El Cuento de Nunca Acabar

Sin duda muchos refranes no son otra cosa que sabiduría popular encapsulada. A veces esta sabiduría proviene de fáciles generalizaciones y en ocasiones de intuiciones afortunadas del sentido común. Así, por ejemplo, es de sentido común pensar que el mundo y la vida están marcados por contrastes: allí donde hay blanco hay también negro, donde hay pobres hay ricos, donde hay débiles hay fuertes y así sucesivamente. Algo así ha de estar en la raíz del famoso refrán No hay mal que por bien no venga. Éste es un dicho de cariz optimista y a mí me parece que la situación por la que atravesamos nos hace aceptarlo con entusiasmo y hasta con fervor. Dado que no podemos modificar la terrible situación prevaleciente, el refrán en cuestión opera como un paliativo, como un analgésico mental y de alguna manera nos fuerza a hacer de necesidad, virtud. Tenemos, desde luego, que tener los pies en la tierra y no pensar que las cosas van a cambiar para bien en los próximos meses, no digamos ya en las próximas semanas, y deberíamos hacer un esfuerzo para formarnos una idea clara de la situación en la que estamos inmersos y así poder disponer de una perspectiva realista de lo que nos espera. Dicho de otro modo, lo que con más fuerza deberíamos tratar de evitar en este caso son las ilusiones fáciles, porque es altamente probable que el desengaño venga rápidamente y que sea devastador. Pero precisamente por eso también es normal que hagamos un esfuerzo por percibir algo alentador en estas tinieblas en las que estamos envueltos. Por otra parte, llamaré la atención sobre el detalle de que el refrán aludido tiene alcances relativamente limitados y esto es algo que se puede probar. Supóngase que consideramos que la actual pandemia es un super mal. No se sigue de ello entonces que No hay super mal que por super bien no venga. Esto ya no es el refrán ni, por paradójico que suene, está implicado por él. Y la prueba de ello la tenemos ante los ojos: podemos apuntar o reportar alguna utilidad o bondad de esta infección mundial, pero difícilmente alguien podría destacar un aspecto extraordinariamente positivo de la misma. No hay tal cosa o por lo menos por el momento no la vemos y, por consiguiente, el refrán que podría pensarse que está lógicamente implicado por el primero no queda establecido. Tendremos, por lo tanto, que conformarnos con enunciar algunas facetas medianamente positivas de la actual situación, sin olvidar (para que no haya mal entendidos) que éstas se inscriben en un marco mucho más amplio y profundo de desgracia humana.

Nuestra pregunta inicial es entonces: ¿realmente tiene algo de bueno esta epidemia mundial? Yo creo que sí, pero antes de enumerar sus bondades más prominentes no estará de más hacer un veloz recordatorio de los terribles y tangibles efectos de la pandemia. Podemos enumerar por lo menos las siguientes consecuencias desastrosas:

1) La muerte de centenas de miles de personas. Y las que faltan…!

2) El contagio de millones de personas, lo cual automáticamente convierte a un alto porcentaje de ellas en víctimas potencialmente mortales del virus.

3) El colapso económico de los países. Es bien sabido que un rasgo distintivo de este virus es que es altamente contagioso, mucho más que el del N1H1 aunque quizá menos letal. Para mitigar su efecto fue indispensable clausurar las ciudades, es decir, cerrar los comercios, reducir el transporte público al mínimo, prohibir las aglomeraciones y por lo tanto cerrar bares, restaurantes, cines, teatros, estadios, centros comerciales, enviar a sus casas a todas las personas que trabajan en oficinas de la clase que sea: entidades gubernamentales, bancos, empresas particulares y comercios en general; se acabó el turismo, tanto nacional como internacional, se cerraron escuelas, universidades, clubes y demás. Todo eso representa un corte brutal en la cadena productiva y dentro de poco tiempo en la cadena de reparto de bienes de consumo, los fundamentales incluidos (alimentos, medicinas, etc.).

