Sin duda, los periodos de transición social, y sobre todo los de decadencia de una sociedad, son de los más difíciles de caracterizar, aquellos en donde menos regularidades encontramos. Se habla, por ejemplo, de “agitación social”, de “disfunciones institucionales”, de “corrupción generalizada”, etc., pero esas son expresiones demasiado generales que pueden servir para designar las más variadas situaciones y procesos. En casos como los aludidos, es inevitable ir a los detalles, a las anécdotas, a los sucesos particulares para, a través de ilustraciones, ir captando la clase de decaimiento social al que nos referimos. Por ejemplo, uno pensaría que en condiciones de estabilidad (por no decir “de normalidad”) nadie osaría tener un enfrentamiento con o desafiar en público a un presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, al parecer en épocas de turbulencia social ello no sólo es posible, sino factible. Por ello, me propongo divagar libremente sobre lo que, desde mi perspectiva, es el ya franco proceso de deterioro social, de decadencia y de descomposición en el que claramente están cada vez más hundidos los Estados Unidos a través del prisma de la casi fantástica situación en la que se encuentra su actual presidente. Si estoy en lo correcto, ciertos hechos particulares pueden ilustrar (y reforzar) una tesis general. Trataré de desplegar mi idea de la manera más convincente posible.
Tal vez lo más apropiado sea empezar señalando que la sorprendente transformación de lo que hasta hace 50 años era incuestionablemente la potencia número uno del mundo puede hasta cierto punto ser explicada en términos de “correlaciones de fuerza”. Éstas cambiaron. Los Estados Unidos siguen desde luego siendo una de las dos potencias militares más poderosas del mundo, pero ello por sí solo ya no basta para garantizar ni su supremacía ni su supervivencia en caso de un conflicto militar serio con la otra superpotencia. Uno se pregunta: dejando de lado lo que serían las reacciones de otros países, que con toda seguridad serían igualmente destructivas, ¿de qué le sirve a los Estados Unidos (o cualquier otra potencia atómica) tener miles de bombas atómicas si, en caso de que se les empleara para acabar con sus adversarios, ellos mismos inevitablemente se estarían auto-destruyendo? La era atómica exige forzosamente cambios de mentalidad y de perspectiva y hay límites para la acción bélica que son racionalmente infranqueables. Por otra parte, recuérdese que los ejércitos se entrenan y prueban en la guerra y las fuerzas armadas norteamericanas de hecho han perdido todas las guerras en las que han participado, desde Vietnam hasta Afganistán. En una confrontación militar entre ejércitos con la otra superpotencia ni mucho menos es seguro que el norteamericano saldría victorioso. Es claro también que la aviación militar norteamericana no es superior a la rusa ni a la china. Es cierto que los Estados Unidos tienen más portaviones, pero en estos tiempos de misiles hipersónicos y de drones kamikaze los portaviones ya no juegan el rol que desempeñaban en otros tiempos cuando había otra clase de armamento. Hoy son artefactos fácilmente vulnerables y el desarrollo de armas hipersónicas, con rayos láser, satélites, etc., los ha vuelto un tanto obsoletos. Por esas y muchas razones más, ya no tiene sentido hablar tajantemente de superioridad militar de los Estados Unidos.
