La Crisis del Coronavirus: un ensayo de explicación

Es evidente, supongo, que una pandemia de las magnitudes de la que está viviendo la humanidad en la actualidad no sólo representa una oportunidad para reflexionar sobre ella y sobre múltiples temas con ella vinculados, sino más bien una obligación de tratar de contribuir a la comprensión no sólo de lo que es, de lo cual se ocupan los científicos de las áreas relevantes, sino de lo que significa o representa, que es tarea que corresponde más bien a filósofos y humanistas en general. Es indispensable, sin embargo, antes de entrar en materia, hacer algunas precisiones de carácter conceptual y metodológico para acotar lo más exactamente que se pueda el ámbito de la discusión. Para empezar, quizá deba hacer el recordatorio de que la reflexión filosófica no es investigación factual. Es obvio que los hechos relevantes constituyen la plataforma sobre la cual se desarrolla la labor filosófica de esclarecimiento, pero debería quedar claro que no forma parte del trabajo filosófico ofrecer explicaciones de orden causal. Para eso están los científicos sociales, los biólogos, etc. El filósofo no puede ni siquiera tratar de emularlos por la sencilla razón de que no hay tal cosa como hechos filosóficos. Nuestra función, por lo tanto, tiene que ser distinta. Ahora bien, esto que acabo de decir no implica que en filosofía tengamos que desdeñar o ignorar los hechos. Sostener algo así sería absurdo y no es, por consiguiente, nuestro punto de vista.

Yo creo optimistamente que es factible conformarse una concepción de lo que está pasando que nos dé la racionalidad del fenómeno, que nos haga entender su naturaleza última y que nos permita establecer conexiones entre los incontables datos de los que ya disponemos de manera que podamos hacerlos inteligibles, por más que dicho acercamiento tenga efectos psicológicos deprimentes. Es obvio que, por larga que sea, una secuencia de datos extraídos de la experiencia (e.g., murieron tantas personas en Venecia, los servicios de tantos o cuantos hospitales en Madrid se colapsaron, las primeras diez víctimas sucumbieron en Wuhan en tales y cuales fechas tenían tales y cuales edades, entramos en la tercera fase de la pandemia, etc.) no equivale a ninguna explicación. Dicho de otro modo, el enfoque periodístico por sí solo no sirve para explicar absolutamente nada. Los mismos hechos pueden quedar acomodados en muy diferentes teorías, por lo que si lo que buscamos es comprensión no es cantidad de datos lo que debería importarnos. Por otra parte y por sorprendente que resulte, tampoco podemos confiar, si lo que buscamos es genuina comprensión, en las declaraciones de los políticos y ello por lo menos por dos razones:

a) porque todos mienten y hasta me atrevería a decir que, en situaciones tan graves como por la que estamos pasando, tienen que mentir, y
b) porque los políticos, por avezados, inteligentes, experimentados que sean, son gente práctica, gente que toma decisiones día a día pero que, por ello mismo, en general carecen (salvo en casos excepcionales y yo daré un ejemplo de ello más abajo) de una visión suficientemente global e histórica como para poder dar cuenta de un fenómeno tan trascendental como la actual pandemia y explicarlo de manera clara y convincente.

En concordancia con lo expuesto, presentaré mi plan de trabajo. Me propongo, en primer lugar, analizar sin detenerme mayormente en ello, el concepto de crisis para dejar en claro qué clase de explicación podríamos generar desde una perspectiva filosófica. Para ello, será inevitable discutir una falacia muy extendida pero que, como nadie la cuestiona, permite bloquear de manera sistemática múltiples esfuerzos de explicación. Tengo en mente una muy socorrida forma de argumentar que permite descalificar de entrada cualquier intento de explicación que no sea trivial o simplista. Se trata de un muy útil pero inválido procedimiento al que sistemáticamente se apela cuando lo que se desea es rechazar lo que alguien sostiene y al mismo tiempo estigmatizarlo. Me refiero naturalmente a la atribución de estar proponiendo una “teoría conspirativa”. Deseo sostener que hay “teorías conspirativas” cuya fuerza explicativa es muy superior a cualquier explicación rival, conspirativa u otra, y que para cierta clase de fenómenos son las únicas teorías realmente explicativas. Una vez discutido este asunto presentaré en forma muy breve lo que me parece que son las dos grandes propuestas acerca de la gestación de la actual pandemia y ofreceré algunas razones por las cuales me inclino por una de ellas y desestimo la otra. Por último, y esta es la parte que yo consideraría más importante del trabajo, me propongo tratar de mostrar la congruencia entre la epidemia del coronavirus y el funcionamiento del sistema capitalista en su fase más avanzada, esto es, la etapa de auge del todopoderoso capital financiero (léase, básicamente, la banca mundial, en el sentido más amplio de la expresión), corporativista y globalista. Terminaré con algunas reflexiones generales.

II) El concepto de crisis

La palabra ‘crisis’ es una palabra del lenguaje común, no un tecnicismo de alguna ciencia en particular. En el lenguaje natural la palabra parecería tener varias acepciones, lo cual permite que al emplearla los usuarios enfaticen en ocasiones algunas facetas de su significado y en ocasiones otras. Así, por ejemplo, al hablar de “crisis” se puede aludir un conflicto pero también se puede matizar dicho significado y hablar entonces de un conflicto que es ineludible o muy difícil de resolver; en ocasiones el conflicto opone a entes distintos (países, sistemas, empresas, etc.), pero se aplica también de manera individual, en psicología por ejemplo. Así se usa el término, verbigracia, cuando las contradicciones, las obsesiones, etc., de una persona la llevan a intentar suicidarse, a tomar decisiones absurdas y cosas por el estilo. Para explicar el fatal desenlace se dicen entonces cosas como que “la persona en cuestión pasó por una crisis tremenda”. Se habla de crisis también cuando lo que tenemos en mente son carencias. Hablamos entonces, por ejemplo, de crisis de alimentos, de agua, etc. Podríamos seguir dando ejemplo, pero yo creo que podemos generalizar sobre la base de unos cuantos ejemplos, los cuales son meramente ilustrativos, para afirmar que la palabra ‘crisis’ es aplicable en prácticamente cualquier contexto de la vida humana, tanto en un plano individual como en uno colectivo. Ahora bien, lo que los ejemplos sin duda alguna sí ponen de relieve es que, dado que el uso de la palabra ‘crisis’ es tan variado, el concepto de crisis es un concepto de semejanzas de familia. Dicho de otro modo y en forma escueta: no hay tal cosa como la “esencia de la crisis”. Hay crisis mayúsculas, crisis pasajeras, secundarias, decisivas, económicas, de salud, políticas, psicológicas, etc. Ahora bien, es imposible encontrar un elemento en común a todo lo que llamamos ‘crisis’. Es así como funciona el lenguaje.

Dada esto que es nuestra plataforma semántica fundamental, se sigue que si se pretende usar el concepto de crisis en alguna disciplina concreta, entonces se le tiene que definir en conexión con las nociones relevantes de la disciplina de que se trate. Así, una crisis bancaria se explicará en términos de nociones como “devaluación”, “endeudamiento”, “déficit presupuestario”, “deuda externa”, “desempleo”, etc.; si se habla de “crisis médica” se hablará de infecciones, desnutrición, falta de medicamentos, contagios masivos, predisposiciones genéticas y así sucesivamente. Si hablamos de una “crisis económica” entonces aludiremos a situaciones en las que prevalecen el desempleo, la falta de inversión, conflictos entre objetivos macro-económicos y los de la micro-economía, baja en el consumo interno de un país, devaluaciones, inflación, volatilidad de los capitales extranjeros, monopolismo exacerbado y supresión de la competencia, etc. Si ahora se nos pregunta qué tienen en común una crisis médica con una financiera o con una política, pues lo único que podemos decir es que para ciertas situaciones en todos esos ámbitos de la vida social la palabra más útil para referirse a ellas es la palabra ‘crisis’. No habría nada más que buscar, porque de hecho no tienen nada en común.