4) Aunque esto varía de país en país, es innegables que asistimos a un control cada vez más completo y más férreo de los ciudadanos por parte del Estado. En multitud de países, y no en México gracias a la visión política nacionalista y humanista del Lic. Andrés Manuel López Obrador (algo que quizá muchos mexicanos ni entienden ni aprecian), la policía tiene derecho de detener a la gente en la calle o en su casa, de exigirles documentos, permisos, aclaraciones, etc., y están autorizados a emplear la fuerza si lo consideran apropiado. En otros países, como los Estados Unidos, desde la época de Obama ya se intervenían los teléfonos, los correos electrónicos, las redes sociales, etc. En otras palabras, estamos empezando a vivir en una situación que desde nuestra plataforma actual es de clara violación cotidiana de derechos humanos. Dicho de otro modo, los ciudadanos hemos perdido derechos. Y esto apenas empieza.

5) Es perfectamente comprensible y por lo tanto previsible que habrá cortes profundos en los procesos productivos y comerciales, en particular de alimentos, todo lo cual tendrá como consecuencia ineludible una baja notoria en el nivel de vida y hasta hambrunas y otros fenómenos económicos y sociales, como desalojos, embargos, etc. No deberían descartarse situaciones de anarquía en las cuales el reino de derecho simplemente sucumbe.

6) Pérdidas de empleo, que ya en este momento se cuentan por millones (14 nada más en los Estados Unidos). Es muy poco probable que todos los empleos se recuperen cuando medio regresemos a la “normalidad”. Para entonces ya habrá quedado claro que el trabajo que hacen 10 personas lo pueden hacer 5, que no se necesita estar pagando oficinas, choferes, agua, luz, elevadores, estacionamientos y demás y que la gente puede trabajar desde su casa. Es, pues, inevitable una fuerte contracción laboral, lo cual a su vez acarreará innumerables problemas sociales. Piénsese en México, en donde desde antes de la crisis ya la mitad de la población en edad de trabajar estaba en el sector informal. En nuestro país éste crecerá espantosamente (y no faltará alguno que otro especialista en taradeces que pomposamente pretenda inculpar al presidente por las desastrosas consecuencias de una pandemia).

7) Yo creo que podemos hablar de violaciones financieras, si nos referimos a lo que sucederá con los países vis à vis los organismos financieros internacionales, la banca mundial, los gobiernos con dinero. Países como México necesitarán urgentemente miles de millones de pesos para tratar de reactivar sus lastimadas economías, fondos que generosamente serán proporcionados por las instituciones ad hoc, las cuales obviamente aprovecharán la oportunidad para imponer inmisericordemente sus planes hambreadores de austeridad y de lumperización de la población mundial. No hablemos ya de los chantajes de las trasnacionales, en particular mas no únicamente, de las farmacéuticas, y las compras forzadas de vacunas (muchas de ellas muy probablemente inefectivas o inclusive contraproducentes, pero no por ello no obligatorias).

Podríamos extender la lista de males que o ya nos aquejan o nos irán afectando poco a poco, a medida que la pandemia se apodere del mundo, pero estoy seguro de que con los males enumerados basta para tener la certeza de que nos habrá tocado vivir en una época tétrica para la humanidad en su conjunto. Pero por otra parte no nos engañemos: mientras el 99% de la población mundial sufrirá de uno u otro modo, y lo más probablemente es que mucho, por la peste de la que se nos hizo víctimas, el 1% de la población mundial se frota las manos por los mega-negocios que de hecho ya están empezando a hacer en detrimento, claro está, de la casi totalidad de los seres humanos. Sobre esto regresaré velozmente al final del artículo, pero ahora quisiera tratar de compensar el estado anímico desastroso en el que se puede caer cuando se piensa en los males que padecemos llamando la atención sobre algunos aspectos de la vida actual que sería importante apreciar y hasta disfrutar o aprender a hacerlo. Quiero hacer ver que el refrán mencionado al inicio tiene sentido y aplicación hasta en las peores circunstancias.

1) Sin duda alguna, una aportación positiva a la vida humana por parte del virus es que la gente tuvo que modificar sus costumbres de higiene. Después de todo, no es lo mismo lavarse las manos al menos 12 o 15 veces al día y dejar los zapatos a la entrada de la casa que comer sin lavarse después de haber manoseado dinero, haber ido al baño, haberse rascado, peinado, etc., etc., y entrar a la casa metiendo en ella todo lo que pudo impregnarse en sus suelas. Supongamos que mucha gente sólo se lava las manos 6 veces al día. Magnífico! Ya con eso de todos modos salimos ganando! Sin duda este paso forzado hacia la limpieza es algo que no podemos más que aplaudir. Ahora, si pasada la tormenta la gente da muestras de no haber asimilado las reglas de higiene que se le impusieron y regresa a sus antiguos hábitos, ello constituirá una gran decepción, pero ni así se no nos hará añorar la época en la que la gente era limpia cuando el coronavirus estaba entre nosotros.