Dejando de lado el frente militar, es claro que hay otros frentes que también permiten medir la situación real de un país o de una sociedad vis à vis el resto del mundo. Y ¿vemos en la actualidad algo que haga pensar que, definitivamente, los Estados Unidos ya no están a la cabeza del mundo, que (para decirlo suavemente) el espíritu del progreso ya no encarna en ellos? La zona de influencia patente y decisiva de los gobiernos norteamericanos se reduce ante todo a Europa. A diferencia de lo que pasa como Alemania o Gran Bretaña, Brasil por ejemplo puede abiertamente sostener que no requiere del dólar para comerciar y crecer y que no está dispuesto a someterse a los caprichos de la actual administración. De hecho, los BRICS, primero objeto de burla y ahora enemigos temidos, quebraron ya la columna vertebral del imperialismo norteamericano, esto es, el uso indiscriminado del dólar como arma de negociación, presión y chantaje. Desde luego que todavía hay países a los que los Estados Unidos pueden someter a presiones terribles, inclusive si éstas son abiertamente improcedentes, provocativas y hasta ilegítimas, pero lo cierto en todo caso es que las posiciones y las políticas de los gobiernos de hoy ya no son las tradicionales de los políticos entreguistas, corruptos y cobardes que hasta hace pocos años prevalecían. Hoy nuestro gobierno, por ejemplo, tiene, como pasa con muchos otros países que han crecido políticamente, sus propias reivindicaciones y exigencias y pretende hacerlas valer. La condición para ello es, obviamente, un fuerte respaldo popular del cual la presidenta de México por fortuna goza. Sobre esa base, es factible asumir que pasó ya la época de brutales golpes de Estado como los que se practicaron a granel en el siglo XX, sirviéndose de obtusos militares, masacrando gente a diestra y siniestra y obligando a los pueblos a vivir viendo sus derechos permanentemente violentados. Hoy si el gobierno norteamericano se propone organizar un golpe de Estado desde luego que puede hacerlo, pero tiene que hacerlo o desde el poder judicial (como estuvo a punto de suceder en nuestro país) o desde el poder legislativo (como en algunos países de América Latina), pero no ya recurriendo a la mera fuerza bruta, entre otras razones porque también las fuerzas armadas han evolucionado, están mejor instruidas y se les infunde cada día con más fuerza un espíritu nacionalista genuino gracias a lo cual se les ha convertido en agentes activos en los procesos de reconstrucción nacional. Washington puede a final de cuentas imponer su voluntad, pero ya no es tan fácil como cuando era la potencia indiscutible y eso es una prueba de que su control sobre el mundo ha disminuido. Así, pues, que los Estados Unidos no son ya la potencia rectora del planeta es algo que ni ellos mismos podrían negar. Sin duda se puede seguir hablando con sentido del “imperio americano”, pero también con sentido se puede afirmar que éste ya rebasó su cúspide y entró en un proceso acelerado de decadencia.
A mi modo de ver, el imperio americano está mortalmente herido, pero no por haber sufrido derrotas militares decisivas con potencias externas. Seguramente, la explicación última de su debilitamiento y de su decadencia tiene una fuente y una explicación externas al país mismo, pero pienso también que la causa fundamental de su debilitamiento es interna a él. Las causas externas de su decaimiento tienen que ver con el surgimiento o resurgimiento de grandes potencias, las alteraciones en el tablero del comercio mundial, el debilitamiento del dólar, su incapacidad para competir en el marco de la ley con economías mucho más pujantes, etc. La lucha contra el mundo sin duda agota, pero es cuestionable si mata. Sin embargo, lo que sí es letal es la conquista silenciosa de sus instituciones y el sometimiento de sus órganos gubernamentales a la voluntad de intereses y fuerzas que en algún sentido no son norteamericanas. No son los problemas internos al país, problemas como la colosal deuda interna, los graves conflictos sociales, raciales y demás que los aquejan, su débil competitividad comercial, etc. No! Yo pienso más bien que lo que terminó por agotar al país fue el haberlo forzado durante ya décadas a funcionar para defender, exaltar, promover, etc., los intereses de otra nación. Lo innegable, en efecto, es que los Estados Unidos se fueron transmutando poco a poco en un país con un gobierno bicéfalo, en una sociedad completamente dominada y manipulada por fuerzas que en algún sentido son y en otro no son americanas, una nueva fuerza que entró en el escenario de la vida pública de los Estados Unidos no hará más de 150 años y que, por así decirlo, se apoderó de la casa que le abrió las puertas. Esta nueva fuerza hizo de los Estados Unidos su brazo armado y su instrumento político, al grado de que puso a sus instituciones y autoridades a su servicio. O sea, fue desde dentro de su propio país que los imperialistas americanos se vieron ellos mismos sometidos, desde todos puntos de vista salvo el bélico, por conquistadores de una nueva estirpe, por una comunidad con una historia y una sabiduría de las que ellos (pobres ingenuos) carecían y que le permitió tomar el control del pueblo y del gobierno norteamericanos. De manera que el formidable imperio norteamericano no solamente tiene que enfrentar día a día a enemigos cada vez más poderosos y seguros de sí mismos, sino que por si fuera poco quedó sometido a lo que podríamos llamar un ‘meta-imperio’. ¿A qué me refiero? Bueno, a lo que no hay otra forma de identificar que como el “imperio sionista”. Ambos imperios, el norteamericano y el sionista, son compatibles, coexisten y se apoyan uno al otro, pero los intereses sionistas ocupan indiscutiblemente el primer lugar, es decir, tienen prioridad en todos los ámbitos y en todos los contextos de la vida del país. Lo que a estas alturas sería ridículo sería tener dudas de que los norteamericanos ya no mandan en su propio país y de que quien en estos tiempos tiene el control efectivo sobre los gobiernos de Occidente en general y su sede última o primordial en Israel, es el gobierno sionista incrustado hasta las raíces en el Estado norteamericano. En los Estados Unidos los sionistas mandan.
