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Artículos de opinión

Consummatum est!

Después de haber sido salvajemente torturado durante un interrogatorio estéril, condenado a muerte no por las autoridades romanas sino por las locales, las cuales cooperaban abiertamente con el invasor en contra de su propio pueblo y que impúdicamente prefirieron liberar a delincuentes antes que a él, Jesús de Nazareth fue condenado a muerte, pero obligado antes de ello a cargar su cruz entre filas de personas que, a lo largo de su tormentoso trayecto, lo insultaban, le escupían y lo golpeaban. Dicho trayecto es conocido como “Via Dolorosa”. Finalmente, fue crucificado y expuesto como símbolo del triunfo de una sed insaciable de odio y venganza. El por qué de este odio y de este anhelo intenso de venganza es un tema interesante e importante, pero no me ocuparé de él en este artículo. Quizá lo haga en otro momento. Por ahora, quisiera simplemente traer a la memoria el hecho de que, después de una prolongada y seguramente dolorosísima agonía, Jesús de Nazareth entregó el alma. Sus últimas palabras, conmovedoras como toda su historia conocida, fueron muy simples. Exclamó antes de expirar: Consummatum est, que puede traducirse tanto como ‘Ya todo terminó’ o como ‘Todo está consumado’, es decir, ya no hay nada más que hacer.

Yo creo que eso es exactamente lo que deberíamos todos decir cuando vemos cómo el gobierno israelí, no nos importa si con o si sin el consentimiento de su población, en dos meses de un desigual y absurdamente desproporcionado combate con los guerrilleros de Hamas, logró lo que había venido planeando desde hacía mucho tiempo y que, por un sinnúmero de razones no había logrado materializarlo, a saber, tener un pretexto que les permitiera justificar una represalia genocida y forzar a la población palestina a abandonar su tierra. Los hechos desde luego hablan por sí mismos y podemos abundar al respecto, pero sobre lo que se dice muy poco es sobre las verdaderas razones, las causas ocultas, las motivaciones inconfesables que están detrás del conflicto y de la destrucción de una pequeña nación. En la actualidad, hay dos grandes explicaciones de lo que está pasando. Está, por una parte, la versión oficial, la de los diarios y los programas de televisión y, por la otra, está una reconstrucción muy diferente pero que poco a poco está acaparando la atención de los ciudadanos del mundo, cada vez más hartos y más escépticos de las “explicaciones” provenientes de los medios de comunicación estándar. Éstos, lo sabemos, son los campeones en la promoción de mentiras políticas, los tergiversadores profesionales de los hechos, los expertos en la idiotización de lectores y televidentes. Destacan entre ellos, obviamente, los grandes periódicos como el New York Times, Le Monde, etc., y los “noticieros” como CNN, seguidos dócilmente por todos los grandes diarios del mundo occidental (no hablemos ya de periódicos insignificantes  y mediocres, como El Universal o Reforma, que ni siquiera los datos más elementales proporcionan). Bien, pero ¿cuál es esta “segunda versión”? Antes de presentarla, veamos cuál es la narrativa que quienes se creen dueños de la verdad quieren que hagamos nuestra.

De acuerdo con la versión oficial, el jueves 7 de octubre la “organización terrorista Hamas” inició, sin advertencia y sin justificación alguna, un ataque artero en contra del pacífico Estado de Israel, enviando miles de cohetes e invadiendo el territorio legítimamente anexionado por Israel a lo largo de las últimas décadas, masacrando familias y llevándose consigo hacia territorio palestino un número considerable de rehenes. Como era de esperarse, la respuesta israelí no tardó en llegar. Al igual que el tristemente famoso payaso ucraniano, convertido ahora en presidente de Ucrania, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con la voz desgarrada le anunció a los televidentes de su país que estaban en guerra. En resumen: según la versión oficial un grupo de terroristas habría sin motivo alguno invadido el país vecino, cometiendo tropelías y asesinando gente sin ton ni son, a diestra y siniestra. Naturalmente, semejante acto de violencia ameritaba una respuesta que no podría tener otro objetivo que la aniquilación de Hamas como institución, es decir, el exterminio de todos sus miembros. Dado que encontrar y acabar con los soldados de Hamas resultaba una tarea un poquito más difícil de cumplir que lo que se pensaba, fue inevitable destruir ciudades enteras para poder encontrar a los “terroristas” y acabar con ellos. Las bajas civiles serían, en esta ocasión como en tantas otras a lo largo de la historia, “daños colaterales”, como con toda seguridad lo habría vuelto a expresar una famosa ex-representante de los Estados Unidos ante la ONU, Madelaine Albright, uno de los seres más siniestros de la historia política norteamericana.