Lo anterior es importante porque nos permite empezar a echar luz sobre la actual crisis mundial. ¿De qué clase de crisis se trata? Yo pienso que la respuesta es simple: la crisis actual es una multi-crisis o, si se prefiere, una policrisis, en el sentido de que se trata de un fenómeno social en el que la vida humana es amenazada al mismo tiempo desde muy variados puntos de vista. Por lo pronto, es obvio que la crisis del coronavirus es en primer lugar una crisis médica, por cuanto concierne a la salud y en verdad a la supervivencia de millones de personas; es también, una crisis económica, en un sentido amplio de la expresión, es decir que atañe tanto a los sectores productivos como a los consumidores finales, a los inversionistas como a los tenderos, pequeños comercios, gente que vive al día como los plomeros, taxistas, empleadas domésticas, profesionistas de toda clase (abogados, dentistas, etc.) y así indefinidamente. Por otra parte, y esto es quizá ya menos visible, esta crisis es también una crisis geo-estratégica, es decir, tiene que ver con la creación de cierta clase de armamento, con servicios de inteligencia y contra-inteligencia, con guerra diplomática, con la seguridad nacional de los países y las rivalidades entre ellos, etc. Cuál sea el panorama de la crisis y cómo se visualice su superación en cada contexto es algo que le corresponde a los especialistas de cada ramo describir y determinar, pero a lo que nosotros aspiramos es a tener una visión de conjunto, la cual no es obtenible a partir exclusivamente de los datos provenientes de alguna de las disciplinas involucradas. Entendemos entonces qué se puede y no se puede esperar de un tratamiento estrictamente filosófico del desastre que actualmente azota al mundo. Es evidente que si el filósofo tratara de ofrecer explicaciones que caen bajo alguno de los rubros reconocidos como bien establecidos y operantes, lo único que el filósofo podría hacer sería (en el mejor de los casos) repetir lo que los especialistas en sus respectivos dominios digan y, eventualmente, tratar de sintetizar y armonizar resultados. Como no es eso lo que queremos, no puede ser ese nuestro objetivo.

Hay, sin embargo, una perspectiva de la pandemia del Covid-19 que aunque fundada en hechos es independiente de las que emanan de la ciencia, que es legítima y que podría ser calificada como ‘filosófica’. Lo que quiero decir es que es perfectamente legítimo preguntarse acerca del rol que esta infección mundial juega en el desarrollo del capitalismo contemporáneo, es decir, acerca de cómo incide en él y cómo lo afecta. El rol en cuestión tiene que ser tan complejo como lo es el fenómeno mismo. Ya vimos que aunque ciertamente le corresponde a los economistas, a los politólogos, a los biólogos, etc., explicar la pandemia desde sus respectivas perspectivas, a ninguno de dichos especialistas les correspondería elaborar una visión global o última del fenómeno en toda su complejidad. El economista se ocupa de los procesos económicos relacionados con la pandemia, el biólogo de su faceta biológica y así sucesivamente, pero no hay ningún científico particular que pueda siquiera intentar sintetizar los resultados alcanzados en las diversas disciplinas en una única explicación y en una única teoría general del fenómeno. Es, pues, al filósofo a quien corresponde tratar de articular lo que debería una interpretación plausible del fenómeno mundial creado por la enfermedad del Covid-19, una tarea para la cual éste tendría que aplicar sus técnicas conceptuales y argumentativas para elaborar el cuadro general que se requiere.  O sea, necesitamos una explicación filosófica de carácter totalizante, que resulte tanto explicativa como convincente, porque es sobre la base de una lectura así que se pueden articular políticas concretas eficaces para enfrentar el mal que afecta en nuestros días a la humanidad en su conjunto.

Como en tantas otras ocasiones, la labor filosófica seria pasa por distintas fases y cumple con diferentes objetivos. Desde luego que se nos tiene que explicar positivamente el fenómeno mundial, pero no es menos cierto que necesitamos también tener claridad respecto a lo que es tener una explicación genuina y no una mera pseudo-explicación. Este punto es crucial, porque de lo que logremos establecer en relación con lo que puede y no puede pasar por explicación aceptable dependerá el que avancemos en nuestra comprensión del fenómeno o que nos estanquemos en el pantano infinito de los datos recopilados por los periodistas y que, parecería, no tienen otro objetivo que mantener al ciudadano común en la desinformación y, por lo tanto, en la indefensión. Nuestro objetivo, por lo tanto, es hacer un esfuerzo de imaginación fundado en datos objetivamente establecidos para dar cuenta de lo que está sucediendo, insertando el fenómeno de la pandemia en un marco explicativo amplio.

Yo pienso que, si lo que queremos es comprender qué papel desempeña el flagelo de la pandemia del coronavirus, es absolutamente imposible no recurrir a una u otra modalidad de lo que quienes no quieren que lo comprendamos desdeñosamente describen como “teoría conspirativa”. Por eso lo primero que haré será tratar de hacer ver que esa forma de explicación es, en determinados contextos, inobjetable. Es de eso de lo que me ocuparé en la siguiente sección.

III) La falacia concerniente a las “teorías conspirativas”

Uno de los métodos más socorridos para acallar a la oposición y a los críticos del sistema por parte tanto de periodistas como de intelectuales de diversa estirpe y nivel consiste en utilizar la etiqueta ‘teoría conspirativa’ para descalificar de antemano todo lo que alguien sostenga en relación con una situación o con un suceso que exigen que se hagan inferencias no demostrativas ya que en esos casos es simplemente imposible no hacer suposiciones de diversa índole, no postular objetivos ocultos pero que cuando son postulados echan luz sobre el fenómeno que se examina, no proponer hipótesis que a todas luces son sensatas pero que no fueron deducidas formalmente de premisas previamente aceptadas. Yo creo que ya es hora de exhibir la falacia que subyace a este recurso en la arena del debate político, porque de lo contrario vamos siempre a tener las manos amarradas y no podremos apuntar en ningún caso a culpables ocultos, a causas vergonzosas, a motivaciones secretas, etc., y ello sólo porque es factualmente imposible tener documentos probatorios, porque no se pueden ofrecer deducciones válidas porque no se pudieron encontrar pruebas de ninguna clase y así indefinidamente. Es claro que, sobre todo en el contexto de la historia y de la política, no todo razonamiento sensato puede ser de carácter deductivo. Quizá valga la pena decir unas cuantas palabras acerca de la fuente de este sofisma que es la etiquetación de ‘teoría conspirativa’, a la que se recurre para cualquier neutralizar toda teoría que combine dos rasgos: que no sea de carácter demostrativo (algo más bien difícil en las ciencias sociales) y por ningún motivo queramos que se popularice, independientemente de cuán plausible o convincente sea.

No podría afirmar tajantemente si fue él quien acuño y puso en circulación la noción de “teoría conspirativa”, pero incuestionablemente uno de los pioneros en usarla fue Karl Popper. Confieso que no conozco a nadie que haya usado esa expresión antes que él, pero en todo caso respecto a los objetivos que él tenía en mente cuando se sirvió de la noción en cuestión creo que no podemos tener la menor duda. Fue en su tristemente famosa obra, La Sociedad Abierta y sus Enemigos, publicada en 1946, en donde Popper usa la expresión ‘teoría conspirativa’ para denostar el estudio científico que K. Marx había realizado del sistema de producción de mercancías, esto es, el sistema capitalista. Tenemos que admitir que en escritos que no forman parte de su teoría de economía política, Marx habla de una sociedad en la que las contradicciones del sistema capitalista habrían quedado superadas. Se refiere a ella como la ‘sociedad comunista’. Sin duda, la sociedad en la que Marx piensa resulta de una amalgama de economía y de ensueño político, pero ni mucho menos está Marx comprometido teóricamente con predicciones concernientes al futuro de la sociedad capitalista. Marx era una persona sensata y por lo tanto sabía perfectamente bien que si no podemos ni siquiera predecir lo que va a suceder dentro de 5 minutos menos aun lo que podría pasar, digamos, un siglo después. Marx, por lo tanto, no estaba haciendo premoniciones de ninguna clase. Su punto de vista era que, sobre la base del estudio de los mecanismos de producción y reparto de mercancías y de los efectos de estos mecanismos, fundados todos ellos en la propiedad de los medios de producción, podríamos visualizar cómo sería una sociedad en la que los conflictos de clase que inevitablemente se generan en el seno de la sociedad capitalista hubieran quedado superados. Eso es toda la fantasía que podríamos achacarle a Marx. Popper, sin embargo, en su afán de sobresalir refutando a un pensador de magnitudes mayúsculas (lo intentó infructuosamente también con Platón y con L. Wittgenstein), le atribuye a Marx la absurda idea de que lo que en realidad él estaba haciendo era tratar de adivinar lo que tendría que ser la siguiente etapa en la evolución de la sociedad a nivel mundial. El problema, según Popper, es que sólo se podía acceder a tan fantástico resultado teórico postulando una especie de conspiración. Dice Popper:

A fin de aclarar este punto, pasaremos a describir una teoría ampliamente difundida, pero que presupone lo que es, a nuestro juicio, el opuesto mismo del verdadero objetivo de las ciencias sociales; nos referimos a lo que hemos dado en llamar “teoría conspirativa de la sociedad”. Sostiene ésta que los fenómenos sociales se explican cuando se descubre a los hombres o entidades colectivas que se hallan interesados en el acaecimiento de dichos fenómenos (a veces se trata de un interés oculto que primero debe ser revelado) y que han trabajado y conspirado para producirlos.[i]

Salta a la vista que en su formulación original la presentación popperiana de la noción de teoría conspirativa es excesivamente burda. Quizá por ello el mismo Popper intenta de inmediato pulirla mínimamente, aunque en realidad lo único que logra es hacer incoherente su propio punto de vista. En efecto, un poco después dice:

Que existen conspiraciones no puede dudarse. Pero el hecho sorprendente que, pese a su realidad, quita fuerza a la teoría conspirativa es que son muy pocas las que se ven finalmente coronadas con el éxito. Los conspiradores raramente llegan a consumar su conspiración.[ii]

Se plantean entonces dos preguntas: primero: ¿hay o no hay conspiraciones? y, segundo: ¿son exitosas o no? La respuesta de Popper es que sí hay conspiraciones y que algunas de ellas, pero no todas, tienen éxito. Lo primero que a nosotros se nos ocurre preguntar es: ¿es lo que Popper afirma una demostración de que el recurso a teorías conspirativas está priori cancelado? Si no estoy en un error más bien craso, a mí me parece que lo que Popper está haciendo es reconocer que en ocasiones al menos teorías conspirativas funcionan. Lo que pasa es que él no proporciona ningún criterio de demarcación entre teorías conspirativas y su posición entonces no pasa de ser una afirmación al aire. Él, sin embargo, sigue adelante y trata de explicar por qué las conspiraciones en general fallan. Dice:

¿Por qué? ¿Por qué los hechos reales difieren tanto de las aspiraciones (sic)? Simplemente, porque esto es lo normal en las cuestiones sociales., haya o no conspiración. La vida social no es sólo una prueba de resistencia entre grupos opuestos, sino también acción dentro de un marco más o menos flexible o frágil de instituciones y tradiciones y determina – aparte de toda acción opuesta consciente – una cantidad de reacciones imprevistas dentro de este marco, algunas de las cuales son, incluso, imprevisibles.[iii]

Para terminar su más bien confusa presentación, Popper nos dice lo siguiente:

Tratar de analizar estas reacciones y de preverlas en la medida de lo posible es, a mi juicio, la principal tarea de las ciencias sociales. Su labor debe consistir en analizar las repercusiones sociales involuntarias de las acciones humanas deliberadas, esas repercusiones cuyo significado, como ya dijimos, ni la teoría conspirativa ni el psicologismo pueden ayudarnos a ver. Una acción que se desarrolla exactamente de acuerdo con su intención no crea problema alguno a la ciencia social. [iv]

En suma, el argumento de Popper se reduce a lo siguiente: la “teoría conspirativa de la sociedad” es inaceptable, porque aunque hay conspiraciones éstas rara vez triunfan y ello es así porque en el marco de la vida social se dan reacciones inesperadas (y algunas de ellas imprevisibles) que, de alguna manera, neutralizan sus efectos. Las ciencias sociales deben estudiar las reacciones espontáneas e imprevistas generadas por las acciones conscientemente orientadas, las cuales serían transparentes.

Según mi leal saber y entender, el punto de vista de Popper es pura y llanamente incoherente. Por una parte, él acepta que hay conspiraciones pero, por la otra, rechaza en general las teorías conspirativas, pero ¿cómo se pueden conciliar ambas tesis? Si hay conspiraciones, entonces una teoría de la conspiración ciertamente podría ser acertada. Así, la única forma de rechazar in toto las teorías conspirativas sería sosteniendo que no hay conspiraciones en los absoluto. Esto último, sin embargo, es absurdo. Por lo tanto, Popper no ofrece ningún argumento que eche por tierra a priori toda propuesta explicativa que recurra a la noción de conspiración.

Por otra parte, a mí me parece que Popper presenta mal, es decir, en forma equívoca su posición y me parece que lo que nos ayudaría a entender mejor la problemática sería la noción de contextualización. Es relativamente claro que el objetivo de Popper, en un volumen dedicado en gran parte a la crítica del marxismo, es adscribirle a Marx una idea conspirativa de la historia mostrando así, sobre la base de su previo rechazo de dicha forma de entender los fenómenos sociales, que su tratamiento general era en realidad una mezcolanza de falacias, errores empíricos y teorías equivocadas. Dejando de lado el ataque concreto al marxismo, que no tenemos por qué o para qué considerar en este ensayo, lo que en mi opinión hay que tener presente es que con quien Popper pretende polemizar es con Marx por lo que tenemos que inferir que lo que él rechaza son las teorías conspirativas de la historia. En otras palabras, la clase de teorías conspirativas que Popper estaría rechazando sería la de teorías por medio de las cuales se pretende explicar el devenir de la sociedad capitalista, el decurso de la historia,, i.e., las grandes transformaciones sociales, como el paso del feudalismo al capitalismo o la supuestamente inevitable transición del capitalismo al socialismo. Son los cataclismos sociales de magnitudes seculares, movimientos sociales por así decirlo totalmente impersonales, como (para establecer un parangón) lo son las grandes migraciones de ñus y cebras en el Serengueti, los que no se prestan a ser explicados en términos de teorías conspirativas. En el caso de las migraciones animales, se desplazan un millón de ñús y de cebras, pero nadie los dirige. Algo así pasaría en ocasiones también con los seres humanos y lo que Popper estaría diciendo entonces es que para sucesos de esas magnitudes las teorías conspirativas son inservibles.

Si es esto último lo que Popper quería sostener, creo que no habría nada que objetar, pero lo importante es entonces notar que ese punto de vista no es incompatible con el recurso a “teorías conspirativas” cuando de lo que se habla es de eventos concretos, de menor magnitud, en los que participan grupos humanos reducidos más o menos identificables y en relación con los cuales los que se sabe qué está en juego. Es sólo en relación con las grandes hipótesis históricas, con las hipótesis de más alto nivel en historia o en sociología o en politología que las “teorías conspirativas” no funcionarían y serían totalmente irrelevantes. Pero entonces por ello mismo teorías conspirativas de menor nivel son perfectamente viables y su legitimidad o justificación dependerá de cuán bien articuladas estén. Para situaciones más o menos nítidamente delineables, cuyos actores son suficientemente bien identificables, cuyos objetivos son claramente enunciables, etc., entonces a una “teoría conspirativa” sólo se le puede echar por tierra teóricamente no mediante argumentos a priori, sino cuando efectivamente se le refuta y esto se logra cuando se hace ver que la teoría carece de fundamentos, cuando las motivaciones que postula no son suficientemente fuertes como para explicar la acción relevante, cuando la teoría contiene más huecos explicativos que los hechos que supuestamente explica, cuando es lógicamente incoherente, cuando las explicaciones que suministra son irrelevantes o no alcanzan ni mínimamente a justificar las conclusiones, etc. En todo caso, la moraleja de nuestra breve discusión es importante y quisiera enunciarla con el mayor énfasis posible: no se puede determinar a priori que no hay teorías conspirativas que sean genuinamente explicativas. Tras un examen minucioso, se puede descartar tal o cual teoría conspirativa, pero no es válido rechazar una potencial explicación de un fenómeno social determinado sólo porque se le puede etiquetar como “teoría explicativa”.

