Una estrategia muy socorrida, tanto en un plano individual como en uno colectivo, consiste en acusar al otro (o a un grupo, una comunidad) de eso precisamente de lo que uno mismo es culpable. En un plano individual dicha estrategia es de las más empleadas: se acusa a la pareja de ser infiel cuando es uno quien lo es, se le dice a alguien que no tiene para qué esforzarse y hacer algo que se supone que tiene que hacer porque es uno quien se siente cansado y no quiere hacer un esfuerzo, se le reprocha al cónyuge que está gastando dinero en exceso cuando en realidad es uno quien se ha estado dando ciertos lujos, etc., etc. También en un plano social se aplica a menudo este mismo esquema: se acusa a un grupo, a una comunidad de algo de lo cual quienes elevan la acusación son obviamente culpables. Así, por ejemplo, somos ahora los recipientes de una campaña, desatada por el gobierno y reforzada por sus diversos portavoces, en contra de “la violencia” y de “los violentos”. Se trata de un auténtico bombardeo propagandístico complejo en sus motivaciones e implicaciones y que es importante, aunque sea brevemente, examinar. Reconocemos de inmediato dos elementos que es menester distinguir: el contenido de la acusación de ser violento y la autoridad moral de quien hace la acusación. Para ilustrar: si un hombre honrado me acusa de ser un ladrón y un deshonesto, en principio debería tomar en cuenta su crítica, pero si la acusación me la hace el delincuente más conocido de la zona: ¿tengo también que hacerle caso?¿Debo tomar en serio su queja contra mí de que soy un ladrón cuando él (o ella) es el ladrón más célebre de la región o de la comunidad? Si un ciudadano ejemplar nos dice que matar es inaceptable tenemos que respetar su punto de vista e inclusive si lo rechazamos debemos ponderarlo detenidamente. Pero si quien nos dice que matar es malo es un asesino serial: ¿qué valor tiene su afirmación? Este no pasa de ser un pequeño conundrum, pero como con éste nos topamos a menudo con muchos otros y es importante aprender a distinguir y separar los elementos involucrados. En el caso de la acusación de violencia se filtra de manera tan notoria un elemento de hipocresía que inevitablemente genera desconfianza, recelo y hasta animadversión. Examinar brevemente el tema de la acusación de violencia por parte de las autoridades es, pues, el reto de estas líneas.
Yo creo que lo primero que tenemos que hacer es tratar de elaborar un catálogo, aunque sea elemental o burdo, de las diversas formas que puede revestir la violencia. Quizá la distinción más general que habría que trazar es entre violencia física y violencia psicológica. Esta distinción, aunque hay que tenerla presente no es, sin embargo, la más importante para nuestros actuales objetivos. En segundo lugar, tenemos que la violencia, física o psicológica, puede ser individual o institucional. Esta distinción es más relevante para nosotros. Así, en el marco de esta última distinción (“violencia individual”-“violencia institucional”) nos encontramos con que la violencia puede ser ocasional o permanente. Asimismo, la violencia puede ser activa o pasiva y ni mucho menos es evidente de suyo que la violencia pasiva sea menos perjudicial o dañina que la activa. Por ejemplo, no ayudar a un país en donde se produjo un terremoto y hay miles de muertos y damnificados es una muestra palpable de violencia por omisión, de violencia pasiva. Describir así la situación no sólo no atenta en contra de nuestros modos normales de expresarnos sino que más bien encaja en ellos. No deberíamos olvidar que la violencia, por otra parte, puede también ser individual o grupal. Obviamente, todas estas formas de violencia se conectan entre sí de diverso modo, como por ejemplo lo pone en claro el hecho de que la violencia puede ser una expresión física e individual de ira ante una injusticia o puede ser la expresión institucional de fuerza por parte de alguna autoridad. Para ilustrar: un niño puede reaccionar violentamente porque su papá lo trató injustamente o bien su padre puede ser violento porque de esa manera muestra que no está dispuesto a que se cuestione su autoridad. Por es no se debe perder de vista el hecho de que la violencia puede ser una agresión, pero también puede ser una respuesta a una agresión. El cuadro siguiente nos da una idea de las complejidades del concepto de violencia:
Con esto en mente: ¿cómo entender el discurso actual, casi histérico, en contra de “la violencia”, en abstracto?¿Qué significan esas expresiones de repudio? Para poder ofrecer mínimamente útil un diagnóstico necesitamos tener presente cuál es la situación por la que atraviesa el país. Que los mexicanos constituyen un pueblo sometido a la violencia es algo que ni el más grande de los guasones podría poner en tela de juicio. El ciudadano mexicano medio está permanentemente expuesto, por un lado, al asalto, al secuestro, al robo a mano armada, etc., pero, por la otra, a la inefectividad policíaca, a la corrupción ministerial, a la ineficacia en los servicios de salud y, más en general, a la inoperancia institucional, todo esto con los matices y excepciones de siempre. Así, por ejemplo, unos criminales asesinan a gente indefensa y las instituciones encargadas de aclarar el caso y de impartir justicia no se mueven. ¿Qué hace entonces el individuo, la persona?¿Cómo se supone que debe reaccionar? La vocinglera respuesta institucional, que es la misma cantaleta de siempre: “no reaccionemos con violencia”, “la violencia no es una solución a los problemas”, “la violencia genera más violencia” y así indefinidamente, sólo puede servir para enardecer más a las personas, para generar odio. En el fondo, lo que se espera que pase es lo que en México desde la época de la conquista siempre casi siempre ha pasado: que el pueblo se calle, se someta, baje la cabeza. Pero lo que deberían tener presente los gobernantes y las élites, porque también la historia nos lo enseña, es que eso es viable sólo hasta cierto punto. ¿Cómo interpretar entonces el llamado a la no violencia por parte de quienes manejan las instituciones nacionales? A mi modo de ver de dos maneras diferentes: por una parte, es una exhortación a la sumisión, es decir, a que se acepte la realidad tal como ésta se da aquí y ahora y, por la otra, es una advertencia a la sociedad de que ciertos límites en las protestas no son transgredibles. Esto resulta evidente si entendemos que es la sociedad, personificada en algunos individuos, la que ocasionalmente da rienda suelta a su ira y empieza a protestar violentamente. Por lo tanto, es claro que el mensaje que se está transmitiendo es simplemente que si la protesta no es inocua lo que viene es la represión. Ese es el contenido de este mensaje transmitido mañana, tarde y noche por todos los medios posibles en contra de la horrorosa violencia popular (que yo llamaría más bien ‘simulacro de violencia’). Moraleja: la violencia es legítima si y sólo se ejerce desde el status quo. La violencia institucional, pasiva o activa, es en todo momento justificable; la no institucional es en todo momento inadmisible.
Como todo mundo entenderá, el ejercicio que estamos realizando consiste en tratar de sacar a la luz las presuposiciones de la violencia, individual o colectiva, cuando ésta es una reacción frente a agresiones institucionales permanentes, las condiciones que cuando se dan lo que inevitablemente generan es precisamente violencia. Un caso particular del tema general de la violencia es el del así llamado ‘terrorismo’. El análisis puntual de este caso requeriría muchas páginas y es evidente que no es este el lugar ni el momento para intentar realizarlo, pero consideremos rápidamente lo siguiente. El así llamado ‘terrorismo’ es un fenómeno que no se comprende por sí solo. Es analíticamente verdadero decir que el terrorismo no surge súbitamente de la nada. El terrorismo tiene presuposiciones y la más importante de todas es el terrorismo de estado. No hay tal cosa como terrorismo espontáneo. El terrorismo es siempre una reacción frente a un terrorismo anterior y superior y ese terrorismo es precisamente el practicado por un estado. Lo mismo con la violencia: la violencia física individual o colectiva, cuando es de carácter político, tiene causas concretas. Entonces: ¿cómo se erradica la violencia? No con verborrea, con prédicas, con exhortaciones, ni siquiera con amenazas. Se erradica la violencia eliminando sus causas. ¿Conocemos las causas de la violencia en México? Claro que sí. ¿Por qué no se eliminan esas causas entonces? Porque es más fácil predicar y amedrentar que modificar estructuras, alterar componendas, cambiar prácticas, tocar intereses creados.
