estado Mexicano y la Iglesia fue tan agria que al cabo de dos años el Lic. Bassols decidió presentar su renuncia al puesto y evitarle así al gobierno un desgaste político (y quizá hasta militar) que habría podido alcanzar los niveles de la cruenta guerra abiertamente promovida por el clero mexicano y que había terminado tan sólo unos 4 años antes. En todo caso, en nuestra familia se respiró siempre una atmósfera liberal, juarista, anti-clerical y, aunque no se nos infundía ninguna clase de odio por la religión en general, tampoco se nos impartió ninguna clase de “instrucción religiosa”. A decir verdad, la religión de nuestra casa era más bien algo así como la creencia en las bondades del socialismo. Convicciones como esas ciertamente pueden tener sesgos religiosos, pero no es ese el tema del que quiero ocuparme aquí. Lo que por el momento quiero es simplemente subrayar que, a diferencia de lo que pasaba con prácticamente toda la gente que me rodeaba con excepción de los miembros de una minoría muy especial, de hecho yo no nunca tomé parte en los ritos bien conocidos en los que participan millones de personas (bautismos, primeras comuniones, misas, tedeums y demás). La cuestión de si me perdí de algo o no es debatible, puesto que yo por cuenta propia me topé posteriormente con la creencia en Dios, escribí dos libros sobre temas de filosofía de la religión y he impartido en muchas ocasiones cursos, seminarios y conferencias sobre temas centrales de esa rama de la filosofía y en cambio no tuve que pasar por los miedos, las angustias, los peligros y los traumas por lo que pasan muchísimos niños y jóvenes que entran a formar parte de congregaciones religiosas. Para ilustrar: nunca me afiliaron mis padres a, por ejemplo, los Legionarios de Cristo! Nunca estuve al alcance de ningún Maciel.
II) Lo anterior lo cuento porque quisiera que se le dieran a mis palabras el sentido y, de ser posible el valor que tienen, tomando en cuenta de quién provienen. Yo durante un periodo muy largo de mi vida me dejé llevar frente a la religión y el Papado, que es el tema que me incumbe, por los escritos de pensadores como Friedrich Nietzsche y Bertrand Russell. Pero poco a poco me fui independizando, primero del primero y después del segundo. Ahora mi actitud es diferente. Como todo mundo sabe, la historia del Papado es muy variada e incluye desde grandes hombres hasta agitadores en gran escala (como Urbano II), desde ambiciosos desmedidos (como Gregorio IX o Inocencio IV, los dos enemigos mortales del gran Federico de Hohenstaufen) hasta intrigantes y hombres totalmente inescrupulosos (como Alejandro VI, ni más ni menos que el padre de Cesar Borgia), desde hombres de estado más o menos estándar (como Paulo VI) hasta actores políticos carismáticos, como Juan XXIII, y algunos de efectos letales (como Juan Pablo II). No formando parte yo del reino de la Santa Madre, la Iglesia Católica Apostólica y Romana, ninguno de esos personajes tiene para mí otra cosa que un interés histórico o, si es más reciente, político y de todos modos el panorama a que dan lugar en general no me atrae. La vida en el Vaticano, los conciliábulos, los crímenes que allá se cometen (como el asesinato de Juan Pablo Primero. Qué casualidad que ya estaban en curso las conversaciones entre, por una parte Reagan y Thatcher y, por la otra, Gorbachov y Shevarnadze, para la venta de los países del Pacto de Varsovia, sólo que se necesitaba a la persona ad hoc para iniciar el proceso de desmantelamiento del socialismo y Juan Pablo I no era esa persona), nada de eso me resulta un paisaje atractivo. Con el Papa Ratzinger no tenía yo la menor razón para cambiar de opinión. Pero inesperadamente un cambio importante se produjo: apareció Francisco. Y entonces, de algún modo y en alguna medida, mi punto de vista se modificó. Quisiera explicar en unas cuantas palabras en qué sentido y por qué.