2) Como todos sabemos, existen en nuestro medio, en nuestro país y en muchos otros lo que podríamos denominar los ‘parlanchines de la democracia’. Me refiero a todos aquellos que hicieron del tema de la democracia su modus vivendi, los que se desgañitan y se rasgan las vestiduras ensalzando a la democracia y vituperando y maldiciendo a todo aquel que se atreviera a cuestionarla. Parte de lo grotesco de estos actores ideológicos es que por ‘democracia’ no entienden otra cosa que juego electoral. Su logorrea es chistosa en la medida en que todo se reduce a un mero ejercicio verbal, consistente en indignarse o exaltarse haciendo alusión a una situación particular. Ahí empieza y termina la defensa de la democracia por los parlanchines y los demagogos. No obstante, quiero aprovechar la oportunidad para señalar la lección en democracia impartida por el coronavirus, el cual ha dado una muestra fehaciente, palpable, casi podríamos decir “respirable” de lo que es un auténtico proceso democrático. Básicamente, aquí no hay escapatoria: grandes y chicos, gordos y flacos, morenas y rubias, simpáticos y antipáticos, gente productiva o inútiles, patriotas o vende-patrias, amigos o traidores, Don Juanes o cornudos y así ad infinitum, todos somos susceptibles de atrapar el virus y de pasar a mejor vida en cualquier momento. Algunos se salvan por su condición saludable y otros no pasan la prueba y fenecen. Lo democrático consiste en que el virus no hace distinciones de clase, sexo, edad, etc., y trata a todos por igual. Nadie podrá negar que desde el punto de vista de la democracia es muy superior el virus a los aburridos propagandistas de siempre. Es cierto que ese 1 % de la población a la que aludí un poco más arriba sí está protegido frente al virus y allí éste falla. Para que el actual virus afecte a uno de los super ricos tiene que pasar multitud de filtros y tratar de dañar organismos que seguramente están ya más que preparados para la batalla. Ahora bien, si seguimos con el paralelismo podemos extraer una moraleja política importante, a saber, que inclusive en las condiciones más apropiadas para ella, la democracia tiene límites. Eso es, sin duda alguna, una lección “virulenta” digna de ser tomada en cuenta.

3) Una tercera causa de regocijo que le debemos al virus es que los absurdos niveles de consumo quedaron prácticamente suprimidos, restringiendo los gastos de millones de personas a lo que es estrictamente indispensable, lo que realmente se necesita para vivir. Esto ha generado una cultura de ahorro que abiertamente choca con la de despilfarro y desperdicio en la que desde hace ya mucho tiempo se vivía. Yo creo que, de buena o de mala gana, la gente está en posición de constatar cuán absurdamente dispendiosa era inclusive en épocas que no eran de Jauja para un alto porcentaje de la población. Yo pienso que si esta crisis le abre los ojos a la gente y la hace reflexionar sobre lo superfluo que son realmente innumerables prácticas de consumo le estará haciendo un bien y de paso le estará indicando que lo realmente valioso en esta vida es lo contrario de ser una “compradora compulsiva” o un consumidor insaciable. Si algo en ese sentido se aprende, se lo deberemos al coronavirus.

4) Es perceptible el resurgimiento o (dado que estábamos tan mal) el florecimiento, la re-invención de sentimientos y actitudes de solidaridad social, la promoción de conductas menos agresivas de unos hacia otros. Esto, desde luego, hay que matizarlo. Nunca faltan salvajes que atentan en contra de enfermeras, doctores, asistentes, ayudantes, etc., y que ciertamente desconfirman lo que afirmo. Afortunadamente, sin embargo, son los menos y la inmensa mayoría de la gente los repudia. Es cierto también que nunca falta la maleducada o el barbaján que no respeta reglas y que despliega conductas anti-sociales en el supermercado, en la farmacia, con sus vecinos, etc., es decir, en donde pueda. Pero, de nuevo, no son las excepciones lo que nos interesa ni lo que nos llama la atención. Es la conducta masiva, poblacional, colectiva lo que nos importa y es ahí donde percibimos cambios positivos. Y aquí no podemos más que hipotetizar, pero nuestro razonamiento está respaldado por los hechos. Lo que podemos decir es: si no hubiera sido por el coronavirus seguiríamos viviendo en la selva de asfalto. Lo menos que podemos decir entonces es: gracias coronavirus!

