¿Por qué no mejor Santa Ana?

No hay pueblo en la Tierra que no esté expuesto a ataques externos, al pillaje y a la explotación brutal de su gente y de sus recursos naturales ya sea por parte de sus conquistadores o (lo cual casi equivale a lo mismo, sólo que modernizado) por los “inversionistas”, y que esté a salvo de quedar atrapado en complicadas relaciones de dependencia y sumisión vis à vis pueblos o países más desarrollados y potentes. Ahora bien, esta potencial desgracia implícita en el sino de cualquier nación crece y se intensifica cuando el pueblo de que se trate, además de tener que protegerse de peligrosas fuerzas externas, tiene que defenderse de enemigos que se gestan en su seno. De éstos hay, como es de imaginarse, toda una gama: hay desde luego los traidores ocultos de siempre, los vende-patrias descarados, los prestanombres inmorales y muchas otras especies de congéneres que hicieron o se dedican a hacer inmensas fortunas al margen de la ley, usando abiertamente los bienes de la nación o sus instituciones, a las cuales corrompen desde fuera mediante sobornos o haciendo partícipes a quienes están al frente de ellas en jugosos negocios ilícitos. Pero el colmo del infortunio para un pueblo se alcanza cuando se produce no sólo lo que podríamos llamar la “des-solidarización” entre, por una parte, los grupos pudientes y los administradores gubernamentales y, por la otra, la población en su conjunto, sino cuando además de ello se pretende hundir al país en la infamia. ¿Cuándo se produce dicho fenómeno? No creo que sea muy difícil responder: cuando los grupos “pensantes” (con las honrosas excepciones de siempre puesto que aquí, como es obvio, no hay enunciados legaliformes, leyes naturales, necesidades de ninguna índole) se voltean en contra de su propia gente, esto es, de la gente que a decir verdad en el fondo ni siquiera reconocen como “suya”, más allá de la palabrería huera de siempre. Está bien, pero ¿cuándo habría que decir que sucede algo así? No sé si se pueda ofrecer una lista exhaustiva de factores, pero me parece que sí podemos apuntar a por lo menos dos de ellos:
a) la ausencia de toda crítica seria de quienes manejan los aparatos de estado, así como la concomitante proliferación permanente de aprobación y elogios de todas las decisiones que se tomen desde las cúpulas del poder y del dinero (siempre tienen razón quienes manejan al país, hagan lo que hagan y digan lo que digan) y,
b) la deconstrucción sistemática del pasado de la nación, el intento a final de cuentas ridículo (por infructuoso) de re-escribir nuestra historia, las más de las veces (hablo de lo que he leído y de lo que he visto – hasta donde el hígado me lo ha permitido – en programas de televisión) por medio de argumentos inarticulados, de razonamientos de párvulos mentales por parte de gente que yo describiría como de “mente sucia”.