Así vistas las cosas, automáticamente muchas situaciones resultan comprensibles. Cualquier persona puede preguntar: ¿tiene el pueblo americano alguna animadversión natural, algún agravio histórico causado por el pueblo ruso? Claro que no. La historia no registra ningún conflicto entre ambos pueblos. ¿Tienen los habitantes de Oklahoma o de Luisiana o de Nuevo México algún problema no resuelto con el pueblo palestino o en general con los habitantes del Medio Oriente? No se sabe de nada al respecto. Ah!, pero otras comunidades sí tienen esos conflictos. No hay nadie, salvo el segundo criminal más grande del siglo XXI, a saber, V. Zelensky, que odie más al pueblo ruso que los sionistas norteamericanos. Pero entonces ¿la guerra de Ucrania es guerra de los Estados Unidos, en algún sentido importante? No. Es la guerra de todo Occidente orquestada por el gobierno sionista de los Estados Unidos, una guerra que tiene raíces históricas y una explicación relativamente clara acerca de la cual me he pronunciado en otros ensayos por lo que no regresaré sobre el tema. ¿Impide el pueblo palestino que los norteamericanos disfruten de su bienestar? Hasta donde yo sé no se le puede imputar nada semejante. Ah! pero los sionistas sí tienen reclamos que hacer: los palestinos estorban para la creación del Gran Israel, el cual abarcaría en principio muchísimo más que la pobre (en todos los sentidos de la palabra) Franja de Gaza. Así explicamos entonces los más de 800 millones de dólares que diariamente el gobierno norteamericano “le regala” al de Israel (“su más fiel aliado en el Medio Oriente”, “la única democracia en el Medio Oriente” y demás sandeces por el estilo.), la donación de toda clase de armamento (inclusive de las bombas “Buster” (bunker busters), que se suponía que eran exclusivas del ejército americano), como de aviones de última generación (F-35), el apoyo político sistemático y total no sólo en todos los foros del mundo (ONU, UE, UNESCO, etc., etc.), sino también en relación con las imperdonables e injustificables atrocidades de los israelíes (soldados, jueces, colonos y demás) en detrimento de los niños, los ancianos, hombres y mujeres de Palestina y que reciben el apoyo sin titubeos de los gobiernos norteamericanos, y hasta la supresión de libertados y derechos que los ciudadanos norteamericanos pensaban que les eran innatos, como el derecho a expresarse y a repudiar las políticas de Israel. Nadie ignora, por ejemplo, quién fue el verdadero presidente de los Estados Unidos durante todo el periodo de J. Biden y cómo estaba estructurado su gobierno. Tan era público y notorio que Anthony Blinken era el verdadero presidente que cuando llegó Trump a la presidencia por segunda vez ordenó una investigación sobre quién realmente tomaba las decisiones en la Casa Blanca durante la administración anterior. Algunas cosas pasaron, sin embargo, y esa investigación, como tantas otras, no fructificó. Y esto me lleva al núcleo del artículo.
