Sin duda alguna un reto intelectual mayúsculo, ahora y siempre, es el que denominamos como “ir en contra de la corriente”. Es claro que quien va con la corriente opta de entrada por la vía fácil, pues para todo lo que se le ocurra afirmar en público vendrán en su apoyo las instituciones, recibirá el visto bueno de los jerarcas del área, se beneficiará por su trabajo de difusión de las ideas estereotipadas que le corresponde exaltar (y que pueden concernir a, por ejemplo, personas, como es el caso actualmente en México de un sinnúmero de periodistas, analistas y demás que no tienen otra función que la de calumniar y vituperar diariamente al Lic. Andrés Manuel López Obrador. Eso es ir con la corriente), se le aclamará en el medio como un agudo escritor o como un profundo conocedor de los temas que aborda (así se pensaba, por ejemplo, del “eminente” comentarista político Ricardo Alemán quien, en su entusiasmo por ir con la corriente y complacer a quienes lo contrataron, rebasó descaradamente los límites no de la decencia y el decoro porque esos ya los había rebasado desde hacía mucho tiempo, sino de lo permisible legalmente al grado de insinuar públicamente que se cometiera un magnicidio! Como bien sabemos, sin embargo, con quienes como él van con la corriente los castigos duran poco y, si no me equivoco, ya está otra vez por ahí vivito y coleando, haciendo de las suyas como si nada hubiera pasado, en lugar de estar en la cárcel por incitación al asesinato). En cambio, quien en relación con cuestiones de orden cultural, de temas políticos o religiosos, de modas y deportes, etc., y, desde luego, de asuntos políticos va en contra de la corriente se expone a toda clase de insultos, descalificaciones, ataques personales, campañas de desprestigio público, bloqueo en los medios de comunicación y todo lo que ya sabemos que se puede implementar para castigar al individuo rebelde que osa insubordinarse frente al status quo. Hay obviamente grandes diferencias entre el intelectual (como lo calificó Gramsci) “orgánico” y el intelectual (siguiendo con la metáfora) “inorgánico”. En ambos casos se reciben tanto premios como castigos pero, por la naturaleza misma de lo que cada uno de ellos representa, se ven premiados y castigados de manera diferente. Para no extenderme en una disquisición que me llevaría hacia otras temáticas, me limitaré a contrastar velozmente los premios y castigos de uno y otro. Los premios del intelectual orgánico son de fácil detección: sueldos, preseas, reconocimientos, desayunos con funcionarios, apoyos de diversa clase, puestos, etc. Al intelectual inorgánico, en cambio, lo esperan difamaciones, calumnias, persecuciones, bloqueos, entorpecimiento de trámites, justicia selectiva y así indefinidamente. Este desbalance, sin embargo, se re-equilibra de manera natural. El intelectual orgánico reduce considerablemente su espectro de intereses a los cuales encadena sus facultades, incurriendo por ello en una especie de prostitución mental puesto que de hecho lo que hace es vender sus virtudes al mejor postor, poner sus cualidades intelectuales al servicio de otros por lo que, podemos afirmar, es “muy” libre materialmente pero es también e inevitablemente un lacayo espiritual (inclusive si llegara a creer realmente lo que sostiene, esto es, aquello que la sociedad le exige y por lo cual de una u otra manera su jefe del momento le paga). El premio del intelectual inorgánico es muy superior, pues consiste en la satisfacción que le acarrea el ejercicio de sus facultades, la libertad con la que se auto-dota para expresarse libremente en cualquier contexto y la alegría que le proporciona la conciencia de no trabajar para él sino para los demás, cumpliendo así realmente con lo que es su misión. Después de todo, no puede tener el mismo mérito nadar con la corriente que nadar en su contra. Como le diría a su amigo el gran personaje creado por Conan Doyle, “Elemental, mi querido Watson!”.
