Después de haber sido salvajemente torturado durante un interrogatorio estéril, condenado a muerte no por las autoridades romanas sino por las locales, las cuales cooperaban abiertamente con el invasor en contra de su propio pueblo y que impúdicamente prefirieron liberar a delincuentes antes que a él, Jesús de Nazareth fue condenado a muerte, pero obligado antes de ello a cargar su cruz entre filas de personas que, a lo largo de su tormentoso trayecto, lo insultaban, le escupían y lo golpeaban. Dicho trayecto es conocido como “Via Dolorosa”. Finalmente, fue crucificado y expuesto como símbolo del triunfo de una sed insaciable de odio y venganza. El por qué de este odio y de este anhelo intenso de venganza es un tema interesante e importante, pero no me ocuparé de él en este artículo. Quizá lo haga en otro momento. Por ahora, quisiera simplemente traer a la memoria el hecho de que, después de una prolongada y seguramente dolorosísima agonía, Jesús de Nazareth entregó el alma. Sus últimas palabras, conmovedoras como toda su historia conocida, fueron muy simples. Exclamó antes de expirar: Consummatum est, que puede traducirse tanto como ‘Ya todo terminó’ o como ‘Todo está consumado’, es decir, ya no hay nada más que hacer.
Yo creo que eso es exactamente lo que deberíamos todos decir cuando vemos cómo el gobierno israelí, no nos importa si con o si sin el consentimiento de su población, en dos meses de un desigual y absurdamente desproporcionado combate con los guerrilleros de Hamas, logró lo que había venido planeando desde hacía mucho tiempo y que, por un sinnúmero de razones no había logrado materializarlo, a saber, tener un pretexto que les permitiera justificar una represalia genocida y forzar a la población palestina a abandonar su tierra. Los hechos desde luego hablan por sí mismos y podemos abundar al respecto, pero sobre lo que se dice muy poco es sobre las verdaderas razones, las causas ocultas, las motivaciones inconfesables que están detrás del conflicto y de la destrucción de una pequeña nación. En la actualidad, hay dos grandes explicaciones de lo que está pasando. Está, por una parte, la versión oficial, la de los diarios y los programas de televisión y, por la otra, está una reconstrucción muy diferente pero que poco a poco está acaparando la atención de los ciudadanos del mundo, cada vez más hartos y más escépticos de las “explicaciones” provenientes de los medios de comunicación estándar. Éstos, lo sabemos, son los campeones en la promoción de mentiras políticas, los tergiversadores profesionales de los hechos, los expertos en la idiotización de lectores y televidentes. Destacan entre ellos, obviamente, los grandes periódicos como el New York Times, Le Monde, etc., y los “noticieros” como CNN, seguidos dócilmente por todos los grandes diarios del mundo occidental (no hablemos ya de periódicos insignificantes y mediocres, como El Universal o Reforma, que ni siquiera los datos más elementales proporcionan). Bien, pero ¿cuál es esta “segunda versión”? Antes de presentarla, veamos cuál es la narrativa que quienes se creen dueños de la verdad quieren que hagamos nuestra.
De acuerdo con la versión oficial, el jueves 7 de octubre la “organización terrorista Hamas” inició, sin advertencia y sin justificación alguna, un ataque artero en contra del pacífico Estado de Israel, enviando miles de cohetes e invadiendo el territorio legítimamente anexionado por Israel a lo largo de las últimas décadas, masacrando familias y llevándose consigo hacia territorio palestino un número considerable de rehenes. Como era de esperarse, la respuesta israelí no tardó en llegar. Al igual que el tristemente famoso payaso ucraniano, convertido ahora en presidente de Ucrania, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con la voz desgarrada le anunció a los televidentes de su país que estaban en guerra. En resumen: según la versión oficial un grupo de terroristas habría sin motivo alguno invadido el país vecino, cometiendo tropelías y asesinando gente sin ton ni son, a diestra y siniestra. Naturalmente, semejante acto de violencia ameritaba una respuesta que no podría tener otro objetivo que la aniquilación de Hamas como institución, es decir, el exterminio de todos sus miembros. Dado que encontrar y acabar con los soldados de Hamas resultaba una tarea un poquito más difícil de cumplir que lo que se pensaba, fue inevitable destruir ciudades enteras para poder encontrar a los “terroristas” y acabar con ellos. Las bajas civiles serían, en esta ocasión como en tantas otras a lo largo de la historia, “daños colaterales”, como con toda seguridad lo habría vuelto a expresar una famosa ex-representante de los Estados Unidos ante la ONU, Madelaine Albright, uno de los seres más siniestros de la historia política norteamericana.