La gente a la que me refiero, i.e., esos pseudo-intelectuales que se excitan hasta la fruición porque aparecen en un programa de televisión, que entonces aprovechan para decir todo lo que ellos imaginan que quieren oír los potentados de los medios de comunicación, esos profesores e investigadores que presentan con voz docta y poses de “dons” de Cambridge (disfraz que a la gran mayoría de ellos simplemente les queda grande) ideas o tesis que nunca alcanzan el status de ensayos para revistas profesionales en las respectivas áreas de cuyos temas se ocupan (historia, politología, economía, etc.), pero que a ellos les permiten pontificar a diestra y siniestra y en forma totalmente irresponsable sobre personajes de nuestra historia. Tengo en mente personajes que han fungido casi como el único cemento social de una población a la que ideológicamente esos dizque académicos pretenden, por así decirlo, desnudar y desproteger y quienes transmiten sus insidiosas opiniones por medio de novelitas que no valen gran cosa. Tenemos entonces todos que soportar las diatribas y las peroratas de payasos revisionistas dedicados a destruir nuestra auto-imagen colectiva, dolorosamente construida a lo largo de un par de siglos, para poner en su lugar lo que a final de cuentas no pasa de ser un cuadro incoherente y detestable de nuestros héroes y de nuestro pasado. Afortunadamente, todos esos mediocres no parecen ser capaces de entender que frente a la retórica destructiva barata con que nos ofenden y con la cual, gracias a los medios de comunicación (Televisa a la vanguardia), acaparan los espacios públicos de debate, el pueblo opone un antídoto formidable, a saber, un instintivo y muy saludable desinterés en sus sub-productos ideológicos. Escudado en dicho desinterés, el pueblo silenciosamente, sin alharaca ni discusiones “profundas”, simplemente neutraliza a sus enemigos ideológicos internos. Para decirlo con toda claridad: independientemente de lo que los engendros de la academia regurgiten, sea lo que sea que vociferen en contra de Hidalgo, de Juárez, de Zapata o de Calles, la gente va a seguir viendo a esos individuos como sus caudillos, como sus verdaderos representantes, como hombres de historia que genuinamente encarnaron ideales populares y por lo tanto legítimos. Y, a decir verdad, no creo tener que esforzarme mucho para ilustrar lo que estoy diciendo y de esta manera demostrar que ni miento ni exagero. Ahora resulta que Cortés, el ambicioso y bestial aventurero gachupín que prácticamente acabó con las culturas mesoamericanas, era un caballero ilustrado que “amaba a los indios” (cita textual de un bodrio abominable), que Don Benito Juárez, el verdadero arquitecto de eso que llamamos ‘México’, llegó a la Presidencia (como Felipe Calderón) por medio de imperdonables fraudes electorales o que el mediocre Maximiliano de Habsburgo, un parásito del cual no sabían cómo deshacerse en Viena, era un libertador llegado a México sin duda por designios divinos y para beneficio de las masas indígenas que con fervor lo aclamaban. La verdad es que a lo único a lo que estos recordatorios nos conminan es a aceptar la idea de que siempre habrá gente a la cual le gusta tener a alguien frente a quien arrodillarse! En todo caso, todo indica que el interés por estos personajes está relacionado con algo así como los ciclos de las mareas o con las fases del movimiento lunar, porque atraen la atención de los “pensadores” a sueldo por olas, por etapas, según la temperatura eidética y las hemorragias mentales que padezcan. Lo que en todo caso se ha vuelto ya realmente insoportable es la basura ideológica concerniente al personaje en turno, el que se nos tenga sumidos en una cínica e insufrible campaña en favor de uno de los más aborrecibles personajes de la historia de nuestro país! En efecto y como todo mundo puede fácilmente constatar, mañana, tarde y noche en programas televisivos y en panfletos periodísticos nos encontramos ahora con denodados esfuerzos por miembros de la más variada fauna de “investigadores” por reivindicar ante quienes de hecho son los descendientes de quienes lo padecieron al único gran dictador que ha tenido este país, a saber, Porfirio Díaz. Esto ya rebasa los límites de la prudencia, de la sensatez, del decoro intelectual y de la paciencia! Que por favor no le extrañe a nadie que el próximo paladín del México, desconocido por todos nosotros pero promovido por los mass-media,resulte ser el muy honorable y distinguido Antonio López de Santa Ana, Su Alteza. Hasta donde logro ver es el único que les falta!