Ahora bien, con el tiempo muchos datos indignantes han sido refutados hasta por los propios ciudadanos israelíes. Hay testimonios de ello en Youtube, si bien no son mantenidos en la red durante mucho tiempo. Por ejemplo, se habló profusamente de asesinatos a sangre fría de niños israelíes, cuando ahora sabemos que fue el ejército israelí mismo el que ejecutó a muchos conciudadanos al tratar de acabar con los milicianos de Hamas escondidos en casas y en edificios particulares. Pero seamos claros: que Hamas atacó a Israel, es innegable; que como consecuencia de su ataque en territorio israelí murieron ciudadanos israelíes de todas las edades, condiciones y demás, es innegable; que se llevaron a más de trescientas personas como rehenes, nadie lo niega; que sus cohetes causaron daños considerables y varios centenares de muertes, es incuestionable. Ahora la pregunta que todo mundo se plantea es: dejando de lado por el momento la cuestión de las “justificaciones” que pudieran ofrecerse de uno y otro lado: ¿el ataque de Hamas es siquiera equiparable a la destrucción de Gaza llevada a cabo por las fuerzas armadas israelíes? Antes de responder a esto, quizá convenga hacer algunas aclaraciones.

Empecemos con Hamas. Palestina como país no existe. Lo más que tiene en algunos países es una representación, pero no está reconocida por los organismos internacionales. Hamas, por lo tanto, no es un ejército, propiamente hablando. De hecho, quizá la manera de referirse a dicha organización más acorde a los hechos es describirla como una organización guerrillera. No son, por lo tanto, soldados profesionales, sino soldados populares. Hamas no tiene armamento pesado, aviones, bombas, helicópteros, morteros y demás. Los cohetes que enviaron eran todos de fabricación casera, que desde luego que pueden ser mortíferos, pero cuya capacidad de destrucción es mínima. Desde luego que causan daños y que pueden causarle la muerte a las personas alcanzadas por ellos, pero ni todos ellos juntos destruyen un edificio o un hospital como el que se destruye con una bomba o un misil israelí. Es, pues, muy importante ir dimensionando a los contrincantes, si lo que queremos es tener una visión mínimamente objetiva de la situación. Es sólo sobre la base de una descripción balanceada que podremos auto-capacitarnos para intentar discernir detrás de los acontecimientos las causas profundas del actual conflicto.

Un factor que forzosamente entra en la explicación que hay que dar es el trasfondo, el contexto real de la situación en la que se vivía hasta antes del ataque de Hamas, esto es, la situación general permanente del pueblo palestino bajo el yugo israelí. Los palestinos son un pueblo resistente que supo mantenerse a flote a pesar de las agresiones permanentes de las autoridades israelíes, de las policías y los soldados, de los “colonos” que no sólo agreden a los ciudadanos palestinos con los que se topan, sino que les roban sus propiedades y sus tierras, les destruyen y envenenan sus plantíos, etc., y todo ello impúdica e impunemente. Todos hemos visto a colonos golpeando en grupo a niños de 8 o 9 años, a mujeres, hemos visto a oficiales de las fuerzas armadas tirar por el aire a inválidos en sillas de ruedas, etc., etc. No ahondaré en descripciones de situaciones particulares porque no quiero llevar mi argumentación por una vertiente emocional, pero son tantos los abusos, es tan ofensiva la palpable discriminación israelí en contra de los ciudadanos de segunda categoría, que es lo que son los palestinos en Israel, que es difícil no aludir a escenas odiosas y a sentir una profunda indignación ante una horrenda realidad que implacablemente se reproduce todos los días en esa zona del mundo. ¿O debería quizá decir ‘se reproducía’? Porque lo más incierto que hay ahora es precisamente el futuro del pueblo palestino.

Aquí, me parece, sería sumamente útil hacer un corte con un recordatorio que es de lo más sugerente e ilustrativo. Haciendo remembranzas: ¿cómo fue que los Estados Unidos entraron en guerra en contra de Alemania, Italia y Japón, en noviembre de 1941? A los Estados Unidos les urgía por un sinnúmero de razones entrar en la guerra, pero ni Alemania ni Italia daban pretextos para ello. Los Estados Unidos entonces optaron por la vía japonesa. ¿Qué hicieron? Idearon un plan: le congelaron a Japón sus inversiones, cuentas y demás, dejaron de venderles petróleo, los provocaron de diverso modo y les pusieron como cebo la flota del Pacífico sin protección. Como los japonenses estaban intentando expandirse, la destrucción de la flota americana les garantizaba (o eso creían ellos) libertad de acción en el Pacífico, en Corea, en Malasia, etc. Y así cayeron en el garlito: incautamente atacaron la flota estacionada en Pearl Harbour, en Hawai, con lo cual automáticamente los Estados Unidos entraron en guerra con ellos y, de paso, con Alemania e Italia.