Estamos ahora sí en posición de diagnosticar la lucha institucional en contra de “la violencia”: se trata de una campaña ideológica de aletargamiento político, un intento por invertir roles y presentar como violentos a quienes en general son víctimas de la violencia. La violencia en Michoacán, en Guerrero y en otros estados de la República es una violencia causada desde los órganos del poder, desde la plataforma de los ambiciosos sin límite, desde la esfera constituida por gente que perdió el rumbo en un mundo reducido para ellos a los valores más prosaicos posibles, casi podríamos decir “meramente orgánicos” (tener mucha ropa, muchos autos, muchos perros, muchos collares, muchas camisas, etc. ¿Es eso el fin de la vida? Lo dudo!). La violencia nacional, que puede extenderse como un incendio incontrolable, responde a una situación de desesperación, por sentirse víctima de traiciones y estafas políticas, por estar desprotegido institucionalmente. Desde este punto de vista, la prédica en contra de la violencia no sólo es estéril, sino que es hipócrita. Desde luego que quisiéramos que no se tuviera que recurrir a la violencia, pero la pregunta que a mi modo de ver hay que plantearse es: ¿quién tiene derecho a pedirle a las víctimas de la violencia que practiquen la no violencia?¿El inspirado analista de televisión?¿El ministro corrupto de la suprema corte?¿El diputado que trafica con influencias y que vende al mejor postor contratos multimillonarios?¿Son esos violentos institucionales quienes pretenden exigirle a la gente que no incurra en la violencia física para intentar solucionar sus problemas?¿Qué valor moral tiene esa exhortación? A primera vista, ninguno. Pero si una exhortación no tiene ningún fundamento moral, entonces ¿para qué sirve? La respuesta es igualmente inequívoca: pragmáticamente no tiene otra función que la de ser una advertencia.
Lo que debería quedarle claro a todo mundo es que la supresión violenta de la violencia es un expediente pasajero. Los alaridos de todos los representantes del status quo son exactamente lo mismos que habrían proferido Don Porfirio o Hernán Cortés. La violencia no se combate sino que se extirpa y se le extirpa realmente cuando se eliminan sus causas. ¿Cuáles son las causas de la violencia en México? La respuesta la conocen hasta los niños: el bajo nivel de vida de la población (no hay más que echarle un vistazo a lo que es la canasta básica o el salario mínimo para darse una idea de ello. Por increíble que sea, se vivía mejor en tiempos de Echeverría que ahora! Quienes en aquellos tiempos formaban parte de la clase media ahora son parte de clases bajas y no gozan de muchas cosas a las cuales tenían acceso todavía en los años 70), el incremento desmesurado de la criminalidad, la ineficiencia de las instituciones (sobre todo la de las instituciones relacionadas con la impartición de justicia), la venta de lo que queda de la riqueza nacional, la desaparición misma de la idea de nación, su identidad y su pasado, el sometimiento ignominioso hacia los Estados Unidos, un aspecto de la vida nacional que sobre todo a partir de de la Madrid los presidentes no supieron defender, la destrucción del sistema educativo nacional y así sucesivamente. Es como consecuencia de todo eso que surgen las auto-defensas, que se dan las manifestaciones, las huelgas, etc., y que, poco a poco, va haciendo su aparición el espectro de la violencia. No parece, pues, posible extraer más que una conclusión: hacer llamados al aire en contra de “la violencia” en una situación de violencia institucional permanente es en el mejor de los casos perder el tiempo y, en el peor, hacerse cómplice de la situación que genera la violencia y por ende contribuir a que ésta se intensifique. A estas alturas, los llamados demagógicos en contra de la violencia más que otra cosa son contraproducentes. Lo único que puedo comentar es que me gustaría pensar que estoy equivocado.
Categoría: Perspectivas y Opiniones
Colección de artículos producidos semanalmente por el autor a partir de 2014, con algunas intermitencias.
Sabiduría Popular y Análisis Filosófico
Parecería que si hay algo que merece ser llamado ‘sabiduría popular’ ese algo son los pensamientos generales y las recomendaciones que se plasman en dichos y proverbios, muchos de los cuales tienen versiones ligeramente distintas en diferentes idiomas. Sin embargo, es claro que algunos de esos célebres proverbios son no sólo vagos, inexactos o ambiguos sino declaradamente falsos, lo cual nos hace poner en duda la idea de que efectivamente podemos hablar de sabiduría popular en lo absoluto. El que puedan citarse proverbios un tanto paradójicos (como Quien bien te quiere te hará llorar) o señalar proverbios que se contradicen hace pensar que la sabiduría popular se compone más bien de recomendaciones prácticas que le corresponde a cada quien determinar cuándo se aplican y cuándo no. Independientemente de ello, a mí me interesa en particular uno cuya formulación, por así decirlo “canónica”, está en francés, lo cual en todo caso pone en entredicho con mayor énfasis la sabiduría popular francesa. El dicho corre como sigue: tout comprendre c’est tout pardonner, es decir, comprenderlo todo es perdonarlo todo. A mí este dicho me parece no sólo cuestionable de entrada sino altamente dañino, entre otras razones porque entra abiertamente en conflicto con intuiciones básicas concernientes a nuestra idea normal de justicia. Intentemos aclarar por qué es ello así.
Lo primero que tenemos que hacer es distinguir lo que son dos familias relacionadas pero diferentes de conceptos. Por una parte tenemos nociones como las de explicación, comprensión, verdad, conocimiento, duda, ciencia, etc., y, por la otra, tenemos nociones como justificación, evaluación, valores, bien, maldad, repudio y demás. Claramente se trata de dos universos conceptuales radicalmente diferentes, si bien de hecho los seres humanos manejan ambos grupos de categorías simultáneamente. Para expresar la idea plásticamente: la gente no nada más piensa, sino que también siente. Y esta distinción entre conceptos que podemos llamar ‘cognitivos’ y conceptos que podemos denominar ‘evaluativos’ a su vez se asocia con la distinción entre causas y razones. Así, hay una forma de explicar algo que consiste en buscar y proporcionar sus causas, es decir, aquello que si lo detectamos nos permite manipularlo, y hay otra forma de explicar algo que consiste en ofrecer razones con base en las cuales lo volvemos inteligible. Podemos presentar la idea general como sigue: lo que se explica por causas son ante todo los fenómenos naturales, en tanto que lo que se explica por razones son básicamente las acciones humanas. En relación con los seres humanos tenemos, pues, dos planos explicativos: la explicación de lo que pasa con los cuerpos, los organismos, las presiones sociales, las características psicológicas, etc., y, por otra parte, la de un plano lógicamente independiente del anterior que es el de las razones de la acción, la buena o mala voluntad, las intenciones y demás. Es muy importante entender que es conceptual y lógicamente imposible reducir un plano al otro. En otras palabras: ni las causas hacen redundantes a las razones ni las razones a las causas. Es absurdo intentar una reducción así, sólo que eso es precisamente lo que está implícito en el proverbio mencionado más arriba: se nos está diciendo que el conocimiento de las causas anula el conocimiento de las razones. Es difícil encontrar una confusión mayor!