Concentrémonos entonces momentáneamente en el execrable Porfirio Díaz y recordemos algunos hechos relacionados con el ahora fuerte candidato para la beatificación política. ¿Qué es lo que en general nos cuentan sus abogados? Está el argumento de las vías de ferrocarril, el de la atracción de capitales extranjeros, el de la paz social, el del aumento en el PIB, el de la supuesta creación de una burguesía mexicana, el de la creación de la Universidad Nacional y quizá alguno que otro de la misma estirpe. Desde mi personal pero no por ello no menos digno de ser expresado punto de vista, argumentos como estos, plagados de distorsiones, de mentiras, de incomprensiones y, yo añadiría, de mala fe y de intenciones aviesas, son casi propios de y para débiles mentales. Dejando de lado los anacronismos típicos y las suggestioni falsi de siempre (por ejemplo, la idea absurda de que, si Díaz no hubiera gobernado, el país se hubiera paralizado durante 30 años, habría estado estático), veamos qué podemos decir en unas cuantas líneas en contra de este cuadro tan enaltecedor (por no decir ‘conmovedor’) de alguien que se fue a la tumba con muchos asesinatos en la conciencia.
Consideremos el argumento de la construcción de los ferrocarriles. Primero, lo que no se nos da son las condiciones de la construcción, es decir, no se nos cuenta que México le regalaba tanto rieles como máquinas a las compañías extranjeras para que “invirtieran” aquí, de manera que lo que se construía no era ni siquiera propiedad nacional. La nacionalización de los ferrocarriles vino mucho después. Se nos oculta también que dichas construcciones no respondieron nunca a una política de planificación estatal, que tomara en cuenta los intereses de ciudades y poblados, sino que lo que contaba eran pura y simplemente los intereses y caprichos de los dueños de las trasnacionales de la época, básicamente inglesas y norteamericanas. Así, si a un magnate se le antojaba ver pasar el tren frente a su hacienda, entonces el gobierno de Díaz le construía su línea del ferrocarril. Porfirio Díaz, por otra parte, prácticamente le regaló a las compañías extranjeras asociadas a las de ferrocarriles campos petrolíferos inmensos, por lo cuales hubo después que pagar costosísimas indemnizaciones al momento de nacionalizar el petróleo. Se presenta como una explicación causal lo que no pasa de ser una mera concomitancia social e histórica, como la creación de la universidad. Todos sabemos que si de Díaz hubiera dependido, él habría gustosamente mantenido a la población en su ignorancia y en su miseria. La creación de instituciones como la universidad nacional (o las comisiones de derechos humanos, para dar otro ejemplo) no responde a actos de generosidad por parte de los gobernantes en turno, sino a requerimientos histórica y socialmente condicionados. A la gente no se le cuenta, por ejemplo, que los yaquis (inter alia) fueron prácticamente exterminados por el humanitario General Porfirio Díaz que, dicho sea de paso, de general no tenía nada. Él había sido un guerrillero exitoso en Oaxaca en la lucha contra los franceses, cuando Don Benito Juárez dio la batalla por México, desde la capital y en el exilio, pero de estudios militares tenía los mismos que Villa, o sea, ninguno. En general, en lo que no gustan mucho de entrar los apologistas del porfiriato, los neo-porfiristas, es en el tema de la brutalísima represión en la que se mantuvo al humilde y desvalido pueblo de México (por aquellos tiempos, digamos, el 90 % de la población) durante más o menos 30 años: lo que eran los temibles rurales, la policía secreta, la prohibición de sindicatos, de periódicos independientes, etc. ¿No era acaso la frasecita preferida de Díaz, cuando se enviaba al ejército a reprimir algún alboroto obrero, “mátenlos en caliente”? Claro que podemos hablar de “paz social” durante el detestable porfiriato si en lo que estamos pensando es en el silencio impuesto por leyes mordaza, por la supresión brutal de cualesquiera opiniones críticas y por la inmovilidad en las que dejaron a los mexicanos los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la “pax porfiriana”. Seamos francos: Yagoda habría sentido no sólo admiración sino envidia por las tácticas y los métodos represivos del dictador oaxaqueño. Tampoco estará de más traer a la memoria que Díaz fue el primero (luego, para nuestra desgracia, vendrían muchos más) en traicionar las Leyes de Reforma y en devolverle a la Iglesia Católica propiedades, prerrogativas, injerencia en la vida pública de México, con lo cual lo único que logró fue sembrar las simientes de la horrorosa guerra cristera de 40 años después. El latifundio, la forma de propiedad de la tierra más improductiva que se pueda imaginar, floreció durante los gobiernos de Díaz, los cuales no fueron otra cosa que gobiernos de compadres y de cliques de amigotes. ¿Les resulta acaso muy complicado a estos defensores de causas perdidas comprender que lo que Porfirio Díaz realmente instituyó en México fue lo que podríamos llamar el ‘medievalismo’: la tienda de raya, el encadenamiento eterno del peón a las haciendas, la postración campesina exactamente como pasaba en Francia o en Alemania en los siglos VII o VIII de nuestra era?¿Eso es el “progreso” para los neo-porfiristas? Extraña noción de progreso, en verdad. ¿Y no por eso fue la Revolución Mexicana un movimiento esencialmente agrario destinado a acabar precisamente con las instituciones medievales porfiristas?¿De qué nos hablan estos “historiadores”? La verdad es que la lista de actos criminales de Porfirio Díaz es interminable.

Afirmé más arriba que el cuadro con el que los doctos quieren remplazar nuestra visión del pasado de México es esencialmente incoherente y ello no es tan complicado de mostrar, porque ¿no es acaso incongruente por parte de todos estos defensores de la democracia salir en jauría a defender a un dictador?¿Cómo pueden conciliar su “defensa” de la democracia (afortunadamente, la democracia se sostiene por sí sola, porque con abogados como éstos ya habría quedado refutada), por la cual se desgarran las vestiduras y se dan golpes de pecho mañana, tarde y noche, con su defensa de un tirano que se re-eligió 9 veces?¿No cabe acaso en sus cabecitas que no se pueden las dos cosas al mismo tiempo? Pero quizá lo que pasa es que tenemos que explicarle a la gente que estos “intelectuales” son ardientes defensores de la democracia cuando aluden a Fidel Castro o a Hugo Chávez, a quien casi se lo comen vivo por haber ganado con toda legitimidad una elección presidencial. O sea, los abogados de Porfirio Díaz son defensores de la democracia formal (es decir, sin mayores contenidos sociales, reduciéndola a meros procedimientos electorales), cuando lo que está en juego es el contraste con formas socialistas de organización social y política, pero son partidarios explícitos de la dictadura cuando de lo que se trata es de exaltar figuras afines a la ideología imperante. Esa es nuestra “élite”. Lo peor es que están trabajando al unísono para hacerle al pueblo de México una lacerante ofensa más: están empeñados en traer a México los restos de ese gran represor y traidor a la Patria (una república que apenas empezaba a configurarse) que fue Porfirio Díaz. Lo vergonzoso del asunto es que ni siquiera son capaces de apreciar el hecho de que con ello estarán alcanzando los más altos niveles de infamia histórica y política.

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