Con este antecedente en mente, llegamos a lo que es la segunda versión de los espantosos sucesos que tienen lugar en el Medio Oriente. Lo primero que llama la atención es el supuesto hecho de que Israel fue “tomado por sorpresa”. Aunque sea mínimamente, si se tiene alguna idea, por vaga que sea, de cómo funciona el mundo, de quién es quién en este planeta, esa descripción de inmediato se sentirá como algo que oscila entre lo grotesco y lo ridículo. Israel tiene uno de los sistemas de espionaje más potentes, efectivos, activos del mundo. ¿Cómo podría darse el caso de que en el Mossad nadie se hubiera percatado de que los miembros de Hamas estaban cavando una red de túneles y que se estaban armando para una operación nada desdeñable en contra de Israel? Eso no lo cree nadie en sus cabales. Es claro, por otra parte, que además de algunos fusiles, ametralladoras, etc., Hamas no tenía armas de alto poder porque ¿por dónde podrían haber entrado si tanto Gaza como Cisjordania están totalmente copados por Israel? Pero además Israel tiene como brazo derecho a los Estados Unidos: ¿acaso la CIA, que mantiene grupos de mercenarios en Siria, no sabía nada al respecto? ¿Quién podría creer algo así? Sólo un niño o alguien que realmente no sepa absolutamente nada acerca de cómo se mueve el mundo. Yo en lo personal confieso que me resulta absolutamente imposible imaginar que los servicios secretos de Israel no hubieran estado al tanto de lo que estaba pasando o, mejor aún, de lo que se estaba fraguando. Ahora bien, si los israelíes en efecto sabían que algo importante estaba cocinándose, lo más seguro es que no sólo lo sabían sino que más bien estaban alentando ese proceso. Así, pues, lo más probable es que el grupo armado Hamas se vio impulsado a preparar una operación violenta contra poblaciones cercanas a la frontera común. Pero ¿cómo explicar que el mismo Israel les haya dado el impulso, si no es que la ayuda necesaria para ello?

Bueno, preguntémonos entonces ahora: ¿cómo se impulsa desde fuera un movimiento así? Se tiene que saber trabajar con los resortes emocionales de las personas. Bien, pero ¿de qué factor emocional habrían podido servirse quienes idearon y organizaron o ayudaron a organizar el ataque de Hamas? ¿Con qué elemento jugaron? ¿A qué sentimientos apelaron y manipularon? La respuesta es más que obvia: lograron manipular el inmenso deseo de los palestinos de desquitarse por todo lo que habían venido padeciendo desde 1948, por lo menos. A los miembros de Hamas se les vendió la idea de desquitarse de Israel, de darle un golpe para que supiera lo que se siente y cosas por el estilo. Se les ayudó y se les permitió, hasta cierto grado, obtener su pequeña venganza. Pero en cambio de lo que no tenían ni idea los miembros de Hamas era de lo que podrían ser las repercusiones militares y políticas del gobierno israelí. En otras palabras, no sabían lo que podría llegar a ser su venganza.

Aquí entramos en la zona tenebrosa del juego político que nunca sale a la luz. Podría, en efecto, pensarse: “Es demasiado rebuscado, inclusive absurdo. Te dejo que me ataques para que yo después pueda atacarte. No tiene mayor sentido!”. Así presentado, esa posibilidad suena en verdad inverosímil, pero es que el asunto no es así. Aquí son dos los factores decisivos. Primero, está el hecho de que por maltratada y violentada que fuera, la población palestina iba a seguir estando allí, aunque fuera en condiciones sub-humanas desde todos puntos de vista (sin agua, sin luz, sin que los niños puedan jugar en la playa porque les disparan desde las lanchas israelíes, etc., etc.). Dicho de otro modo: no se veía cómo se le podría expulsar de su territorio. En segundo lugar, y este es el factor clave, está la política del así llamado ‘Gran Israel”, es decir, la política de expansión de Estado de Israel, una política que es parte constitutiva de todos los gobiernos israelíes. Lo que con la administración Netanyahu se logró fue idear y echar a andar un plan, que obviamente tendría un costo, un costo que fue política y militarmente hablando el más bajo posible, para la expulsión definitiva del pueblo palestino de sus legítimos territorios. Se concibió entonces la posibilidad de arrasar de una vez por todas con Gaza, acabar con cuanto niño, anciano, embarazada, etc., se pudiera, ocupar con soldados el territorio palestino y, una vez extirpados de sus últimas tierras, quedarse con dichos territorios, anexarlos a Israel y empezar su reconstrucción pero ya como parte de otro país. Desafortunadamente, los hechos confirman paso a paso la horrorífica corrección de esto que es la ‘lectura alternativa’ de lo que está sucediendo en los ya para ahora casi inexistentes  territorios palestinos.