Los gobiernos, huelga decirlo, son “entidades” manejadas por personas concretas, de carne y hueso y la presidencia de los Estados Unidos no es una excepción a la regla (todavía). Obviamente, quien sea presidente de los Estados Unidos ocupará una posición privilegiada a nivel mundial pero, al igual que con los países, eso no implica que no sea controlable. También el presidente de los USA, precisamente por ser una persona con las pasiones y debilidades de todos, está sometido a los mismos mecanismos que cualquier otra persona: también él quiere jugar golf, tomar decisiones, comer hamburguesas, negociar con el gobierno chino, imponerle su voluntad a quien se deje, tener amoríos por aquí y por allá, etc., pero también por todo eso es manipulable, “comprable” y sobre todo chantajeable. En eso radica la tragedia de Donald Trump. Recuérdese que éste llegó a la presidencia después de por lo menos un intento de asesinato y con una plataforma política, su famosa MAGA (Make America Great Again, cuya traducción más precisa me parece que es Hacer de nuevo grandes a los Estados Unidos), con la cual literalmente galvanizó a las multitudes a lo largo y ancho de los Estados Unidos, hizo crecer en ellas nuevas esperanzas y nuevas ilusiones porque, aunque el ciudadano norteamericano todavía no ha despertado del todo de su desesperante letargo ideológico, ya está empezando a percatarse de quién realmente gobierna en su país. Podrá decirse lo que se quiera de los americanos, pero no que son tarados. También ellos, un poco tarde quizá, están empezando a darse cuenta de que su país fue literalmente secuestrado y que ahora está completamente dominado, sólo que pacíficamente, a través de la banca, de Hollywood y la prensa internacional, de la televisión, de instituciones que en realidad operan al margen del gobierno, como lo CIA y, last but not least, de todo el aparataje burocrático gubernamental que está en manos de los “neocons”, que no es más que una etiqueta alternativa para ‘sionistas’ (no sabría de qué otra manera identificar a Richard Perle, a Paul Wolfowitz, a Anthony Blinken o a Victoria Nuland, por no mencionar más que a algunos de los más destacados). Y, siguiendo con nuestro razonamiento, la “prueba” de que efectivamente los Estados Unidos ya no son en el juego político mundial contemporáneo quienes dirigen los destinos del mundo es que su presidente resultó ser un fraude inmenso, un espejismo político descorazonador, una gran decepción. Del programa y de las promesas de Trump que tanto entusiasmaron a la gente no queda más que el recuerdo. De hecho Trump hasta prefirió distanciarse de sus seguidores, como Elon Musk, fracturar su propio gabinete y decepcionar a millones de personas que cumplir con su promesa de sanear la política norteamericana. Pero ¿cómo se explica esta increíble conversión? Porque, y esa es mi premisa a la que dogmáticamente me aferro, tiene que haber una explicación al alcance de todos y yo creo que si la buscamos la encontraremos en lo que en este momento es con mucho el escándalo más grande que se ha vivido en los Estados Unidos desde, quizá, el asesinato de J. F. Kennedy. Me refiero, evidentemente, al caso de Jeffrey Epstein, Ghislaine Maxwell et alia. Veamos rápidamente de qué se trata.