Lo anterior tiene aplicaciones concretas útiles y que podemos utilizar para conformarnos un cuadro no sólo inteligible sino persuasivo de muchos acontecimientos y decisiones que nos afectan en todos los niveles de nuestra vida social y hasta personal. Si no estoy un error, con base en lo dicho y en ciertos mecanismos elementales del lenguaje, como los son la negación y la conjunción, podemos construir el siguiente esquema de posibilidades de combinación. Así, se puede:
a) explicar algo & justificarlo
b) explicar algo & no justificarlo
c) no explicar algo & justificarlo
d) no explicar algo & no justificarlo
No hay más posibilidades. Como es obvio, el proverbio que nos incumbe está recogido en (a): comprenderlo exhaustivamente algo ya es de alguna manera justificarlo. La idea es que en la comprensión misma ya va contenida la justificación. Ahora bien, a mí me parece dicha idea claramente inaceptable. Por ejemplo, podríamos en principio conocer y comprender todas las causas (psicológicas, sociales, etc.) que llevaron a un sicario a torturar y a asesinar a un estudiante, pero obviamente eso no podría equivaler a una justificación de su acción. Nótese que esta posibilidad es a la que en múltiples ocasiones se recurre en el mundo de los abogados: a menudo se nos narra de manera conmovedora el trasfondo de la vida de un criminal insinuando con ello que se le perdone, se le condone la pena o se le reduzca, etc. Nada más absurdo! En general, a mí me parece que la actitud realmente racional y sensata es (b): una cosa es enterarse de cómo son o fueron los hechos y otra es su apreciación y su evaluación final. Podemos entender el juego, las artimañas, los artilugios de importantes actores políticos, los intereses involucrados, las presiones a que están sometidos, etc., pero eso no basta para justificar sus decisiones y sus acciones. Por ejemplo, podemos en principio entender la maraña política en la que está metido el Procurador de la República, pero no podemos justificar que al día de hoy, a más de un mes de que se hayan producido los indignantes eventos de Iguala, el Sr. Procurador no haya tenido a bien ofrecerle a la sociedad mexicana una explicación completa y congruente de lo que sucedió. En otras palabras, comprendemos la complejidad de su juego político, pero es imposible justificar su ofensivo silencio. Tenemos ciertamente derecho a preguntar: ¿dónde están las declaraciones de los arrestados?¿Por qué no se han hecho del dominio público?¿Por qué no se les ha presentado ante la opinión pública?¿No tiene derecho el pueblo de México a saber quiénes son esos delincuentes ni a una explicación detallada de lo que hicieron con no pocos estudiantes? En todo esto está involucrado un caso de explicación o comprensión aunado a no justificación. Nuestro proverbio, por lo tanto, no sólo parece poco convincente sino que da la impresión de ser sencillamente falso.
Examinemos rápidamente e ilustremos los dos casos restantes. El caso (c) es un típico caso de irracionalidad desbordada, muy común también en nuestros compatriotas. Lo que llama la atención es que mucha gente se ufane de hacer suya esta perspectiva. Es muy común, por ejemplo, oír decir a madres de delincuentes que públicamente se pronuncian sobre las acciones de sus hijos, acciones que no entienden (es decir, ellas no se explican por qué sus hijos hicieron lo que hicieron) que como son sus progenitoras entonces de todos modos los avalan, los respaldan, los justifican. Confieso que sólo en contadísimas ocasiones me he encontrado con un padre o una madre (los míos, por ejemplo) que por lo menos le digan a sus hijos que si delinquen ellos mismos los meten a la cárcel. Un nivel tan alto de moralidad no es muy común en nuestros lares. El caso paradigmático, desde luego, lo tenemos en el Eutifrón de Platón, pero esos son ya niveles excepcionales de rectitud moral, por lo que no tiene mayor sentido traerlo a colación.
El caso que puede ser teóricamente menos interesante es (d), puesto que podría responder a una situación de indiferencia total: ni se sabe del asunto ni se interesa uno en él. Pero como veremos en un momento no tiene por qué ser siempre así. También esta posibilidad tiene sus aplicaciones prácticas. Estaba yo leyendo hace poco el reglamento de tránsito para el Distrito Federal y me encuentro con una serie de prescripciones que comprendo (están en español), es decir, tanto entiendo lo que significan como imagino los procesos de razonamiento que llevaron a ellas. El problema es que por más que me esfuerzo ni me las puedo explicar ni encuentro una justificación para ellas. Considérese el tema de la velocidad en la ciudad. De acuerdo con el reglamento la velocidad máxima en vías rápidas es de 70 kms por hora y en avenidas y calles de 40. Hay por lo menos dos preguntas que de inmediato me asaltan: los diputados o los representantes ciudadanos que elaboraron este reglamento ¿viven en la ciudad de México? y si viven aquí: ¿respetan ellos mismos las prescripciones que les imponen a los demás? Respecto a la primera pregunta la repuesta es dudosa si bien no tiene mayor importancia, pero apuesto lo que sea a que a la segunda pregunta la respuesta acertada es un rotundo ‘no’. Regulaciones como esas son contrarias al interés público, pues entre otras cosas tienen como efecto aumentar los niveles de contaminación. Puedo entender que más de una persona o algunas compañías se beneficien con reglas así, pero por más que me esfuerzo no lo encuentro justificable. Si todos los conductores nos ajustáramos a semejantes reglas tendríamos que manejar en segunda y haríamos de la ciudad un pantano automovilístico. Instintivamente nos rebelamos en contra de ellas. Se trata obviamente de reglas ridículas, contrarias al bien común y, por consiguiente, promovedoras de ilegalidad y de corrupción. Aquí tenemos un ejemplo de algo que ni se comprende ni se justifica, a saber, un reglamento.
El caso más representativo del caos mental que prevalece en el país y al mismo tiempo el más afrentoso para el ciudadano normal es obviamente el caso (a) de comprensión y justificación cuando lo que tenemos en mente son, por una parte, crímenes mayores y, por la otra, nuestro código penal. Estaba viendo por televisión hace unos días al reconocido empresario y promotor del deporte, Nelson Vargas, y nos enteramos por boca de él que los asesinos de su hija ni siquiera han sido sentenciados, después de 7 años de haberse aclarado policialmente el asunto. Como muchos ciudadanos de a pie, yo entiendo la situación pero sin titubeos al igual que todos la repudio, es decir, no la justifico. Esta combinación de hechos aberrantes con pasividad estatal que pragmáticamente equivale a una justificación es de los peores elementos de nuestra atmósfera social y política, pues es por excelencia la actitud promotora de corrupción, de entreguismo, de abdicación.
Como puede verse, un poquito de análisis filosófico puede ayudar no a resolver los problemas, pero sí a aclarar el panorama contribuyendo de esa manera a que nos posicionemos mejor frente a los hechos y, por consiguiente, a que tomemos mejores decisiones. Mi conclusión de este breve ejercicio intelectual es muy simple, pero muy saludable: no hay que dejarse llevar por el primer proverbio que se nos ocurra o que se le ocurra a nuestro interlocutor intercalar en la conversación. Los proverbios pretenden darnos a través de una fórmula simple e impactante una síntesis de sabiduría inapelable, pero esta pretensión no siempre es satisfecha. El caso del que me serví es uno entre muchos. Un ejemplo de proverbios que se contraponen es el de “A quien madruga Dios lo ayuda” y “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Claro que hay lecturas, interpretaciones, juegos lingüísticos que pueden hacerlos parecer como compatibles, pero por lo menos prima facie ciertamente no lo son. De manera que mi moraleja en el caso del proverbio que era mi objeto de interés es contraria a lo que la sabiduría popular indica: yo diría que en múltiples ocasiones es precisamente el caso de que mientras más se conoce algo o a alguien más se nos vuelve detestable o despreciable u odioso. Habría que decir entonces que para una multitud de casos lo correcto es más bien afirmar que comprenderlo todo es justamente no perdonar nada. Y esta lección me parece que es útil tanto en un plano social como en el contexto de lo más privado posible.
En Memoria de un Gran Poeta
Hace más o menos un mes se cumplió el aniversario del nacimiento de un gran poeta francés, como era de esperarse un ilustre desconocido en México. Me refiero a Georges Brassens. Por lo que ese hombre representó para mí en la vida quisiera decir unas cuantas palabras.