Lo que tenemos ahora que preguntarnos es: ¿por qué en el contexto de historia, de la politología y de las ciencias sociales en general es a veces imprescindible apelar a alguna “teoría conspirativa” para dar cuenta de algún fenómeno social importante? La razón es evidente: porque en general se carece de los datos que se requieren para construir una explicación enteramente empírica, es decir, sin presuposiciones discutibles, y entonces se requieren especulaciones racionales para colmar las lagunas explicativas generadas por la carencia de datos relevantes. Esas especulaciones racionales revisten a menudo la forma de “teorías explicativas”. El asunto es fácilmente de ilustrar, puesto que los ejemplos sobran. Recordemos el caso de un grupo de cuatro ciudadanos chinos que con un ciudadano israelí formaron una sociedad que estaba en la vía de la fabricación de nuevos chips y nuevos productos de software muy avanzados. Los cinco miembros de dicha sociedad firmaron un contrato en el que se estipulaba que si alguno de los miembros fundadores faltaba, las acciones se repartirían entre los restantes. Se hablaba en la prensa de una compañía de un monto de negocios de 150,000 millones de dólares. Por alguna extraña razón todavía desconocida, lo cierto es que los cuatro accionistas chinos coincidieron en un mismo avión, el cual habría de llevarlos de algún lugar en Asia a Beijing. Inesperadamente, sin embargo, el avión simplemente se esfumó. Se sabe que cayó en el Océano Índico, pero sus restos nunca se encontraron. Parece ser que años después se encontró parte del fuselaje en aguas australianas, pero en todo caso ello no sirvió para dilucidar absolutamente nada acerca del misterioso vuelo. Intentemos ahora analizar el caso.

Nuestro punto de partida es que, aunque no la tengamos, no es posible que no haya una explicación racional del caso y que si no la hay o es sumamente incompleta ello se debe a que faltan datos. En segundo lugar y en concordancia con nuestra hipótesis, asumamos que en efecto el “accidente” fue el resultado de una conspiración y que, por lo tanto, hay al menos algunas personas (porque difícilmente habría podido una persona sola materializar un plan de esas magnitudes sin ayuda de nadie más) que positivamente sí saben qué fue lo que pasó, puesto que habrían sido ellos quienes habrían planeado cómo lograr que coincidieran todos los accionistas menos en un vuelo, cómo hacer estallar el avión, etc. Hasta aquí vamos bien, porque aunque sin duda alguna el evento, que costó cientos de vidas, es importante, ciertamente no pertenece a la clase de eventos para los cuales cualquier teoría conspirativa dejaría de valer. Pero entonces ¿cómo se procede en casos como este en el que no tenemos datos suficientes y a lo único a lo que podemos recurrir para explicarnos el suceso es a una “teoría conspirativa”? No hay argumentos a priori para rechazarla. Por lo tanto, eso que despectivamente se presenta como “teoría conspirativa” en un caso en el que faltan datos equivale en realidad a un intento de explicación racional del mismo. En verdad, en lugar de “teorías conspirativas” deberíamos hablar de “hipótesis conspirativa”, pero hipótesis así son mucho más convincentes y aceptables que “no hipótesis” en lo absoluto. En determinadas circunstancias, una hipótesis conspirativa puede hacer mucho más comprensible el caso de lo que lo haría la explicación cruda y simplista del evento o la falta total de explicación. En nuestro ejemplo, la explicación rival a cualquier hipótesis conspirativista consistiría en decir que el avión se cayó por algún accidente o porque un rayo lo destruyó. Obviamente, la teoría conspirativista es superior, inclusive si no es confirmable. Ahora bien, para alguien que aceptara una “explicación” simplista y cruda, cualquier teoría “conspirativa”, que sería una teoría rival, resultaría no falsa ni absurda, sino simplemente redundante, es decir, aunque sea redundante de todos modos no pierde su carácter factual. Simplemente, no es verificable, pero una cosa es verificar y otra echar luz. Las teorías conspirativas pueden no ser verificables, pero a menudo ciertamente echan luz sobre los fenómenos estudiados.

Queda claro entonces que una “teoría conspirativa” es un intento por dar cuenta de un fenómeno social o histórico, relativamente bien acotado pero para el cual no se dispone de ninguna explicación alternativa. Las teorías conspirativas, dadas su estructura y la clase de premisas a las que tiene que recurrir, son teorías con mayor o menor grado de probabilidad. En principio, cualquier teoría conspirativa podría eventualmente confirmarse, pero en realidad ello se lograría cuando se obtuvieran los datos requeridos para ofrecer una explicación ahora sí enteramente empírica. Desafortunadamente, esto significa que es poco probable que múltiples teorías que pasan por “conspirativas” se puedan confirmar, puesto que justamente los factores causales de la situación que se investiga son de entrada desconocidos y se pretende mantenerlos ocultos. Esto es comprensible, porque en casos así: ¿qué es lo que se desconoce? Los objetivos de los conspiradores, los planes concretos que tienen, los mecanismos de los que echan mano para alcanzar los fines fijados, etc. Una teoría conspirativa responde, por lo tanto, a un hueco explicativo y es un intento de explicación racional, inclusive si es básicamente especulativa, ahí precisamente en donde no hay ninguna explicación alternativa. Infiero que múltiples teorías conspirativas en relación con un sinfín de sucesos históricos importantes son no sólo legítimas, sino las mejores que hay.

Una vez reivindicadas las teorías conspirativas por lo menos para cierta clase de sucesos podemos replantear nuestro tema de una manera que ya resultará inteligible. La pregunta crucial ahora es: ¿se requiere para explicar la realidad de la pandemia del coronavirus de una teoría conspirativa o hay explicaciones estrictamente empíricas alternativas? De eso nos ocuparemos en la siguiente sección.

IV) Los Estados Unidos versus la República Popular China

Básicamente, ‘coronavirus’ designa una familia de virus que generan al menos tres clases de enfermedades. La enfermedad que azota al planeta en la actualidad es la enfermedad etiquetada como ‘Covid-19’ y se caracteriza por generar sobre todo graves problemas respiratorios. Ahora bien, es un hecho fehaciente que al día de hoy no tenemos una explicación satisfactoria de la gestación, el origen y la expansión de este virus. Por lo pronto, hay dos propuestas de explicación, mutuamente excluyentes. Las presentaré, respectivamente, como la ‘explicación oficial norteamericana’ y la ‘explicación conspirativa china’.