Ahora bien, con el tiempo muchos datos indignantes han sido refutados hasta por los propios ciudadanos israelíes. Hay testimonios de ello en Youtube, si bien no son mantenidos en la red durante mucho tiempo. Por ejemplo, se habló profusamente de asesinatos a sangre fría de niños israelíes, cuando ahora sabemos que fue el ejército israelí mismo el que ejecutó a muchos conciudadanos al tratar de acabar con los milicianos de Hamas escondidos en casas y en edificios particulares. Pero seamos claros: que Hamas atacó a Israel, es innegable; que como consecuencia de su ataque en territorio israelí murieron ciudadanos israelíes de todas las edades, condiciones y demás, es innegable; que se llevaron a más de trescientas personas como rehenes, nadie lo niega; que sus cohetes causaron daños considerables y varios centenares de muertes, es incuestionable. Ahora la pregunta que todo mundo se plantea es: dejando de lado por el momento la cuestión de las “justificaciones” que pudieran ofrecerse de uno y otro lado: ¿el ataque de Hamas es siquiera equiparable a la destrucción de Gaza llevada a cabo por las fuerzas armadas israelíes? Antes de responder a esto, quizá convenga hacer algunas aclaraciones.
Empecemos con Hamas. Palestina como país no existe. Lo más que tiene en algunos países es una representación, pero no está reconocida por los organismos internacionales. Hamas, por lo tanto, no es un ejército, propiamente hablando. De hecho, quizá la manera de referirse a dicha organización más acorde a los hechos es describirla como una organización guerrillera. No son, por lo tanto, soldados profesionales, sino soldados populares. Hamas no tiene armamento pesado, aviones, bombas, helicópteros, morteros y demás. Los cohetes que enviaron eran todos de fabricación casera, que desde luego que pueden ser mortíferos, pero cuya capacidad de destrucción es mínima. Desde luego que causan daños y que pueden causarle la muerte a las personas alcanzadas por ellos, pero ni todos ellos juntos destruyen un edificio o un hospital como el que se destruye con una bomba o un misil israelí. Es, pues, muy importante ir dimensionando a los contrincantes, si lo que queremos es tener una visión mínimamente objetiva de la situación. Es sólo sobre la base de una descripción balanceada que podremos auto-capacitarnos para intentar discernir detrás de los acontecimientos las causas profundas del actual conflicto.
Un factor que forzosamente entra en la explicación que hay que dar es el trasfondo, el contexto real de la situación en la que se vivía hasta antes del ataque de Hamas, esto es, la situación general permanente del pueblo palestino bajo el yugo israelí. Los palestinos son un pueblo resistente que supo mantenerse a flote a pesar de las agresiones permanentes de las autoridades israelíes, de las policías y los soldados, de los “colonos” que no sólo agreden a los ciudadanos palestinos con los que se topan, sino que les roban sus propiedades y sus tierras, les destruyen y envenenan sus plantíos, etc., y todo ello impúdica e impunemente. Todos hemos visto a colonos golpeando en grupo a niños de 8 o 9 años, a mujeres, hemos visto a oficiales de las fuerzas armadas tirar por el aire a inválidos en sillas de ruedas, etc., etc. No ahondaré en descripciones de situaciones particulares porque no quiero llevar mi argumentación por una vertiente emocional, pero son tantos los abusos, es tan ofensiva la palpable discriminación israelí en contra de los ciudadanos de segunda categoría, que es lo que son los palestinos en Israel, que es difícil no aludir a escenas odiosas y a sentir una profunda indignación ante una horrenda realidad que implacablemente se reproduce todos los días en esa zona del mundo. ¿O debería quizá decir ‘se reproducía’? Porque lo más incierto que hay ahora es precisamente el futuro del pueblo palestino.
Aquí, me parece, sería sumamente útil hacer un corte con un recordatorio que es de lo más sugerente e ilustrativo. Haciendo remembranzas: ¿cómo fue que los Estados Unidos entraron en guerra en contra de Alemania, Italia y Japón, en noviembre de 1941? A los Estados Unidos les urgía por un sinnúmero de razones entrar en la guerra, pero ni Alemania ni Italia daban pretextos para ello. Los Estados Unidos entonces optaron por la vía japonesa. ¿Qué hicieron? Idearon un plan: le congelaron a Japón sus inversiones, cuentas y demás, dejaron de venderles petróleo, los provocaron de diverso modo y les pusieron como cebo la flota del Pacífico sin protección. Como los japonenses estaban intentando expandirse, la destrucción de la flota americana les garantizaba (o eso creían ellos) libertad de acción en el Pacífico, en Corea, en Malasia, etc. Y así cayeron en el garlito: incautamente atacaron la flota estacionada en Pearl Harbour, en Hawai, con lo cual automáticamente los Estados Unidos entraron en guerra con ellos y, de paso, con Alemania e Italia.