Ahora todos los días leemos en los más diversos medios que desde hacía más de un año las autoridades israelíes estaban al tanto de lo que Hamas estaba preparando. Esto suena a burla, porque ¿cómo no iban a estar al tanto si ellos lo planearon, diseñaron la estrategia, calcularon los pros y los contras y decidieron pasar a la acción? Naturalmente, como sucede en todos los casos de preparación de una invasión, siempre hay factores imprevistos, sorpresas y demás. Lo que aquí los guerrilleros de Hamas dejaron en claro es que el ejército israelí ni de lejos es un ejército no digamos ya invencible, sino realmente profesional. El soldado israelí es peor que un mercenario: aparte de cruel, de prepotente y de engreído, se roba lo que puede de las casas, destruye por destruir, se toma fotos como los hicieron los soldados norteamericanos en Mi Lay, en Vietnam, cuando se tomaron fotos con cabezas humanas con las que casi jugaban futbol, etc., pero en la lucha cuerpo a cuerpo, en la lucha más o menos pareja ciertamente no es lo que presume ser. Los guerrilleros de Hamas les han destruido tanques, vehículos de transporte, etc., por montones, con un armamento incomparablemente inferior en calidad y en cantidad. Frente a un ejército regular, preparado, profesional, como el iraní por ejemplo, los militares israelíes no podrían vanagloriarse como lo hacen ahora.

En todo caso, lo que es innegable es que el plan israelí dio resultado. El ansia de desquite por parte de los palestinos de más de 70 años de injusticias, humillaciones, golpes, cárceles, asesinatos, etc., el deseo intenso de aprovechar esa oportunidad cegó al alto mandó de Hamas y lo llevó por la senda de la auto-destrucción. La respuesta, fríamente calculada, fue mucho peor de lo que hubieran podido imaginar. Lo que no visualizaron era que si bien podía haber una guerra entre Hamas e Israel, la guerra de Israel no iba a ser contra Hamas, sino directamente contra el pueblo palestino en su conjunto. Esto explica el salvajismo y el carácter anti-humano de la invasión israelí. De hecho, los bombardeos de Gaza por parte de los israelíes sólo tienen históricamente hablando un parangón, dejando fuera desde luego a Hiroshima y Nagasaki: el bombardeo de Dresde por parte de los anglosajones, en febrero de 1945. Como todos sabemos, Dresde era una ciudad sin protección anti-aérea, porque era una ciudad abierta: era un centro de la Cruz Roja internacional; no había más que población inerme y la guerra estaba a dos meses de terminar. Ese fue precisamente el blanco que eligieron los “Aliados” para darle una lección perenne a los alemanes, a los que (hay que decirlo) dejaron traumatizados para los siglos venideros. El bombardeo de ingleses y norteamericanos empezó de noche y fueron oleada tras oleada de más de 1,200 aviones que dejaron caer decenas de miles de bombas sobre una población indefensa. Por si fuera poco, usaron bombas prohibidas, bombas de fósforo, con lo cual los incendios se extendieron por toda la ciudad, calcinando vivas a las personas que corrían desesperadamente de un lado a otro para protegerse. Murieron esa noche mas de 100,000 personas, o sea, tantas como en Hiroshima, quemadas como con napalm. Toda proporción guardada, algo parecido está sucediendo en Palestina, y ello no sólo ante los ojos abiertos de la población mundial, sino con la aprobación incondicional del actual gobierno norteamericano. El sadismo israelí no tiene ni límites ni justificación, más allá del grandioso objetivo de ampliar el territorio. La responsabilidad histórica de Netanyahu consiste en haber aceptado ser él quien efectuara la operación, aceptando el sacrificio de pasar a la historia como uno de los más grandes criminales de guerra (y yo diría, de paz también). Para dejar claro el punto: lo que hay que entender es que desde el inicio, el plan israelí era declararle la guerra al pueblo palestino, no nada más acabar con Hamas. Eso explica la destrucción sistemática de los hospitales, las escuelas, las casas, la matanza de miles de niños (como en tiempos de Herodes) y desde luego el asesinato vil de miles de hombres, mujeres y ancianos, tratados como cosas sin valor. Yo, al día de hoy al menos, no he sabido todavía de una sola protesta seria por parte de ciudadanos israelíes en contra de la brutalidad de sus soldados. Como bien dice el refrán, “El que calla, otorga!”.