A) La explicación oficial norteamericana. Aunque el gobierno norteamericano ha sido muy parco en sus aclaraciones, poco a poco ha venido delineando una línea de explicación que apunta a China no sólo como el país de origen de la infección de Covid-19, sino en la que también se acusa al gobierno de la República Popular China como el agente que deliberadamente dejó escapar el virus, desde luego soltándolo primero en su propio país para luego literalmente exportarlo a través de los vuelos internacionales que tardaron mucho en detener. De acuerdo con los norteamericanos, desde tiempo atrás los chinos habían venido experimentando con este coronavirus en murciélagos. Primero se sugirió que la gente habría comprado en mercados para su consumo personal murciélagos contaminados, pero luego esa versión fue sustituida por la teoría de que el virus se les habría escapado del laboratorio y es cuando la epidemia se habría iniciado. Este contagio ya no habría sido meramente accidental, sino deliberado. Los norteamericanos alegan que el gobierno chino ya sabía desde finales de diciembre que el virus ya estaba circulando y que una de sus características era precisamente que, aparte de letal, es tremendamente contagioso, a pesar de lo cual no hicieron nada ni previnieron al mundo al respecto. La mala fe del gobierno chino se habría manifestado en que si bien prácticamente cerró y cercó la ciudad de Wuhan, de todos modos siguió permitiendo los vuelos internacionales, con lo cual deliberadamente alentó la expansión del virus sobre todo en Europa, mas no únicamente. No estará de más notar, dicho sea de paso, que la acusación americana sobre el carácter mal intencionado de las decisiones del gobierno chino se funda claramente en una teoría conspirativa, puesto que faltan pruebas y sólo se pueden hacer especulaciones, por lo que si se rechaza como ridícula toda teoría conspirativa en la que el complotista sea el gobierno americano habría que rechazar sobre esas mismas bases la teoría oficial que el gobierno americano defiende. La teoría oficial conspirativa americana pasa porque quien la promueve es el gobierno norteamericano y es difundida por la prensa mundial. Por otra parte, es obvio, supongo, que todo acto de gobierno o privado fundado en la explicación oficial tiene el mismo grado de validez que la explicación misma, por lo que si ahora grupos de abogados pretenden demandar al gobierno chino por la “acción deliberada” que según el gobierno norteamericano habría realizado, su demanda no tiene mayor validez jurídica que la que teóricamente tiene la explicación en la que se sustenta y ésta se funda, parcialmente al menos, en una teoría conspirativa puesto que es una explicación que le atribuye al gobierno chino una intención maliciosa, oculta, del conocimiento de un grupúsculo de personas y sin pruebas empíricas demostrativas. En todo caso, ese es el núcleo de la explicación norteamericana, una “explicación” evidentemente secundada por lo menos por los gobiernos inglés y francés.

B) La explicación conspirativa china. De acuerdo con los portavoces del gobierno chino, el coronavirus efectivamente hizo su aparición en primer lugar en la ciudad de Wuhan, pero ellos niegan rotundamente que el origen del virus sea chino. Lo que ellos sostienen es que el virus fue llevado a China por militares norteamericanos cuando en octubre de 2019 se celebraron en la ciudad de Wuhan los juegos olímpicos militares, juegos en los que, irónicamente, lo que los chinos promovían era justamente la paz y la cooperación entre las naciones. Es cierto que hay un laboratorio en las afueras de la ciudad, el Instituto de Virología, en el cual se hacen toda clase de experimentos. En relación con esto vale la pena señalar que se produce una situación un tanto curiosa, por no decir contradictoria o auto-acusatoria por parte del gobierno de los Estados Unidos, porque éste acusa a China de hacer toda clase de experimentos sumamente peligrosos justamente para demostrarle al mundo que sus investigadores están al mismo nivel que los de los Estados Unidos y que pueden competir con ellos al tú por tú! Lo grotesco de esta acusación es que parecería ser una auto-denuncia de que los norteamericanos han trabajado con dicho virus. Por otra parte, es importante llamar la atención sobre el hecho de que en la televisión israelí (canal 12) se dio a conocer la noticia de que desde noviembre de 2019 los Estados Unidos habrían alertado a los miembros de la OTAN y al gobierno israelí de la aparición de un nuevo virus, cuyos efectos eran todavía desconocidos. O sea, los Estados Unidos sabían del problema desde antes de que éste estallara. Si en China de la epidemia se supo hasta enero y los Estados Unidos ya sabían de dicho virus desde el año pasado, la explicación china cobra fuerza. Si el gobierno chino estuviera diciendo la verdad, quedaría claro entonces que lo que pasó en China fue simplemente un acto de guerra bacteriológica sin declaración de guerra.

Tenemos, pues, dos cuadros distintos del panorama actual, ambos apoyados por grupos de científicos, militares, diplomáticos, etc., que por lo menos al lego y a quien no participa directamente en la controversia lo dejan en la incertidumbre y en el titubeo. El ciudadano común simplemente no tiene elementos para decidir por cuál teoría inclinarse. ¿Significa eso entonces que no podremos saber que teoría es la más plausible puesto que en ambos casos faltan premisas para que los razonamientos pudieran ser conclusivos? Yo pienso que no, pero pienso también que hay una explicación de más alto nivel, superior, que hace a ambas teorías redundantes o por lo menos las desprovee de la importancia que se les quiere adjudicar. Esto se aclarará más abajo, pero por el momento consideremos este choque de teorías como si fueran el último nivel explicativo del fenómeno.

Como es bien sabido, los datos que se obtienen en las diversas (así llamadas) “ciencias duras” adquieren su status de datos científicos en la medida en que son parte de teorías científicas concretas. En cambio, en las ciencias sociales, en donde la teorización toma cuerpo de modo distinto, las teorías son a menudo remplazadas por lo que podríamos llamar ‘descripciones contextuales’. Para decirlo de manera burda pero ilustrativa: un dato de astrofísica es a la teoría de la relatividad lo que un dato histórico es al trasfondo o contexto en el que resulta ubicable y que, por lo tanto, hay que proporcionar. Es precisamente la contextualización lo que le confiere a un hecho, enteramente neutral en sí mismo, su significancia histórica o política. La contextualización es crucial en historia y en política porque en esas áreas no se teoriza como en astrofísica o en bioquímica. Apliquemos esta estrategia a nuestro caso. ¿Cómo o sobre qué bases podríamos optar entre la explicación norteamericana y la china de la pandemia del Covid-19? La respuesta ya la dimos: por medio de la contextualización del “dato”, esto es, proporcionando el trasfondo político, comercial, social, etc., en el que se inserta el hecho de que una y la misma enfermedad está afectando a prácticamente todos los países del mundo. Dicha contextualización es lo único que puede orientar respecto a lo que podría ser la respuesta correcta. Pero ¿es factible dicha contextualización? Pienso que sí, si bien ello es un asunto de grados. Intentemos entonces contextualizar, aunque sea a grandes rasgos, nuestro hecho por explicar, esto es, la pandemia que nos agobia.