Con este antecedente en mente, llegamos a lo que es la segunda versión de los espantosos sucesos que tienen lugar en el Medio Oriente. Lo primero que llama la atención es el supuesto hecho de que Israel fue “tomado por sorpresa”. Aunque sea mínimamente, si se tiene alguna idea, por vaga que sea, de cómo funciona el mundo, de quién es quién en este planeta, esa descripción de inmediato se sentirá como algo que oscila entre lo grotesco y lo ridículo. Israel tiene uno de los sistemas de espionaje más potentes, efectivos, activos del mundo. ¿Cómo podría darse el caso de que en el Mossad nadie se hubiera percatado de que los miembros de Hamas estaban cavando una red de túneles y que se estaban armando para una operación nada desdeñable en contra de Israel? Eso no lo cree nadie en sus cabales. Es claro, por otra parte, que además de algunos fusiles, ametralladoras, etc., Hamas no tenía armas de alto poder porque ¿por dónde podrían haber entrado si tanto Gaza como Cisjordania están totalmente copados por Israel? Pero además Israel tiene como brazo derecho a los Estados Unidos: ¿acaso la CIA, que mantiene grupos de mercenarios en Siria, no sabía nada al respecto? ¿Quién podría creer algo así? Sólo un niño o alguien que realmente no sepa absolutamente nada acerca de cómo se mueve el mundo. Yo en lo personal confieso que me resulta absolutamente imposible imaginar que los servicios secretos de Israel no hubieran estado al tanto de lo que estaba pasando o, mejor aún, de lo que se estaba fraguando. Ahora bien, si los israelíes en efecto sabían que algo importante estaba cocinándose, lo más seguro es que no sólo lo sabían sino que más bien estaban alentando ese proceso. Así, pues, lo más probable es que el grupo armado Hamas se vio impulsado a preparar una operación violenta contra poblaciones cercanas a la frontera común. Pero ¿cómo explicar que el mismo Israel les haya dado el impulso, si no es que la ayuda necesaria para ello?
Bueno, preguntémonos entonces ahora: ¿cómo se impulsa desde fuera un movimiento así? Se tiene que saber trabajar con los resortes emocionales de las personas. Bien, pero ¿de qué factor emocional habrían podido servirse quienes idearon y organizaron o ayudaron a organizar el ataque de Hamas? ¿Con qué elemento jugaron? ¿A qué sentimientos apelaron y manipularon? La respuesta es más que obvia: lograron manipular el inmenso deseo de los palestinos de desquitarse por todo lo que habían venido padeciendo desde 1948, por lo menos. A los miembros de Hamas se les vendió la idea de desquitarse de Israel, de darle un golpe para que supiera lo que se siente y cosas por el estilo. Se les ayudó y se les permitió, hasta cierto grado, obtener su pequeña venganza. Pero en cambio de lo que no tenían ni idea los miembros de Hamas era de lo que podrían ser las repercusiones militares y políticas del gobierno israelí. En otras palabras, no sabían lo que podría llegar a ser su venganza.
Aquí entramos en la zona tenebrosa del juego político que nunca sale a la luz. Podría, en efecto, pensarse: “Es demasiado rebuscado, inclusive absurdo. Te dejo que me ataques para que yo después pueda atacarte. No tiene mayor sentido!”. Así presentado, esa posibilidad suena en verdad inverosímil, pero es que el asunto no es así. Aquí son dos los factores decisivos. Primero, está el hecho de que por maltratada y violentada que fuera, la población palestina iba a seguir estando allí, aunque fuera en condiciones sub-humanas desde todos puntos de vista (sin agua, sin luz, sin que los niños puedan jugar en la playa porque les disparan desde las lanchas israelíes, etc., etc.). Dicho de otro modo: no se veía cómo se le podría expulsar de su territorio. En segundo lugar, y este es el factor clave, está la política del así llamado ‘Gran Israel”, es decir, la política de expansión de Estado de Israel, una política que es parte constitutiva de todos los gobiernos israelíes. Lo que con la administración Netanyahu se logró fue idear y echar a andar un plan, que obviamente tendría un costo, un costo que fue política y militarmente hablando el más bajo posible, para la expulsión definitiva del pueblo palestino de sus legítimos territorios. Se concibió entonces la posibilidad de arrasar de una vez por todas con Gaza, acabar con cuanto niño, anciano, embarazada, etc., se pudiera, ocupar con soldados el territorio palestino y, una vez extirpados de sus últimas tierras, quedarse con dichos territorios, anexarlos a Israel y empezar su reconstrucción pero ya como parte de otro país. Desafortunadamente, los hechos confirman paso a paso la horrorífica corrección de esto que es la ‘lectura alternativa’ de lo que está sucediendo en los ya para ahora casi inexistentes territorios palestinos.