Así, pues, pensando en nuestros hermanos y hermanas palestinos, podemos repetir, teniendo en mente lo que está sucediendo actualmente en Gaza, las mismas últimas palabras que Cristo exhaló en la cruz: Consummatum est. Que Dios los bendiga, porque los israelíes no tendrán piedad ni de los recién nacidos.

En Defensa de la Libertad de Expresión

Más que un artículo acabado, a lo que aspiro aquí es a efectuar un veloz ejercicio de reflexión y de búsqueda, tratando de llegar a alguna conclusión que resulte estar, a los ojos de cualquier lector imparcial, sólidamente establecida. Procederé, por lo tanto, sin un orden preconcebido, dando rienda suelta a los requerimientos argumentativos que se le vayan imponiendo a mi intelecto.

Sin duda alguna algo que constantemente entorpece y complica las relaciones humanas no sólo en el terreno de la vida cotidiana sino también en el ámbito de los debates científicos, filosóficos, artísticos, etc., y desde luego políticos, es la falacia consistente en plantear falsos dilemas e intentar forzar al interlocutor a que responda a preguntas que simplemente no tienen por qué plantearse. Un ejemplo de la falacia mencionada es el de solicitarle a la persona con quien se discute que proporcione una lista jerarquizada de valores, principios, objetivos y demás, cuando ello simplemente no es ni deseable ni posible. Consideremos rápidamente el siguiente diálogo imaginario:

A) ¿Es comer importante para el ser humano?
B) Desde luego
A) ¿Es beber importante?
B) Evidentemente!
A) Comer y beber no son lo mismo ¿verdad?
B) Claro que no!
A) Por lo tanto, no tienen el mismo valor.
B) Supongo que no.
A) Dime entonces qué es más importante: ¿comer o beber?

Es evidente que puesto ante una alternativa semejante, el hablante (B) se paralice y no sepa cómo reaccionar, qué decir. Pero nosotros qua espectadores neutrales podemos juzgar el diálogo y de inmediato nos percatamos de que lo que pasa es que (B) cayó en una trampa: la jerarquización que se pide, la alternativa ante la cual es puesto, la obligación de decidir qué es más importante si comer o beber, es una demanda absurda, puesto que en última instancia equivale a pedir que se establezca un orden de prioridad entre dos requerimientos igualmente vitales para el ser humano. No se puede vivir nada más comiendo y no se puede vivir nada más bebiendo. Por lo tanto, preguntar qué es más importante, si comer o beber, es plantear un pseudo-problema, un problema que no tiene solución.

El ejemplo recién dado pone de manifiesto que la falsa perspectiva de una potencial jerarquización teórica o vital, independientemente de cuán idealizada se le presente, a menudo no es más que la expresión de una visión radicalmente errada del tema. Lo que se tiene que hacer en esos casos es entonces, primero, rechazar como legítima la exigencia de jerarquización y, segundo, remplazar el enfoque de priorizaciones por un enfoque de carácter más bien conjuntista o holista o mereológico. Lo que quiero decir es que en lugar de pretender jerarquizar un determinado conjunto de elementos o factores lo que hay que hacer es describir y explicar cómo y por qué son todos ellos indispensables para el buen funcionamiento de una entidad, una persona, un club, una sociedad, una cultura.

Lo anterior, sin embargo, no implica que entonces no podamos nunca establecer prioridades. Eso sería palpablemente falso. ¿Qué es más importante: comer o ir al cine? La respuesta es obvia, si bien podríamos también imaginar situaciones en las que la contestación sería diferente de la que en general seríamos propensos  a dar, pero ello naturalmente se debería a que se trataría de una situación singular, única, especial. Por ejemplo: se le pregunta a alguien que sale de un banquete que qué prefiere o qué considera como más importante en ese momento, comer o ir al cine. En esas circunstancias particulares lo más probable es que la respuesta sería: ir al cine y ello sería perfectamente comprensible. Pero, evidentemente, en condiciones normales en las que la opción es razonable, la respuesta no podría ser otra que: comer es más importante que ir al cine.

Ahora bien, una cosa es la discusión sobre la congruencia o eventualmente la superioridad de ciertos bienes, objetivos, etc., sobre otros y otra el examen racional de los principios subyacentes a dicha discusión. Aquí lo que se hace es llevar el debate a un nivel diferente de abstracción. Esto no es difícil de ilustrar y hasta alguien muy limitado intelectualmente lo entendería. Para poder comer o ir al cine necesito poder comprar mi comida y para poder comprar mi comida necesito tener algo de dinero y para tener algo de dinero tengo que tener un salario, tengo que poder trasladarme desde mi casa hasta la tienda, etc. Así, pues, para que todo eso sea posible se tienen que satisfacer ciertas condiciones más generales, se tienen que hacer valer ciertos principios, se tienen que imponer ciertos valores. Esto no es un caso de jerarquización, sino de lo que podríamos llamar de presuposiciones necesarias. Si además de necesarias son también suficientes o no, eso es algo que se tiene que discutir caso por caso.