Necesitamos un par de datos preliminares para ubicar a nuestros personajes. Empecemos con los Maxwell. El padre de Ghislaine Maxwell, hoy en la cárcel en Florida cumpliendo una condena de 20 años, era un individuo que llegó a ser multimillonario, el magnate de la prensa británica (y no sólo), hacia la mitad del segunda parte del siglo XX. Para nosotros, lo que es relevante es su rol histórico: es bien sabido que Robert Maxwell fue un agente del Mossad, o sea, del gobierno israelí y entre sus logros está el de haberle vendido a los países del Pacto de Varsovia un software que le permitió a los israelíes cómodamente espiar a los líderes y dirigentes políticos del campo soviético durante años. Naturalmente, Maxwell hizo lo mismo con otros gobiernos, incluyendo el norteamericano. Por malos manejos de sus empresas y después de un escandaloso robo de los ahorros de sus trabajadores, Maxwell se vio en la necesidad de pedirle al gobierno para el cual él había trabajado en cuerpo y alma, dado que él mismo era un judío checo naturalizado inglés después de la guerra, cerca de 400 millones de dólares, que era lo que necesitaba con urgencia para sanear sus empresas. El gobierno israelí, sin embargo, rehusó regalarle semejante cantidad de dinero, a lo cual él entonces respondió con la amenaza de que “hablaría”. El dúctil gobierno israelí modificó entonces su postura y fijaron una fecha para que él se encontrara con la persona que le entregaría de una u otra manera los fondos requeridos. El lugar de la cita fue la cubierta del impresionante yate de Maxwell, en un lugar del Mediterráneo, en aguas españolas, a una cierta hora de la madrugada. Excitado como estaba ante la posibilidad del arreglo, Maxwell mantuvo en secreto su potencial encuentro y desde la madrugada se recostó en la cubierta de su yate. Él efectivamente recibió la visita del representante de Israel sólo que no la que él esperaba, porque el buzo que sigilosamente subió al yate a la hora convenida le aplicó a Maxwell un solo piquete, prácticamente imperceptible, detrás de la oreja, con lo cual el magnate expiró casi de inmediato. Vale la pena señalar que el gobierno israelí, que primero lo usó y después lo asesinó, también le organizó una grandiosa ceremonia, casi oficial, de manera que Robert Maxwell está enterrado en las afueras de Jerusalén.
Hablemos ahora de Ghislaine Maxwell, la hija preferida entre los muchos hijos que tuvo su padre, Robert Maxwell. Ella fue siempre una privilegiada, estudió en Oxford (creo recordar que ni más ni menos que en Balliol College. Me pregunto si las autoridades actuales de tan respetable institución estarán ahora muy orgullosas por contar en su historial académico-administrativo con alumnos como ella). En todo caso, ella siempre fue una consentida y miembro del verdadero jet-set. Tiene tres nacionalidades al menos, a saber, la británica, la francesa y la israelí (ignoro si también es estadounidense, lo cual no sorprendería a nadie, supongo). Esta persona disponía de mucho dinero, pero sobre todo de múltiples contactos en los más altos niveles sociales y políticos, contactos que obviamente durante cerca de 30 años sabría “explotar”. Tenemos ahora que pasar a hablar de otra “persona”, íntimamente (en todos los sentidos de la palabra) vinculada con Ghislaine Maxwell y el centro de todas las polémicas que tienen ahora lugar sobre todo y por razones obvias en los Estados Unidos.
El sujeto aludido, de origen mediocre (no tenía en una primera instancia mucho que ver con el mundo de los Maxwell), era un neoyorquino, maestro de física de escuela secundaria, quien al parecer entró en contacto, inter alia, con Robert Maxwell y a través de él con su hija. Una vez Maxwell sacado del tablero político, Epstein empezó a desarrollar una relación novelesca con Ghislaine, una relación que era simultáneamente de carácter criminal, pasional y política. La pareja funcionó, entre otras razones, porque se daba entre ellos una perfecta división del trabajo: ella atraía hacia a Epstein, convertido súbitamente en multimillonario sin