Dado que, quien me conoce lo sabe y para quien no me conoce me presento, el destino me deparó la suerte de no formar parte nunca del club de los orgánicos (en ese sentido soy claramente, como dicen, un “loser”), es mi deber polemizar con puntos de vista que nadie quiere abiertamente poner en cuestión (aunque en petit comité sí lo hagan) y uno de esos temas peligrosos que está “a la moda”, tanto en México como en muchos otros países (en unos más que en otros) es el tema de la “violencia de género” y más en general el del feminismo. Digo que están a la moda en parte porque nos topamos con dichos temas mañana, tarde y noche, en periódicos, televisión, radio y demás, y en parte porque considero el feminismo una especie de ideología superficial, un movimiento importado y sólo mínimamente representativo de los intereses reales de la inmensa mayoría de las personas (hombres y mujeres), una temática que responde a intereses particulares y con objetivos en última instancia bastante turbios. Este movimiento se funda, como espero hacer ver, en toda una gama de falacias, afirmaciones gratuitas, descripciones tendenciosas y sobre todo en objetivos imposibles de compartir. Abordemos, pues, con entereza tan espinoso tema.
Lo primero que quisiera señalar es que hay un mecanismo ilegítimo de propagación ideológica que es típico del feminismo, bastante familiar dicho sea de paso dado que es también aplicado en otras áreas de la vida social. Me refiero al intento de apropiación de una expresión del lenguaje natural, en principio una expresión genéricamente neutral, por parte de un grupo de personas unidas por determinados intereses y de manera que su uso queda entonces vinculado a los intereses del grupo en cuestión y condicionado por ellos. Se intenta así imponer una manera de percibir la realidad y de hablar que de entrada vicia la forma normal de describir los hechos. En este caso, la expresión problemática que tengo en mente es ‘violencia de género’. En la actualidad muchos hablan de “violencia de género” pero asumiendo tácitamente que cuando se emplea dicha expresión es para indicar que una mujer es o fue víctima de un hombre o que La Mujer en abstracto es o fue víctima en general de la historia o de la cultura. Sería absurdo dudar de la realidad de lo primero y tal vez podría hablarse también de lo segundo, siempre y cuando se fuera preciso y se hicieran todas las aclaraciones indispensables para ello, pero nada de eso podría borrar el hecho incuestionable de que a menudo son las mujeres quienes ejercen violencia en contra de los hombres y hay mil maneras de hacerlo: desde jugar con sus sentimientos, excitar sus celos, etc., hasta el terrorismo jurídico por medio del cual le quitan a un hombre sus hijos, su casa, su salario, etc., pasando desde luego también por las agresiones físicas a las que, hay que decirlo, muchas mujeres son cada vez más proclives. Por otra parte, es igualmente innegable que El Hombre en general también ha sido objeto de injusticia por parte de la cultura, la estructura económica, la historia, etc. Hasta donde sé, Cleopatra también tenía esclavos y hay mozos en donde mandan las amas de casa! Pero entonces el uso a la vez exclusivo y excluyente de la expresión ‘violencia de género’ sencillamente no tiene justificación alguna.
El movimiento feminista, en segundo lugar, presupone como motivo de acción algo que, en condiciones normales, es tanto práctica como teóricamente inconcebible y que por lo tanto sólo puede dar lugar a pseudo-explicaciones y descripciones ininteligibles de la realidad. Las feministas, en efecto, pretenden que se acepte como potencial motivo de la acción masculina el mero hecho de ser mujer! Que una sugerencia así es francamente ridícula es algo que percibimos tan pronto intentamos aplicarlo a los hombres. Yo entiendo que se ataque o critique a alguien por ser ladrón, convenenciero, hipócrita, estafador, aprovechado, cruel, tonto, grosero, etc., pero ¿por ser hombre? Eso no tiene sentido y si no lo tiene en el caso del hombre tampoco lo tiene en el de la mujer. Una mujer puede ser víctima de hostigamiento o de violencia por ser coqueta, provocadora, recatada, modesta, discreta, gorda, bonita, antipática, prepotente, tímida, engreída, desobediente, etc., pero no por ser mujer. El ser mujer no es una posible causa de acción. No hay tal cosa.
