República Bolivariana de Venezuela: ¿elecciones o invasión?

Contra viento y marea, pero el 20 de mayo habrá elecciones presidenciales en la República Bolivariana de Venezuela. Aunque se trata de un proceso interno que en principio debería incumbir, básica por no decir ‘exclusivamente’, a los habitantes de dicho país, la verdad es que se trata de un fenómeno social de primera importancia puesto que, por debajo de las confrontaciones que de manera natural se dan en la clase de procesos como el que se avecina, con lo que nos encontramos es con un conflicto de mucha mayor envergadura entre fuerzas, ideales e intereses que son radicalmente opuestos y que rebasan ampliamente la situación y el sino particulares de Venezuela. Es muy importante comprender que aquí lo que está en juego es, por un lado, la soberanía de un país, el derecho de una nación a su auto-determinación, la lucha por la posibilidad de construir una sociedad diferente a la sociedad clasista típica del capitalismo y, por la otra, la voluntad de dominio e imposición por parte de una super-potencia en declive, la convicción política de que los intentos de liberación nacional de los pueblos que no forman parte del consenso de Washington se controlan por la fuerza, el reconocimiento casi explícito de que el bienestar de ciertas sociedades se funda en el subdesarrollo y el estancamiento permanente de muchos otros pueblos (para decirlo de manera simple: que para que sus ciudadanos vivan bien nosotros tenemos que vivir mal y además aceptar ese estado sin chistar) y el mensaje de intimidación a todos los gobiernos (en particular, latinoamericanos) que pretendan hacer funcionar sus Estados para beneficio de sus respectivas poblaciones. Por el momento hay dos escenarios: por un lado, un proceso político interno y legítimo de un país que aspira a consolidar sus instituciones y, por el otro, un plan político y militar extranjero diseñado para impedir que dicho proceso tenga lugar y, en caso de que no hubiera forma de impedir que se realizara (porque, por ejemplo, la población asistiera masivamente a las urnas), para intervenir militarmente violando no sólo la soberanía de dicho país sino hasta los principios más básicos del derecho internacional (un derecho que en realidad es inexistente, un farsa, como lo pone de manifiesto la política descaradamente intervencionista de los Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña, Francia y algunos otros países). Eso y mucho más es lo que se juega en las elecciones venezolanas del próximo domingo. La verdad es que, así expuestas las cosas, todos los ciudadanos latinoamericanos deberíamos tener el derecho de ir a votar a las embajadas venezolanas, puesto que el proceso que allá tendrá lugar y el resultado al que se llegue nos atañen directamente.

Antes de examinar velozmente el fenómeno “Venezuela”, no estará de más subrayar que la fecha de las elecciones no es casual y de hecho muestra que las dos partes en conflicto entienden la situación de manera similar si bien, obviamente, ven lo mismo sólo que desde puntos de vista opuestos y con objetivos mutuamente excluyentes. Ambas partes (o sea, tanto el gobierno legítimo de Venezuela como el gobierno norteamericano), en efecto, llegaron, cada una de ellas desde su propia perspectiva, a la misma conclusión, a saber, que si el proceso se lleva a cabo de manera pacífica y se le da la voz a los habitantes para que se expresen libremente al momento de votar, en la República Bolivariana de Venezuela se habrá implantado un régimen para el cual ya no habrá punto de retorno: el pueblo venezolano, a pesar de todas las maquinaciones, presiones, atentados, limitaciones y demás, (todo ello, desde luego, inducido criminalmente desde el exterior), le habrá dado su aval al proceso revolucionario, nacionalista y socialista impulsado por el gran Hugo Chávez. Si eso pasa, las instituciones nacionales de Venezuela se habrán solidificado y el proceso será prácticamente imparable. Desde el punto de vista de la reacción y de los intereses de la banca mundial y de las grandes trasnacionales, ello representaría un terrible golpe, un golpe que rebasaría con mucho el ámbito de la mera discrepancia ideológica. Sería una derrota material que sería imposible ignorar y colmar. Lo que está en juego es, pues, en verdad y por muy variadas razones de suma importancia para todo el mundo.