Podemos ahora sí tener una panorámica global del nivel temático en el que nos movemos. Una cosa es discutir sobre preferencias, sobre objetivos concretos, métodos para alcanzarlos, etc., y otra es discutir sobre los principios fundamentales que hacen que todo ello sea posible. Lo que esto quiere decir es que si se rechazan esos principios fundamentales, entonces se ponen en riesgo o se anulan los potenciales objetivos legítimos a los que se suponía que los ciudadanos tienen derecho a aspirar.

Y aquí permanentemente se vuelve a producir otra falacia, a saber, la de pretender invalidar o validar ciertos principios primordiales subyacentes por medio justamente de objetos, metas, bienes y demás a los que las personas aspiran y que tratan de obtener o de implementar. Para introducir un par de nociones que nos permitan explicar la situación, diremos que los objetos deseados por las personas en sus vidas cotidianas son un contenido (de nuestras acciones, deseos, pasiones, actividades, etc.) y que los principios subyacentes configuran o articulan el marco formal dentro del cual se ubica todo lo que queremos, deseamos y demás. Aquí el punto realmente importante consiste en entender que en cada caso, i.e., en cada nivel, las justificaciones son de clase diferente. No se justifica de igual modo un objetivo que uno se fija que un principio subyacente que lógicamente hace posible el objetivo en cuestión. Sin embargo y por increíble que parezca, lo que mucha gente constantemente pretende lograr es modificar, alterar, cambiar, limitar, manipular los principios fundantes del contenido apelando a elementos que están DENTRO del marco conformado por los principios o valores en cuestión, cuando obviamente lo que  se necesitaría para ello sería una argumentación de otra naturaleza, una argumentación más abstracta y no una apropiada a los bienes ubicables dentro del marco conformado por los principios subyacentes. Quizá para exhibir debidamente esta triquiñuela argumentativa lo mejor que podemos hacer sea, creo, dar un ejemplo.

Todos en nuestra sociedad queremos expresar en voz alta nuestros deseos, opiniones, puntos de vista, etc. Éstos son lo que de manera general podemos llamar ‘bienes’. Ahora bien, es obvio que estos bienes presuponen principios fundamentales, como el de la libertad de expresión y libertad de pensamiento, que son precisamente su garantía de existencia. Por ello, si se restringen o mutilan arbitrariamente principios como estos lo que se verá directamente afectado serán los bienes mismos y a los cuales aspiramos. Pero entonces si principios fundamentales como el de la libertad de expresión se van a limitar, ello se tiene que hacer sobre la base de argumentos que no sean, por así decirlo factuales o empíricos, contingentes o particulares, sino de otra naturaleza. ¿De qué naturaleza? De una naturaleza equiparable a la de los principios en cuestión.

Estas distinciones de niveles de argumentación son cruciales, porque no reconocerlas acarrean, a corto, mediano y largo plazo, problemas más graves que los que se supone que se quieren resolver. Ahora bien, el lector se preguntará: ¿para qué toda esta perorata? Para responder a esta inquietud, pasemos a la delicada cuestión de enfrentar un problema particular relacionado con el principio fundamental de la libertad de expresión.

Leí hace unos días en “Tribuna Israelita” una nota concerniente a una iniciativa de ley promovida por una diputada de MORENA, a saber, la Sra. Ana Francis Mor, a fin de “prohibir el nazismo en la Ciudad de México”. Quizá sea conveniente, antes de analizar superficialmente el contenido de la nota en cuestión, explorar quién es la autora de la propuesta. Wikipedia la presenta como sigue:

Ana Francis Mor es una actriz, cabaretera, escritora, directora y activista mexicana.

Ahora bien, ¿qué es lo que enuncia su propuesta de ley? Voy a citar verbatim lo que se dice en la nota del boletín. Dice:

Las propuestas incluyen la imposición de “uno a tres años de prisión o de veinticinco a cien días de trabajo en favor de la comunidad y multa de cincuenta a doscientas veces la unidad de medida y actualización al que provoque, incite, apoye, realice, financie, difunda, promueva, defienda o justifique acciones basadas en odio, violencia y/o discriminación, contra cualquier persona o grupo de personas, así como actos que constituyan o hayan constituido genocidio o crímenes de lesa humanidad, o promuevan o inciten a la realización de tales como el nazismo y el neonazismo”, así como a “quien fabrique, venda, distribuya, exhiba de manera pública, sin fines educativos, o transmita símbolos, emblemas, ornamentos, insignias o anuncios que hagan apología del nazismo”.