Yo creo que el primer “dato” importante para entender lo que está pasando lo constituye la agresión norteamericana en contra de China. En diciembre de 2018, la CEO de la mega-empresa china de telecomunicaciones, Huawei, fue detenida y encarcelada en Canadá con miras a ser extraditada a los Estados Unidos, cosa que aún no sucede. Desde mediados de 2019, el gobierno de D. Trump entró en una abierta guerra comercial con la República Popular China. Los norteamericanos, rompiendo con todas las reglas de juego comercial libre, le impusieron arbitraria y súbitamente  billones de dólares en impuestos a multitud de productos provenientes de China a fin de medio balancear su déficit comercial, llegando hasta los 200 billones de dólares, esto es, 200 mil millones de dólares en impuestos! Podemos estar seguros de que si los Estados Unidos hubieran hecho eso con cualquier otro país simplemente lo habrían destruido, pero en este caso algo falló. Para empezar, los chinos le impusieron a los productos norteamericanos la misma cantidad de impuestos. Quedó claro entonces que, comercialmente, los Estados Unidos perdieron la pelea con China. Sencillamente no tienen forma de ponerlos de rodillas ni de detener su formidable crecimiento (China había venido creciendo a un ritmo de casi 7 % anual, algo que los norteamericanos ni en sueños podrían alcanzar). ¿Qué es, pues, lo que está pasando? Se da una confrontación comercial entre un gigante comercial emergente y un gigante comercial decadente y empieza a ser paulatina pero inexorablemente desplazado. El problema es, claro está, que la potencia destronada comercial y económicamente sigue siendo la potencia número uno militarmente. Parecería entonces que el razonamiento subyacente es el siguiente: si no se puede detener a China por las buenas, esto es, haciendo toda clase de trampas financieras y de chicanerías comerciales, quedan las opciones de inteligencia militar. Desde este punto de vista, lo que se estaría haciendo ver es que, salvo por el recurso último al armamento atómico, que en realidad ya no es un recurso viable salvo para un gobierno suicida, los Estados Unidos están dispuestos a recurrir a absolutamente cualquier mecanismo bélico, cualquier modalidad de guerra para alcanzar sus metas. Independientemente de su carácter moral, habría que reconocer que si es así realmente como se habría razonado en el seno del gobierno norteamericano, el plan delineado no habría sido del todo bien pensado. Sus arquitectos habrían fijado toda una variedad de objetivos, todos ellos secretos si bien algunos de ellos rastreables, pero lo cierto es que el plan falló. Si de lo que se trataba era de detener a toda costa el crecimiento económico y la expansión comercial de China (la Ruta de la Seda, la quinta generación en telecomunicaciones, etc.), dicho objetivo no se alcanzó. En dos semanas los chinos controlaron la epidemia en Wuhan, a la que cerraron a piedra y lodo y detuvieron la expansión de la enfermedad. En segundo lugar, se le causaría un grave daño a la población la cual, se suponía, se levantaría en contra del régimen dictatorial impuesto por el partido comunista chino. Eso tampoco sucedió. (Lo mismo se pensó en relación con Irán y de igual modo la política norteamericana volvió a fallar). Los estrategas norteamericanos pensaban que una vez alcanzados los objetivos estratégicos los Estados Unidos podrían una vez más volver a imponer sus políticas imperialistas e intimidatorias en todo el planeta, lo cual en la confrontación entre las superpotencias es obviamente el objetivo último o supremo. Evidentemente, habría un precio que pagar, que sería el número de muertos que inevitablemente acarrearía la expansión del virus en los Estados Unidos mismos. En relación con esto, no podemos pronunciarnos sobre si el plan fue rebasado o no, porque en los Estados Unidos todavía no se ha logrado detener el contagio masivo y que mueran centenas de personas diariamente. Así, pues, podría afirmarse que en general el plan habría fallado y, tristemente, quizá lo único para lo cual todavía da cabida es precisamente el número de muertos. Es de suponerse que el cálculo que los policy makers norteamericanos hicieron (es evidente que todo lo que está pasando no es producto de la voluntad de una persona) en relación con el número de fallecidos es mucho mayor que el de los fallecimientos hasta ahora acaecidos. Aquí lo que no deja de sorprendernos es lo siguiente: si la explicación china es acertada, entonces quienes en el nivel más alto tomaron las fatales decisiones sabían que su propio pueblo padecería enormemente y, no obstante, siguieron adelante con el plan. En relación con esto quizá valga la pena traer a la memoria el hecho de que, a la pregunta planteada por la televisión iraní a un politólogo estadounidense de si el gobierno norteamericano habría estado dispuesto a atentar en contra de su propia población, éste sin mayores titubeos respondió haciendo primero el recordatorio de que eso ya había pasado, como sucedió con la destrucción de las Torres Gemelas, en donde murieron más de tres mil personas y, en segundo lugar, que es evidente que en el gobierno norteamericano hay gente lo suficientemente inmoral como para afectar a su propia población con tal de alcanzar sus objetivos políticos, militares y comerciales.

Nuestro interrogante era: ¿es factible contextualizar el dato que constituye la pandemia del Covid-19 de modo que la hipótesis de que China deliberadamente infectó primero a su propia población y posteriormente a la población mundial en su conjunto resulte convincente? Confieso que no tengo datos ni razones para pensar que pudiera darse una respuesta positiva a esta pregunta. Está desde luego la hipótesis, que no hemos considerado, de que se haya tratado de un accidente y que por un “error humano” el virus se haya esparcido primero en Wuhan y luego en los demás países. Yo considero que esa hipótesis es simplemente increíble y por lo tanto teóricamente gratuita e inaceptable. Los laboratorios de esa índole, ultra-secretos, dirigidos por militares y demás son herméticos, tienen decenas de filtros para entrar y salir, es decir, están perfectamente preparados y acondicionados para llevar acabo sus labores. Esa hipótesis me parece, por lo tanto, totalmente implausible.

Así, pues, si tuviéramos que elegir entre la hipótesis norteamericana y la china nuestra conclusión tendría que ser entonces que la actual pandemia del Covid-19 muy probablemente habría sido el resultado de una acción de inteligencia militar por parte del gobierno de los Estados Unidos (y, probablemente, con la participación de algún otro gobierno “amigo”) en contra de la República Popular China. El hecho de que ahora se esté revirtiendo a explicaciones que hacen de la transmisión animal la fuente de la tragedia refuerza la idea de que la posibilidad de acusar al gobierno chino ya quedó descartada y habrá que hacer todo lo que se pueda para desviar la atención de la potencial responsabilidad del actual gobierno norteamericano hacia otros temas. Si efectivamente lo que está pasando es el resultado de una confrontación entre los Estados Unidos y China, lo menos que podemos decir es que los Estados Unidos ya perdieron dicha confrontación.

Yo pienso, sin embargo, que la descripción de la actual pandemia en términos de una confrontación entre dos grandes potencias es errónea y que el problema se puede concebir de otra manera, de una manera que me parece a mí que es mucho más explicativa y por ende más útil. De esa explicación alternativa pasaremos ahora a ocuparnos.

V) La significación de la pandemia del Covid-19

Algo que nos deja de maravillarnos es la cantidad de ideas ridículas a las que da lugar un problema mundial tan serio como la actual pandemia y sin duda una de las mayores barrabasadas que oímos a diestra y siniestra es que esta pandemia significa el fin del capitalismo, que éste inevitablemente tiene que reformarse, que llegó el momento de modificar la injusta estructura económica del mundo y que precisamente la pandemia es el inicio de esta remodelación de la vida social del planeta. Yo pienso que posiciones optimistas como esa son no sólo ingenuas, sino que están mal concebidas y lo están por no haber tomado en cuenta suficientes elementos. Intentemos nosotros, con base en lo que hemos señalado y en los datos que podamos ir recabando, un cuadro diferente.

Lo primero que tenemos que hacer es ubicarnos teóricamente en el nivel apropiado. Vamos a abandonar por el momento el plano de la guerra diplomática, la geo-estrategia militar, los servicios de inteligencia, la guerra entre super-potencias, etc. No es desde la perspectiva de la confrontación entre países que ahora intentaremos extraer el verdadero significado, el significado real de la actual crisis. Para adoptar la perspectiva correcta ahora nos ubicaremos en un plano más general y más abstracto que es el de la evolución social mundial. Desde este nuevo punto de vista, la lucha entre los Estados Unidos y la República Popular China pasa a un segundo lugar e inclusive podría resultar ser, como intentaré hacer ver, un falso conflicto. Siendo esto así, la primera pregunta que tenemos que plantearnos es: ¿cómo acercarnos al tema?

A mí me parece que lo primero que se tendría que investigar es a quién beneficia la pandemia, porque es evidente que si bien la inmensa mayoría de las personas, los locales comerciales, las pequeñas empresas e inclusive empresas gigantes como las petroleras, los gobiernos, todos ellos y más sufren y se ven profundamente afectados por ella, habría de todos modos instituciones, organizaciones, corporaciones e individuos que están obteniendo inmensas ganancias gracias a la crisis. Antes de decir algo al respecto, sin embargo, es indispensable pasar en revista algunos hechos.

El primer y principal mega-efecto de la actual pandemia es obviamente la recesión mundial en la que apenas estamos entrando. Lo que se está arruinando es, con las excepciones obvias que no necesitamos considerar, la organización económica mundial considerada globalmente. A tres meses de que la enfermedad se haya extendido por todo el planeta, millones de personas ya no tienen trabajo, el sector de servicios (tiendas, cines, restaurantes, comercios de todo tipo, etc.) está en la ruina; el dinero casi está dejando de circular. Obviamente, el dinero que necesita la gente para adquirir bienes de consumo no son los trillones de dólares puestos en circulación por la Reserva Federal para solventar deudas de grandes empresas (compañías de aviación, por ejemplo). Algo de esa fortuna irá a parar a los bolsillos de los ciudadanos (norteamericanos, en este caso), pero en general ese dinero no es dinero circulante, dinero normal para que entre en el mercado y sea usado por todos. Es dinero, por así llamarlo, ‘teórico’, dinero por medio del cual se hacen transacciones en computadoras y se rescatan así empresas en quiebra, se cubren sus deudas, etc., y posteriormente regresa a los bancos. Pero que quede claro: el dinero que, por ejemplo, en los Estados Unidos “se inyecta” en la economía nacional no se invierte en la construcción de hospitales, de asilos, de escuelas y demás. La impresión de esos billetes está pensada para ayudar sólo a los agentes esenciales, es decir, a los pilares del sistema capitalista (en un sentido no personal, desde luego). Así, pues, ¿quién se beneficia de la actual crisis? La respuesta es simple: la banca mundial y las grandes trasnacionales y en particular por el momento las del sector farmacéutico. ¿A quiénes va a afectar más directamente y para mal esta pandemia? Desde luego a los ciudadanos, a los individuos, a las personas, pero también a los gobiernos de los Estados nacionales, porque ellos van a tener que recurrir a instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, etc., y, desde luego, a los grandes bancos del mundo (JP Morgan, Golden Sachs y demás). Las deudas externas van a crecer enormemente y, claro está, si un país se endeuda quienes pagan en los hechos dicha deuda son sus respectivas poblaciones. Así, pues, los campos de los grandes beneficiados y de los muy afectados negativamente por la actual crisis están relativamente bien delimitados y son claramente discernibles.