Siendo el proceso venezolano tan importante en el tablero político mundial es normal que el país enemigo de la República Bolivariana de Venezuela, o sea, los Estados Unidos, haya desplegado desde hace mucho tiempo toda su maquinaria pre o proto-militar a fin de preparar el terreno a nivel global para una vulgar intervención soldadesca. Como cualquier persona mínimamente instruida lo entiende, los maestros en las campañas de agitación, sabotaje, bloqueo, intimidación, desinformación sistemática, desestabilización y demás que son tanto los miembros del Congreso como los agentes de la CIA y la DEA, entraron en acción desde hace ya muchos años, pero de lo que ahora somos testigos es de que dicha campaña se ha venido intensificando hasta llegar a niveles fantásticos de estridencia y paroxismo para jugar la última carta que les queda: la intervención armada. La estrategia es siempre la misma: se trata de aislar desde todos puntos de vista al país reticente y ellos piensan que la actual configuración geopolítica es la apropiada para la invasión. Pero ¿cómo nos explicamos el fracaso de la inmoral y descarada estrategia de bloqueo y desestabilización? Ésta no fue en este caso del todo exitosa por al menos dos razones: primero, porque (contradictoria y cínicamente) los Estados Unidos, a pesar de que hostigan a Venezuela desde todos los puntos de vista posibles, le siguen comprando petróleo y, segundo, porque el presidente Nicolás Maduro encontró una salida a las presiones financieras, económicas y militares desplegando toda una política exterior exitosa con países que no le rinden cuentas al gobierno norteamericano, como los de Rusia, China, Irán y Cuba. Habría que añadir una tercera razón, a saber, la reciente introducción en el mercado financiero del petro, la criptomoneda venezolana gracias al cual Venezuela podrá poco a poco romper el cerco financiero con el que se ha pretendido asfixiarla. Es obvio, supongo, que si el gobierno del presidente Maduro fuera un mero gobierno dictatorial y militaroide, un gobierno de gorilas, sin una sólida ideología nacionalista y sin sustento popular, hace tiempo que ya se hubiera desmoronado. De manera que si no lo ha hecho es precisamente porque, a pesar de las penurias y las limitaciones a las que lo han sometido, detrás de Maduro está la mayoría del pueblo venezolano. Los pueblos no son tontos y si ello es así es porque los venezolanos saben lo que les espera si el proyecto bolivariano se viene abajo. Eso sí: con mucha coca-cola por delante!

Me parece, por otra parte, que no estará de más recordar que a pesar de las convenciones (como las de Ginebra) que todos los gobiernos solemnemente firman  para limitar los estragos entre las poblaciones civiles cuando las guerras estallan, lo cierto es que rara vez se someten a ellas. Desde luego que eso no es justificable, pero digamos que (siendo realistas y muy crudos) podríamos entender (sin jamás justificar) las mentiras de los gobiernos en tiempos de guerra (aunque estoy seguro de que si se ejemplificara vívidamente eso de lo que estamos hablando los seres humanos normales repudiarían a sus respectivos gobiernos con toda su alma). Lo que en cambio resulta de entrada imposible de digerir es la hipócrita guerra ideológica, porque en este caso el objetivo es la mentira total. De lo que se trata es pura y llanamente de engañar a la humanidad en su conjunto, a la gente común de todos los países del mundo que obtiene su “información” básicamente a través de la televisión o de la prensa, para lo cual se echa funcionar la inmensa y todopoderosa maquinaria propagandística que existe. De hecho el programa de, como dije, la mentira total, se aplica permanentemente: nunca se nos dice la verdad, no se proporcionan más que datos falsos o inexactos, se desvirtúa y ridiculiza sistemáticamente a los personajes relevantes (en este caso, por ejemplo, al presidente Maduro), se exageran al máximo los problemas internos del país de que se trate, nunca se presentan los logros del gobierno enemigo, etc., etc. Esta estrategia, sin embargo, tiene en mi opinión un handicap inherente a ella y es que la  campaña, orquestada por los dueños de toda esa maquinaria desde los grandes centros de poder en el mundo, tiene que valerse de desprestigiados personajes conocidos en cada lugar en donde se aplica. Así, por ejemplo, nos encontramos con que en México quienes más parlotean en contra del gobierno de Venezuela y del histórico proceso político y social iniciado por el Comandante Hugo Chávez son los periodistas más amarillistas del espectro, los editorialistas más despreciables que pueda haber, los comentaristas más repugnantes y mentirosos del medio! Esos son los soldados rasos de la campaña propagandística en contra de un país que nunca ha atentado en contra de ningún otro. Es comprensible, por lo tanto, que esos mentirosos de nómina y tergiversadores profesionales de la verdad (profesión = mentiroso) a final de cuentas no despierten mayor interés entre la gente ni resulten particularmente convincentes. Este es un tema en torno al cual hay que decir unas cuantas palabras, pero primero quisiera considerar rápidamente la situación real de Venezuela.