Yo descubrí a Brassens a finales de los años 60, cuando residía en París y asistía al Lycée Janson de Sailly. Por aquel entonces lo que se tenía eran discos de acetato. De inmediato me impactaron su música y la letra de sus canciones al grado de que, aunque creo que conozco todo su repertorio, dos de las canciones de aquel viejo disco que escuché siguen siendo mis favoritas. Son “Une Jolie Fleur” y “Je suis un Voyou”. Más abajo ofrezco una tentativa de traducción de una de ellas, traducción que de antemano reconozco como sumamente imperfecta, pero lo hago con miras a darle al lector una idea un poco más precisa de lo que es la producción artística de Brassens. Antes, sin embargo, quisiera decir algo acerca de la persona misma, de su obra y de por qué es ésta tan soberbia.
Georges Brassens nació y está enterrado en Sète, en el Mediodía francés. Desde muy chico manifestó sus proclividades artísticas y de hecho algunas de sus más famosas canciones fueron redactadas durante su pubertad y juventud. Como todo poeta que se respeta, Brassens alude, de muy variados modos (remembranza, burla, nostalgia, etc.) al pasado y muy en particular a diversas experiencias de sus años mozos. Todo ello lo hace, sin embargo, sin hablar en primera persona, sin aludir a su “ego”, más que cuando quiere expresar un punto de vista particular sobre algún tema personal o alguno de interés general en especial (la misa en latín, el ladrón que le robó su guitarra, su llegada a París cuando era joven, etc.). Y sus canciones conforman un auténtico arco-iris temático: el amor, la amistad, convenciones sociales ridículas, la muerte, la política, la religión, los funerales y en general las más variadas situaciones humanas, destacando su carácter grotesco o ridículo o ejemplar o conmovedor y así indefinidamente. Su obra es de naturaleza universal, como lo pone de relieve el hecho de que su poesía ha sido traducida a muy diversos idiomas, destacándose por su fidelidad a los textos originales las versiones al italiano de Andrea Belli y al polaco del Zespól Representacyjny. En español hay por lo menos dos discos hechos en América del Sur los cuales, aunque contienen algunos aciertos y sin duda alguna tienen méritos, dejan de todos modos que desear y dan tan sólo una idea muy vaga del valor literario de las canciones originales . No es por casualidad que en 1967 la Academia Francesa le otorgó el gran premio anual de poesía, lo cual no fue más que un reconocimiento oficial de lo que ya para entonces era un reconocimiento popular generalizado.
Algo digno de llamar la atención es la formidable simbiosis de la letra de los poemas y la música en la que Brassens la envuelve. Encajan perfectamente una en la otra al grado de que cualquier alteración de la música, más aún: cualquier “interpretación”, por buena que sea, significa automáticamente una devaluación del producto original. Como es sabido, eso es justamente lo que en general pasa con las copias de las grandes obras de arte, por buenas que sean. Como excelente artista que era, Brassens no necesita otra cosa que su maravillosa guitarra y el acompañamiento de su inseparable contrabajista, el gran Pierre Nicolas. Cada canción de Brassens constituye una pequeña obra de arte completa en sí misma, auto-contenida, por así decirlo. La variedad de tonadas es realmente asombrosa.
Brassens se inscribe dentro de una tradición artística que muy probablemente tenga sus inicios en la obra del gran poeta y aventurero francés del siglo XV, François Villon. De éste, dicho sea de paso, como de algunos otros insignes poetas franceses, como Lamartine o Victor Hugo, Brassens musicalizó en forma realmente brillante algunos de sus poemas. Brassens fue, por lo tanto, además de creador un gran difusor cultural y en ese sentido un educador. Aunque sin duda conocidos y estudiados en el bachillerato, poemas como La Ballade des Dames du Temps Jadis (La Balada de las Damas de Antaño), de Villon, o Gastibelza, de Víctor Hugo llegaron al público en general, esto es, tanto al culto como al inculto. Tiene, por ejemplo, una canción en la que va recuperando y enumerando fórmulas coloquiales, tanto antiguas como actuales, para expresar desagrado, rechazo, repudio y demás, lo cual es una forma muy original de rendirle culto al lenguaje natural. También vale la pena notar su constante alusión a temas de la mitología griega (en particular a Venus).
Algo que a mí en lo particular me encanta de la poesía de Brassens es que lo que él nos regala es poesía genuina, es decir, rimas. No es mi propósito aquí y ahora discutir el tema de cuán poético es realmente el así llamado ‘verso libre’, que con toda franqueza lo menos que puedo decir al respecto es que me deja totalmente frío. Para mí, en general esa forma de hacer poesía es básicamente dar gato por liebre: se supone que a cambio de los versos que se acoplan, que le dan ritmo y musicalidad a la construcción literaria y que constituyen el aspecto formalmente difícil de la poesía, lo que se nos da son pensamientos supuestamente profundos sobre el tema que sea. Empero, salta a la vista que eso es un fraude, porque en general esos esfuerzos en el fondo no son otra cosa que esfuerzos de filósofos manqués, de metafísicos fracasados y, al mismo tiempo, de poetas incapaces. El verso libre es la mejor de sus versiones es esencialmente intelectual, mera geometría lingüística, lo cual en este contexto significa ‘a-emocional’ y precisamente por eso me parece un engaño que nadie se atreve a denunciar. Desde mi perspectiva, si una construcción literaria en verso no suscita emociones entonces no es realmente poética, digan lo que digan los snobs del momento. Definitivamente, cuesta mucho más escribir un buen soneto que muchas páginas de verso libre. Ergo… Brassens, en todo caso, es de los poetas que sí se rompen la cabeza por construir un pensamiento ritmado, un pequeño cuento envuelto en música y en eso es sencillamente insuperable.
Brassens no sólo era un artista de primer orden, sino también un gran observador y en verdad un gran psicólogo. Era también un gran crítico social. Encontramos por ello en múltiples de sus canciones, a través de los personajes que imagina, una recuperación de ciertos valores que la horripilante cultura contemporánea simplemente ha borrado de nuestro panorama cotidiano. Para entender esto cabalmente hay que conocer un poquito la vida a la francesa, así como expresiones coloquiales del francés. Por ejemplo, es muy de los citadinos franceses usar expresiones como ‘Va donc, eh! Pequenot!’, que es una expresión despectiva respecto del provinciano y del campesino (no olvidemos que Francia es uno de los países que mejor ha sabido mantener su campesinado y su vida campirana, a diferencia de países como por ejemplo Inglaterra en donde prácticamente no hay campesinos, en el sentido tradicional de la expresión). Brassens tiene canciones gracias a las cuales uno puede entender que actitudes así son tontas y hace ver que es factible captar la belleza oculta detrás de formas de vida diferentes a las “modernas”. Un ejemplo estupendo de ello es su canción “Les Sabots d’Hélène’, esto es, “Los Zuecos de Helena”. La concatenación de ideas en la canción es más o menos la siguiente: sí, en efecto, los zuecos de Helena estaban llenos de lodo, pero yo me tomé la molestia de quitárselos y encontré unos pies de reina, que guardé para mí; sí, es cierto, la ropa interior de Helena estaba carcomida, pero yo me tomé la molestia de quitársela y encontré unas piernas de reina, que guardé para mí; y sí, es verdad, el corazón de Helena nunca había cantado, pero yo me tomé la molestia de detenerme en él y encontré el amor de una reina y lo guardé para mí”. Obviamente, lo que Brassens dice tiene tanto un sentido literal como uno no literal, un sentido físico y uno psicológico. Estas ideas vienen además enlazadas con la de que precisamente por ser una pobre campesina, una mujer modesta, “los tres capitanes”, es decir, los citadinos a la moda, los de vanguardia en todo lo que son los aspectos superficiales de la vida social, nunca se fijan en ella y, naturalmente, no están conscientes de lo que se pierden.