Ahora todos los días leemos en los más diversos medios que desde hacía más de un año las autoridades israelíes estaban al tanto de lo que Hamas estaba preparando. Esto suena a burla, porque ¿cómo no iban a estar al tanto si ellos lo planearon, diseñaron la estrategia, calcularon los pros y los contras y decidieron pasar a la acción? Naturalmente, como sucede en todos los casos de preparación de una invasión, siempre hay factores imprevistos, sorpresas y demás. Lo que aquí los guerrilleros de Hamas dejaron en claro es que el ejército israelí ni de lejos es un ejército no digamos ya invencible, sino realmente profesional. El soldado israelí es peor que un mercenario: aparte de cruel, de prepotente y de engreído, se roba lo que puede de las casas, destruye por destruir, se toma fotos como los hicieron los soldados norteamericanos en Mi Lay, en Vietnam, cuando se tomaron fotos con cabezas humanas con las que casi jugaban futbol, etc., pero en la lucha cuerpo a cuerpo, en la lucha más o menos pareja ciertamente no es lo que presume ser. Los guerrilleros de Hamas les han destruido tanques, vehículos de transporte, etc., por montones, con un armamento incomparablemente inferior en calidad y en cantidad. Frente a un ejército regular, preparado, profesional, como el iraní por ejemplo, los militares israelíes no podrían vanagloriarse como lo hacen ahora.
En todo caso, lo que es innegable es que el plan israelí dio resultado. El ansia de desquite por parte de los palestinos de más de 70 años de injusticias, humillaciones, golpes, cárceles, asesinatos, etc., el deseo intenso de aprovechar esa oportunidad cegó al alto mandó de Hamas y lo llevó por la senda de la auto-destrucción. La respuesta, fríamente calculada, fue mucho peor de lo que hubieran podido imaginar. Lo que no visualizaron era que si bien podía haber una guerra entre Hamas e Israel, la guerra de Israel no iba a ser contra Hamas, sino directamente contra el pueblo palestino en su conjunto. Esto explica el salvajismo y el carácter anti-humano de la invasión israelí. De hecho, los bombardeos de Gaza por parte de los israelíes sólo tienen históricamente hablando un parangón, dejando fuera desde luego a Hiroshima y Nagasaki: el bombardeo de Dresde por parte de los anglosajones, en febrero de 1945. Como todos sabemos, Dresde era una ciudad sin protección anti-aérea, porque era una ciudad abierta: era un centro de la Cruz Roja internacional; no había más que población inerme y la guerra estaba a dos meses de terminar. Ese fue precisamente el blanco que eligieron los “Aliados” para darle una lección perenne a los alemanes, a los que (hay que decirlo) dejaron traumatizados para los siglos venideros. El bombardeo de ingleses y norteamericanos empezó de noche y fueron oleada tras oleada de más de 1,200 aviones que dejaron caer decenas de miles de bombas sobre una población indefensa. Por si fuera poco, usaron bombas prohibidas, bombas de fósforo, con lo cual los incendios se extendieron por toda la ciudad, calcinando vivas a las personas que corrían desesperadamente de un lado a otro para protegerse. Murieron esa noche mas de 100,000 personas, o sea, tantas como en Hiroshima, quemadas como con napalm. Toda proporción guardada, algo parecido está sucediendo en Palestina, y ello no sólo ante los ojos abiertos de la población mundial, sino con la aprobación incondicional del actual gobierno norteamericano. El sadismo israelí no tiene ni límites ni justificación, más allá del grandioso objetivo de ampliar el territorio. La responsabilidad histórica de Netanyahu consiste en haber aceptado ser él quien efectuara la operación, aceptando el sacrificio de pasar a la historia como uno de los más grandes criminales de guerra (y yo diría, de paz también). Para dejar claro el punto: lo que hay que entender es que desde el inicio, el plan israelí era declararle la guerra al pueblo palestino, no nada más acabar con Hamas. Eso explica la destrucción sistemática de los hospitales, las escuelas, las casas, la matanza de miles de niños (como en tiempos de Herodes) y desde luego el asesinato vil de miles de hombres, mujeres y ancianos, tratados como cosas sin valor. Yo, al día de hoy al menos, no he sabido todavía de una sola protesta seria por parte de ciudadanos israelíes en contra de la brutalidad de sus soldados. Como bien dice el refrán, “El que calla, otorga!”.
Así, pues, pensando en nuestros hermanos y hermanas palestinos, podemos repetir, teniendo en mente lo que está sucediendo actualmente en Gaza, las mismas últimas palabras que Cristo exhaló en la cruz: Consummatum est. Que Dios los bendiga, porque los israelíes no tendrán piedad ni de los recién nacidos.