Sería ridículo afirmar que la situación material en Venezuela no es terrible, pero ¿a quién podría sorprender tal cosa? Sólo a quien ignora los hechos. Más bien, yo pienso, lo realmente sorprendente es que la situación no sea mucho peor! Para determinar si mi apreciación es justa o no hagamos un poquito de ejercicios de pensamiento. Por ejemplo, unas cuantas comparaciones nos serían muy útiles. Preguntémonos: ¿cómo viviríamos nosotros, los mexicanos, si México como Venezuela hoy fuera un país bloqueado por los Estados Unidos? Tomemos esto al pie de la letra. Eso querría decir que no sólo los Estados Unidos sino que ningún otro país vinculado con ellos o dependiente de ellos comerciaría con nosotros: nadie nos compraría nuestros productos y no nos venderían los suyos, las trasnacionales cerrarían sus empresas (imagínese, por ejemplo, que las grandes farmacéuticas y los grandes laboratorios clausuraran sus plantas y que dejaran de buenas a primeras de distribuir los medicamentos que producen y que la gente necesita día con día), que tuviéramos que traer la gasolina desde Irán y así con todo. La pregunta es: ¿estaría México en una mejor situación que Venezuela? Claro que no y hay muchas razones que explicarían porque ello sería así.  Si aquí simplemente D. Trump amenaza con no firmar un injusto y desequilibrado tratado de “libre comercio” (porque ya quiere ponerle fin a la estafa de la cual ha sido objeto su país por parte de México! ¿Es eso una broma, una estupidez o simplemente una forma de presionar? Porque lo único que no es es ser verdad) que de inmediato los sabihondos de siempre ponen el grito en el cielo y hacen todo lo que pueden para convencer a la gente de que el gobierno debería ceder en posiciones que son abiertamente contrarias a los intereses nacionales (imposible no traer a la memoria al ahora bien conocido conductor de un programa de televisión en el que él disfruta hasta la fruición su derecho no compartido de opinar y durante el cual ha repetido en numerosas ocasiones que es mejor un mal tratado para México a que no se firme ningún tratado con los Estados Unidos! Las suyas son claramente declaraciones anti-patrióticas y él podrá asustar y engañar a gente inocente, ignorante o incauta, pero no a quien tenga dos dedos de sesos y 100 gramos de información). Así, pues, se nos quiere hacer creer que de no firmar el tratado de libre comercio con los USA México está perdido. Ahora bien, no firmar un tratado de libre comercio no es lo mismo que estar bloqueado. Si simplemente no firmarlo significaría, según algunos, un desastre para el país: ¿cómo sería si el país sufriera un bloqueo como el que sufrió Cuba y el que ahora padece Venezuela? Estaríamos mucho peor que esos países. Pero lo que eso quiere decir es precisamente que, por ser un país en el que la sociedad en su conjunto tiene una participación mucho mayor en la organización social y en la toma de decisiones que la que tiene la población en México, el sistema de vida imperante en Venezuela es superior al que prevalece en nuestro país. Llevando la imaginación hasta sus límites: ¿cómo sería la vida en los Estados Unidos si todo el mundo los bloqueara a ellos? Dado que se trata de una superpotencia, es evidente que sobreviviría, pero de seguro que la población del país que se come la mitad de las frutas, de la carne, de los chocolates, etc., del mundo sufriría bastante. Los Estados Unidos no producen lo que consumen. Por diversos mecanismos de dependencia de diversa índole, lo que se encuentra en abundancia en sus supermercados es lo que ellos se llevan del mundo a su país. Así, si en esa situación imaginaria inclusive ellos se verían seriamente afectados en su vida cotidiana: ¿qué puede pensarse que tiene que pasar con un país chico, de 31,000,000 de habitantes, cuya mayor fuente de ingresos (casi la única en ese momento) es el petróleo, cuyos precios son manipulados para poder reducir sus ingresos al mínimo (lo mismo que con Irán y con Rusia. Afortunadamente para el mundo, está China con la cual se re-equilibran los mercados) para doblegarlo y hacerle bajar la cerviz?¿No es comprensible que haya graves problemas económicos en Venezuela? Pero también: ¿no es evidente quién los causa? y sobre todo ¿no es formidable su capacidad de resistencia?