Para mí Brassens es alguien que, quizá sin proponérselo, satisface la caracterización que ofrece Stendhal del arte, una caracterización que Nietzsche tanto le envidiaba. El arte, dijo Stendhal, es una “promesa de felicidad”. Yo creo que si se le escucha comprendiéndolo, en las circunstancias apropiadas y en la atmósfera ad hoc, eso es precisamente lo que Brassens logra con sus escuchas: hacerlos felices. Te invito, pues, lector, a un momento así con una canción de la cual yo alguna vez hace ya tiempo traduje, porque quería compartirla con alguien que no sabe francés. Se llama ‘Je suis un voyou’, es decir, “Soy un granuja”. A continuación pongo el texto y abajo la canción. Que la disfrutes!
Sepultada está en mi alma una vieja historia Un recuerdo, un fantasma de un amor de ayer El tiempo con su guadaña puede hacer destrozos El afecto que yo siento siempre lo tendré. Me quedé sin habla el día Que la observé andar A la hermosa india María De huarache y chal Si las flores del Paseo Pudieran hablar Es a la María bendita En que harían pensar De inmediato yo le dije Virgen bella, ven El buen Dios me lo perdone No había más que hacer Que Él me lo perdone o no Ni un comino doy Ya mi alma está perdida Un granuja soy La preciosa iba a la iglesia Para comulgar Entonces mordí sus labios Que eran un manjar Ella me dijo muy seria ¿Qué te pasa a ti? Mas no opuso resistencia Ellas son así. Nuestros cuerpos se tocaron Sin esfuerzo mucho Que el buen Dios me lo perdone Cada quien su lucha Que Él me lo perdone o no Ni un comino doy Ya mi alma está perdida Un granuja soy Era una muchacha simple De las que ya no hay Devoré el fruto prohibido Que escondía su chal Ella me dijo muy sería ¿Qué te pasa a ti? Mas no opuso resistencia Ellas son así Y luego con ansias locas Rasgué to’a su ropa Que el buen Dios me lo perdone Pero estaba loco Que Él me lo perdone o no Ni un comino doy Ya mi alma está perdida Un granuja soy Me quedé sin habla el día En que la perdí Cuando se casó María Con un beato vil De seguro tiene ahora Dos o tres chicuelos Que lloriquean por sus dosis De maternal seno Y yo me alimenté de ella Mucho tiempo antes Que el buen Dios me lo perdone Es que era yo amante Que Él me lo perdone o no Ni un comino doy Ya mi alma está perdida Un granuja soy |
Ci-gît au fond de mon coeur une histoire ancienne, Un fantôme, un souvenir d’une que j’aimais… Le temps, à grand coups de faux, peut faire des siennes, Mon bel amour dure encore, et c’est à jamais… J’ai perdu la tramontane En trouvant Margot, Princesse vêtue de laine, Déesse en sabots… Si les fleurs, le long des routes, S’mettaient à marcher, C’est à la Margot, sans doute, Qu’ell’s feraient songer… J’lui ai dit: “De la Madone, Tu es le portrait!” Le Bon Dieu me le pardonne, C’était un peu vrai… Qu’il me le pardonne ou non, D’ailleurs, je m’en fous, J’ai déjà mon âme en peine: Je suis un voyou. La mignonne allait aux vêpres Se mettre à genoux, Alors j’ai mordu ses lèvres Pour savoir leur goût… Ell’ m’a dit, d’un ton sévère: “Qu’est-ce que tu fais là?” Mais elle m’a laissé faire, Les fill’s, c’est comm’ ça… J’lui ai dit: “Par la Madone, Reste auprès de moi!” Le Bon Dieu me le pardonne, Mais chacun pour soi… Qu’il me le pardonne ou non, D’ailleurs, je m’en fous, J’ai déjà mon âme en peine: Je suis un voyou. C’était une fille sage, A “bouch’, que veux-tu?” J’ai croqué dans son corsage Les fruits défendus… Ell’ m’a dit d’un ton sévère: “Qu’est-ce que tu fais là?” Mais elle m’a laissé faire, Les fill’s, c’est comm’ ça… Puis j’ai déchiré sa robe, Sans l’avoir voulu… Le Bon Dieu me le pardonne, Je n’y tenais plus… Qu’il me le pardonne ou non, D’ailleurs, je m’en fous, J’ai déjà mon âme en peine: Je suis un voyou. J’ai perdu la tramontane En perdant Margot, Qui épousa, contre son âme, Un triste bigot… Elle doit avoir à l’heure, A l’heure qu’il est, Deux ou trois marmots qui pleurent Pour avoir leur lait… Et, moi, j’ai tété leur mère Longtemps avant eux… Le Bon Dieu me le pardonne, J’étais amoureux! Qu’il me le pardonne ou non, D’ailleurs, je m’en fous, J’ai déjà mon âme en peine: Je suis un voyou. |
1 Hay un sitio en la red en el que se encuentran traducidas al español casi todas las canciones de Brassens. El problema es que se trata de meras traducciones literales, con lo cual sencillamente se les hace perder su alto valor melódico.
Comentarios Malévolosi
1) Pocas cosas hay tan apasionantes como polemizar sobre algún tema interesante y más aún cuando con quien se polemiza es un individuo de talla, un erudito, un especialista en algún área del saber o en alguna esfera de la cultura. Naturalmente, este requerimiento emerge con particular urgencia cuando alguien de primer nivel en su disciplina emite puntos de vistas que nos resultan chocantes, inadmisibles, inaceptables. Sentimos entonces una intensa necesidad por intentar refutar los puntos de vista del sujeto en cuestión, por desmentirlo, por desenmascararlo quizá. Eso al menos, debo confesarlo, es lo que a mí me sucedió cuando leí la recopilación de notas de un seminario que a principios de los años 50 del siglo pasado preparara para la Universidad de Harvard el novelista y gran crítico literario de origen ruso, Vladimir Nabokov, sobre la obra maestra suprema de la literatura escrita en nuestro idioma, esto es, el español, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Debo de entrada advertir que me muevo en un área que no es la mía, pero es que el escrito de Nabokov me hace sentir como ostra a la que le echan dos limones ácidos antes de comérsela. La lectura de sus notas, sus comentarios, su evaluación me resultaron más que ácidos, corrosivos, lacerantes, en cierto sentido incomprensibles y, sobre todo, yo diría ‘descaradamente’ injustificados. Reconozco que Nobokov, para decirlo de manera colquial, me picó la cresta e hizo nacer en mí lo que tal vez no sería errado llamar ‘nacionalismo lingüístico’. Y reconozco que aguijoneó con particular intensidad mi deseo de protestar públicamente el hecho de que no me haya topado todavía ni siquiera con un esbozo de respuesta apropiada. Por sorprendente que parezca, los pocos comentarios a los que he tenido acceso no pasan de ser meros resúmenes más o menos aprobatorios de diversas secciones del contenido total del texto de Nabokov, pero todavía no he encontrado a nadie (ni en España ni en América Latina) que se enfrente a él con al menos la intención de rebatirlo. No sé si yo pueda aspirar a tanto, pero de lo que sí estoy seguro es de que no quiero quedarme callado.
2) Dejando de lado la multitud de detalles debatibles concernientes a las diversas partes del libro que Nabokov tiene en la mira, el mensaje general, crítico y reprobatorio, es bastante claro, dejando de lado el hecho de que él no intenta en lo mínimo ocultar su apreciación global de lo que para nosotros es de hecho el libro con el que se inicia la literatura en lengua hispana. Es cierto que está el romance del Cid campeador, que hay poesía como la del Marqués de Santillana, textos espléndidos previos al Quijote. Pero es igualmente cierto que el español de esos textos no es todavía el nuestro, el cual oficialmente arranca con la obra de Cervantes. A grandes rasgos entonces: ¿qué nos dice Nabokov al respecto?