III) Desde luego que una persona no puede ella sola alterar radicalmente juicios que histórica y culturalmente quedaron establecidos con toda firmeza, independientemente de si dichos juicios están justificados o no. No es, pues, el juicio histórico sobre el Papado lo que por personajes como Francisco podría modificarse. Sin embargo, personajes como él sí pueden dar inicio a una nueva apreciación y valoración y empezar un proceso que llevaría a juicios históricos novedosos. Yo creo que es el caso del Papa Francisco. En mi opinión, Francisco puede ser evaluado desde tres perspectivas distintas: como persona, como actor político y como líder religioso. Echémosle, pues, un vistazo a esas tres facetas del Papa actual.
A) Como persona. Sin duda alguna, hay un marcado contraste entre este Papa y sus predecesores. Todos ellos tienen que cumplir con los ritos ya establecidos de la Iglesia, como el lavado de pies, y en ese sentido son todos iguales. Qué diferencia haya entre cómo lo hace uno y cómo lo hacer otro es algo realmente superficial y que no amerita ninguna reflexión, en el mismo sentido en que da exactamente lo mismo que uno sea zurdo y otro derecho. Si vamos a hablar de la persona tenemos que fijarnos en lo que es específico de ella. ¿Qué rasgos se detectan en este Papa? A diferencia de muchos otros, Francisco no sólo sonríe, sino ríe. Eso le da un aspecto afable. Pero además es un Papa decidido a entrar en contacto con la gente: saluda, acaricia cabezas, cuenta chistes (contó uno bien conocido sobre cómo se suicidan sus compatriotas, esto es, los argentinos, pensando (supongo) sobre todo en los porteños) y tiene la virtud cardinal de todo sujeto genuinamente religioso: es un hombre humilde. No pretende erigirse en juez, en legislador universal, en potentado. Para expresarlo de un modo un tanto paradójico: Francisco no pontifica, obviamente en el mal sentido de la palabra. Es una persona a todas luces sensible y, por si fuera poco, valiente. Como se sabe, tres parientes suyos murieron en un “accidente” vehicular, a saber, la esposa y los hijos de su sobrino. Esto bien pudo haber sido un simple accidente automovilístico, pero la sombra de un atentado y, sobre todo, de una advertencia, planea sobre el evento en cuestión. Algo en ese sentido podría quizá colegirse de una entrevista en la que se le preguntó sobre lo que él pensaba que podría pasarle a él, a lo cual respondió sonriendo que quería vivir, pero que si habían decidido matarlo que sólo pedía que lo mataran rápido, porque no quería sufrir. Respuesta honesta y valiente. ¿Por qué? Porque el mensaje de su respuesta es claramente que ninguna amenaza, ningún peligro le haría modificar su visión de lo que es su misión, una respuesta dada en público para quien quisiera oírla. Por otra parte, es incuestionable que Francisco le hace honor a ‘Francisco’: el ahora Papa adoptó como nombre oficial el nombre de quien muy probablemente podría ser catalogado (si dicha clasificación tiene sentido) como el hombre más modesto y humilde de la historia: Francisco de Asís. Auto-denominarse de ese modo es, por lo tanto, adquirir un compromiso muy grande. Y todo indica que lo está haciendo bien. Francisco es un hombre a la altura de su puesto.