A mi modo de ver, la moraleja de una revisión a vuelo de pájaro de la situación se deriva por sí sola: si no hay una intervención militar, el proyecto bolivariano del Comandante Chávez, perpetuado ahora por el gran estadista que resultó ser N. Maduro, triunfó. Eso lo saben los policías del mundo y es eso precisamente lo que quieren a toda costa evitar. A falta de nuevos instrumentos, la deplorable campaña mediática norteamericana en contra del Estado bolivariano de Venezuela gira en torno al gastado concepto de democracia (un concepto prácticamente inservible salvo si lo que se quiere decir con esa palabra es ‘sistema político funcional al capitalismo’) en tanto que la militar se funda en gran medida en el apoyo directo de los gobiernos de Colombia, Argentina, Brasil y Panamá, básicamente. Pero tienen un problema: los movimientos revolucionarios gubernamentalizados dejan forzosamente hondas huellas en la conciencia de la gente. El pueblo venezolano no es la excepción. Ellos saben que viven mal (a decir verdad, el pueblo venezolano nunca vivió muy bien, ni siquiera en la época de Carlos Andrés Pérez, el López Portillo venezolano, y del auge del petróleo. Siempre fue un país de una gran injusticia social), pero saben también por qué. Dado que ya quedó claro que la guerra total no militar (o sea, mediática,  financiera, comercial, política, etc.) no fue suficiente, a pesar del desprestigio, de las calumnias y del bloqueo en general, no queda más que la opción militar. Pero ¿es ésta factible realmente? Quizá sí, pero a un costo tremendamente elevado, porque es evidente lo que se va a incendiar es no sólo Venezuela sino media América del Sur (y quizá más). Yo creo que hay elementos para pensar que en su desesperación por ver que el mundo paulatina pero consistentemente evoluciona en un sentido que no es el que les conviene, los policy-makers norteamericanos están dispuestos a lo que sea. Aquí sí que no importan los muertos, las hambrunas, los niños, la destrucción de un país o de un continente. Pero tendrían de todos modos que preguntarse: si el precio es tan alto, si costará mucho derrotar al ejército nacional venezolano: ¿vale la pena seguir con ese plan y con esa estrategia, una diabólica estrategia que de hecho no funcionó hace 65 años en Corea, después en Cuba, en Vietnam, en Afganistán y en Siria? A mí me parece que el gran error político norteamericano se debe no a torpeza o falta de inteligencia en un sentido práctico, sino a una simple pero fatal miopía histórica. Una Venezuela en llamas sería mucho peor para los norteamericanos que una Venezuela disidente.

Una de las grandes culpas del régimen venezolano es ser un régimen “populista”. Yo creo que ya es hora de plantear la pregunta: ¿qué significa ‘populismo’? Me parece que la respuesta es simple: ‘populismo’ es el término coloquial, a-teórico, para decir ‘socialista’. Un régimen populista es un régimen en el que se le da un apoyo gubernamental total a los servicios gratuitos de salud para la población, en el que la educación es dirigida por el Estado con una orientación politizada desde pre-primaria a fin de generar en los alumnos una mentalidad patriótica y de solidaridad entre los connacionales, un sistema en el que se implanta una política financiera destinada a liberar al país de la criminal deuda externa de manera que todo lo que se paga por el “servicio de la deuda” se pueda invertir en el país y haya más carreteras, escuelas, hospitales, aeropuertos, etc., un sistema de vida en el que los líderes sean personajes queridos por la población y no meras marionetas movidas desde otras latitudes por los verdaderos amos del sistema. Ahora bien, el arma que se eligió para tratar de opacar y eliminar la noción misma de populismo es la idea de democracia. Pero ¿qué es la democracia y por qué es tan valiosa, más por ejemplo, que el bienestar concreto de las personas? La democracia es el sistema político que me garantiza hacer uso de mi derecho a votar cada tres años por representantes ante el congreso o las cámaras y cada seis años por gobernadores y presidente. Y punto. Eso es la democracia para el ciudadano (como se dice) “de a pie”. En la democracia el ciudadano es (se supone) representado ante los órganos de poder. En el populismo lo que cuenta es no tanto la representación como la participación ciudadana. Ciertamente el régimen venezolano es en este sentido un régimen populista. ¿Es por ello criticable? Yo creo que ya es hora de que el ciudadano medio reflexione un poquito sobre el tema, que aprenda a no dejarse chantajear ideológicamente y que la población en su conjunto se incorpore en serio al debate y a la acción política. Se podrá entonces neutralizar los efectos aletargadores que tiene el uso demagógico de un concepto ya muy deteriorado de democracia. Lo interesante del proceso venezolano son las reformas económicas, las limitaciones a la propiedad privada (el fin de los latifundios, por ejemplo), los grandes progresos efectuados en el terreno de la educación popular, la apertura de mercados y el establecimiento de vínculos comerciales y financieros (y ¿por qué no? – también militares) con quienes ellos quieren. Eso es libertad política y eso es con lo que se quiere acabar. Los dizque defensores de la democracia, los que siempre pugnan por que se lleven a cabo elecciones, ya desde ahora rechazan los resultados de un proceso pulcramente organizado. La situación no puede ser más grotesca: si gana la oposición se aceptan los resultados, pero si gana el gobierno actual entonces fueron fraudulentas. Qué fácil! Hay, sin embargo, un problema y lo repito: el pueblo de Venezuela, disgustado como está (y con razón) por la infamia de la cual es objeto, ya abrió políticamente hablando los ojos y una vez abiertos éstos ya no se cierran. El reto era abrírselos y los dirigentes venezolanos lo lograron, impidiendo así que le pasara  a su pueblo lo que se hizo con el nuestro, un pueblo que parece estar, como la bella durmiente del bosque, con los ojos permanentemente cerrados.

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