En sus notas, Nabokov se pronuncia con displicencia tanto sobre Cervantes como sobre su Quijote. De Cervantes nos recuerda que “no es un topógrafo”, lo cual explicaría el caos geográfico de las andanzas del gran héroe de su novela. Dice el ruso “…el cuadro que Cervantes pinta del país viene a ser tan representativo y típico de la España del siglo XVII como Santa Claus es representativo y típico del Polo Norte en el siglo XX” (p.22). La burla es fuerte. Y prosigue señalando que prácticamente ninguna de sus descripciones es “verificable”: “El autor huye de las descripciones que, por descender a lo concreto, pudieran ser verificadas” (p. 23). Pero estas son minucias frente a lo que viene después, a saber, lo que Nabokov tiene que decir sobre el personaje mismo del Quijote. No sorprenderá a nadie que Nabokov se ensaña todavía más con quien para múltiples generaciones de lectores siempre pasó por un personaje simpático, esto es, el escudero del Quijote, el gran Sancho Panza. Una breve lista de juicios condenatorios nos será aquí muy útil para dejar en claro que no estoy ni mintiendo ni exagerando. De acuerdo con Nabokov:
a) “los chascarrillos y los refranes de Sancho no suscitan gran hilaridad, ni por sí mismos ni por su acumulación repetitiva” (p. 37)
b) “Sancho, el de la barba desaliñada y la nariz de porra, es, con algunas reservas, el payaso generalizado” (p. 37)
c) Don Quijote “No tiene malicia; es confiado como un niño” (p. 41)
d) Don Quijote: “demuestra una imaginación de escolar bastante limitada en materia de barrabasadas” (p. 41)
e) Más en general “Decir que en el humor de este libro se contiene, como dice un crítico, ‘un tesoro de hondura filosófica y humanidad genuina, cualidades en las que no le ha aventajado ningún otro escritor’, me parece una exageración fuera de toda medida. El caballero, desde luego, no tiene gracia. El escudero, a pesar de toda su prodigiosa memoria para los refranes, tiene todavía menos gracia que su señor” (p. 53)
f) No faltan las comparaciones afrentosas, en particular con Shakespeare: “Discrepo de afirmaciones como las de que ‘la percepción de Cervantes era tan sensible, su inteligencia tan flexible, su imaginación tan activa y su humor tan sutil como los de Shakespeare’. No, por favor: aunque redujéramos a Shakespeare a sus comedias, Cervantes seguiría yendo a la zaga en todas esas cosas. Del Rey Lear, el Quijote sólo puede ser escudero” (p. 29).
La lista podría extenderse mucho todavía (prácticamente todo el libro es así), pero para estas líneas con estas muestras de abierta animadversión basta. Nabokov acusa a Cervantes de haber escrito un libro esencialmente cruel, plagado de relatos de golpizas, engaños y burlas. En resumen, él sostiene que “Las dos partes del Quijote componen una auténtica enciclopedia de la crueldad” (p. 90). Posteriormente viene un escueto “análisis” del personaje de la Dulcinea y del papel de la muerte en el libro. Los documentos de Nabokov contienen un resumen de muchos capítulos del libro de Cervantes y en los que lo que hace es básicamente repetir el contenido insertando por aquí y por allá frases, comentarios, descripciones y evaluaciones que cualquier abogado decente calificaría de ‘dolosos’. Nabokov dio a conocer su repulsiva lectura de la gran obra de Cervantes ante una gran audiencia en Harvard y muy probablemente todo habría quedado allí si no hubiera sido porque sus notas fueron recopiladas y publicadas póstumamente. Es interesante y revelador, dicho sea de paso, que él mismo no las haya mandado imprimir.
3) Ese es nuestro material. Lo primero que se nos ocurre preguntar es: ¿por qué merecería ser considerado seriamente? ¿Por qué no simplemente ignorarlo? Después de todo, Don Quijote no necesita muletas para seguir andando. Pero entonces, una vez más: ¿amerita realmente una respuesta un texto así, inundado de insultos, de interpretaciones deliberadamente tergiversadas, plagado de lo que a todas luces son incomprensiones?¿Cómo nos explicamos entonces que quien sin duda alguna era un gran erudito y un novelista haya podido producir un texto tan obviamente errado en concepción y en sus objetivos? Y, lo más importante de todo: ¿es factible concederle la razón a Nabokov?¿Es sensato pensar que la razón podría asistirle?
Yo pienso que no. Yo creo, por lo pronto, que no es ni imposible ni inapropiado aplicarle a Nabokov sus propios métodos y su propio enfoque y disecarlo a él a través de un examen, por superficial e incompleto que sea, de sus notas. Algo así es, por consiguiente, lo que, de manera directa y breve trataré de hacer en lo que sigue.
4) Lo primero que llama la atención es el hecho de que Nabokov se pronuncia sobre un texto cuyo original es incapaz de leer, puesto que no sabía español. No importa qué versión al inglés haya elegido, pero de lo que podemos estar seguros es de que el texto al cual él tuvo acceso tenía que literariamente muy inferior al original. A mí por ejemplo siempre me ha divertido constatar que por lo menos en las traducciones al inglés, al francés y al polaco la primera oración del texto, la muy conocida “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme,…” ni dice lo mismo ni concuerda enteramente con la oración en español. Eso da una idea tanto de la originalidad del lenguaje de Cervantes como de las complejidades del lenguaje natural, pero no ahondaré en esta temática. Me interesaba simplemente indicar que de entrada el escritor ruso se coloca a sí mismo en una situación de desventaja: está criticando un texto cuya belleza y potencia literarias en alguna medida inevitablemente se le escapan.
Un segundo punto ilustrativo de la interpretación tendenciosa del libro de Cervantes por parte de Nabokov está en una flagrante contradicción que irradia la primera parte de sus notas. Afirma Nabokov. “Vamos a no tratar de conciliar la ficción de los hechos con los hechos de la ficción” (p. 19). En otras palabras, vamos a desproveer al Quijote de toda aspiración a ser un reflejo de la sociedad de los tiempos de Cervantes, vamos a considerar de entrada que no forma parte de los objetivos de Cervantes legar alguna clase de información sobre la vida y las costumbres de la gente de sus tiempos. Su libro es un mero “cuento de hadas”. Sea! Pero entonces ¿por qué acusa a Cervantes de ser tanto un mal geógrafo como un mal historiador? Yo aquí me atrevería a recordarle a Nabokov que, además de geógrafo e historiador Cervantes da muestras de ser un gran psicólogo y hasta podríamos hablar de él como de un perspicaz lógico, como lo pone de relieve el hecho de que plantea algo parecido a la paradoja de Russell cuando Sancho está en su ínsula y sus nuevos súbditos lo ponen a prueba retándolo con acertijos y enredos de diversa índole. Yo sinceramente dudo que Nabokov hubiera podido dar cuenta de la paradoja, pero regresando al punto crítico general: o Nabokov ve el Quijote como un libro de fantasía, pero entonces no puede acusar a Cervantes de ser un mal guía factual o bien Cervantes efectivamente es un mal guía, pero entonces su libro no es un mero cuento de hadas. Aquí el ilógico es claramente Nabokov y un error tan elemental como este de inmediato nos hace sospechar que nos las habemos con un texto que no es del todo serio.