5) Aunque ciertamente no tan contundente como otras situaciones, el haber forzado a la población mundial a refugiarse en sus casas (que tour de force realmente! Qué manifestación de poder tan impresionante!) obligó a la gente a aprender a convivir con su propia familia de una manera hasta ahora en gran medida insólita, inusitada. Una cosa es exaltar la familia verbalmente (el tema de la familia es como el tema de la democracia: propiedad de los demagogos, pero nada más) y otra es convivir cotidianamente con sus miembros. De hecho, para un alto porcentaje de personas iniciar un modo de vida por las imposición de restricciones por culpa del virus ha sido adentrarse por una ruta prácticamente desconocida. No es lo mismo salir todos los días a primera hora, regresar por la noche y medio convivir con su familia los fines de semana que estar las 24 horas del día con ellos. Puede uno entonces percatarse de que antes de la pandemia había deberes que simplemente no se cumplían. Pero ver al hijo aburrido o triste obliga (en condiciones normales) a querer entretenerlo, a enseñarle algo y por lo tanto a pasar tiempo con él, a responder a sus inquietudes, etc. Esa oportunidad se la dio el virus a cientos de millones de personas. Desde luego que, por razones comprensibles de suyo, también se incrementa la violencia intra-familiar, pero eso lo único que significa es que las bondades del virus no son totales.

6) Se ha producido un ahorro inmenso en horas/trabajo/hombre. Yo conozco personas que para llegar a su trabajo tienen que salir a las 6 de la mañana de su casa y están de regreso en ella a las 8 de la noche. Si no me equivoco, son 8 horas de trabajo y 6 horas de trayecto. Eso es infernal y no hay persona que después de meses de dicho tratamiento no esté agotada, de mal humor, incapaz de hacer multitud de cosas porque en lo único que piensa es en recuperarse para el reinicio de la semana de trabajo. Al forzar a las empresas a enviar a sus empleados a sus respectivas casas la gente está viviendo de una manera un poco más natural y disfrutándolo como nunca. Y si quisiéramos agradecerle esta “reforma laboral”: ¿a quién tendríamos que dirigirnos? A ese virus que nos amenaza a todos de muerte. Así son las paradojas de la vida.

7) Sin duda alguna, la maldición del coronavirus está forzando a la gente a actualizarse y a los países a modernizarse. Si ya existían prácticas comerciales, monetarias, etc., que se realizaban por medio de computadoras y teléfonos celulares, esas prácticas ahora se generalizaron al máximo. Esto es una preparación para lo que viene, como el dinero virtual, la robotización de la vida, los chips insertados en el cuerpo con toda la historia clínica del paciente, etc. En otras palabras, el virus obligó a la sociedad a ir al ritmo que la tecnología marca. Así es el progreso social y aunque éste no dependía estrictamente hablando del coronavirus, sin duda éste le dio un formidable impulso.

8) Por último, quisiera señalar que una de las grandes consecuencias maravillosas que ha tenido el temible virus es la felicidad de los animales del mundo ante el retroceso de su peor depredador. Yo creo que podemos afirmar que por lo menos los miembros del reino animal están de fiesta, están felices. Ellos han recuperado (mínimamente, pero lo han hecho) sus espacios. La verdad es que es un gozo ver a los tiburones pasearse por las costas, a los jabalíes corriendo por los parques, a los monos tomando las ciudades, a los ciervos caminando por las avenidas, a las aves revoloteando como cuando uno era joven y así indefinidamente. Nadie nos puede venir a decir que esos espectáculos no son como un sueño, un sueño que contrasta, primero, con la antigua realidad de los animales y, segundo, con la pesadilla que estamos viviendo. Qué daríamos por que los humanos aprendieran las lecciones de vida que el virus está impartiendo!