Así como está, la propuesta es un todo indigerible. ¿Qué es una acción basada en odio? Por ejemplo, si alguien está profundamente convencido de la bondad de los bombardeos norteamericanos en Vietnam y lo proclama a derecha e izquierda: ¿está promoviendo o justificando una “acción de odio”? Yo diría que está expresando su punto de vista, su posición política. El problema es que de acuerdo con la propuesta de la Sra. Francis, una manifestación lingüística como esa debería ser sancionada legalmente, es decir, habría que enviar a la persona a la cárcel por haber “justificado”, por ejemplo, el uso de napalm sobre las selvas vietnamitas. Por mi parte, confieso públicamente que odio lo que Augusto Pinochet hizo en Chile: ¿soy por ello un criminal promotor de odio? Como las respuestas son obvias en los dos casos, queda claro que la iniciativa de la señora diputada no responde a un análisis crítico serio del principio de libertad de expresión, sino a una propuesta selectiva de un producto del mercado de las ideas que a ella no le gusta. Pero entonces caemos en la falacia ya mencionada: ella usa una mercancía particular para modificar drásticamente el principio fundamental subyacente de la libertad de expresión. Salta a la vista que no tiene derecho a hacer eso, porque la ley no tiene porque ajustarse a sus preferencias, políticas, ideológicas u otras. Pero veamos rápidamente qué más contempla la propuesta de la señora diputada. En relación con la iniciativa de esta última, el boletín nos informa lo siguiente:

Asimismo, contempla la adición de disposiciones en la Ley para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México para incluir las definiciones de “crímenes de lesa humanidad, considerados como de especial gravedad, tales como el asesinato, el exterminio, la esclavitud, la deportación o el traslado forzoso de población, la privación grave de libertad o la tortura, violación o todo delito sexual, la desaparición forzada, el apartheid, que se comete como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y  con conocimiento de dicho ataque”.

Salta a la vista que con este párrafo se opera un cambio total de tema: ahora se habla (de manera enteramente superflua) de delitos ya tipificados en el código penal. La diferencia con el párrafo anterior es que este es una enumeración de delitos por todos conocidos (y que ciertamente hay que proscribir), en tanto que el otro es un texto puramente ideológico. ¿En qué consiste la trampa en este caso? En que se pretende validar una propuesta de algo que no tiene fuerza probatoria enganchándolo a una que sería absurdo rechazar. La señora diputada debe pensar que todos somos retrasados mentales (¿estoy usando un discurso de odio?), puesto que su “propuesta” resulta ser un coctel pura y llanamente indigerible. Pero presentemos el tercer párrafo al que el boletín de “Tribuna Israelita” da difusión. Dice:

Las propuestas también agregan conceptos como genocidio, entendido como “el exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad” y la especificación de que el nazismo y neonazismo “son ideologías de extrema derecha, que incorporan un ferviente antisemitismo, racismo y la eugenesia y formas de fascismo que buscan emplear su ideología para promover el hostigamiento, la opresión, el odio, la discriminación y la violencia contra las minorías”.

Lo menos que podemos decir es que el párrafo es enredado. El nazismo, según la autora de la propuesta, es una ideología, pero ¿cómo es que una ideología busca emplear su ideología para promover lo que sea? Porque eso es lo que ella dice, pero ¿qué es una ideología que incorpora formas de fascismo que a su vez pretenden emplear la ideología en cuestión? Lo confieso: no tengo la menor idea de qué quiso decir. Pero lo importante no es eso sino que, una vez más, nos encontramos con la pretensión de manipular un principio fundamental, en este caso el de la libertad de expresión, por medio de un producto particular de dicha libertad. Es eso precisamente lo que es dictatorial y totalitario. Naturalmente, esta iniciativa sí incorpora o representa un ataque injustificado al principio sacrosanto de libertad de expresión, un pilar de la sociedad contemporánea que sus defensores no deberían ignorar.

¿Se sigue de lo que he sostenido que no se puede modificar o restringir el principio de libertad de expresión? Claro que no! Desde luego que se puede, pero lo que es crucial y decisivo es entender cómo se le puede modificar y lo primero que habría que decir es que dicho principio no se puede modificar sirviéndose para ello de casos particulares de ideologías o de sucesos, porque el principio estaría entonces al servicio de esas causas particulares y eso no puede ser así puesto que es un principio general que vale para todos. El principio es modificable o inclusive desechable pero sólo sobre la base de otro principio, el cual tiene que tener el mismo grado de generalidad que el que se pretende revocar. Lo que en todo caso no se tiene derecho a hacer, ni lógica ni jurídicamente, es modificar un principio fundamental en función de un factor social particular, porque el principio no le pertenece a nadie, no es propiedad de nadie y no fue un grupo social particular quien lo impuso: fue la sociedad en su conjunto.