Un aspecto un tanto más tenebroso del texto de Nabokov es lo que yo calificaría de ‘crimen literario primitivo o infantil’, consistente en una burda u obscena comparación entre autores, como lo sería si lo que comparáramosa fueran filósofos, músicos o pintores. ¿Quién es mejor: Mozart o Beethoven?¿Tolstoy o García Márquez?¿Picasso a Leonardo? Preguntas así son de un cretinismo exasperante. Bueno, pues algo así es precisamente lo Nabokov hace al equiparar a Shakespeare con Cervantes. El caso del que se vale es el rey Lear. A mí me parece hasta un mal ejemplo. Empero, yo no voy a caer en la trampa nabokoviana de denigrar a un gran autor sólo para ensalzar al de mi preferencia. A mí Shakespeare me parece espléndido desde todos puntos de vista y sólo vería un aspecto débil en algunas de sus obras: es en algunas de sus piezas esencial, excesivamente inglés (si cabe aquí el adverbio) y es en esa medida más difícil de disfrutar para lectores de otras culturas que otros escritores. El mundo de Ulises nos es totalmente ajeno en más de un sentido, pero es imposible no disfrutar de principio a fin de La Odisea; pero el mundo de Macbeth ya no resulta tan fácilmente compartible. Desde este punto de vista, Don Quijote ciertamente no es vulnerable. Por otra parte, en relación con esa semi-absurda comparación, lo primero que de inmediato quisiéramos preguntar es: ¿por qué viene a cuento?¿Por qué o para qué decir algo así? Y aquí inevitablemente tenemos que argumentar, aunque sea mínimamente, ad hominem. Lo que habría que entender es que la mentalidad, el perfil psicológico de Nobokov es típicamente el del emigrado, el del individuo que hace todo por ser asimilado a su nueva nación, en este caso los Estados Unidos, como si estuviera tratando de congraciarse con ellos quitándole méritos a un producto que es de otra sociedad y otra cultura que aquellas a las que aspira a integrarse. Así entendida, la conducta de Nabokov resulta aunque comprensible, patética. Es muy raro no encontrar rastros de odio en el alma del émigré, de quien se vio forzado a dejar su país, su pasado, su idioma por causas totalmente ajenas a él, como le pasó a la reaccionaria familia rusa de Nabokov al poco tiempo de haber estallado la revolución bolchevique. El problema es que ese odio lo encauzó en contra de un libro del que se nutren millones de personas y que no tiene nada qué ver con sus desgracias personales. Su comparación de Cervantes con Shakespeare automáticamente me hace pensar en otra: la del Quijote con Lolita. Sinceramente, dudo mucho que Nabokov mismo hubiera disfrutado dicho contraste.
5) Es evidente de suyo que no vamos a agotar en unas cuantas páginas un texto tan negativamente rico como el que Nabokov les legó a sus fans. Sus notas ciertamente son dignas de un curso semestral en el colegio de Letras Hispánicas de cualquier facultad de humanidades, a pesar de que podamos estar seguros de antemano de que una crítica puntual y definitiva de sus convicciones es factible. Lo único penoso en este asunto es la constatación de que a Nabokov se le escapó entre los dedos la grandeza de Don Quijote, el minucioso estudio de caracteres y costumbres fantásticamente descrito por Cervantes, la multitud de situaciones humanas de las que siempre se extrae alguna lección importante, su peculiar y originalísimo tratamiento de la locura, su crítica de las para entonces rebasadas novelas de caballería y más en general la crítica y superación de la literatura medieval y tantas otras cosas que podríamos sobre tan maravilloso texto.
Muy a grandes rasgos, yo diría que la producción literaria conforma una especie de espectro en el cual se transita desde las obras clásicas, desde las grandes joyas de la literatura universal, hasta los pasquines de calidad ínfima o nula, los best-sellers y los inacabables sub-productos del show-business del mercado literario de nuestros días, un bazar al que cualquiera puede entrar y que permite que cualquiera pueda sentirse novelista o poeta. Entre unas y otros encontramos toda una variedad de escritos de mayor o menor calidad. Todo éstos se pueden criticar, sobajar, convertirse en objeto de escarnio, etc., pero parece innegable que lo más torpe que podría hacerse es hacer precisamente eso con las obras ya consagradas, tratar de bajar de su pedestal a las que ya pasaron el test del tiempo. Intentar devaluar el Fausto o La Guerra y la Paz o El Sueño de una Noche de Verano o cualquiera de esas construcciones literarias que sólo pueden deparar un inmenso placer estético a quien las lee es lo más ridículo que pueda intentarse. Quien lo hace en el fondo realiza un esfuerzo, fallido de entrada, por llamar la atención sobre él; es a no dudarlo alguien con graves problemas de personalidad y de auto-imagen y mucho me temo que ese sea justamente el triste caso de Vladimir Nabokov.
Todas las citas están sacadas del texto de Vladimir Nabokov, Curso sobre el Quijote (Buenos Aires: Del Nuevo Extremo, 2010).
Putrefacción Social a la Mexicana
1) La gente normal se horroriza, lo cual es más que comprensible, ante los terribles sucesos que tuvieron lugar hace alrededor de un mes en Iguala, Guerrero. Sin embargo, esa minoría de gente de buena voluntad, gente sencilla que todavía vive con restricciones morales, que no se cree todo permitido, desafortunadamente no siempre razona correctamente frente a las situaciones que la aterrorizan y la asquean y por ello rara vez logra forjarse una idea correcta de la situación in toto. Es, pues, muy importante hacer un esfuerzo y elevarse por encima de la descripción casi anecdótica de hechos particulares y tratar de tener una visión de conjunto para poder ofrecer un diagnóstico general apropiado. Ya ni me detengo a hacer el recordatorio de que, sobre todo en situaciones de conflicto social profundo como el que aqueja a nuestro país, pocas cosas hay que resulten tan inútiles y repulsivas (por hipócritas) como las rasgaduras de ropa y los golpes de pecho, esto es, las estériles declaraciones de indignación moral, que no sirven para absolutamente nada y menos aún cuando provienen de gente que no es ninguna autoridad moral para nadie. Desde hace mucho tiempo sabemos que los conflictos sociales no se resuelven por medio de imprecaciones morales y que el papel de plañidera política en el fondo no es más que una forma perversa de reforzar la situación general prevaleciente, el status quo. Ciertamente, no es esta la vía por la que nos interesa a nosotros adentrarnos.
2) A mí me parece que hay por lo menos dos formas de delinear el perfil del México de nuestros días. Una es a través de descripciones, esto es, por medio de palabras; otra es por medio de imágenes. Sugiero que intentemos por esta segunda vía. ¿Cómo es entonces México? ¿Cómo habría que pintarlo? No estando ya entre nosotros el magnífico Diego Rivera, que era quien veía por el pueblo de México y quien le dio rostro a su historia, ¿quién podría pintarnos un retrato del país? Yo creo que nadie. No obstante, podemos recurrir a la fotografía. Debo decir entonces que me parece que nada nos pinta mejor la faz social de México que el rostro mutilado, destrozado, torturado del joven estudiante que llevó en vida el nombre Julio César Mondragón. Lo que quiero decir es que si tuviéramos que plasmar plásticamente el rostro de México nada lo representaría mejor que el rostro desfigurado de ese pobre muchacho, víctima de un acto de salvajismo que en nuestro país ni mucho menos es inaudito. De acuerdo con el parangón, así es México, es decir, un país destrozado. No voy desde luego a solazarme con los detalles necrológicos del caso, sino que intentaré más bien reflexionar un momento sobre su posibilidad misma. ¿Cómo es posible que algo así suceda? ¿Qué clase de seres humanos genera un país en el que hay individuos capaces de ensañarse con una persona al modo como lo hicieron con Julio César, desollándolo vivo, arrancándole los ojos, el cuero cabelludo y quién sabe cuántas barbaridades más? ¿Qué clase de bestia puede hacer algo así? Y una decepcionante confirmación de que nuestra sospecha respecto a México es correcta es que suben ya hasta las narinas los hedores de la putrefacción social en la que estamos inmersos consistentes esta vez en las aburridas filípicas de siempre, plagadas de argumentos descaradamente inválidos, en contra de la sugerencia misma de que habría que condenar a muerte ya a los asesinos de Julio César. ¿Cómo es que llegamos a todo esto y cómo haremos para modificar el curso de lo que a todos luces se presenta como un tormentoso futuro?