El paisaje se empieza a aclarar un poco más cuando indagamos sobre los orígenes del movimiento feminista. Yo creo que no estará de más llamar la atención sobre el hecho de que se trata de un movimiento básicamente parasitario y con un origen de clase bastante fácil de detectar e identificar. El feminismo presupone muchas luchas sociales históricamente importantes pero en las cuales nunca se sintió su presencia. Ciertamente no fue una fuerza viva durante la Revolución Francesa ni durante la rusa, lo cual no quiere decir que no haya habido mujeres involucradas en los conflictos sociales mencionados pero obviamente eso es otra cosa, puesto que es claro que las feministas son sólo una minoría entre las mujeres. Tampoco las feministas estuvieron presentes durante las Guerras Mundiales ni en general durante los grandes conflictos del siglo XX. Tampoco surgió el feminismo en Birmania o en Egipto o en Paraguay. Su origen tiene coordenadas espacio-temporales bastante precisas. Como era de esperarse, un movimiento como el feminismo sólo habría podido surgir en sociedades en las que ya reinaba una situación de prosperidad general, de tranquilidad social y de bienestar material, una sociedad en la que hombres y mujeres disfrutaban ya básicamente de los mismos derechos y tenían las mismas obligaciones. Pero en relación con el origen del movimiento tenemos que ser más precisos todavía. Podemos con confianza afirmar que no fueron el mundo de las altas finanzas, los medios industriales, entre banqueros e inversionistas el ámbito en el que el feminismo hizo su aparición. En el universo en el que se maneja la riqueza de las naciones reivindicaciones como las de las feministas no tienen la menor posibilidad de ser consideras seriamente y menos aún de ser tomadas en cuenta. Pero, curiosamente, lo mismo sucede con los medios obreros y en general con las clases trabajadoras. La mujer que trabaja en la industria textil, en oficinas de gobierno o que tiene su pequeño negocio piensa en todo lo que se quiera menos en pretensiones de corte feminista: piensa en su salario, en sus hijos, en qué van a hacer el fin de semana, etc., pero no tiene la cabeza envenenada por la clase de preocupaciones propias de las feministas, porque lo que a la mujer normal le interesa es la familia, no la desintegración de la misma. Puede por lo tanto afirmarse que el feminismo tiene un origen claramente clase mediero y tuvo su caldo de cultivo ante todo en algunas mujeres incorporadas a la vida académica y artística, mujeres que tenían satisfechas sus necesidades cotidianas y mucho tiempo libre para pensar en la “igualdad de géneros”. Siempre se trató de grupos humanos constituidos por gente que vivía bien, que no tenía mayores preocupaciones laborales o vitales, que gozaba de la suficiente tranquilidad como para poder centrar su atención y sus energías en un ámbito de la vida humana que, en sus condiciones, se volvía prominente. ¿Cuál fue esa dimensión de la vida que atrajo la atención de todas esas intelectuales y artistas que requerían de una nueva clase de motivación? La respuesta es simple: el sexo. Fue en esa frágil área de fácil manejo en donde se centraron las inquietudes, las quejas y las demandas de ciertos grupos de mujeres que muy rápidamente se auto-concibieron y se presentaron ante los demás como representantes ….. de los valores e intereses legítimos de las mujeres en general! Pero eso es una tergiversación colosal de los hechos y una tergiversación que ha tenido efectos desastrosos para la inmensa mayoría de las mujeres (que no son feministas), sobre todo para aquellas que tienen que trabajar para salir adelante, que si tienen conflictos con hombres son conflictos concretos, claramente identificables, de abuso, prepotencia, imposiciones injustas, malos humores y cosas por el estilo, pero que nunca catalizaron como expresiones de un gran conflicto esencial con su pareja natural, esto es, con el hombre. Es claro que feministas y mujeres comunes no se posicionan frente al hombre del mismo modo.