Es, pues, preciso entender cuál es la situación: un principio como el de libertad de expresión no puede estar sujeto a los vaivenes de la vida política, de la historia o de los caprichos de los gobernantes del momento. Es lógicamente posible que el mundo cambie y entonces el principio podría volver a alterarse y los roles se invertirían, pero si así se hiciera se estaría volviendo a cometer el error argumentativo y político que se pretende cometer en nuestros días por medio de “propuestas de ley” como la de la Sra. Francis Mor. Nadie necesita de reformas de ley para entender que el racismo, el segregacionismo, el Apartheid, la tortura y demás son prácticas criminales. Y eso me lleva a hacer una aclaración personal a la que esta situación obliga. Sólo un gran ignorante de la historia y de la vida política contemporánea no entendería que el objetivo principal de la propuesta de la Sra. Francis concierne al tema, discutido apasionadamente hoy en todo el mundo, de la relación entre los conceptos de antisemitismo y de sionismo. Yo creo que es importante abrir el tema al debate público para que la gente pueda pronunciarse libremente al respecto. Mi posición personal es muy simple y es la siguiente: yo me considero pro-semita y anti-sionista. Estoy totalmente en contra del cualquier mal trato, atentado, ataque en contra de una persona sólo porque pertenece a la comunidad judía. Eso desde luego es algo que no se debe permitir. Pero no se sigue que entonces no se pueda criticar abiertamente la política racista, cruel e injustificada del actual gobierno israelí y es absolutamente inaceptable que se quiera acallar por medio de un ardid pseudo-jurídico a quienes están en contra del martirio cotidiano del pueblo palestino, un martirio denostado inclusive por multitud de israelíes y de judíos de muchas partes del mundo. Senadores norteamericanos acaban de hacer una declaración importante en este sentido: ¿son por ello anti-semitas? Sería ridículo decir tal cosa. El problema es que si mañosamente se pretende identificar la crítica política a un gobierno determinado con una conducta inaceptable en contra de un sector determinado de la sociedad, entonces se está vulnerando el derecho sagrado de libertad de expresión y de pensamiento y eso es algo que no se puede avalar. Si alguien emite una crítica válida al principio de libertad de expresión, es decir, una crítica no fundada en una selección previa de una determinada etnia, religión o nacionalidad, habría que aceptarla sin chistar. Pero pretender limitar la libertad de expresión de los ciudadanos, que es parte de los fundamentos de la sociedad contemporánea, porque se tiene en la mira objetivos políticos particulares no es válido ni aceptable. Con base en restricciones ilegítimas como la que se pretende imponer automáticamente se suprime la investigación histórica libre, la lucha política lícita y la libertad de expresión, que a final de cuentas es tan importante como comer o beber. No es por medio de leyes semi-absurdas, mal pensadas, tendenciosas y demás como se combaten males que parecen ser parte de la naturaleza humana, como el racismo, el deseo de esclavizar a otros, etc. Leyes como las que la Sra. Francis quisiera ver instauradas son a la larga no sólo estériles, sino también tremendamente contraproducentes. Creo que no son ejemplos lo que me faltaría para establecer la idea.

Como todo sabemos, la palabra ‘democracia’ tiene muy variados significados. En el plano de la ideología, no de la organización y el juego políticos, la democracia consiste en saber convivir con quien piensa de manera diferente de como uno piensa. Aquí lo que se quiere hacer, en nombre de un humanitarismo sesgado, es acabar con la democracia e imponer una visión totalitarista del discurso y del pensamiento. Eso es algo que por ningún motivo se debe permitir. La justificación de la mordaza no puede fundarse en una ilación de epítetos llamativos.

Regresemos a nuestro punto de partida. ¿Qué es más importante: la seguridad del trabajo o la libertad de expresión? ¿La integridad personal o la libertad de pensamiento? Yo sostengo que son falsas preguntas, porque en la sociedad actual tan importante es tener un trabajo como comer como estar protegido de delincuentes, asesinos y demás como ser libre para pensar y decir lo que uno piensa. Las leyes mordaza como la que quiere que se promulgue la Sra. Ana Francis Mor son leyes anti-sociales y preámbulos de conflictos interminables y de sufrimiento innecesario.