3) Yo pienso que, si es escueta, la respuesta es muy simple: en México se ha venido practicando con espantoso éxito a lo largo del último medio siglo la receta perfecta para el desmoronamiento de un país. Recordemos velozmente algunos hechos relevantes. Yo creo que podríamos aceptar in extremis que, como él mismo lo proclamaba, el gobierno de López Portillo fue el último gobierno revolucionario, sólo que él se quedó corto. Tenía que haber añadido que a partir de él empezaba la etapa de la contrarrevolución. Se dio, por ejemplo, la desnacionalización, la entrega irresponsable y criminal de la banca (ya se preparan las de la electricidad, el petróleo y demás bienes nacionales), la consciente destrucción del sistema de educación básica imponiendo un sindicato abiertamente corruptor y violentamente represor para poder controlar el movimiento de los maestros, un movimiento iniciado en los tiempos de Othón Salazar y que fuera brutalmente reprimido durante el período de López Mateos, se instauró un programa de desinformación permanente y de embrutecimiento sistemático de la población a través de los medios de comunicación (para dar un ejemplo: un noticiero mexicano es basura frente a, digamos, uno argentino), se sembraron las semillas de toda forma concebible de corrupción, tanto en el sector público como en el privado, triunfó la delincuencia organizada que pasó del mundo de las sombras al de las estructuras públicas (policíacas, judiciales, políticas, etc.) a las que inundó y medio controla, se convirtió a los rateros más grandes de la historia de México en ejemplos a emular, en grandes personajes de la vida pública, se les dio la palabra a pseudo-intelectuales mediocres, portavoces de una dizque nueva historia, destructores de los grandes héroes del pasado de México [1] y dedicados a denigrar a nuestros héroes nacionales, por lo menos de Hidalgo en adelante (cómo odian a Juárez todos estos mentecatos que se lucen en televisión, que escriben sus articulitos de periódico porque sus escritos rara vez son aceptados en revistas especializadas). En esas condiciones, al pueblo de México no le quedó otra cosa que asirse de objetivos pueriles y de ideales nocivos, que es con los que se le bombardea mañana, tarde y noche. Al mexicano medio se le quitó hasta la posibilidad del lenguaje, como lo muestran los datos referentes a sus niveles de educación, a sus capacidades escolares y demás. Todo eso aunado a una explotación brutal (baja constante en los salarios, disminución del contenido de la “canasta básica”, desempleo sistemático, etc.), al espectáculo de los contrastes sociales cada vez más marcados y escandalosos (pensamos en gente como la pareja Fox y se nos revuelve el estómago), tenía que dar como resultado lo que estamos padeciendo ahora. La estrategia de nulificación de México, muy probablemente orquestada desde el extranjero, dio resultado. Tenemos ahora una población inculta, pobre, sin futuro, endeble y, por ende, susceptible de realizar las peores acciones. Ahí está la conexión con las masacres de Guerrero.
4) Cabe preguntar: ¿por qué sucede lo que sucede ahora si antes, digamos hace medio siglo, la gente no era así? Siempre ha habido delincuencia, prostitución, tráficos de todo tipo, pero todo eso estaba confinado a ámbitos relativamente reducidos de la vida social. ¿Cómo fue que pasamos de ser un país sin duda con problemas, rezagos, injusticias pero relativamente estable y hasta cierto punto optimista al monstruoso país de nuestros días, un país de mentiras permanentes en todos los niveles y sectores de la vida social, un país vendido al extranjero, un país al que le robaron hasta a sus héroes patrios, sus tradiciones, su cultura, un país en el que se vive con un miedo cada vez mayor, un país en el que, como lo diría un gran artista nacional, literalmente “la vida no vale nada”? Porque es muy importante entender el punto general: lo que pasó en Ayotzinapa pasa y va a seguir pasando en cualquier parte del país, en todo momento. Es una tontería pensar que lo que pasó en Guerrero es un suceso casual, único, irrepetible. Pensar eso es ridículo. Al contrario y los hechos lo confirman día tras día: allá se fueron a buscar los cadáveres de los estudiantes abducidos y se encontraron con fosas comunes de las que no tenían ni idea y lo que pasa en Guerrero pasa en Veracruz, en Tamaulipas y de hecho en cualquier estado de la República. Lo de Guerrero es un caso, particularmente espeluznante, de lo que pasa a diario en México. ¿Por qué se cometen crímenes tan horrendos en México? Porque se llevó al país a una situación de penuria, de embrutecimiento, de brutalidad en la que la vida se vuelve insoportable. Pero ¿quién comete crímenes así? La respuesta, me parece, es más que alarmante: un aspecto terrible de esta situación es que en México casi cualquier persona, millones de personas, pueden fácilmente enrolarse en las files de la delincuencia, organizada u otra, y actuar en consecuencia. A cualquier persona en México se le ocurre mandar asesinar a su vecino sólo porque tuvo algún altercado con él, bajarse de su auto con un arma en la mano por un incidente de tráfico, organizarse con otros para robar dentro de su propia institución, desfalcarla, desviar fondos, etc., etc. O sea, lo que al ciudadano medio de muchos países ni siquiera se le ocurre, aquí a millones de personas no sólo se les ocurre sino que se les antoja, aspiran a eso. Eso es México hoy y es por eso que su rostro social es el ya aludido. ¿Es mi contrastación exagerada? Me temo que no.
5) Los seres humanos no son esencialmente ni buenos ni malos. Que afloren en ellos más virtudes que vicios, que su existencia sea más justa que injusta, etc., todo eso depende en gran medida de las circunstancias por las que fluye su existencia cotidiana. Los humanos son mucho más exitosos para sobrevivir que el resto de las especies precisamente porque, entre otras cosas, tienen una mucho mayor capacidad de adaptación. Desde esta perspectiva, hay que entender que el alza en las tazas de criminalidad en México no se debe a ninguna maldad particular del mexicano, sino más bien al hecho de que su particular modo de vida quedó desquiciado, desbalanceado, truncado. La reacción natural de una población que vive en las circunstancias de insalubridad, ignorancia, hambre, falta de trabajo, etc., como lo es la que prevalece en México es naturalmente orientarse hacia lo que presenta todas las apariencias de superación de esas circunstancias y si hay algo que se presenta de esa manera es la vida delincuencial: dinero fácil, satisfacción de necesidades biológicas básicas, surgimiento de sentimientos fuertes (emociones, solidaridad, protección de la familia, etc.). El problema obviamente es que quienes se encaminan por esa senda no perciben sus peligros, no entienden que ellos mismos serán víctimas de sus propias malas elecciones, de decisiones tomadas porque no veían alternativas. Frente al mundo de la corrupción institucionalizada que lo agobia, el ciudadano no ve otra cosa para sobrevivir que la ilegalidad, pero la ilegalidad conduce directamente a la brutalidad. Esa es la situación en la que nos encontramos. Ésta no se supera con estériles y aburridas prédicas morales. Los problemas sociales se resuelven políticamente, pero esto puede querer decir dos cosas: o por paquetes de medidas urgentes y efectivas en beneficio de las grandes masas o por otros medios. Dependerá de si quienes dirigen al país se atreven a dar la batalla en el frente político o si optan comodinamente por dejar que la situación actual se intensifique, que México se deslice por vía de las grandes reformas o por la de las grandes conflagraciones. Si la vida ilegal, hasta ahora casi por completo despolitizada, se llega a politizar, vamos a vivir un México para el cual hasta la fotografía aquí empleada va a resultar totalmente insuficiente.
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[1] Ahora está de moda ensalzar al ambicioso y despiadado criminal llamado ‘Hernán Cortés’, elogiar a quien aspiraba a ser el emperador de los mexicanos, el desheredado Maximiliano de Habsburgo y compadecerse de su esposa, la demencial Carlota, ante quienes habríamos tenido que doblar la cerviz y besar la mano de rodillas, ensalzar la supuestamente brillante labor económica pionera del dictador oaxaqueño, Porfirio Díaz, etc. Todo esto y mucho más es tergiversación histórica sobre pedido.