Como cualquier otro movimiento social, el feminismo tiene sus propias condiciones de existencia. Intentemos especular un momento al respecto. La verdad es que no creo que sea muy difícil encontrarlas, inclusive si no ofrecemos una lista exhaustiva de ellas. Por lo pronto, podemos volver a señalar como una condición fundamental tranquilidad social, bienestar económico y, en general, ausencia de conflictos materiales, porque es obvio (supongo) que cuando se tienen problemas así no hay tiempo para discusiones estériles como las del feminismo. Segundo, las aportaciones de la ciencia no son desdeñables en la construcción del contexto apropiado para el surgimiento del feminismo. Esto lo adivina hasta un niño: si no hubieran creado en los laboratorios medios anti-conceptivos, el movimiento feminista simplemente no hubiera despegado. De igual modo, el feminismo presupone la existencia de una clase de gente ociosa que tiene tiempo para fantasear, manifestar sus insatisfacciones, con capacidades expresivas y con el apoyo de políticos y de medios de comunicación. Estas condiciones de existencia ayudan a explicar la evolución del feminismo: éste nació y se desarrolló en torno al sexo y lo que propició o fomentó fue más que la explosión la publicitación de la homosexualidad, del lesbianismo y de todo lo que de ello se deriva pero, y esto yo creo que es un resultado innegable, no ha tenido ni tendrá éxito en las mujeres trabajadoras, en las mujeres normales a las que por más que hablen no logran convencer de que los hombres son sus enemigos naturales. Debe quedar bien claro que los objetivos últimos del feminismo sencillamente no son universalizables. Eso fija los límites de su éxito.
Parte del éxito del feminismo ha consistido en que sus partidarios han sabido camuflajear sus objetivos detrás de las reivindicaciones legítimas de las mujeres, reivindicaciones que son todo lo que se quiera menos feministas. Las mujeres (y nosotros estamos con ellas de corazón) aspiran a una vida de respeto, a sueldos justos, a condiciones de vida que les permitan disfrutar su existencia, ver crecer a sus hijos, disfrutar de vacaciones con su familia y cosas por el estilo. Pero no son esas las aspiraciones feministas, porque (una vez más) el universo del feminismo es el de la sexualidad. Por lo tanto, feminismo y reivindicaciones femeninas no son lo mismo. Esa mimetización tiene que ser ya puesta al descubierto.
Hay otro elemento, mucho más turbio, asociado también con el feminismo y es que el feminismo incorpora un elemento abiertamente anti-religioso y de facto es un elemento que conspira en contra del concepto tradicional de familia. Si se va aceptar que el papá llegue a su casa tomado de la mano de su “novio” para compartir la mesa con sus hijos, a lo que estamos asistiendo es a la disolución de la familia. Aquí ya no se trata de “respetar” las desviaciones sexuales de una persona: aquí de lo que se trata es de promoverlas y de imponérselas a los demás. Para ello, se ha desarrollado toda una terminología, una pseudo-ciencia llamada ‘estudios de género’, se ha gozado del apoyo total de la televisión, el cine y los periódicos poniéndole así una mordaza a quienes disienten y ejerciendo un gran chantaje a quienes se oponen a este movimiento. El enfoque feminista se ha incrustado en los programas educativos manipulando para ello el lenguaje y, como señalé más arriba, imponiendo un uso exclusivo y excluyente del mismo: si no aceptas que tu padre o tu hijo puede ser homosexual, entonces eres un “homofóbico”, si no dejas que tu mujer te cachetee entonces eres un “machista” y así ad nauseam. Lo que todo esto muestra es que el feminismo dejó de ser el movimiento más o menos espontáneo de algunas mujeres que querían vivir su vida sexual abiertamente, sin tapujos, y ello porque el medio al que pertenecían se los permitía, para convertirse en un movimiento político que promueve la disolución de la familia y la interiorización de valores que operan en contra de los intereses de la población en general. Y el movimiento, hay que decirlo, se ha apuntado éxitos notables. Mencionaré rápidamente un par de ellos.