Pero cabe preguntar: ¿por qué se habría pensado que era indispensable recurrir a un mecanismo tan diabólico y tan nefasto en sus implicaciones (muertes, parálisis económica, baja sensible en los niveles de vida, etc.) como lo es la pandemia del Covid-19? Porque, y esta la hipótesis que yo quisiera someter a consideración, el sistema capitalista tal como lo hemos venido viviendo está ya agotado y es ya insostenible, pero no en el sentido en el que podría uno espontáneamente pensarlo. ¿En qué sentido entonces es el sistema capitalista ya insostenible? En el sentido de que, aunque hay billones de personas en la inopia, viviendo en la insalubridad, en la inseguridad, en la miseria, etc., también es cierto que hay billones de personas que viven relativamente bien, que tienen acceso a la educación, a servicios de salud, que viajan, que tienen un buen nivel de consumo, que viven de sus jubilaciones, etc., y que quieren cada vez más, es decir, que quieren progresar. Todo eso está muy bien, sólo que hay un problema: el tamaño del planeta no se puede modificar y para mantener el bienestar más o menos aceptable de esos billones de personas que conforman el espectro social que lleva desde las clases trabajadoras más humildes hasta las primeras capas de la gente que goza ya de un nivel de vida respetable, el mundo tendría que transformarse drásticamente y tendría que operarse una re-distribución mucho más justa de la riqueza mundial. Las clases medias, numerosas y muy diversificadas, exigen cada vez mejores salarios, más vacaciones, más acceso a buenos servicios de salud y en general más bienestar material, pero eso sólo se puede obtener en el marco del capitalismo existente no si se explota más a las clases trabajadoras, porque ni eso sería ya suficiente, sino si se le quita riqueza a los super-ricos, si se les expropian sus bienes, si se les cancelan sus obscenos privilegios. Y eso, obviamente, es algo que los dueños del dinero y por lo tanto quienes se apropiaron del sistema, quienes manejan sus mecanismos y conocen sus secretos, no van a permitir.

Empezamos entonces a entender que a través del coronavirus lo que se pretende es re-estructurar, re-modelar la sociedad capitalista, pero no en aras de la justicia sino para garantizarle a los super-ricos, esto es, a los amos económicos del mundo, sus privilegios. La pandemia del Covid-19 resulta ser entonces uno de los instrumentos por medio de los cuales la capa social que está en la cúspide está llevando a cabo sus planes de defensa de sus privilegios en el marco del sistema capitalista, porque nadie está interesado en que éste se modifique. Así, pues, la re-estructuración que se planea tiene como objetivo salvaguardar los inmensos, casi inimaginables privilegios de menos del uno por ciento (cuando mucho) de la población mundial. Por consiguiente, podemos afirmar que si el coronavirus transmisor del Covid-19 (coronavirus–Sars-Cov-2) es efectivamente un instrumento del cambio social lo es de lo que yo propongo llamar la ‘contra-revolución hiper-burguesa’. Por consiguiente, el objetivo central para que el sistema capitalista en su fase actual, esto es, en la que lo que prevalece no es ya el capital industrial sino el financiero, es bajar el nivel de vida de las “clases medias”, esto es, el grueso de la población mundial. De lo que se trata es, por así decirlo, de proletarizarlas. Hay que homogeneizar a la población en una sola clase inmensa que sería la clase trabajadora del futuro, esto es, la clase que garantizaría el bienestar eterno de los super-ricos. ¿Quiénes son los super-ricos? Los dueños de los canales por los que fluye todo el dinero del mundo y los entes trasnacionales (empresas, corporaciones, compañías) en cuyas manos está la producción y la distribución de la riqueza material del planeta. Lo que se echó a andar es, pues, el proceso de esclavización de la humanidad en beneficio de quienes se apoderaron de prácticamente todo lo que hay en la Tierra.

En resumen: el coronavirus está diseñado para que se efectúe una transformación económica radical a nivel mundial. El objetivo es asalariar a la mayor cantidad de personas que se pueda. Esta transformación está pensada para beneficiar ante todo al sector que maneja el dinero, la bolsa de valores, la deuda externa de los países, etc., esto es, la banca mundial, y las grandes trasnacionales, en particular mas no únicamente las de la industria farmacéutica, los grandes laboratorios de los cuales dependerán las vacunas y los tratamientos de las enfermedades. El mismo Bill Gates ya habló de una vacuna para la población mundial, esto es, siete mil millones de vacunas! Sin duda algunos rayan en una megalomanía delirante mas, desafortunadamente, no irreal. Eso es enriquecerse hasta niveles inconcebibles para el ciudadano común. Son gente así quienes idearon la estrategia del coronavirus y lo hicieron por motivaciones egoístas y con objetivos en mente perfectamente delineados.

Ahora bien, es claro que la transformación estructural no puede efectuarse sin una transformación política, pero de esto no se ha hablado mayormente. Es cierto que todavía el tema no ha sido abiertamente discutido, pero ya hubo alguien quien se pronunció al respecto y que sabe muy bien de lo que habla, puesto que él sí está en el núcleo del poder mundial. Este individuo, a manera quizá de advertencia respecto a lo que se viene, ya afirmó públicamente que el coronavirus no puede ser controlado por ningún gobierno en particular. Pero entonces ¿qué o quién lo puede controlar? En opinión de Henry Kissinger, que es de quien hablamos, eso es algo que sólo lo puede lograr un gobierno mundial. Esta sugerencia de Kissinger ciertamente amerita unas cuantas palabras dado que él más que cualquier otra persona es el portavoz de los núcleos humanos que controlan la vida económica del planeta. ¿Qué podemos decir al respecto?

VI) El gobierno mundial

La idea de un gobierno mundial no es nueva, pero en general cuando se aludía a un gobierno así se pensaba ante todo en una especie de idea regulativa y de ideal político, más que en un proyecto efectivamente realizable. Por consiguiente, pretender describir aquí y ahora cómo concretamente estaría estructurado y funcionaría un gobierno mundial sería una labor un tanto fantasiosa, puesto que lo único que podríamos hacer sería especular, dado que no contamos con antecedentes históricos que nos ilustren y nos permitan extraer lecciones de casos pasados. Pero si bien no podemos decir mucho acerca de cómo sería un gobierno así, sí podemos visualizar cómo se llegaría a él. Es evidente hasta para un niño que ningún país de motu proprio estaría dispuesto a suprimir su independencia para someterse a los mandatos de un gobierno supranacional, pero el punto es que la “propuesta” de un gobierno mundial no se plantearía como una opción. ¿Cómo entonces se llegaría a él? Es en relación con este punto que la pandemia del Covid-19 adquiere una importancia explicativa mayúscula. Pienso que algo de lo mucho que puede decirse es lo siguiente:

a) el flagelo que es la pandemia que hoy se expande por el mundo no es un fenómeno natural sino provocado, el resultado de una conspiración fraguada al más alto nivel económico, político y social, seguramente preparada durante años y con objetivos precisos por alcanzar. Todo lo que pasa día con día confirma que hay un plan que se está exitosamente materializando.