que al día de hoy se sepa de dónde obtuvo su fortuna, a gente de muy alto nivel, sobre todo mas no únicamente del mundo norteamericano. En todo caso, Epstein de pronto resultó ser dueño de una isla (en las Islas Vírgenes) en la que tenía una mansión que parecía diseñada por directores de Hollywood, pero también de ranchos y mansiones en Nueva York, Nuevo México, París, etc. Todo parecía de ensueño salvo por un detalle, que es la naturaleza de la misión compartida con Ghislaine Maxwell. ¿Cuál era esa “misión”? Era muy simple y muy ilustrativa: de lo que se trataba (y se logró ampliamente) era de traficar con muchachitas hermosas, en su inmensa mayoría menores de edad, las cuales seducidas, asustadas y entrenadas debían satisfacer los deseos más bajos de connotadísimos personajes, de políticos como Bill Clinton y el ex-primer ministro israelí, Ehmud Barack, nobles como el Príncipe Andrew, artistas como el mago David Copperfield o celebridades como el influyente abogado Alain Dershowitz, etc., etc., y el actual presidente de los Estados Unidos, esto es, Donald Trump!! Después de atraerlas mediante engaños, violarlas y amenazarlas (y hay quien habla de crímenes todavía peores), los invitados que llegaban en el avión privado de Epstein disfrutaban su estancia haciendo absolutamente lo que quisieran con las “anfitrionas” sólo que, esto ellos no lo sabían, eran sistemáticamente espiados y filmados. Ahora bien, estas filmaciones no respondían a meros deseos perversos (aunque sin duda éstos eran también una motivación): eran trampas políticas, instrumentos de potenciales chantajes, armas para obligar a los incautos a hacer lo que en algún momento se les exigiera hacer. Se armó así una inmensa red de tráfico de personas usadas, sin que ellas lo supieran, para los más turbios objetivos políticos secretos y de alto nivel. Pero ¿para quién trabajaban Epstein y Maxwell? Eran (y probablemente sigan siendo) ni más ni menos que agentes del Mossad, es decir, de la agencia israelí de inteligencia (o sea, de espionaje y trabajo en favor de Israel en otros países).
Hay varias mentiras inmensas en toda toda esta macabra conspiración. La primera es que una vez descubierta, gracias sobre todo a algunas muy valientes mujeres (la más importante de las cuales casi acaba de fallecer, en Australia) que a través de testimonios forzaron a que se abrieran juicios. Epstein fue encarcelado (por segunda vez) sólo que después de unos meses … se habría suicidado estando en la prisión más vigilada de Nueva York!!! ¿Habrá algún inocente en este mundo que se crea tan estúpida mentira? En los Estados Unidos ahora que el asunto “Epstein” estalló, absolutamente nadie, ningún periodista, ningún comentarista, ningún analista lo cree. Se cuentan en cientos las declaraciones en este sentido. Y la prueba de que en todo caso el cadáver que nunca nadie vio no era el de Epstein es que ahora, durante la guerra de los 12 días entre Israel e Irán, los servicios secretos iraníes se infiltraron en los sistemas de comunicación del gobierno israelí y reconocieron la voz de Epstein, su risa y sus comentarios. Dicho de otro modo: a diferencia de lo que pasó con el ex-agente del Mosssad, Robert Maxwell, aquellos para quienes o, quizá mejor, con quienes (puesto que era parte de la institución, al igual que los Maxwell) Epstein trabajaba decidieron no abandonarlo y lo rescataron. Según los indicios entonces Epstein está libre y vive en Israel. Dado el trasfondo que meramente delineamos y que podríamos enriquecer con múltiples otros casos (está por ejemplo el muy interesante caso del famoso espía judío norteamericano, J. Pollard, quien fuera recibido en el aeropuerto Ben-Gurión por el mismísimo B. Netanyahu, después de casi 30 años de cárcel, y que ahora reside en Israel), queda claro que hay un gobierno que puede hacer en los Estados Unidos lo que el gobierno americano no puede hacer y ese gobierno es el gobierno israelí. Pero entonces ¿quién está a la cabeza de la presidencia en los Estados Unidos? A estas alturas, la respuesta es, creo, clarísima.