B) Como actor político. Es obvio que cualquier Papa será siempre una pieza importante en el tablero de la política mundial. Así tiene que serlo el líder de una comunidad de más de 1,200 millones de personas. Y Francisco ya dio muestras de gran olfato político. Por lo pronto, medió entre Washington y Cuba. Es cierto que ya estaban dadas las condiciones para un cambio en la relación entre esos dos países, por razones más o menos obvias. Por una parte, para florecer Cuba necesita que la dejen interactuar libremente con otros países y para ello se requiere ponerle fin a un criminal y obsoleto bloqueo que, aunque con fisuras, de todos modos entorpece sobremanera el desarrollo de la isla y el mejoramiento de las condiciones de vida de su esforzada población. Pero, por la otra, es claro que los norteamericanos (que tienen perdida la guerra comercial con China y permanentemente requieren de nuevos “mercados”) están perdiendo multitud de oportunidades concretas de negocios en la isla, oportunidades que están aprovechando los españoles, los franceses, los mexicanos, etc. El punto es importante: 50 años después de haber emigrado y con el fin de la Guerra Fría, la comunidad gusana (esto es, lo constituida por los cubanos instalados en Miami) ya no le representa a los Estados Unidos más beneficios que la apertura comercial, financiera, cultural, deportiva, etc., con Cuba. En estas circunstancias, Francisco facilitó la comunicación y generó con ello unas expectativas que tienen boquiabierto a medio planeta. Pero eso no es todo. Su apoyo a las comunidades cristianas del Medio Oriente ha tenido algunos efectos y V. Putin mismo, cuando propuso su estrategia de paz para Siria, antes de la invasión de los mercenarios de Estado Islámico, pagados (como todo mundo sabe) por los Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita, mencionó al Papa como uno de los factores a tomar en cuenta, con lo cual se logró retrasar un poco dicha invasión, que por otra parte era inevitable (y aunque ciertamente muy costosa desde todos puntos de vista, probablemente infructuosa, si el objetivo último es aniquilar el gobierno legítimo del presidente Assad). Pero el movimiento más audaz y por el cual Francisco se ha ganado la admiración, el respeto y hasta el cariño de millones de personas es el reconocimiento oficial del Estado de Palestina por parte del Vaticano. Eso nadie se había atrevido a hacerlo, con la excepción de Suecia. Europa tiene la puerta abierta para ello, porque ya se la abrió Francisco. Eso enaltece a quien quiera que sea, porque todo mundo sabe lo que diariamente sucede en Gaza y en Cisjordania y nadie dice nada, pero el Papa Francisco levantó la mano y habló. Nadie con dos dedos de sensibilidad puede estar en desacuerdo. Es por eso que el Papa recibió al presidente palestino, Mahmoud Abbas, como a “un ángel de la paz”. Y, como acto simbólico de solidaridad con un pueblo azotado de manera brutal mañana, tarde y noche desde hace 70 años, Francisco beatifica a dos monjas palestinas que vivieron a finales del siglo XIX, en una zona que pertenecía al Imperio Otomano. Todo ello tiene un fuerte impacto en la opinión pública mundial y a mí me parece además que es una demostración de consistencia política y de congruencia moral. Todo mundo está a la espera de su viaje, en septiembre, tanto a Cuba como a los Estados Unidos en donde, como todos sabemos y entendemos por qué, pueden tener lugar eventos tan inesperados como indeseables.
C) Como líder religioso. A mí me parece que con Francisco la Iglesia Católica se re-encuentra a sí misma, recupera su verdadera vocación, la que inspiró a los Padres de la Iglesia, a gente como San Agustín y a los franciscanos. El tema de la pobreza se volvió de un día para otro central en el lenguaje del Vaticano. Por otra parte, me parece también que Francisco sabe que llegó el momento de enfrentar esa insidiosa pero permanente y cada vez más descarada campaña en contra de todo simbolismo que emane de los Evangelios. Los valores cristianos se han visto peligrosamente afectados: la idea de familia, por ejemplo, a la que se trata de sustituir con una idea grotesca de familia que es la que complace a los dueños de Hollywood, la idea de una familia que no es una familia; la figura religiosa suprema de la cultura cristiana, esto es, Jesús, a quien se ha tratado de denigrar (sin éxito, en el fondo) de todos los modos posibles (como super- estrella, como homosexual vergonzante, como un individuo sujeto a las tentaciones más bajas habidas y por haber, como el amante de María Magdalena, etc., etc.) y así indefinidamente. Yo creo que Francisco puede reagrupar a la comunidad cristiana mundial y que él tiene todo para movilizar gente y defender entonces activamente lo que son parte de los cimientos de la cultura occidental. Si lo intenta de seguro que contará, aparte de sus correligionarios, con muchos otros que, aunque sea parcialmente, simpatizamos con su visión. En ese sentido claro que comparto el entusiasmo expresado por Raúl Castro.
Ojalá el Papa Francisco pueda llevar a cabo la revolución palaciega que el Vaticano requiere, que logre vencer la resistencia de la burocracia eclesiástica, modificar lo que haya que modificar para que la Iglesia se purifique (por ejemplo, acabar con el trasnochado y dañino celibato forzoso de los sacerdotes) y unificar de nuevo espiritualmente a Occidente, sin motivaciones de rivalidad espirituales con las otras grandes religiones del mundo. Si lo logra, la humanidad en su conjunto se regocijará, apoyará su causa y sabrá reconocer lo que serían sus eternos méritos.