Cuando hablo de “éxitos notables del feminismo” hago alusión al hecho de que éste promueve explicaciones absurdas de fenómenos y que dichas explicaciones son aceptadas hasta por las autoridades. Considérese, por ejemplo, la noción de feminicidio. Esta es a todas luces una noción absurda y que se deriva de la falacia antes mencionada de sostener que el mero hecho de ser mujer es una potencial causa de acción delictiva. Eso es pensamiento anti-policiaco, es decir, sirve únicamente para desviar la investigación y no dar nunca con los responsables. Las causas de los delitos, por horrendas que nos parezcan, tienen de todos modos que ser inteligibles: se deben poder reconstruir las motivaciones, maquinaciones, intenciones, etc., de los delincuentes, pero en condiciones normales no encontraremos nunca la motivación “ser mujer” y por lo tanto si es eso lo que se busca, la investigación está a priori destinada al fracaso. Por otra parte, nótese que juzgar más duramente a un hombre por feminicidio que a una mujer por homicidio es devaluar la vida del hombre de un modo que resulta no sólo inaceptable, sino abominable. ¿Por qué? Aquí hay que tener mucho cuidado para que no se nos haga decir lo que no estamos diciendo: no estamos ni mucho menos promoviendo acciones en contra de las mujeres (no somos como Ricardo Alemán) o intentar denigrarlas. Nada más lejos de nosotros que algo semejante. Estamos simplemente afirmando que la vida de una mujer es tan valiosa como la vida de un hombre y señalando que el feminismo rompe con ese principio. Las mujeres en general no son anti-masculinas o anti-masculinistas, las feministas sí. ¿Por qué entonces los seres humanos del género masculino habrían de aceptar gustosamente posiciones feministas, en la teoría o en la práctica?
A mí me parece que si el feminismo tenía objetivos históricamente laudables ya los alcanzó, es decir, ya cumplió con su rol histórico de abrirle a la humanidad los ojos en relación con una determinada temática y por lo tanto puede ya descansar en paz. Y de hecho es muy importante que así lo haga, porque de lo contrario se estará transformando y será recordada no por ser una ideología que en algún minúsculo sector del espacio-tiempo desempeñó un papel positivo, por mínimo que haya sido, sino como un factor cultural dañino para hombres, mujeres y niños de consecuencias negativas incalculables.
Falaces argumentos que se caen con una sola pregunta ¿Ha sido usted mujer alguna vez como para experimentar la violencia cotidiana que se ejerce cotidianamente contra ellas? No lo sabe usted, o pretende ignorarlo, de esa lacerante realidad.
Hasta donde recuerdo nunca he sido mujer pero, hasta donde recuerdo, también he padecido la violencia de género. No se necesita apelar a las vivencias para discutir temas impersonales.
Falaz parece, más bien, suponer que para comprender la situación de alguna persona o grupo, deba experimentarse tal situación, literalmente, desde una perspectiva ajena la propia (como si fuera necesario efectuar un cambio de enfoque a una “primera persona” diferente a la propia). Este planteamiento, además de contraintuitivo debe considerarse, por decir lo menos, discutible, ya que de ser así carecerían de sentido expresiones cotidianas y completamente significativas como “comprendo por lo que pasas” o “entiendo tu sentir”.
“Aquí ya no se trata de “respetar” las desviaciones sexuales de una persona: aquí de lo que se trata es de promoverlas y de imponérselas a los demás”. ¿Desviaciones sexuales? Vaya afirmaciones discriminatorias.
Juegas con palabras. ‘Discriminatorio’ tiene dos sentidos, uno descriptivo y uno evaluativo. Distinguir entre diversas prácticas es discriminar en el primer sentido, pero no en el segundo. Soy más cuidadoso al expresarme de lo que insinúas. Con lo que ciertamente no estoy de acuerdo es con la idea de que no hay nada que discriminar, que todo es lo mismo. Eso es como querer tapar el sol con un dedo.