Una segunda gran mentira que se trata de difundir es, como era de esperarse, que Epstein y Maxwell eran simplemente un par de depravados sobre los cuales había que hacer caer todo el peso de la ley por haber cometido delitos de diversa índole. Esta, sin embargo, no pasa de ser una estratagema casi infantil para tratar de ocultar el sol con un dedo, es decir, para quitarle al “affaire Epstein” su cariz eminentemente político. Pero vayamos al meollo del escándalo. Como todos sabemos, Donald Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos con un formidable discurso de denuncia pública del “Estado profundo” y regalando promesas a derecha e izquierda concernientes a lo que sería su “limpieza” del mundo político norteamericano. Prometió abrir expedientes de casos críticos, como el del asesinato (todavía sin esclarecer) de J. F. Kennedy y, entre otros, de todo lo que contuviera el expediente de Epstein, conformado por los documentos que se confiscaron después de la supuesta muerte de este último. Súbitamente, sin embargo, explotó el asunto de los expedientes secretos de Epstein, los cuales contienen entre otras cosas las listas de los personajes que visitaron su isla o sus otras propiedades y que eran potenciales víctimas de chantaje. ¿Y qué pasó entonces? Que Trump se echó para atrás en todos los terrenos. Desapareció el presidente de la paz: no acabó con la guerra en Ucrania, cosa que según él se lograría en un día. No se condenó ya la diabólica destrucción del pueblo palestino: no menguó ni en un dólar la “ayuda” (yo más bien lo llamaría el impuesto) a Israel. Bien, pero ¿qué significa todo eso? Significa que las decisiones relevantes de la presidencia de los Estados Unidos no se toman en Washington, sino en Tel Aviv. Eso es lo que la derrota de Trump significa. Trump optó por un enfrentamiento con un miembro muy importante de su gabinete, como lo era, Elon Musk quien renunció, pero quien en su plataforma, antaño Twitter hoy X, sostuvo que Trump no puede cumplir con su programa político porque él mismo está en los expedientes de Epstein, de quien fue durante más de una década su gran amigo. Eso no quiere decir que Trump supiera todo lo que Epstein hacía y por consiguiente no estaba al tanto de que éste tenía de él un muy comprometedor material que simplemente si se hiciera público forzaría a Trump a dejar la presidencia y probablemente terminaría sus días en la cárcel. Esto saca a la luz la naturaleza de la conspiración “Maxwell-Epstein”. Yo me limito a preguntar: ¿no que no había conspiraciones?
En conclusión: si es posible manipular, presionar, forzar, obligar a un líder supremo de una nación a hacer lo que líderes de otra nación le ordenan hacer, ello es porque el primero, y con él su gobierno y su país, perdieron su autonomía y ahora trabajan para sus nuevos amos. Habrá desde luego que tener cuidado y actuar con dignidad y con firmeza porque muy probablemente, en lo que sin duda alguna es su profunda frustración, Trump intentará desviar su furia hacia otros blancos, aunque con ello genere todavía más problemas para los demás y para él y su gobierno, pero también para seguir viviendo en el auto-engaño y manteniendo a la fuerza la cada vez más falsa convicción de que sigue siendo el rey del mundo.
Estimado Alejandro
Integro a mi explicación tu hipótesis de la causa determinante para el “desmoronamiento” del otrora imperio gringo.
La complejidad de los fenómenos sociales, para decirlo rápido, tiene más causas y sigo contigo en la búsqueda de acciones q neutralicen esta incertidumbre q han desatado en el mundo los políticos q actualmente están en el poder.
Saludos.
Su ensayo, estimado doctor Tomasini, me parece, desde el punto de vista didáctico, de primer orden; desde el punto de vista explicativo, la claridad de haber cavilado por propia cuenta, muy autónoma, sobre la relación “Trump/Israel”: por lo que dentro de este marco las piezas encajan de forma natural y distinta a como suelen encajar —forzadamente— en los marcos de difusión mundial.
El recordatorio, tan elemental pero tan ignorado, de que los gobiernos no son un ente, por así decirlo, sin rostro, que opera por inercia, o por cuenta propia, o a merced de la economía global, sino que están dirigidos por personas (en el sentido más mundano de la palabra), es una pieza clave para que aquí la explicación se revele. La dificultad radica en identificar cuáles de las acciones, motivaciones, intenciones, condiciones, miedos, etc., del individuo —Trump, en este caso— trascienden su ya transparente y frágil burbuja personal. Dificultad que su ensayo logra sortear, ya que recoge criterios claros para exponer por qué, de pronto, cambió la trayectoria del presidente de los Estados Unidos.
Saludos!