Ahora bien, una cosa son las, por así llamarlas, ‘bondades’ del virus y otra el status moral de quienes lo soltaron. A estas alturas ya quedan pocas dudas respecto al origen de laboratorio del Sars-2-covid al igual que en relación con las motivaciones políticas, económicas y sociales que subyacen a su aparición y expansión por la faz de la Tierra. Confieso que pocas opiniones tan torpes he escuchado en mi vida como la de que uno de los potenciales resultados de esta pandemia sería una modificación drástica del sistema capitalista en aras de una más justa distribución de la riqueza! Me parece esta una convicción que sólo la podría tener un retrasado mental. Pero no voy a entrar en ese debate aquí. Me interesa pensar un momento sobre algo que nos quitaron y sobre lo que, en un futuro no muy lejano, podría sobrevenir. Yo creo que, dicho de la manera más general posible, lo que nos robaron los super-criminales que a través de la manipulación del virus jugaron a ser dioses, a ser los amos del mundo, a esclavizar a la humanidad para seguir manteniendo sus superlativos privilegios fue el sentido de nuestras vidas. En la medida en que no nos hemos extinguido, un nuevo sentido tendrá que aparecer, pero para millones de personas eso es como volver a nacer, sólo que no para renacer como niños sino para renacer cuando ya se está en el umbral de la muerte. La gente mayor (y hablo de la gente que tiene de 60 años en adelante) tiene ahora que aprender nuevas reglas de convivencia, nuevas reglas sociales (desde como saludarse, como estornudar, cómo salir a la calle, como pagar lo que adquiera, etc.) sólo que en la última etapa de su vida. Ya no tiene eso mucho sentido. Si ya no se pueden ver abuelos y nietos, si ya las parejas no pueden hacer el amor normalmente, si hay que cambiar las dietas y de buenas a primeras hacer todos los días ejercicios respiratorios preparándonos para lo peor, etc., la vida adquiere otro sentido, uno nuevo y hasta cierto punto incomprensible. Para la gente que está en la última etapa de su vida un cambio así es particularmente difícil de asimilar. Nosotros vivimos en estado de guerra, en guerra con un enemigo invisible y que puede dejar caer sobre nuestras cabezas su temible espada en todo momento, cuando menos nos lo imaginemos. Es difícil no sentir terror y no sólo por el auto-aniquilamiento, sino por los seres queridos que súbitamente puede uno dejar en este mundo, o a la inversa. Nosotros no hacemos futurismo, pero hay algo que me parece no tanto una predicción como la extracción de una consecuencia que está ya a la vista. Es evidente que en un futuro no muy lejano se producirá en el planeta una polarización todavía más brutal que la que existe. La primera fase de la confrontación entre los super-ricos, por un lado, y la humanidad, por el otro, la tienen ganada los primeros, los actuales dueños del mundo. Sin duda van a dominar por los próximos 40 o 50 años. Pero su imperio tarde o temprano llevará a la confrontación última con la población mundial, que para entonces los habrá identificado. Y entonces nuestros descendientes tendrán su propia Bastilla y con la misma implacable lógica con que la actual nobleza se apropió del planeta y esclavizó a su población habrá ella de pasar por el cadalso y la guillotina, abriendo con ello las puertas para la reconstitución del mundo y dando inicio a la nueva etapa de la historia humana.

2 comments

  1. Carlos Serna says:

    Coincido en que esta crisis tiene algo de bueno, sin embargo no en los puntos que el autor señala. Esta crisis ha servido no solo para evaluar los sistemas de salud, sino también la cultura de cada país, provincia, zona. Corea e India han lidiado recientemente con enfermedades infecciosas y la efectividad relativa de su respuesta es observable, E.U con la cultura de la “libertad “y el individualismo va en picada, hemos de ver que pasará con México (que enfrentó su pandemia), si la respuesta es negativa en estos tiempos, el optimismo del aprendizaje -las bondades de las pandemias- se desmorona, y solo queda el avance tecnológico, aquél impulsado por los superricos. La polarización entre el 1% y el resto, se acelerará, pero los cambios sociales para bien solo se darán en la medida en que cambie el sistema de valores de la sociedad mundial en la que ya estamos inmersos, el replanteo del sentido de la vida que señala el autor podría ser una ventana a ello. Apelar a conspiraciones es inútil, solo una reflexión de las deficiencias de las condiciones actuales para una respuesta efectiva pueden abrir la puerta a las transformaciones necesarias para el tratamiento de este tipo de crisis, dicha respuesta, solo puede darse si se mejora la calidad de vida del hombre común. Dada la globalización, esta no será la última pandemia mundial, y si nuestra respuesta posterior no cambia, tampoco será la peor.

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