b) La pandemia apenas está empezando. Es evidente que el problema no se va a detener en los próximos meses. El objetivo debe ser que se contagien cientos de millones de personas para que todo el proyecto tenga sentido. Lo más que los gobiernos nacionales podrían hacer sería entonces luchar para que las tazas de mortandad no los rebasen y tratar de enseñarles a sus respectivas poblaciones a aprender a vivir de un nuevo modo para reducir al máximo el peligro del contagio y por ende de muerte (vivir con cubre bocas, lavándose las manos cada hora, quitándose los zapatos al entrar a las casa y desinfectarlos, no saludar a nadie de beso, etc.). Pero hay una verdad terrible en todo esto: el virus va a seguir entre nosotros por la sencilla razón de que para eso está pensado.

c) La solución para la pandemia, ya sea bajo la forma de vacunas ya sea bajo la forma de tratamientos, estará en manos de las grandes corporaciones farmacéuticas. Eso quiere decir que, nos guste o no, todos los países van a depender permanentemente de ellas. Y eso es muy fácil de hacer ver: una vez que esta pandemia haya quedado superada, vendrá la siguiente y nos volveremos a encontrar en la misma situación que en la que estamos hoy sólo que con otro virus.

d) Dado el carácter altamente contagioso del coronavirus, inevitablemente los gobiernos tendrán que tomar medidas draconianas para evitar defunciones masivas hasta donde sea posible, pero ello acarreará un terrible desgaste económico en todos los países, sus poblaciones se agotarán, el endeudamiento externo de los gobiernos se volverá galopante, etc. Estarán sentadas las bases entonces para que se inicie el chantaje político en gran escala. No se necesitarán soldados, invasiones, bombardeos, etc. Esos eran mecanismos propios de la etapa previa del desarrollo del capitalismo, pero eso quedó atrás. Ahora se pueden eliminar millones de personas de otra manera y cuando un gobierno vea que se le mueren millones de personas accederá a todo lo que se le exija.

e) Ya con los gobiernos domados y bajo control, se podrá reorganizar la vida social pero habiéndoles previamente robado ya su autonomía. Entrarán en juego entonces nuevs organizaciones internacionales, parecidas a la ONU, a la UNESCO, a la OMS, a la OIT, etc., sólo que esta vez con el poder para imponer las políticas que los directivos de esos organismos consideren que hay que imponer y no habrá mucho que discutir. Dónde estén ubicadas las sedes de estos nuevos ministerios es algo que no tiene mayor importancia.

f) Así como se pasó de los reinos e imperios medievales a la formación de Estados nacionales, ahora se pasará a la organización política mundial acorde a la etapa actual del desarrollo del capitalismo. Dicho de otro modo, se vislumbra ya el fin de los Estados nacionales.

g) El objetivo último de todo esto que parece más que otra cosa el resultado de una conspiración diabólica es, naturalmente, el sostenimiento del sistema capitalista en lo que muy probablemente ahora sí sea su última etapa, una etapa sin embargo cuyo fin no es perceptible en este momento y de hecho es imposible siquiera imaginar. De lo que se trata es de beneficiar al máximo a las grandes corporaciones, reducir costos, dejar de pagar jubilaciones (una temática candente), etc.

Ahora sí me parece que podemos decir que tenemos un cuadro general, una interpretación del rol del coronavirus. Ahora sí tiene sentido lo que nos está sucediendo. Teniendo presente lo que hemos dicho, podemos pasar ahora a extraer algunas conclusiones generales.

VII) Conclusiones

Soy de la opinión de que no habría nada más ingenuo y desorientado que pensar que la actual crisis por la que está empezando a pasar la humanidad no es más que un desafortunado evento del cual pronto saldremos más o menos indemnes y del cual también en última instancia los responsables son los murciélagos. Ver e interpretar lo que está pasando de esa manera me parece el summum de la incomprensión y de la superficialidad. Como ya vimos, la actual pandemia es desde luego un fenómeno biológico, pero también militar, económico, social, cultural, etc., pero es ante todo un instrumento político. Esta pandemia, con todo lo que ella acarrea, es tanto un símbolo como un instrumento ad hoc empleado en una complejísima estrategia global que tiene motivaciones concretas y metas claramente detectables. Si hubiera sido por razones naturales que el Covid-19 hubiera hecho su aparición sobre la faz de la Tierra, como la peste bubónica lo hizo a través de las ratas, de todos modos causaría enormes problemas de toda índole, pero con el tiempo los países podrían salir del atolladero, por dificultoso que fuera ello. Pero vista la enfermedad como un elemento de una estrategia política global motivada por poderosos requerimientos económicos, laborales, políticos, etc., la pandemia se vuelve entonces algo mucho más peligroso y dañino. Quizá sea cierto que llegó el momento en el que las contradicciones del sistema capitalista fuerzan a un cambio que tiene que articularse de alguna manera, pero el problema es que la necesidad de este cambio está siendo aprovechada exclusivamente para beneficio de quienes hoy son los amos financieros del mundo y fueron sus policy makers quienes diseñaron dicho cambio y lo están implementando. Eso es precisamente lo que se hizo. Visto de esta manera, no somos los ciudadanos del mundo otra cosa que peones en un tablero mundial en el que, por lo menos por el momento, sólo juegan los dueños del mundo. Es, pues, crucial llevar al plano de la conciencia universal el siguiente pensamiento: la pandemia del Covid-19 significa una declaración de guerra en contra la humanidad en su conjunto, una humanidad ciertamente desprevenida, no consciente del peligro que la acecha pero que, si logra despertarse y reaccionar a tiempo, tiene toda la fuerza para neutralizar la terrible amenaza que sobre ella se cierne y darse a sí misma la oportunidad de hacer del mundo un lugar en donde pueda pasar su tiempo de existencia viviendo serenamente y en paz.

[i] K. Popper, La Sociedad Abierta y sus Enemigos (Buenos Aires: Editorial Paidós, 1967), vol. II, p. 114.

[ii] K. Popper, ibid., p. 115.

[iii] K. Popper, ibid., pp. 115-16.

[iv] K. Popper, ibid., p. 116.

5 comments

  1. Carmen Trueba says:

    Gracias por compartir este artículo. Considero importante el enfoque del autor, su aproximación analítica, al igual que su propuesta interpretativa del significado y los alcances de la pandemia global. Los argumentos esgrimidos por Alejandro Tomasini me parecen sumamente interesantes, si bien no me considero en condiciones de sopesarlos y ni evaluarlos de manera rigurosa y fundada. Me parece valioso este texto filosófico, en tanto intento de explicación, abierto a la interlocución y al debate racional. También aprecio que cuestione las dos principales versiones conspirativistas, la norteamericana y la china. Finalmente, el artículo pone a nuestra consideración la hipótesis de un ataque viral orientado a arrasar con gran parte de la humanidad, en aras del predominio de la minúscula cúpula que conforma a los dueños del capital mundial.

  2. maria elena says:

    Una reflexion informativa , profunda y aleccionadora para los que nos toca vivir esta terrible etapa. Enhorabuena, es una lectura necesaria en estos tiempos de desinformación enmascarada de información.

  3. Lex says:

    Interesante explicación de lo que ocurre actualmente, pero hay causas más superiores, los actuales amos del mundo solo son títeres de otros. Aquí la filosofía como tal tendría que ampliar su campo de abordaje, a lo mejor no sea capaz de hacerlo, y se requiera de otra disciplina, una que abarque las influencias de seres más evolucionado que los humanos, una disciplina que estudie el todo sobre el todo.

  4. Carlos López Carranza says:

    Excelente artículo, me parece de lo más acertado y me encantaría compartir mis opiniones con el autor de ser posible, gracias.

  5. Cristian F. C. says:

    Doctor Alejandro, disculpe si mi comentario le parece fuera de lugar, pero que bueno tener de vuelta sus opiniones, hoy cuando estamos expuestos a tanta opinión de mala fe y tergiversada. Gracias.

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